– Sargento -llamo sonoliento uno de los hombres. Y Carlyn deseo, al menos, ser llamado general. ?Si era el el comandante de aquella fuerza! Incluso se sintio paternal.

– ?Que hay, muchacho?

– Esto, que hace agua…

Carlyn miro el fondo del lanchon. Habia una capa de agua de algunos centimetros. Fue como un descubrimiento. Los demas hombres se dieron entonces cuenta de que, efectivamente, se estaban mojando, aunque el calor solo habia hecho, hasta entonces, que sintieran agradable el frescorcillo del agua empapandoles las espaldas.

El sargento descendio de su puesto de mando e inspecciono el piso de la nave. El agua, antes de que descubriera el agujero, le cubria casi las botas.

– ? Donde hay bombas de achique? -pregunto uno de los hombres.

– ?Bombas? Aqui no hay de eso… ?Con los cascos!

Los nueve hombres, sin encomendarse al sargento, se quitaron los cascos de combate y comenzaron a tirar el agua por la borda. Solo que entraba mucha mas de la que podian achicar. Antes de cinco minutos, el lanchon corria serio peligro de zozobra. Carlyn miro en torno suyo. Los barcos mas proximos se encontraban a mas de veinte kilometros todavia. Con la esperanza de contribuir en algo a aquello, se quito la guerrera y trato de taponar con ella el agujero que -?como podria haberse producido?- se abria en el fondo del lanchon.

«No llegaremos, no llegaremos… Y esta gente no podra nadar hasta ninguno de los barcos. Se ahogaran»…

Ni el mismo se planteaba la terrible realidad de que tampoco el, el lobo marino, era capaz de nadar cuatro brazadas sin sentirse rendido. Pero, de pronto, se dio cuenta. No, no era solamente la vida de los muchachos, ?era la suya propia! La distancia que tendria que vencer a nado se le aparecio subitamente como espantosa, insalvable, como un agujero hondo de miles de metros de profundidad, un abismo en el que estaba a punto de caer.

Con el agua cubriendole las rodillas, se detuvo un segundo en el trabajo de achique. Aquello era tan inutil como echar en una trilladora el trigo grano a grano, espiga a espiga. No, no llegarian.

Los motores se detuvieron, anegados por el agua. Carlyn sintio que la sangre comenzaba a bandonar su corazon a chorros, dejandolo seco. La garganta estaba seca. Y sus piernas hundidas en el agua hasta… ?hasta los muslos!

– ?Sal… Salvese quien pueda!… -grito. Y se subio como un poseso a la borda, dispuesto a lanzarse al agua… a lo que fuera, a morir mas rapidamente, a tragar agua para aquella garganta reseca.

El panico cundio. Tres hombres lograron lanzarse al aguia antes de que el sargento se decidiera. Trataban de vencer a las olas con unas brazadas torponas que solo servian para hacerles tragar mas agua de la que su estomago podia soportar. No habian logrado apartarse mas de una decena de metros del lanchen a la deriva, medio hundido, cuando se oyo la voz:

– ?Eh, un momento!… Que se va el agua. ?Volved!…

El sargento Carlyn, que todavia no se habia decidido a saltar, encomendandose a los dioses del mar cuyos nombres nunca recordaba, se volvio. Y lo que pudieron ver sus ojos lo desmintio su inteligencia embotada por el panico. El mismo agujero que habia estado dejando entrar el agua la sorbia ahora con un torbellino, vaciando el lanchon mas rapidamente de lo que lo habia llenado, como el agua tragada por el desague.

– ?No!… ?No es posible!…

Y, sin embargo, lo era. Tan posible como aquella dulce realidad del motor del lanchon que volvio a ponerse en marcha cuando dejo de anegarlo el agua. Tan verdad como aquella vision antinatural del agua vista a traves del espantoso agujero, como si subitamente un grueso cristal invisible lo hubiera taponado por arte de magia.

Carlyn lo penso luego, con su habitual lentitud de pensamiento. Si, debia de ser eso, magia. La magia de los dioses del mar a los que se habian encomendado. Indudablemente, Carlyn era considerado por ellos como digno de los mismos milagros que ayudaban a los lobos de mar. Asi lo explico a sus muchachos, cuando todos estuvieron de nuevo sobre el lanchon y, naturalmente, nunca vio las sonrisas que se lanzaban unos a otros a traves de sus rostros palidos de miedo. Nunca lo vio porque habia vuelto a tomar su puesto de comandante del buque y estaba demasiado alto para fijarse en minucias.

***

– ?Las coordenadas!… ??Las coordenadas!!… -grito fuera de si el capitan Hals a los artilleros de la bateria-. ?Ni un impacto en el objetivo! ? Pero es que no saben ustedes calcular, cuando se les da las coordenadas de un objetivo?… ?A ver, los artilleros jefes de cada pieza!… ?Aqui!

Cinco hombres llegaron corriendo en la incierta luz de la tarde y se cuadraron en fila ante el capitan.

– ?Sus calculos!… ?Rapido!… Les di ordenes concretas de batir la cota 13-A-5. ?La 13-A-5, me entienden!… Y todos los impactos estan situados tres kilometros a la derecha… ?Vamos, los calculos!…

Los cinco artilleros tendieron al capitan las tablillas de calculo. El capitan Hals las observo una por una, tratando de encontrar inmediatamente el error que hacia que las cinco piezas de la bateria se desviasen tres kilometros a la derecha del objetivo. Pero los calculos parecian ser totalmente correctos. El capitan tardo un instante en darse cuenta de que alli no habia error alguno. Les devolvio las tablillas de calculo a los artilleros y quedo pensativo.

– Bien… No parece que haya error y, sin embargo… -Medito la orden tres segundos exactamente-. ?Coloquen una carga de proyectiles trazadores!

Los artilleros corrieron a sus puestos. Dos minutos despues, los cinco se cuadraban en la distancia, indicando que las ordenes habian sido cumplidas.

– ?Fuego!… -ordeno el capitan.

Los cinco canones de la bateria rugieron y las balas trazadoras senalaron con su surco la trayectoria, en linea recta hacia la cota 13-A-5… para desviarse en angulo recto, contra toda logica, cien metros antes de caer sobre el objetivo. Las explosiones se registraron, como las veces anteriores, tres kilometros a la derecha de la cota.

El capitan Hals se rasco la cabeza. No, no cabia pensar. Las cosas eran asi y no cabia discusion. Pero eso le removia los intestinos. Grito:

– ?Calculen un objetivo tres kilometros a la izquierda de la cota!…

Tres minutos mas y los artilleros habian emplazado las bocas de los canones.

– ?Fuego!…

Las balas trazadoras marcaron su surco en el cielo entre estampidos de la bateria. Y, justo como habia ocurrido anteriormente, cien metros antes de llegar al objetivo, se desviaron limpiamente en angulo recto… para caer seis kilometros a la derecha, es decir, como antes, tres kilometros a la derecha de la cota 13-A5.

La cota 13-A-5 se llamaba normalmente la colina del Aguila. Y al abrigo de unos matorrales se encontraban gozando del frescor de la tarde los tres muchachos de Servicios Auxiliares y su jeep. Stele, el mas joven de los tres, se desperezo y bostezo ruidosamente:

– ?Que, nos vamos? El teniente debe de estar esperandonos desde hace una hora…

– Espera un poco, hombre -musito entre suenos Pigger.

– Tu, que a lo mejor se da cuenta y nos la cargamos…

– Bueno, anda, vamonos…

Despacio, como si las piernas les pesasen una tonelada, los tres hombres subieron al jeep. Pigger lo puso en marcha, chascando la lengua reseca.

– En cuanto me licencien, me dedico a no tocar un automovil en lo que me queda de vida… ?Jurado!

El jeep se alejo colina abajo.

Tres minutos despues, la bateria alcanzo por fin el objetivo senalado por el mando. La cota 13-A-5 quedo convertida en una criba.

***

Sobre el mar, los cazas reactores se deslizaban a quince mil metros de altura y a dos veces la velocidad del sonido. El MA-67 volaba en linea recta de este a oeste. El sonido quedaba atras y el piloto contemplaba el cielo del atardecer sobre su cabeza. Era un poeta. Se llamaba Praxer.

De pronto distinguio algo con una claridad que a el mismo le sorprendio. Dos o trescientos metros sobre el

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