con una especie de regocijo que a Prague le habia revuelto el estomago-, pero esas muertes eran necesarias, como seria necesaria la violencia y el arrancar de raiz todo cuanto conectase eventualmente el mundo antiguo con el que ellos se proponian crear. En ese nuevo mundo no habria sitio para muchos, de eso no cabia duda. Habria que exterminar de un modo u otro a una parte considerable de la humanidad y a otra habria que aislarla para que su funesta influencia no se siguiera extendiendo entre la elite, o para que no constituyese elite por si misma, como ahora constituia.

El momento era propicio, Prague se habia dado perfecta cuenta de ello. El Gobierno, pasado aquel instante histerico en el que, aun no sabia por que, habia desencadenado la secreta ola de persecuciones en torno a la construccion de la computadora gigantesca que hoy estaba terminada, habia vuelto a la molicie de la paz total, una vez asegurado el secreto por parte de los que intervenian en el proyecto y que, salvo las lucubraciones logicas de Prague y de Dugall, no sabian de el mas que su inmediata realidad, ignorando cuanto pudiera afectar a su futura aplicacion. La vida y el trabajo cotidiano habian hecho que se convirtiera en una costumbre la presencia de la Policia de Seguridad que seguia guardando desde el exterior la sala donde se construia la computadora, las visitas periodicas de Granz acompanado de miembros del ministerio de Defensa, las preguntas siempre iguales… Habian sido seis anos ininterrumpidos de trabajo, seis anos a lo largo de los cuales los misterios se habian convertido en habitos y la curiosidad se habia adormecido. Seis anos en los que el odio por un trabajo hecho a ciegas se habia convertido en Prague en un convencimiento total e igualmente ciego de la necesidad del cambio que preconizaba Kunner y aceptaban los exaltados mesianicos.

Dugall aparecio por detras de la distribuidora nuevamente. Sin duda, se habia adormilado. Venia restregandose los ojos y murmurando entre un bostezo y otro;

– Son casi las nueve… No se retrasaran, supongo…

Prague sonrio, levantandose.

– ?Se han retrasado alguna vez?

– No, que yo recuerde…

– Y lo malo es que pretenderan ponerse hoy mismo en marcha, ?no?…

– Tenlo por seguro…

– Pues con el sueno que tengo… -Dugall se interrumpio y se encogio de hombros-. Bueno, afortunadamente no podran trabajar mucho, porque…

– ?Tu crees? -le interrumpio Prague-. Hace dos meses que los ayudantes de Granz estan repartidos en todas las maquinas taladradoras de la Casa confeccionando las fichas de informacion.

– ?No!…

– Por desgracia, es cierto… Mas de doce millones de tarjetas.

Dugall se encogio de hombros, calculando mentalmente.

– Bueno, eso es trabajo para una hora.

– Una hora para llenar la memoria. Luego…

– Claro, segun le de al viejo por preguntar, ?no?…

Fue de una exactitud matematica. Mientras el reloj electrico que estaba instalado en la sala hacia sonar las nueve, se abrio la puerta acorazada y entro el profesor Granz, seguido por una extrana comitiva. Inmediatamente detras de el venia el propio Ministro de Defensa, luego cinco ayudantes provistos de enormes carteras de cuero repletas, a continuacion dos agentes de la Seguridad Internacional, que se apresuraron a instalar un equipo de radiotelefono, mientras los ayudantes del historiador iban colocando en orden, sobre la mesa vecina al Distribuidor, los millones de tarjetas perforadas en las que habian estado trabajando desde meses atras. Los preparativos duraron un cuarto de hora y, durante el, apenas si se cambiaron las palabras mas necesarias. El profesor Granz daba indudables muestras de excitacion nerviosa. Miraba el computador, como si quisiera desentranar el secreto de su funcionamiento, miraba a sus ayudantes, dandoles prisa con su impaciencia y miraba a los dos agentes que terminaban de instalar el radiotelefono. Las voces, siempre escasas, se dejaban oir tenuemente, como si los asistentes estuvieran concentrados en una operacion casi religiosa. Prague observaba a unos y a otros y unicamente en Dugall encontraba respuesta al cumulo de preguntas que se estaba haciendo. La respuesta muda de Dugall era un incontenible deseo de echarse a reir, ante la solemnidad inusitada que estaba tomando el acto.

Los ayudantes de Granz terminaron con su labor y se retiraron, cambiando un saludo en voz baja con el viejo catedratico. Por su parte, los dos agentes terminaron de instalar el radiotelefono y uno de ellos salio, quedandose el otro para hacerlo funcionar.

Quedaban cinco personas en la sala. La puerta acorazada se cerro, aislandoles del exterior, excepto por el tenue cable que estaba al mando del agente de la Seguridad. El profesor Granz cambio una mirada con el Ministro, una mirada en la que parecia pedir su gran oportunidad. El Ministro se sento junto al agente de la Seguridad e hizo una sena con la cabeza. Entonces el profesor se volvio a Prague, al que no habia mirado mas que de reojo desde que entraron.

– Bien, senor Prague… ?Podemos empezar?

– Cuando usted quiera, profesor…

– Primero… -senalo los montones ordenados de las tarjetas perforadas, repitiendo:- Primero habra que meter todo eso en la memoria, me imagino…

– Eso es…

– Las tiene usted distribuidas por su orden: fechas y acontecimientos historicos, con precision de su naturaleza y del lugar exacto en que ocurrieron.

Prague dio un respingo:

– ?Pero profesor Granz!… La maquina no puede… ?no puede localizar el lugar, sin tener en la memoria el mas exacto mapamundi!… Y no ha sido construida para eso…

El profesor nego nerviosamente con la cabeza, como si quisiera apartar las dificultades.

– ?No hace falta ningun mapa!… Estan los lugares expresados por sus coordenadas geograficas… ?y eso son numeros, senor Prague!… He estado informandome sobre esto, no crea que me he dedicado a esperar durante estos seis anos… Supongo que bastaran las coordenadas, ?no es eso?…

Prague afirmo con la cabeza. El profesor indico nuevamente las tarjetas, impaciente.

– Entonces…

Fue una hora de silencio en los cinco hombres que ocupaban la sala de la maquina. Una hora durante la cual solo se escucho el breve rumor de la impresora y del complejo aparato distribuidor de las tarjetas. Prague y Dugall fueron introduciendolas una a una. Una hora de labor continua y monotona, casi convertidos los dos hombres en parte constitutiva de la enorme maquina. El profesor y el ministro permanecian mudos, sentados en los sillones que se habian apropiado. El agente encargado del radiotelefono observaba curioso el funcionamiento de aquella maquina extrana, seguia con los ojos el constante parpadeo de las lucecillas de colores que se encendian y apagaban en torno suyo, el movimiento mecanico de las cintas magneticas acumulando informacion que luego transmitirian a las memorias electronicas.

Mientras introducian en la Distribuidora las ultimas tarjetas, Prague levanto la mirada hacia el reloj. Pasaban pocos minutos de las diez. Penso que Kunner y los demas companeros ya estarian reunidos en los sotanos de Las Columnas, esperando su llegada para tomar la decision final. Tal vez aun podria llegar a tiempo… si el profesor se conformaba con un ensayo de las posibilidades del computador.

Las ultimas tarjetas desaparecieron por un instante en la garganta de la maquina, para volver a aparecer un minuto despues por los pequenos vomitorios que las devolvian, una vez memorizadas por la computadora. Prague desconecto los mandos y se volvio. A diez centimetros de su rostro estaban los ojos cansados y miopes del profesor Granz. Prague contuvo un sobresalto.

– Ya esta, profesor…

Granz afirmo con la cabeza. Cambio una mirada rapida con el Ministro y nuevamente se volvio hacia Prague.

– Bien, senor Prague… Supongo que ya es hora de que conozca usted el destino de nuestra computadora… -hablaba con la voz agitada, como si sintiera que iba a faltarle tiempo para lo que deseaba hacer-. Esta maquina, contra lo que usted habra podido suponer, no obedece a ningun capricho… Ni siquiera fui yo quien tuvo la idea de que se construyera… En el fondo, yo mismo tengo mis dudas respecto a su eficacia… pero espero que su trabajo habra sido tan completo como he tenido ocasion de ir comprobando. La idea partio del mismo senor Ministro de Defensa, en combinacion con la Direccion de la Seguridad Internacional…

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