con bolsos de Nikon y antiguas camaras con teleobjetivo. Uno de ellos trepo agilmente la escalera del tanque de agua y, ahora, en la altura, se habia instalado a vigilar. Simulaba estar tomando fotografias de la piscina.
Alguien habia corrido la voz de que llegaba 'la senora' y recien cuando se agrupo gente alrededor de la entrada la terraza, se entero de que se trataba de la Cementera.
El animador estaba anunciandolo y todos, hasta los mozos, habian empezado a aplaudir. El gerente sintio una punzada en la boca del estomago.
Otra vez la contradiccion: la presencia de la vieja significaba que la inauguracion habia sido un exito, y era tambien su triunfo, porque garantizaba prensa, publicidad y prometia un mejor perfil para la futura clientela del Karina: todo eso se traducia en la certeza de que, al menos por unos meses, conservaria su empleo, aunque fuese un cagon.
Pero ese exito era un fracaso relativo pues lo subordinaba aun mas al verdadero triunfador: el orden de aventureros e improvisados guarangos como sus patrones, bajo el que habia terminado por caer y, para peor, percibia que tambien integraba a la Cementera.
La vieja habia rehusado la invitacion del animador de que saludara desde el escenario, y ahora estaba estrechando la mano de cada uno que se le acercara. A las mujeres las saludaba con un beso. Sabia besar. Tal vez lo habria aprendido en algun curso de protocolo.
Por lo general, si se observa a las mujeres cuando saludan besando a otras, se descubre que vuelven la cara hacia fuera, y que no pocas llegan a dibujar una expresion de repugnancia con la nariz o con la boca.
– La gente es muy boluda… -decia un asistente de relaciones publicas del Sheraton que estaba a cargo de un curso de protocolo para los nuevos funcionarios-: La gente va a besar y se imagina que apoyando los labios o la mejilla contra la cara del otro, como el otro no lo puede ver, no habria nadie mas en el mundo que pueda ver lo que su cara expresa. Por eso ustedes tienen que mirar bien -aconsejaba- y registrar la manera de comportarse de la gente en publico para no hacer despues las mismas boludeces…
En una de las sesiones les habia propuesto un ejercicio. Debian ir al bar, justo a la hora en que la gente de oficinas aparecia por el hotel a tomar algo, y observar que hacian las mujeres cuando salian del bano. Casi todas las mujeres iban al bano poco antes de dejar sus mesas, cuando sus acompanantes pedian la cuenta y se disponian a pagar. Al cabo de media hora los muchachos volvieron con sus blocks de notas, unos pocos comentaron que las mujeres salian del bano mirandose u oliendose los dedos.
En la sesion siguiente les hizo repetir la observacion comprobando que, en unos pocos minutos habian visto entre doce y quince mujeres de las cuales no menos de ocho, -diez, segun algunos- habian salido oliendose.
Por suerte conservaba los manuales de capacitacion de los cursos que habia seguido en el Sheraton. Varias veces lo habian mandado a Chicago, Santo Domingo y a Napoles a distintos seminarios que eran parte de su formacion. Ahora, manuales, folletos y brochures, algunos firmados por los profesores y por sus companeros de curso se ordenaban en un estante destacado de la biblioteca del living de su casa. Y eran el mejor recuerdo de su paso por Sheraton.
Era un convencido de que no hay que prestar libros porque la gente los lleva excitada por un entusiasmo de momento y la mayoria de las veces olvida leerlos, de modo que el libro queda por ahi, perdido como la memoria de ese prestamo, hasta que un dia, limpiando y ordenando, alguien termina por ubicarlo en el estante de la biblioteca que mejor se correspondiese con su tamano, o sus colores y el libro pasa a formar parte del mobiliario y si por azar quien lo llevo prestado recuerda su promesa, eso que ahora es un detalle mas del patrimonio familiar, desalienta toda intencion de devolverlo a su dueno.
Pero el tambien habia prestado libros por error, y aunque no llevaba la cuenta, tambien poseia libros procedentes de prestamos ocasionales.
Pero jamas prestaria los manuales de sus cursos, ni permitiria que cualquiera los consulte. No descartaba que alguna vez podria escribir un libro sobre marketing hotelero y aquel estante seria la mejor orientacion para planificarlo.
Pressing Flesh -'prensando carne'- llamaban en Chicago a la manera de saludar de las figuras publicas americanas. El habito venia de los politicos, que en sus campanas electorales tenian como meta estrechar la mano de la mayor cantidad posible de electores. Hubo uno que contrato a un asistente que se ocupaba exclusivamente de llevar la cuenta.
En las convenciones republicanas se consideraba que una buena performance de campana requeria cumplir la media de cuatro saludos por minuto, de modo que si el precandidato permanecia cuatro horas en el encuentro, no podia darse por satisfecho si realizaba menos de novecientos apretones de carne electoral.
Siguiendo a los Kennedy, los democratas que solian hacer sus convenciones en el campus de alguna universidad o en centros comunitarios perfeccionaron la tecnica: tomando con la palma izquierda la muneca derecha de uno de cada tres o cada cuatro participantes que estuviese saludando, el apreton de manos ganaba calidez, y, paradojalmente, duraba menos. Hay un video de la campana de Joe Wallace, el candidato mas joven que compitio por el estado de Connecticut, que lo muestra saludando satisfactoriamente a ciento diez convencionales en el lapso de apenas veinte minutos que dura la grabacion.
La Cementera no solo sabia besar mujeres. Tambien dominaba el pressing flesh con una elegancia comparable a la de Hillary Clinton. Tal vez habria hecho un curso en Estados Unidos, pero a diferencia de los politicos, no parecia apurada por sacarse de encima a sus elegidos. Cuando los fotografos estaban por fijar la escena mantenia la mano extendida y prolongaba su sonrisa hasta que las camaras enfocaban hacia otro lugar.
Traia un vestido de seda color rosa te. Parecia no tener maquillaje, pero algo se habria hecho en la cara, tal vez una linea de color en los parpados, o una sombra de rubor en los labios y las mejillas. Dos aros, un collar y una pulserita delgada de oro blanco o platino, engarzaban, cada uno, una piedra verde de talla oval.
Calzaba unos zapatos del color de la seda de su pollera. Los tacos parecian exageradamente altos: en cualquier caso, el pelo tenido de rubio no alcanzaba a la altura de los hombros de la gente de estatura normal.
Casi le resulto una mujer petisa, pero era evidente que se trataba de una petisa que sabia comportarse como si fuese alta. Venia acercandose. Era su turno:
– Como le va…! -Fue lo unico que le dijo, aunque con esa voz ahuecada
y suave, cualquiera que hubiese oido habria pensado que lo conocia o que lo habia visto alguna vez.
Pero nunca la habia visto personalmente. Aunque hacia varios minutos que estaba en la terraza, con tanto viento y no menos de treinta grados de temperatura, tenia la mano helada, como si estuviera aun bajo efectos de la refrigeracion de su Mercedes.