– ?Te gusta el agua helada? -Volvio a preguntarle y ella afirmo con la cabeza y se quedo con la mirada fija en sus ojos. Habian hecho pie cerca de la turbina y la corriente envolvia sus cuerpos y trazaba una estela de burbujas que se iba borrando hacia la parte profunda. En ese momento descubrio que ella arqueaba las cejas de una manera muy especial, en forma de ve invertida. De esa manera, el entrecejo parecia senalar el cielo. Lo habria visto antes, pero ahora le parecia significativo de algo que no terminaba de definir: miro hacia arriba, pronto empezaria a nublarse. Hacia el sur, una nube muy blanca y compacta parecia el cuerpo de un fantasma inclinandose sobre la ciudad y la gente. Rato antes, poco antes de que ella apareciese con su flor azul, la habia visto y, por su forma cilindrica que se alargaba hacia arriba, habia pensado llamarla 'la nube flaca'. Ahora habia cambiado de forma: era la misma nube y debia estar mucho mas cerca. Hacia abajo, en unos bordes crispados como costrones de hielo, aparecian manchas amarillas que podian ser reflejos de los rayos del sol, o relampagos. La musica que venia de los bafles y el zumbido del hidro impedirian escuchar algun trueno, en caso de que lo hubiese.

– ?Seran relampagos, eso amarillo…? -Le pregunto.

Ella no veia nada amarillo entre los bordes de la nube. En cambio, la forma que habia adoptado al curvarse le parecia un gran dedo indice, que flexionandose, se dispondria a aplastar a todos los que estaban en la terraza.

– Como a bichos… A insectos… -Dijeron.

Cada tanto aparecian esas libelulas que en la ciudad llaman 'alguaciles' y se supone que anuncian lluvia. Son mariposas de cuerpo gris terroso y alas transparentes que a nadie se le ocurriria atrapar ni coleccionar. Estos insectos no debian tener mas finalidad que acompanar las rafagas del viento que los lleva al acaso. Algunos caian al agua y quedaba adheridos a la superficie de la piscina, y, como resignados a una succion definitiva, dejaban de mover sus alas, sus patas y sus antenas: habrian llegado a su destino.

La imagen de una nube cilindrica que va asemejandose al dedo rugoso de un gigantesco y anoso albino y amenaza aplastar a los humanos que se arrastran por la superficie de ciudades y casas debia notificar algo a las libelulas, pero sus dispositivos geneticos no tienen prevista alarmas ni recursos de fuga ante la amenaza de ser sometidos por un dedo. Los dedos aplastantes habran aparecido en la evolucion mucho despues de que se consolidara el instinto de estas especies, y de alli en mas, ese accionar humano no ha debido ser tan danino para ellas como para favorecer mutaciones dotadas de mecanismos de defensa, evitacion o fuga.

En cambio, como todos sus generos y familias, estas inofensivas libelulas han adquirido tolerancia a los insecticidas agricolas: basto que unas pocas sobreviviesen al festin de extermino que en el siglo XX emprendio la humanidad, para que, legando a su progenie las condiciones que el azar les habia brindado, lograsen, sin saberlo, recomponer estas poblaciones que vuelven a aparecer por las ciudades del sur en ciertas conjunciones favorables de la atmosfera.

No se puede anticipar cuando, pero hay un dia en el que a la conciencia del personaje, o a la del narrador, retorna un dato que parece venido de uno de esos manuales de divulgacion que ya nadie lee.

Y por azar, o, segun se dice, 'por un capricho del azar', ese dato que bien puede ser un error o una trivialidad, se imbrica en la trama justo al servicio de lo que el autor o un personaje venian intentando expresar. Ahora, aqui, esta pareja de invitados ha figurado la imagen de una nube interpretandola como un dedo cosmico dispuesto a aplastarlos. Y en ese instante el viento norte, cosmico, arrastraba enjambres de insectos, parte de los cuales quedaban aplastados contra la superficie de la piscina y ya ni se movian.

Pero no estaban muertos: bastaba que un peon los atrapase con su pala de malla de red junto a petalos y hojas caidos de la guirnalda y tratase de lanzarlos al vacio, para que, libres de la tension superficial del agua, los insectos comenzasen a agitar las alas retomando su viaje a favor del viento.

La supervivencia de las libelulas esta fuera de cualquier plan del peon que, pautadamente, limpia la piscina. Para el, basta que sus cuerpos hayan dejado de afear la verde superficie del agua y que desaparezcan junto a cualquier otra senal de suciedad visible desde la perspectiva humana.

Nunca sospechar que, un renglon, o un instante despues de girar su paleta de malla de red lanzando todo al vacio del centro de la manzana, los insectos, vivos, volveran a volar y seguiran volando a favor del viento y lejos del alcance de su vista.

Fuera del alcance de la vista de los que trabajan, y, en general, fuera de la percepcion y de la voluntad de todos, suceden la mayoria de los acontecimientos. Solo el azar, y solamente muy pocas veces, te puede conectar con la imagen de una flor azul entre los labios de una nadadora y provocar que la imaginacion se figure su boca llena de petalos caidos de la guirnalda.

Lo mismo puede atribuirse a un dedo compuesto con la materia de una nube cargada de granizo. A partir de esa misma forma, otra imaginacion

habria figurado un tronco anoso, talado y seco, restos de un arbol que, durante decadas, se fue curvando por el peso de una copa y un ramaje demasiado asimetricos.

Ahora estos dos no podrian librarse de la imagen del dedo, en cuya base -coincidian- podian verse relampagos y anuncios de tormenta. No era propiamente el cosmos, pero era lo mas cosmico que aquel ambito permitia imaginar.

Tal vez otro fragmento infimo del cosmos se anunciase a unos pocos centimetros por debajo de la superficie del agua. Un vago dolor, un bienestar-malestar en la parte mas baja del vientre que expuesta al chorro de burbujas heladas del hidromasaje, anunciaba una urgencia.

?Orinar en el agua de la piscina? No era eso. La imagen de un dedo hecho de corteza de nubes curvandose en el cielo, lo llevaba a imaginar a su dedo, humano, entrando en esa boca para hurgar entre las encias, la lengua y los carrillos en busca de pequenos petalos azules, y esa sensacion se desplazaba a la imagen cristalina de burbujitas de saliva manando a los costados, que bajo la lengua que acompanaban el tacto tibio y falsamente untuoso de la saliva que le atribuia a ella.

Representarse todo eso en sucesion acentuaba la urgencia. No era orinar: era el impulso de penetrarla, ahora lo sabia. Y despues si, despues de penetrarla, comenzaria a explorar su boca con la lengua o con un dedo y a devorar, junto a ella, un bolo de petalos diminutos amalgamados en saliva.

Pero antes, la tormenta, toda su urgencia, y el tormento de apostar a una improbable satisfaccion: por ejemplo, invitarla a que tomasen un departamento en el Karina por un solo dia para refugiarse de la tormenta,

– ?Anda tu celular…?

– ?Y como sabes que traje el celular…? -Preguntaba ella y volvia a arquear la cejas, como 've' invertida con un angulo central senalando al cielo.

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