ella la dejasen asi, desnuda, en la cama: debia hacerlo para jactarse de ser su dueno. Pero el tambien se ponia una casaca amarilla y forcejeaba tratando de calzarse uno de esos shorts a rayas que regalaban en el apart. Le tomo un brazo, la sacudio diciendo que despertase y lo esperara porque debia salir con los bomberos. Desperto sobresaltada. Hacia calor, pero no habia senales de incendio. Los tipos de amarillo ahora existian: debian ser bomberos de verdad que habian salido del sueno e iban y venian por el departamento. Uno de ellos, las veces que paso, se demoro en el marco de la puerta para mirarla. 'Un baboso: pasa y vuelve a pasar porque quiere mirarme las tetas', penso. Tendria que banarse, pero empezo a vestirse apurada, tratando de encontrar su ropa en la semioscuridad. Llovia menos y el cielo seguia oscuro como si estuviese anocheciendo, aunque el cronometro que el habia dejado junto a la cama indicaba las cinco de la tarde. Habia dormido apenas media hora y ya podia olvidarse del sexo. O empezar todo otra vez, si el tipo volviera. Habia dejado el bolso con sus cables, el reloj y alguna ropa tirada por alli. En el bolso guardaba una caja con seis preservativos, rollos de cintas adhesivas, herramientas de relojeria mezcladas con plaquetas electronicas, envoltorios de plastico con partes de radios o de computadoras y una pistola pequena: una especie de arma de guerra pero reducida a la escala de un chico de diez anos. La pistola parecia peligrosa: a cada lado de la empunadura tenia grabada una letra dobleve con alitas. La boca del canon mediria poco mas de medio centimetro de ancho. Cargaria pequenas balas para defensa personal. ?Por que la llevaria entre las herramientas? Quizas fue por influencia de la pistola, pero sintio miedo cuando se repitieron unos gritos: latia fuerte el pecho y la garganta y la boca se habian secado de repente. Pasaba gente taconeando por el pasillo y se oian golpes de saltos por la escalera de emergencia y voces de hombres dando ordenes a los que entraban o salian de ese piso, el decimo del apart. Creyo reconocer la voz de el ordenando '?Dale! ?Dale!', pero sin acento uruguayo. ?Seria el mismo? Temia salir del departamento, pero la curiosidad por lo que estaba sucediendo era mas fuerte. Busco su bolso, se prometio no olvidar nada en ese sitio al que nunca volveria, y, en la semipenumbra, miro bajo la cama y sobre cada uno de los muebles de la habitacion. Envolvio los restos de comida y tomo los palitos de arroz que habian usado y enrollandolos en una servilleta de papel, los guardo en la cartera de su celular, dentro del bolso. No encontro la llave del departamento pero la puerta estaba abierta. La escalera estaba apenas iluminada por los reflectores de emergencia de un piso bajo y una luz amarillenta se difundia por el hueco del tubo que formaban las curvas del pasamanos. Si hubiera tenido un lapiz o un marcador le habria escrito 'chau!' en una servilleta y la habria plegado para dejarla en el disparador de la pistola. Pero tal vez lo encontrara en algun piso bajo, desde donde venian mas gritos y vozarrones, o en la recepcion del edificio, donde imagino que habria gente y, entre ellos, alguien dispuesto a explicarle que estaba sucediendo. Antes de llegar se cruzo con tres hombres de amarillo que subian cargando un generador de electricidad: ninguno era el. Abajo habia bomberos vestidos con ropa negra y botas altas, policias y otros dos hombres de amarillo. Nadie le hablo ni la detuvo. Llovia, pero un domingo no seria dificil encontrar taxis por esa zona. Respiro aliviada bajo la lluvia. Cuando finalmente abordo un Peugeot tenia la remera y toda la pierna derecha del jean empapadas.
Paso el momento de elegir. Habia que optar entre detenerse en el estado de una remera, de un mechon de pelo, de la pierna izquierda o derecha de un pantalon o dar paso a la voz del chofer de un taximetro, y traer con ella una referencia a las noticias de la tarde que probablemente estar sintonizando.
O poner en su voz un comentario sobre el mercado de viajes: en esos tiempos los choferes solian iniciar el di logo con los pasajeros comentando la baja demanda de sus servicios. Era algo logico para los primeros fines de semana del ano porque el publico que compone la clientela de los taxis sale de vacaciones durante los meses de verano. Con una referencia obvia al mercado, resulta facil -como se dice- 'romper el hielo', ese blindaje de incomunicacion que distancia a clientes y choferes. A lo largo de dias y semanas, o a traves de una vida, cada chofer perfecciona su estrategia para dialogar con los pasajeros. Es frecuente que un varon interpele a su pasajera sin mas finalidad que explorar si vale la pena cifrarse alguna expectativa sexual, pero, en tiempos de escasa demanda de taxis, es mas probable que la necesidad de 'romper el hielo' con pasajeros y hasta con pasajeras, obedezca a un mero deseo de hablar. Los choferes pasan horas a la espera de un viaje, y nadie en su sano juicio tolera semejantes intervalos de tiempo sin hablar. Independientemente de tanto que se atribuye a la necesidad humana de comunicacion hay casi un requerimiento organico de hablar. En estos animales superiores, hablar, silbar, zumbar y canturrear han terminado integrandose a la funcion respiratoria. Los entrenadores deportivos lo saben: si bien hablar es un gasto de energia que distrae a sus pupilos, en los comienzos de la preparacion fisica y hasta que los iniciados dominan lo que llaman el 'manejo del ciclo aerobico', quienes hablan en el curso de las marchas o del trote toleran mejor los sintomas de fatiga, que, a la vez, mientras se habla, demoran mas en manifestarse. Es natural: hablar exige una administracion ordenada del flujo respiratorio y ese aliento contenido para el dialogo actua como una verdadera reserva de aire y queda disponible para el aficionado que aun no ha adquirido las tacticas de alto rendimiento.
Algo semejante ocurre con el habito de escribir, aunque en muchos aspectos se lo pueda interpretar como todo lo contrario del dialogo. Escribir tambien demanda una reserva de algo que, si bien no es aire, tambien puede ser indispensable para alguna de las funciones de los humanos.
– ?Que ser…?
No se puede saber, pero, como siempre, estas cosas que no se pueden saber son las unicas que vale la pena saber.
Claro que la curiosidad del pasajero se activa cuando oye:
– ?Estoy arriba del auto desde las seis de la manana…! ?Sabe cuantos viajes hice hasta ahora…?
Dos, tres, siete, veintiuno: la gente apuesta a cualquier numero, asi en un taxi como en cualquier juego de azar. Pero en este caso, el pasajero que acepta la invitacion al dialogo suele responder con la formula 'No: ?Cuantos…?' o con alguna otra que confirme al chofer que logro su meta, que no era despertar curiosidad, ni manifestar su curiosidad por saber cuanto sabe su pasajero sobre el mercado de viajes, sino entablar un dialogo. ?Para que? No hay chofer ni pasajero de taxi alguno del universo interesado por saberlo. Tampoco vale la pena preguntar: cualquiera puede responder cualquier cosa. Uno puede abordar un taxi y preguntar directamente al del volante:
– Tengo una curiosidad: seguro que usted sabe… ?Por que ser que, ultimamente, cada vez que tomo un taxi la mayoria de los choferes dice algo o pregunta algo nada mas que para sacar un tema de conversacion…?
Alguno se pondra a explicar que no es un habito que haya comenzado ultimamente porque siempre sucedio igual. Otros responderan que lo hacen para conversar, dato que ya venia anunciado en la misma pregunta. Tambien se escucharan alusiones al temor a robos y actos vandalicos: al parecer, hay choferes convencidos de que, conversando, podran anticipar cual ser el pasajero que hacia el final del viaje lo amenazara con un punal, una granada o un revolver para robarle. En tal caso, el ladron podra quitarles algo, pero les dejara el recuerdo de su voz. En general, parece que hasta ultimo momento los asaltantes de taximetros se comportan como pasajeros normales, cordiales. Y no seria improbable que quien aborda un taxi en plan de robar, exagere normalidad y cordialidad hasta mimetizarse con la imagen de un pasajero ideal, cordial, normal, propenso a dejar una propina. Pero nada se puede saber sobre los planes de un desconocido, o, segun se dice, sobre lo que cada anonimo viajero 'tiene en mente'.
Sin duda, todo el que aborda un taxi tendra algo en la mente y tambien puede darse por descontado, que, aunque haya subido solo para apropiarse de la magra recaudacion del turno, cada cliente tiene una reserva de dinero para afrontar el pago de su viaje, que tiene una reserva de aire para mantener un di logo normal, y que tambien tiene lo que suele llamarse 'sus reservas': cosas, datos, sentimientos y opiniones que solo manifestaria en casos muy especiales o en situaciones que pocas veces se produciran en el curso de un viaje por la ciudad.