a toparse estrepitosamente contra el tren de la vida personal, o a pasar por debajo, o a seguir de largo: da lo mismo y todo depende de los carriles del relato y de como haya podido uno trazarlos.

La maquina que cuenta nunca se detiene y aunque este lejos del alcance de la vista y ni se escuchen sus vibraciones, conviene dar por descontado que anda por ahi y esperarla, no en el vacio ni en el aire y ni siquiera en un hipotetico espacio interestelar donde se este parado, sino en su propio lugar: la espera.

Es como una atmosfera, y en ella, hasta en los dias mas calmos tarde o temprano aparecera una zona de presion, una columna de aire ascendente que se desplaza y tiende a mover todo, o un punto frio donde el gas, lentamente, comienza a desplazarse hacia abajo o a un lado.

Es cuestion de tiempo: guardar y aguardar a un mismo tiempo, porque en algun momento algo se manifestara.

Espera nada, o, segun se suele decir, o como diria ella misma, 'no espera nada' y eso porque ya da por descontados la tormenta y el final del calor agobiante y del malestar circulatorio en las piernas.

Recordo los tiempos en que se rezaba el rosario en la novena y la manera en que las cuentas iban pasando una a una entre los dedos, como si pellizcandolas entre el pulgar y el indice se consiguiera hacer que el tiempo salte de una mano a otra y pase de a trancos. El tiempo como si fuera un tren interminable: vagon tras vagon, una llega a la cruz y vuelve a empezar por el final.

Recordo el departamento de la calle Rivadavia, justo en los tiempos en que con la primera patrona rezaban juntas la novena. Mientras se reza se nota todo mucho mas, las cosas cercanas medio desaparecen y los ruidos de lejos se oyen mas cerca. Rezando se oia el trepidar del edificio cada vez que pasaba un subterraneo bajo la avenida.

Rezaban a la hora en que la gente volvia del trabajo. Eran las siete y media, y cada cinco o diez minutos pasaba un tren, vibraba todo.

Planchando, cocinando, durmiendo o mirando la tele nunca oia pasar los subtes que solo se volvian a notar al rezar la novena, y en la madrugada de los lunes, cuando arrancaban despues de mucho tiempo sin andar porque los domingos no habia servicios.

Por el barrio nuevo -pensar que lo llamaba nuevo y estaban alli desde hacia mas de quince anos le causaba gracia- no pasan subterraneos y los domingos, como los sabados y feriados, son dias mudos porque la gente se va a las quintas o a las playas del Uruguay. Las bolitas del tiempo son como vagones de un subterraneo invisible que va volando lejos y se pueden pellizcar en el aire sin sentir nada.

Esa tarde se oia la musica del hotel, y, por momentos, se intercalaba la voz grave de un locutor que presentaba a alguien o despedia a una que se retiraba de la fiesta.

De a ratos se sentia todo mas cerca: era cuando aflojaba el viento. No miro abajo, seguramente estarian refrescandose en el agua, pero miro el cielo a traves del tajito: todo estaba nublado y las nubes bajas, las mas oscuras, se estaban acercando. Solo quedaba un pedazo de azul, arriba, hacia el lado del rio. Pronto las nubes lo irian a tapar.

Antes de eso cayeron las primeras gotas. Hubo un gran ruido, no un trepidar como el del subte. Fue como si un tren enorme corriese por encima del edificio y no terminara nunca de pasar. Las luces del pasillo amarillearon, se apagaron, volvieron a prenderse y a apagarse, despues titilaron y al fin quedo todo el piso a oscuras. Se oia un trueno, pero formado por el ruido de muchos rayos que caian cerca y casi a un mismo tiempo. Despues se repitieron relampagos tan fuertes que transparentaban la misma tela negra de las ventanas que no habia dejado pasar ni el sol de la manana. Ahora el ruido era una cortina de agua que pegaba contra los techos y las paredes. Le parecio que nunca habia oido llover tan fuerte. Era como si en lugar de agua o de granizo estuviesen tirando tablones contra las casas.

Seguramente las calles se estaban inundando. Buscando velas en la cocina, oyo el ruido de los canos de desague que bajaban por la parte de servicio del departamento. Cada tanto rugia un remolino y despues se sentia un golpeteo en la pared porque estarian pasando globos de burbujas y chorros de aire chupados por las cloacas, arrastrados por el agua. ?Como se iba a inundar todo aquella tarde! Habia pasado un rato y con toda la casa cerrada ya se sentia que estaba refrescando.

Prendio una vela y alumbrada por su llama amarilla camino hacia la ventana del tajito para mirar. Pero casi no se podia ver. Caia un verdadera cortina de agua y las gotas, -mejor dicho, los chorros- iban de izquierda a derecha, senal de que habia cambiado el viento. Se adivinaban los bordes y las paredes de los edificios. Abajo en la terraza no habia mas fiesta. Le parecio oir gritos o chillidos que venian desde alli, pero bien podia ser la mezcla de silbidos del viento que cuando arreciaba abria huecos en la cortina de agua. A traves de uno de ellos pudo ver la pileta sin gente, donde flotaban trapos que serian toallas o manteles y una mesa o la tabla de una mesa que daba vueltas por el medio. En un balcon alcanzo a ver bolitas de hielo, mas grandes que huevos de paloma, pero ya debia haber dejado de granizar. En el final de la terraza se movian formas de colores, que serian personas vestidas corriendo de un lado a otro como si no supieran como salir o donde ponerse para escapar del granizo, si es que seguia cayendo, o de la lluvia torrencial con gotas grandes, casi heladas.

La lluvia: el agua. Para ver mejor, puso los indices en los bordes del tajito. En seguida sus yemas se mojaron. No tuvo que hacer mucha fuerza para que el corte se extendiera unos centimetros hacia arriba y separando los dedos abrio un ovalo del tamano de una cuchara de postre. Asi veria mejor, pero la cortina de agua se hizo m s densa, apenas se veian las ventanas del edificio vecino y, a traves del pequeno agujero, salpicaduras de lluvia fuerte le mojaron la cara y un costado del pelo. Retiro los dedos, aliso el tajito de modo que no se notara que lo habia agrandado y alumbrandose con la vela fue a mirarse en el espejo del salon. Al mojarse, un mechon de pelo blanco habia oscurecido y se le habia pegado a la cara. El parpado inferior y la mejilla del lado derecho estaban empapados. A la luz amarillenta de la vela una gota que le bajaba hacia el menton y unos brillitos de agua en el borde de la cara y en el cuello, daban la impresion de que hubiese llorado. Pero en ningun momento de aquel domingo habia sentido ganas de llorar. Al reves: el mechon blanco, que mojado parecia medio castano o rubio, daba casi ganas de reir, igual que darse cuenta que hacia cerca de quince anos vivian en ese mismo departamento y que sin contar los dos veraneos que tuvo que acompanar a los patrones y unas pocas escapadas de vacacion a San Jose, todas las noches habia dormido alli, en la misma cama, en su misma pieza.

9

Hacia casi un ano que no lloraba. Recordaba la fecha: fue un cinco de abril. Hablaban por telefono y algo habia dicho su amiga, -cualquier cosa, algo sin mayor importancia- que le provoco una especie de sacudon que la hizo llorar.

Primero aparecieron las lagrimas y al notar que se le habia nublado la vista y que unas lagrimas empezaban a bajarle por los parpados y le mojaban la cara, sintio ganas de llorar y mas sacudones en el vientre.

Igual que ahora. Si abria la boca para respirar mejor le brotaba una voz de llanto, unas vocales, la 'a', la 'u',

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