que, como katami, conociera bien a la parentela. Habia dioses de todo tipo, me dijo; dioses iracundos y dioses benevolos, agricultores y guerreros, de la fertilidad y de la muerte. Pero todos ellos eran dioses parlantes: por la palabra nos relacionabamos con ellos y con la palabra creaban mundos. Y asi, al principio fue el verbo para la mayoria de las divinidades, y luego ese verbo se hizo escritura porque la escritura es la Ley, y los dioses siempre ambicionaron darle un orden al mundo. Por eso todas las religiones poseen libros sagrados; y por eso se dieron casos como el de Woden u Odin, el dios del Norte y de los hielos, que se colgo de un arbol y ayuno y peno durante mucho tiempo, mientras le llovia y le nevaba encima y el viento le mordia las ateridas carnes; hasta que al cabo su penitencia fue premiada y consiguio la maestria en el arte de las runas, esto es, el poder magico de la palabra escrita.
»Y mientras el Maestro Mayor me explicaba todo esto, yo me iba educando y aprendia a leer y a escribir. Y no solo en mi lengua comun, la lengua de la comida y la bebida y la guerra y el amor, sino tambien en la lengua primordial, la de la sustancia de las cosas, que es la que se usa en los conjuros. E iba creciendo en sabiduria pero no en tamano, porque pasaban los anos y yo seguia siendo tan chiquita corno cuando entre. Y cuando empece a ver la preocupacion reflejada en los ojos de los sacerdotes y las sacerdotisas, me levantaba por las noches y cortaba, sigilosamente, una pizca del ruedo de mis tunicas, para que asi creyeran los demas que me quedaban cortas porque yo habia crecido. Y esa estratagema les tranquilizo durante algunos meses, pero luego debieron de sospechar algo porque comenzaron a llevarse mis ropas por las noches y a esconderlas en un arcon con doble llave.
»Al cabo la situacion se hizo verdaderamente insostenible, porque yo habia cumplido los doce anos y no solo no habia sangrado todavia, como todas las demas katamis habian hecho ya para esa edad (en mi tierra las mujeres maduramos temprano), sino que ademas mi aspecto seguia siendo exactamente igual al del dia en que entre en el templo. Los sacerdotes estaban horrorizados: habian escogido una katami defectuosa, un sacrilegio del que no se tenia noticia en los milenios que duraba la historia de la diosa. No sabian que hacer conmigo; temian que yo nunca llegara a menstruar y tenian razon, porque en mi vientre chiquito no caben las flores de sangre de la fertilidad.
»Sospechandose esto, los sacerdotes imaginaban con espanto que tendrian que cargar para siempre jamas con una katami enana que les recordaria en todo momento el error cometido al escogerme. De modo que, despues de mucho discutir, decidieron actuar de una manera drastica. Una noche entro la sacerdotisa que se ocupaba de guardar mis ropas en el arcon y degollo una paloma sobre mi, manchandome la entrepierna y las sabanas con la sangre. Y luego me dejo alli, sobre la cama, sin atreverme a moverme, insomne y asustada, con la sangre secandose sobre mis muslos y atirantando mi piel.
»Al amanecer entraron a levantarme como cada dia y al descubrir las manchas comenzo el rito habitual de la impureza, la liturgia final de la katami. Me despojaron con suavidad de mis ropas finas; y del oro luminoso con el que me habian adornado durante tantos anos. Me dieron una tunica de buen algodon y una bolsa de monedas de cobre: poca cosa. Y me dejaron en la puerta del templo, en mitad del polvo de la calle. Todos actuaron como si de verdad creyeran que la sangre era mia y no de la paloma. Quiza hubo sacerdotisas y sacerdotes que ignoraban el truco; o quiza prefirieron creer la narracion mentirosa del hecho antes que el hecho en si. Porque a menudo el relato de un suceso es mas real que la realidad.
»Volvi a mi casa y mi familia me acogio afectuosamente. Pero las antiguas katamis provocan la inquietud entre los vecinos y ningun hombre osara jamas casarse con ellas, porque temen morir fulminados si hacen el amor con una ex diosa. De modo que nadie me hablaba, nadie me sonreia, nadie se acercaba a mi. Hasta que me canse de soportar silencios temerosos y miradas huidizas, y me marche con unos titiriteros que actuaban por los reinos de las montanas y que me anunciaban como la mujer mas pequena del mundo. De los titiriteros pase a unos feriantes, y de los feriantes a un circo, ya en el Oeste. Y en el circo aprendi la magia de escena, que no es magia real, sino ilusionismo: las rutinas de las cuerdas que se cortan y no se cortan, de punales que se clavan y no se clavan, de naipes que aparecen y desaparecen. Los trucos que hice con vuestro abuelo y que me habeis visto repetir con Segundo.
»Cuando era katami tenia que estar siempre a la disposicion de los fieles. Venian los creyentes al templo a cualquier hora y hacian una ofrenda de petalos de flores, de trigo, de incienso. Los peregrinos, y aquellos que habian hecho una promesa, pagaban unas monedas, la voluntad, solo lo que tuvieran y pudieran, y pedian verme. Entonces se les pasaba al patio interior, estrecho y oscuro, con grandes losetas de piedra humeda y mordida por el moho. Y esperaban alli pacientemente a que yo me asomara por una ventanita del primer piso, entre las celosias de madera labrada del corredor. Y yo me asomaba: chorreando se- das rojas, centelleando de oro. Me aferraba al alfeizar y les contemplaba, impavida, sabedora de mi divinidad, concediendoles la gracia de mi mirada. Y ellos, mis fieles, me adoraban: en el pozo oscuro de aquel patio de piedra me invocaban con el intenso amor de la necesidad. Elevaban hacia mi sus ojos, y sus manos, y sus corazones, siempre pidiendo algo; bisbiseaban una y otra vez mi nombre y al nombrarme, lo se, me hacian diosa. Todos los humanos llevamos dentro de nosotros la posibilidad de ser divinos y tambien la de ser diabolicos. En aquel patio sombrio y lugubre yo consegui ser una diosa; en otras ocasiones, no se si algun dia os las contare, me converti en diablo.» Desde aquel encuentro con el Portugues deje de salir a la calle. Deje de salir, de comer, de dormir y casi de respirar. Estaba aterrada. Cuando la abuela o Amanda me mandaban a algun recado, primero se lo intentaba pasar a Chico, y si fracasaba y no tenia mas remedio que cumplir la comanda, hacia todo el trayecto a la carrera y mirando hacia atras por encima del hombro para ver si me seguia alguien. La escena en la casa del Portugues me habia sumido en una especie de paralisis: ni se la habia contado a nadie ni me habia puesto a buscar el dinero, como ordenaba el hombre. Permanecia quieta esperando a que se derrumbara el cielo sobre mi cabeza y lo unico que permanecia vivo en mi era mi propio miedo. Y asi pasaban los dias y cada vez estabamos mas proximos al fin del mundo.
Hasta que llego, en efecto, el dia fatal; porque si hay algo seguro en este inseguro mundo es que el tiempo siempre se cumple y que el final siempre nos atrapa. Y asi, una manana llamaron a la puerta. Era una hora inocente, las once, quiza las doce, la hora a la que vienen los cobradores del gas y los carteros, y Amanda abrio sin pararse a pensar. Yo la vi desde el otro extremo del pasillo, vi como Amanda daba un paso atras y endurecia, cuerpo, y supe desde ese mismo instante que la cosa iba mal. Un segundo despues los visitantes atravesaron el umbral y pude reconocerlos: eran el Portugues y el Hombre Tiburon. Se quedaron plantados en mitad del recibidor, las piernas entreabiertas y unas pequenas sonrisas frias en sus bocas terribles. Amanda se llevo las manos hacia la cara y las dejo colgando blandamente a medio camino, como siempre hacia.
– Buenos dias -dijo el Portugues suave y melifluo-: ?Esta Segundo?
Amanda nego con la cabeza. -Bueno -dijo el Hombre Tiburon, ensenando los dientes amarillos-. Pues nos quedaremos a esperarle.
Y estiro el brazo y, con toda naturalidad, cerro la puerta de la entrada tras de si. El gesto parecio devolverle el habla a Amanda:
– No… no va a venir -musito. -?Has oido, Portugues? -ironizo el Hombre Tiburon-. Dice que Segundo no va a venir.
– Que pena -siguio la broma el otro-. Con las ganas que teniamos de verle.
En ese momento se volvio y me descubrio: -Vaya, pero si esta mi amiga aqui… Vino hacia mi. Cerre los ojos: Baba, que no llegue; Baba, que se volatilice en mitad del pasillo. Que se abra un agujero en el suelo. Que desaparezca la casa. Que nos muramos todos. Senti una mano de hierro en mi antebrazo. Abri los ojos y a dos centimetros de mi cara estaba el Portugues lamiendose el labio roto.
– Te he estado esperando. Me has fallado. Eso no esta bien -dijo con suavidad.
Por encima de su hombro revoloteaba inutilmente Amanda, como una angustiada gorriona que intenta impedir que le roben los huevos de su nido:
– Vayanse de aqui… Que vienen a buscar… Dejenos en paz… Suelte a la nina… Voy a llamar a la policia… - gimoteaba con un hilo de voz.
No le hacian ni caso. Vi como el Hombre Tiburon arrancaba el telefono de la pared y como despues comenzaba a registrarlo todo sistematicamente: el mostrador de recepcion de la antigua pension, el cajetin empotrado de la luz. No pude ver mas porque el Portugues me levanto en vilo colgando de un solo brazo. Chille.
– ?Donde esta? -gruno-. Acabemos de una vez, me estoy cansando.
– ?No se nada, yo no se nada! -llore. Todo era muy confuso. Creo que Amanda intento rescatarme y creo que el Portugues la tumbo de un solo bofeton con su mano libre, porque vi a Amanda sentada en el suelo entre un monton de gatos: el Hombre Tiburon debia de haber abierto la puerta del cuarto de los felinos. Y tambien estaba