una nevera rota: un buen lugar, teniendo en cuenta que eramos pequenas. Desde alli dominabamos la entrada de la chabola y pudimos ver el goteo de visitantes que el Portugues tenia. Casi todos eran hombres y en general parecian jovenes, aunque un par de ellos tuvieran un aspecto consumido y enfermo. Estuvimos contemplando el trasiego durante un largo rato y los visitantes nunca permanecian mas alla de cuatro o cinco minutos dentro de la chabola.
– Ya esta todo visto -dijo la enana-. Podemos marcharnos.
Me extrano que Airelai no hiciera ningun pase de magia, que no sacara el talisman del bolsillo ni conjurara rayos y tormentas sobre la cabeza del Portugues, pero supuse que el hechizo ya estaba terminado y que la enana habria formulado la maldicion para su coleto. Asi que nos levantamos y desanduvimos el camino por las callejas miserables y repletas de ojos, subimos por el terraplen y nos detuvimos sin aliento en la cima del repecho.
– No nos ha pasado nada -me maraville. Y la enana contesto: -Claro que no. Pero me parecio advertir en su tono exultante una nota de alivio. Antes de regresar a casa, recorrimos el borde del repecho contemplando la perspectiva de las Casas Chicas desde lo alto, como generales que se deleitan observando el campamento del enemigo vencido. ibamos sin luz: la luna llena empezaba a filtrar su resplandor entre las nubes y ponia reflejos liquidos en los techos de lata. Iba mirando esos techos cuando tropece con algo y cai de bruces sobre el suelo. 0 mas bien sobre un bulto oscuro y blando. En la primera ojeada alcance a discernir una palida oreja entre las sombras: un ser humano. Chille mientras io8 aun estaba a cuatro patas y Airelai corrio a taparme la boca.
– ?Callate! ?Que sucede?
No tuve que contestar porque el bulto impuso su presencia. Airelai lo empujo con la punta del pie: estaba rigido. En ese momento asomo por completo la luna llena: las colinas de basuras relucieron, como si alguien hubiera incrustado joyas entre la mugre. Bajo esa luz livida y metalica el cadaver parecia mas desvalido; era un cuerpo pequeno y encogido sobre si mismo. Airelai se inclino y le dio la vuelta. Giro con las rodillas dobladas, como si todo el fuera de madera. Reconoci enseguida sus ojos chinos y carnosos, carentes de pestanas y ahora tambien de expresion. Muerto parecia mas nino; viendole asi, tan desamparado y tan chico, me admire de haberle tenido miedo. Llevaba todavia una jeringuilla prendida a su brazo y su camiseta estaba tiesa de sangre reseca. La enana se arrodillo junto a el y le cerro los ojos, pero uno de sus espesos y obstinados parpados volvio a abrirse. Extendio A?relai la mano para bajarlo de nuevo pero a medio camino parecio cambiar de idea y se levanto.
– Vamonos -dijo con un estremecimiento. Resono en ese momento un rugido colosal y sobre la verja del aeropuerto, justo encima de las Casas Chicas, aparecio el morro de un avion recien despegado, una nave resplandeciente y enorme que crecia y crecia sobre nosotros y avanzaba milimetro a milimetro por el aire con milagrosa lentitud. Bramaba ese pajaro de hierro sobre nuestras cabezas ocupando todo el cielo, como un dragon de la noche, como una ballena de plata bajo la luna llena, dejando resbalar sobre nosotros su panza poderosa y metalica, y tan cercana que parecia que hubieramos podido rozarla con solo estirar el brazo. Pero nunca nos hubieramos atrevido a tocar a ese dios del aire y de la oscuridad, a ese monstruo bello y jadeante que se elevo chisporroteando en el mar de los cielos, por encima de la enana y de mi y del unico ojo abierto del muchacho.
Quiza dona Barbara intuyera que aquella noche iba a ser crucial; o quiza supiese ya lo de Segundo. Fue- ra como fuese, antes de que salieramos de casa me llamo a su cuarto y me pidio que le abrochara el cuello de su traje de seda gris. Un servicio que no necesitaba, porque yo le habia visto ponerse este traje en otras ocasiones sin ayuda de nadie. Me subi en una silla, cerre los corchetes y alise un poco los encajes.
– Ya esta. La abuela se volvio y me agarro la barbilla con su mano fria y dura.
– Has crecido -dictamino-. Y te ha cambiado la cara.
Me miraba tan fijamente como si luego tuviera que copiar mis rasgos de memoria en un papel; pero al mismo tiempo parecia no verme. Me solto y se puso a rebuscar algo en un cajon de la comoda.
– ?Eres feliz con nosotros? -dijo.
Era una pregunta muy dificil y me puse a reflexionar sobre ella esforzadamente; pero cuando al fin llegue a una conclusion me di cuenta de que mi abuela no esperaba respuesta. Seguia sacando panuelos y moviendo cajitas en la comoda. Al fin su mano se cerro sobre algo.
– Quiero hacerte un regalo. Un regalo muy bueno. Un regalo de verdad. De los que se recuerdan.
Abrio el puno y en su palma refulgio una gota de agua. Era una pequena esfera de cristal, clara y transparente como el aire; pero en su corazon habia una mota tornasolada y turbia, un minusculo torbellino lechoso. Colgaba la bola de una larga cadena de plata ennegrecida por el desuso.
– Es preciosa -me admire.
– Pontela. Y llevala siempre. Y acuerdate de mi cuando la mires.
La cadena resultaba tan larga que tuve que darle una vuelta en torno al cuello. La esfera era pesada, aun siendo tan pequena, y se mantenia fria aunque la temperatura era sofocante. Me parecio muy elegante, el perfecto complemento para una noche de fiesta. Porque aquella noche eran las fiestas del Barrio y se celebraba una verbena en la Plaza Alta, frente a la tienda de Rita. Inmersa aun en la estrategia belica de dejarnos ver, la abuela habia decidido que acudiriamos a la verbena. Para ella esta salida no era sino una escaramuza mas, pero para mi era mi primera fiesta publica y nocturna. Estaba emocionada.
Salimos despues de cenar Amanda, Chico, dona Barbara y yo, todos vestidos de punta en blanco. La calle principal del Barrio estaba adornada con cadenetas de papel y banderolas y no parecia tan fea como durante el dia. En cuanto a la explanada de la plaza, tambien estaba toda engalanada y habian puesto unos focos para iluminarla. En una esquina habia un pequeno tiovivo, al que Chico arrastro a Amanda inmediatamente; tambien, habian montado un par de casetas de tiro al blanco, una tombola y un puesto de churros. De unos altavoces colgados en lo alto de un palo salia una musica aturdidora.
– Yo me voy a sentar alli. Vosotros haced lo que querais -dijo dona Barbara.
Junto a la pared habia dos o tres bancos y unas cuantas sillas de tijera, y todavia quedaba alguna libre. Yo me fui hacia el tiovivo, en busca de Chico y de Amanda, y en el camino me encontre con Airelai. Aparecio entre las piernas de la gente como un espectro, se agarro nerviosamente a mi brazo y arrimo sus labios a mi oreja:
– Ya no tienes que tener miedo del Portugues -susurro-. Y mucho menos del Hombre Tiburon.
Dicho lo cual desaparecio de nuevo entre la muchedumbre, dejandome intrigada y confusa. Habia mucha gente, personas a las que conocia de vista y otras que me eran completamente nuevas. Los pequenos chillaban y se perseguian, los adultos hablaban o bailaban. Yo tambien chille y me persegui con Chico y otros ninos; y cantamos y gritamos hasta quedarnos roncos. Funcionaba una especie de tregua general y las pandillas de las diversas zonas se soportaban mutuamente sin atacarse, aunque permanecian reunidos en esquinas distintas de la plaza y se cuidaban mucho de sacar a bailar a las chicas pertenecientes a un clan enemigo. Aun en la noche de fiesta seguian funcionando los viejos codigos y para disfrutar de la verbena sin contratiempos habia que saberse las reglas no dichas. Pero nosotros, Chico y YO, las conociamos bien, de manera que jugamos y reimos y fuimos felices.
De madrugada ya, muy fatigada, me sente en el bordillo de la acera a descansar. La noche se pegaba a mi piel sudada como un velo caliente y suave; una ligera brisa traia de cuando en cuando el aliento a aceite achicharrado de la cercana churreria. Me dolian los pies y tenia la cabeza llena de burbujas: de la fiesta, del cansancio, de la excitacion. Una nube de polvo flotaba entre las piernas de los danzantes, pero en el aire tibio pugnaba por asomar ese punto de frescor que traen las madrugadas y que anuncia la llegada de un dia nuevo. Era una de esas noches de verano redondas y carnales en las que se detienen todos los relojes.
– ?Quieres un refresco? Te lo regalo.
Mire sobre mi hombro y vi a Rita, la de la tienda. Rita habia sacado a la puerta de su comercio un par de mesas plegables, unos cuantos cubos con hielo picado y un monton de cervezas y refrescos, y se habia pasado toda la noche trabajando. Ahora que ya empezaba a escasear la clientela se podia permitir un rato de chachara. Debia de haber hecho un buen negocio, porque se la veia de buen humor.
– Gracias -dije, poniendome en pie y aceptandole la bebida.
Unos metros mas alla, en los bancos, Amanda, Chico y la abuela tomaban chocolate con churros. Dona Barbara me hizo una sena con el brazo indicandome que nos ibamos a ir pronto. Cabecee, asintiendo.
– No me gusta -me decia mientras tanto Rita-. Se que ha entrado mucho tiempo en tu casa, pero no es trigo