– Ya has sido procesado por incendiario -volvio a decir el tipo.
– Y me absolvieron -contesto Segundo con tranquilidad y sin volver la cabeza.
Callaron los dos un rato, y entonces crei ver que el hombre del pelo cano cruzaba una mirada con la enana.
– En realidad a mi esto no me importa, ?sabes? -dijo al fin con la misma desgana-. Estoy liado con otros asuntos. Con un tal Portugues y con sus negocios. Unos negocios muy sucios, desde luego. Ahora que caigo, alguien me dijo que tu le conoces. Al Portugues. Que hubo un tiempo en el que erais amigos.
Saco un cigarrillo arrugado del bolsillo de la camisa, lo encendio y dio unas cuantas chupadas lentas y tranquilas. Durante unos instantes solo se escucho el rugir del incendio.
– ?Sabes? Te voy a contar una historia curiosa que a mi me han contado -prosiguio el hombre en tono casual-. Hace unas semanas llego un tipo de fuera a meter las narices en el Barrio. Un hombre grandon --. mala dentadura. Bueno, pues ha desaparecido, se ha esfumado. He oido que hubo una pelea, que se movieron las navajas, que alguien lo ha matado. No es que me importe mucho, no llorare por el, te lo aseguro. Pero, ya ves, tengo la mania de querer enterarme de las cosas. Claro que tu no debes de saber nada de el, ?verdad?
Segundo no contesto.
– No, claro que no -se respondio a si mismo el hombre. Y luego, tras una breve pausa-: ?Y como te has roto la cara de ese modo? Es un tajo muy feo… Ya ves, a mi me gusta mas la cicatriz de tu hermano. Es mas elegante. Como de mas hombria.
Dicho lo cual tiro el cigarrillo al suelo y se marcho. Segundo apreto las mandibulas: vi los musculos brincar junto a sus orejas. Estaba junto a mi, alto y fornido, con su cabeza a varios palmos por encima de la mia. La lumbre encendia sus ojos y se reflejaba en su cara, reverdeciendo la herida de la mejilla, que parecia sangrar bajo el resplandor. Era un rostro intenso y tenebroso rematado por un penacho de chispas. Un rostro sombrio que me recordo algo, quiza un tiempo pasado, quiza una pesadilla, un mal sueno de humo y alaridos, un dragon llameante lamiendo mis mejillas. Me estremeci. A mi lado, Segundo dio un paso hacia delante y escupio sobre la hoguera. Luego se giro, coronado por el incendio como un demonio. Entonces pude verle bien toda la cara. Se reia.
La enana, que sabia mucho de tamanos y de la relatividad de los volumenes, estaba fascinada por el ser vivo mas grande de la Tierra: la ballena. Decia Airelai que siempre le habian cautivado esas criaturas colosales y dulces, ligerisimas en el mar y tristes cautivas de la gravedad en las orillas, en donde a veces embarrancan por alguna enigmatica razon para terminar muriendo de su propia grandeza. Y una tarde de aquel verano la enana nos conto la siguiente historia:
«Habreis de saber que las ballenas poseen un cerebro enorme; proporcionalmente, es diez veces mas grande que el del ser humano. De modo que son animales muy inteligentes, ademas de poderosos; pero pese a ello no son agresivos. Eso es lo que mas me admira de las ballenas: que, aun sabiendo y pudiendo, sean pacificas. Estas tremendas criaturas cantan y se comunican, y al parecer tienen un lenguaje muy complejo. Yo se que chillan y que lloran. Y lo se porque las he oido y las he visto, o, mejor dicho, he visto y oido a una ballena. Fue hace ya mucho tiempo, pero no la puedo olvidar; y de cuando en cuando tengo que volver a hablar de ella para que su recuerdo no me abrase.
»Ocurrio en el Oeste, en un periodo de mi vida violento y oscuro, lo cual, visto desde ahora, me parece mas bien, salvo excepciones, el tono habitual de la existencia. Pero por entonces yo era aun tan joven que creia todavia en los periodos de buena y mala suerte. Fui a caer, por razones que no vienen al caso, en una pequena ciudad costera que no tenia nada que recordar, ni siquiera su nombre. Era verano, pero el tiempo estaba extraordinariamente fresco, con las temperaturas mas bajas durante decadas. Eso debio de influir en la trayectoria del cetaceo; o quiza no, y simplemente se tratara de un individuo aventurero. El caso es que un dia la pequena flota pesquera regreso a puerto arrastrando tras de si un animal enorme; era, cosa extraordinaria, una ballena, aunque jamas se habian visto ballenas en esas costas. Los pescadores se emocionaron con el inesperado encuentro y acordaron unir la fuerza de sus barquitos para cobrar la pieza. Con ayuda de los bicheros, de los arpones de pescar pulpos y de la pacifica inocencia del cetaceo, consiguieron alancear a la criatura y enredarla de cables y de redes hasta dejarla inerme. Y asi herida y cautiva la arrastraron al puerto.
»La llegada de la ballena supuso una conmocion en la ciudad, porque los lugarenos nunca habian tenido la oportunidad de ver una de cerca. De modo que llevaron al animal hasta el muelle viejo de madera, lo ataron a los pilotes con los cables de los arpones y lo dejaron de exposicion, para que todo el mundo pudiera verlo. Y vinieron de la ciudad, y vinieron de los pueblos vecinos, y de las granjas: familias enteras, pandillas de jovenes, autobuses de a ue os, chicas casaderas y padres con sus hijos pequenos, unos ninos que chillaban de deleite y aplaudian con sus manos chiquitas al contemplar a ese ser formidable. Y mientras tanto la ballena forcejeaba intentando liberarse y se clavaba mas profundamente los hierros en su cuerpo. 0 bien se mecia fatigada en el agua limosa, sangrando mansamente de sus muchas heridas. Tenia la sangre roja, como nosotros.
»Yo he sido testigo de espantos que no tienen palabras. He visto cojos apedreados por ser cojos, negros quemados vivos por ser negros, ancianos matados de hambre por sus hijos, ninas violadas por sus propios padres. He visto degollar por un paquete de cigarrillos y destripar en el nombre de Dios. Hay gentes que disfrutan de este infierno y yo los conozco bien, porque a menudo me he visto obligada a convivir con ellos. Con los sadicos. Sospecho que las enanas atraemos a los tipos crueles, como las luces brillantes a las polillas. Quiza porque les recordamos a los ninos, que son sus victimas predilectas; o porque nos creen fragiles. Pero yo poseo la gracia y soy poderosa. Por eso siempre les he sobrevivido.
»De entre todos los tipos de crueldad que he conocido, el mas extendido es el de aquel que ignora que es cruel. Asi son los humanos: destrozan y atormentan, pero se las arreglan para creerse inocentes. Y eso fue lo que sucedio con el cetaceo. Yo estaba casualmente en el puerto cuando volvio la flota, de modo que fui una de las primeras personas en ver a la ballena. Me sobrecogio su magnitud: ocupaba todo el muelle, de punta a punta. Tenia la piel parda y rugosa, con moluscos y anemonas pegados a sus flancos, y, si se quedaba quieta, mas que un animal parecia una roca. Pero en algun lugar de esa masa de carne habia un pequeno ojo que miraba al mundo enemigo con angustia. Con el tiempo aprendi a reconocer en la criatura distintas expresiones y distintos tonos de voz. Porque chillaba. Desde aquella primera manana chillaba audiblemente la ballena amarrada a sus lanzas.
»Pasaban los dias y el cetaceo se hizo tan popular que el numero de visitantes aumentaba y se fue organizando una pequena industria. La Hermandad de Pescadores comenzo a cobrar entrada al muelle a la segunda semana y algunos comerciantes avispados montaron unos cuantos tenderetes de postales y re- cuerdos, de bebidas y bocadillos. Incluso habia un fotografo que te retrataba, por un modico precio, contra la masa enorme y erizada de hierros de la cautiva.
»Al principio iba todas las tardes a verla y los empleados de la Hermandad no me cobraban la entrada: les debia de extranar mi comportamiento y posiblemente creyeran que, ademas de ser enana, padecia tambien cierto grado de idiocia, que es lo que muchas almas rudas suelen pensar de los que son distintos. Me quedaba un buen rato con la ballena, pero las aglomeraciones, las risas y las fiestas de los visitantes terminaron rompiendome los nervios. Entonces empece a ir por las noches, cuando no habia nadie; me sentaba en el borde del muelle, con las piernas colgando, y acompanaba al animal hasta que amanecia.
»De cuando en cuando, cada vez mas espaciadamente, la ballena forcejeaba con furia contra sus ligaduras; los arpones se enterraban un poco mas en la carne, se abrian las heridas, el agua enrojecia en torno a ella. Yo entonces le hablaba suavemente y le aconsejaba que no hiciera eso, que solo podria traerle mas dolor. Pero ella continuaba con sus inutiles esfuerzos; creo que no entendia mi idioma, o quiza fuera mas importante para ella la esperanza de libertad que el sufrimiento. Aunque no comprendiera mis palabras, aunque no siguiera mis consejos, yo confiaba que mi presencia le fuera de alguna ayuda. Eran unas noches muy solitarias y nos las pasabamos mirandonos. Ella chillaba desgarradoramente en ocasiones y en otras gorjeaba con dulzura, como un pajaro; quiza me estuviera hablando entonces de las otras ballenas de la manada, del placer de zambullirse en las aguas profundas, de los ricos pastos de plancton en el hermoso mar del Norte.
»Transcurrio asi un mes de tortura y luego otro. Y mi ballena no se moria. La hubiera soltado, pero me fue imposible desatar o romper los cables de acero. La hubiera matado, pero como conseguir matar a una criatura tan grande siendo yo tan chiquita. Su petrea y hermosa piel se fue agrietando; ya no era parda, sino de un color gris ceniciento. Al final apenas si se movia; llevaba ochenta y siete dias atada al muelle y ?os visitantes empezaban a escasear. Entonces llegaron los pescadores en unas lanchas y arrastraron a la criatura hacia la playa, hasta