Lois McMaster Bujold

Hermanos de armas

A Martha y Andy

1

La lanzadera de combate permanecia inmovil y silenciosa en la bodega de reparaciones; para los experimentados ojos de Miles, su aspecto resultaba malevolo. La superficie de metal y plastifibra estaba aranada, abollada y quemada. Una nave tan orgullosa, resplandeciente y eficaz cuando era nueva… Tal vez hubiese sufrido algun cambio psicotico de personalidad a causa de sus traumas. ?Era tan nueva hacia solo unos meses!

Cansado, Miles se froto el rostro y resoplo. Si habia algun caso de psicosis incipiente rondando por alli no estaba en la maquinaria, sino en los ojos del observador. Retiro el pie del banco donde lo tenia apoyado y se enderezo cuanto le permitia su espalda torcida. La comandante Quinn, atenta a cada movimiento suyo, se situo tras el.

—Ese —Miles recorrio cojeando el fuselaje y senalo la compuerta de babor de la lanzadera— es el defecto de diseno que mas me preocupa.

Indico al ingeniero de ventas de Astilleros Orbitales Kaymer que se acercara.

—La rampa de esta compuerta se extiende y se retrae automaticamente, con un sistema de anulacion manual… hasta ahi bien. Pero el hueco que la alberga esta dentro de la escotilla, lo que significa que, si por algun motivo la rampa se queda colgada, la puerta no puede sellarse. Supongo que imagina las consecuencias.

El propio Miles no tenia que esforzarse: habian atormentado su memoria durante los ultimos tres meses. Repeticion continua sin boton de interrupcion.

—?Lo descubrio a las bravas en Dagoola IV, almirante Naismith? —pregunto el ingeniero con verdadero interes.

—Si. Perdimos… personal. Yo estuve a punto de ser una de las bajas.

—Ya veo —dijo respetuosamente el ingeniero. Pero sus cejas se alzaron.

«Como te atreves a burlarte…» Afortunadamente para su salud, el ingeniero no sonrio. Era un hombre delgado de altura ligeramente superior a la media. Extendio la mano para palpar el costado de la lanzadera a lo largo de la hendidura en cuestion; se detuvo, alzo la barbilla, miro en derredor y murmuro unas cuantas notas a su grabadora. Miles reprimio las ganas de dar saltos arriba y abajo como una rana y trato de ver que estaba mirando. Sin resultado. Como solo le llegaba al ingeniero a la altura del pecho, Miles habria necesitado una escalerilla de un metro para alcanzar de puntillas la rampa. Estaba demasiado cansado para hacer gimnasia y tampoco estaba dispuesto a pedirle a Elli Quinn que lo aupara. Alzo la barbilla en el antiguo e involuntario tic nervioso y espero en la posicion de descanso militar apropiada a su uniforme, las manos unidas a la espalda.

El ingeniero salto al suelo con un sonoro golpe.

—Si, almirante, creo que Kaymer puede encargarse bastante bien del asunto. ?Cuantas de estas lanzaderas ha dicho que tienen?

—Doce.

Catorce menos dos eran igual a doce. Excepto segun los calculos de la Flota de Mercenarios Libres Dendarii; catorce menos dos lanzaderas eran igual a doscientos siete muertos. «Basta ya —Miles detuvo su calculadora mental—. Ya no sirve de nada.»

—Doce —el ingeniero tomo nota—. ?Que mas? —contemplo la ajada lanzadera.

—Mi propio departamento de ingenieria se encargara de las reparaciones menores, ahora que parece que tendremos que quedarnos varados en un sitio durante algun tiempo. Queria encargarme personalmente del problema de esta rampa, pero mi segundo al mando, el comodoro Jesek, es jefe ingeniero de mi flota y quiere hablar con sus tecnicos de salto para recalibrar algunas de nuestras varillas Necklin. Traemos un piloto de salto con la cabeza herida, pero tengo entendido que la microcirugia de implantes no es una de las especialidades de Kaymer. ?Tampoco los sistemas de armamento?

—No, en efecto —respondio apresuradamente el ingeniero. Acaricio una quemadura de la superficie de la lanzadera, quiza fascinado por la violencia que anunciaba en silencio, porque anadio—: Kaymer Orbital se ocupa principalmente de naves mercantes. Una flota mercenaria es algo poco comun en esta parte del nexo de agujero de gusano. ?Por que han venido hasta aqui?

—Fueron el postor mas bajo.

—Oh… no me referia a la Corporacion Kaymer, sino a la Tierra. Me preguntaba por que han venido a la Tierra. Estamos bastante lejos de las principales rutas comerciales, excepto para los historiadores y los turistas. Er… pacificos.

«Se pregunta si tenemos un contrato aqui —advirtio Miles—. Aqui, en un planeta de nueve mil millones de almas cuyas fuerzas militares combinadas convertian en calderilla a los cinco mil dendarii… bueno. ?Supone que vengo a crear problemas en la vieja madre Tierra? O que quebrantaria la seguridad y se lo diria aunque asi fuera…»

—Pacificos, precisamente —dijo Miles con suavidad—. Los dendarii necesitan descanso y aclimatacion. Un planeta pacifico fuera de los principales canales del nexo es justo lo que ordeno el doctor —se estremecio, pensando en la factura medica pendiente.

No habia sido Dagoola. La operacion de rescate habia resultado un triunfo tactico, casi un milagro militar. Su propio Estado Mayor se lo habia asegurado una y otra vez, asi que tal vez debiera empezar a creer que era cierto.

La aventura de Dagoola IV habia constituido la tercera mayor fuga de prisioneros de guerra de la historia, segun el comodoro Tung. Y puesto que la historia militar era la aficion obsesiva de Tung, tenia que saberlo. Los dendarii habian liberado a diez mil soldados capturados, todo un campamento de prisioneros, justo ante las narices del Imperio cetagandano, y los habian convertido en el grueso de un nuevo ejercito guerrillero en un planeta que los cetagandanos consideraban una conquista facil. Los costes habian sido pequenos, comparados con los espectaculares resultados… excepto para los individuos que habian pagado el triunfo con sus vidas, para quienes el precio era algo infinito dividido por cero.

Fue la consecuencia de Dagoola, la furiosa persecucion punitiva de los cetagandanos, lo que habia costado tanto a los dendarii. Los habian seguido hasta que lograron llegar a jurisdicciones politicas que las naves militares cetagandanas no pudieron atravesar; luego continuaron el acoso con equipos secretos de asesinos y saboteadores. Miles confiaba en que hubieran despistado por fin a los equipos de asesinos.

—?Recibieron todo este fuego en Dagoola IV? —continuo el ingeniero, aun intrigado por la lanzadera.

—Dagoola fue una operacion encubierta —dijo Miles, envarado—. No discutimos ese tema.

—Las noticias lo cubrieron ampliamente hace unos meses —le aseguro el terrestre.

«Me duele la cabeza…» Miles se apreto la frente con la palma, se cruzo de brazos y apoyo la barbilla en la mano, dirigiendo una sonrisa al ingeniero.

—Maravilloso —murmuro.

La comandante Quinn dio un respingo.

—?Es verdad que los cetagandanos han puesto precio a su cabeza? —pregunto el ingeniero alegremente.

Miles suspiro.

—Si.

—Oh. Ah. Pensaba que era solo una patrana.

Se aparto un poco, como cohibido, o como si la morbida violencia que exudaba el mercenario fuera algo contagioso que de algun modo pudiera pegarsele. Tal vez tuviera razon. Se aclaro la garganta.

—Bien, en lo referente al pago por las modificaciones de diseno… ?que tenia pensado usted?

—Dinero en efectivo a la entrega —respondio Miles—, despues de que la inspeccion de mi jefe de ingenieros haya aprobado el trabajo completo. Esos fueron los terminos de su oferta, creo.

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