por error a un estratosferico que transportaba un contingente de lunaticos destinados al manicomio…, o a la eutanasia. ?Seria posible que aquellos hombres y mujeres capaces de decir cosas semejantes fuesen terrestres normales y corrientes?
Su vecino estaba volviendo a mirarle, y de repente su voz interrumpio el curso de los pensamientos de Arvardan.
—Eh, amigo, ?donde queda «alla»?
—Perdone, ?que ha dicho?
—Hace un rato le pregunte de donde venia, y usted me respondio que «de alla». ?Donde esta «alla»? ?Eh?
Arvardan fue repentinamente consciente de que todos los ojos estaban clavados en el, y de que en cada par de pupilas ardia el brillo de la desconfianza. ?Pensarian que era miembro de la Sociedad de Ancianos? ?Y si sus preguntas les habian parecido los senuelos de un provocador?
Decidio enfrentarse a la situacion siendo lo mas sincero posible.
—No vengo de ningun lugar de la Tierra —dijo—. Me llamo Bel Arvardan, y procedo de Baronn, Sector de Sirio. ?Como se llama usted? —anadio extendiendo al mismo tiempo la mano hacia su companero de asiento.
Fue como si hubiera dejado caer una capsula explosiva atomica en el suelo del estratosferico.
La expresion de horror silencioso que se extendio por todos los rostros en cuanto hubo acabado de hablar no tardo en ser sustituida por una hostilidad colerica y amargada que parecio fulminar a Arvardan. El hombre que habia estado sentado a su lado se apresuro a levantarse y se cambio a otro asiento, cuyos ocupantes se apretujaron para hacerle sitio.
Las cabezas giraron en otra direccion. Arvardan se vio rodeado de hombros que le aislaban, y sintio una fugaz indignacion. Que unos terrestres fueran capaces de tratarle asi…, ?unos terrestres! Les habia ofrecido cordialmente su mano…, el, un nativo de Sirio, habia condescendido a tratar con ellos, ?y habia sido rechazado!
Hizo un gran esfuerzo para serenarse. Resultaba evidente que el fanatismo nunca obraba en un solo sentido. ?El odio engendraba mas odio!
De repente noto que habia alguien a su lado y volvio la cabeza en esa direccion.
—?Si? —pregunto con voz ofendida.
Era el joven del cigarrillo.
—Hola. Me llamo Creen —dijo encendiendo otro cigarrillo mientras hablaba—. Vamos, no se deje afectar por lo que hagan esos imbeciles…
—No me ha afectado —respondio secamente Arvardan.
Su nueva compania no le gustaba demasiado, y no estaba de humor para recibir los consejos condescendientes de un terrestre.
Pero Creen parecia incapaz de captar los matices mas delicados de una reaccion. Dio una vigorosa calada a su cigarrillo y golpeo delicadamente el brazo del asiento con el, dejando caer la ceniza en el pasillo central.
—?Patanes! —murmuro despectivamente—. Son una pandilla de granjeros… Les falta vision galactica, ?entiende? No les haga caso… En cambio yo… Bueno, yo tengo una filosofia muy distinta. Mi lema es «Vive y deja vivir», ?entiende? No tengo nada contra los espaciales. Si quieren ser cordiales conmigo, yo lo sere con ellos.
Que demonios… Ellos no pueden evitar el ser espaciales, igual que yo no niego ser un terrestre. ?No cree que tengo razon?
El joven dio un par de palmaditas sobre la muneca de Arvardan como si se hubieran conocido de toda la vida.
Arvardan hizo un gesto de asentimiento y sintio que sus musculos se tensaban bajo el roce de aquella mano. Mantener contacto social con un hombre que lamentaba haber perdido una oportunidad de provocar la muerte de su tio no le resultaba nada agradable fuera cual fuese su planeta de origen.
—?Va a Chica? —pregunto Creen echandose hacia atras—. ?Como dijo que se llamaba? ?Albadan?
—Me llamo Arvardan… Si, voy a Chica.
—Yo naci alli, ?sabe? Ah, Chica…, la ciudad mas condenadamente maravillosa de toda la Tierra. ?Se quedara mucho tiempo alli?
—Quiza. Todavia no he hecho planes al respecto.
—Hmmmm… Oiga, espero que no le moleste que le diga que me he estado fijando en su camisa. ?Me permite verla un poco mas de cerca? Confeccionada en Sirio, ?eh?
—Si.
—Una tela excelente. En la Tierra no hay forma de conseguir nada remotamente parecido… Oiga, amigo, ?no tendra por casualidad una camisa igual en la maleta? Si quisiese venderla yo se la compraria al instante. Es una camisa elegantisima.
Arvardan meneo la cabeza enfaticamente.
—Lo lamento, pero mi guardarropa no es demasiado abundante. Pienso ir comprando ropa en la Tierra a medida que la vaya necesitando.
—Le pagare cincuenta creditos por ella —dijo Creen. No obtuvo respuesta—. Es un buen precio —anadio en un tono algo resentido.
—Si, es un precio magnifico —asintio Arvardan—, pero ya le he explicado que no dispongo de camisas para vender.
—Bueno —murmuro Creen, y se encogio de hombros—. Supongo que se quedara una temporada en la Tierra, ?no?
—Quiza.
—?A que se dedica?
El arqueologo permitio que la irritacion que sentia se hiciera visible por fin.
—Oiga, senor Creen, si no tiene inconveniente… En fin, estoy un poco cansado y me gustaria dormir un rato. Espero que no le moleste, pero…
—Eh, ?que mosca le ha picado? —pregunto Creen frunciendo el ceno—. ?Que pasa, es que los sirianos no creen en la amabilidad o que? Le he hecho una pregunta, nada mas… Solo intentaba ser afable. No hace falta que me muerda por ello.
Hasta aquellos momentos la conversacion se habia estado desarrollando en voz baja, pero Creen fue subiendo el tono hasta acabar casi gritando. Los rostros hostiles se volvieron hacia Arvardan, y el arqueologo tenso los labios.
Penso que el mismo se lo habia buscado, y sintio una punzada de amargura. Si se hubiese mantenido alejado desde el primer momento y no hubiera sentido la necesidad de exhibir su maldita tolerancia imponiendosela a personas que no la necesitaban para nada, ahora no estaria metido en aquel lio.
—Senor Creen, yo no le he pedido que me hiciese compania y no le he faltado al respeto en ningun momento —dijo en el tono mas tranquilo y razonable de que fue capaz—. Le repito que estoy cansado y que deseo dormir… Creo que no hay nada malo en eso, ?verdad?
—Oiga, no tiene por que tratarme como si fuese un perro callejero —exclamo el joven. Se puso en pie, arrojo violentamente su cigarrillo al suelo y senalo a Arvardan con un dedo—. Espaciales asquerosos… Vienen aqui con su altivez y sus discursitos y creen que eso les da derecho a pisotearnos, ?no? Bueno, pues no tenemos por que aguantar su presencia, ?entiende? Si esto no le gusta, vuelva al sitio del que ha venido; y si continua provocandome mucho rato vera como le doy una leccion. ?Cree que le tengo miedo?
Arvardan volvio la cabeza y clavo la mirada en la ventanilla.
Creen no dijo nada mas, y volvio al asiento en el que habia estado sentado antes. Un murmullo nervioso empezo a recorrer la cabina del estratosferico, pero Arvardan no le presto atencion. Sintio mas que vio las miradas cargadas de veneno que se clavaban en el, y las soporto hasta que la atencion de que era objeto se fue disipando poco a poco como ocurre con todas las cosas.
El asiento que habia a su lado permanecio vacio hasta el final del viaje, y Arvardan no volvio a abrir la boca.
El aterrizaje en el aerodromo de Chica fue todo un alivio. Arvardan sonrio para sus adentros al ver por primera vez desde el aire «la ciudad mas condenadamente maravillosa de toda la Tierra»; pero no tardo en descubrir que Chica significaba una notable mejora en comparacion con la atmosfera cargada de hostilidad del