—Bien, bendita sea la Tierra entonces —dijo Balkis—. Ahora me marcho…, con su permiso, naturalmente —anadio con una sonrisa ironica.

El Primer Ministro alzo una mano en un vago gesto de despedida sin haber captado el sarcasmo.

Mientras iba a su pequeno despacho el secretario estaba solo, y en ocasiones como aquella sus pensamientos solian escapar del firme control habitual al que los mantenia sometidos y jugueteaban en la intimidad de su mente.

Balkis no estaba pensando en el doctor Shekt, Schwartz o Arvardan, y todavia menos en el Primer Ministro.

Sus pensamientos giraban alrededor de un planeta, Trantor, un mundo cuya superficie estaba ocupada por una inmensa metropoli desde la que se gobernaba toda la Galaxia; y despues le ofrecieron la imagen de un palacio cuyas espiras y elegantes arcadas nunca habian sido vistas ni por Balkis ni por ningun otro terrestre. Penso en los hilos invisibles de poder que pasaban de un sol a otro reuniendose en filamentos, cables y sogas hasta llegar al palacio central y a esa abstraccion llamada Emperador que, despues de todo, no era mas que un hombre.

La mente de Balkis se aferro insistentemente a ese pensamiento y a la idea de un poder tan inmenso que era capaz de crear la divinidad por si solo, y que a pesar de eso se hallaba concentrado en un ser que era sencillamente humano.

?Sencillamente humano! ?Como el!

Y el podia…

11. LA MENTE QUE CAMBIO

El comienzo del cambio se agitaba confusamente en la mente de Joseph Schwartz. Habia vuelto a analizarlo muchas veces en el silencio absoluto de la noche (y ahora las noches eran muchisimo mas silenciosas, y de vez en cuando se preguntaba si realmente hubo algun tiempo en el que retumbaron y ardieron con la vida tumultuosa y energica de millones de seres humanos), y le habria gustado poder decir con precision cual habia sido el momento en el que se inicio.

El primer paso habia llegado con aquel lejano y estremecedor dia de temores en el que se habia encontrado solo en un mundo extrano, un dia que ahora se le aparecia tan vago como el mismo recuerdo de Chicago. Despues habia llegado el viaje a Chica, con su extrano y complicado final. Schwartz pensaba en aquello con frecuencia.

Habia algo relacionado con aquel aparato…, con las pildoras que habia engullido. Despues vinieron los dias de recuperacion seguidos por la fuga, el vagabundeo y los hechos inexplicables de aquella ultima hora transcurrida en los grandes almacenes. Schwartz nunca conseguia recordar del todo aquella parte, pero en los dos meses transcurridos desde entonces su memoria se habia ido volviendo cada vez mas aguda y todo estaba cada vez mas claro.

Los hechos ya habian empezado a resultar extranos incluso entonces. Schwartz habia adquirido una gran sensibilidad a la atmosfera emocional. El anciano doctor y su hija estaban nerviosos y asustados. ?Lo habia sabido ya entonces o no habia sido mas que una impresion fugaz reforzada por la creciente claridad mental adquirida despues?

Pero en los grandes almacenes Schwartz habia sido consciente de lo que iba a ocurrir antes de que el hombre alto estirase la mano y la pusiera sobre su hombro…, exactamente antes. Habia comprendido que estaba atrapado y el anuncio no habia llegado a tiempo de salvarle, pero habia sido una demostracion muy clara del cambio.

Y despues habian llegado las jaquecas, aunque no eran precisamente jaquecas. Parecian mas bien palpitaciones, como si una dinamo oculta en su cerebro hubiese empezado a funcionar de repente y estuviera haciendo vibrar todos los huesos del craneo de Schwartz con una actividad inusitada. En Chicago no habia sentido nada parecido —suponiendo que su fantasia sobre Chicago tuviese algun significado, naturalmente—, ni tampoco durante los primeros dias que habia vivido en aquella realidad.

?Le habian hecho algo durante aquel primer dia en Chica? El aparato, las pildoras… Estaba claro que contenian un anestesico. ?Una operacion? El curso de los pensamientos de Schwartz, que ya habia llegado a aquel punto en un centenar de ocasiones, volvio a interrumpirse.

Habia abandonado Chica al dia siguiente de su fracasado intento de fuga, y ahora el tiempo transcurria tranquilamente y sin sorpresas.

Grew repetia palabras y le senalaba objetos o gesticulaba desde su silla de ruedas, tal y como lo habia hecho antes la muchacha, Pola; hasta que de repente un dia Grew dejo de hablar una jerigonza ininteligible y empezo a hablar en ingles o… No, fue el mismo, el, Joseph Schwartz quien dejo de hablar ingles y empezo a hablar en una jerigonza ininteligible, con la unica diferencia de que de repente dejo de resultarle ininteligible.

Todo era muy facil. Aprendio a leer en solo cuatro dias, y el mismo quedo sorprendido. Hubo un tiempo en el que habia tenido una memoria excelente —aquella especie de sueno en Chicago—, o por lo menos eso le habia parecido; pero nunca habia sido capaz de realizar hazanas semejantes…, y sin embargo Grew no parecia asombrado.

Schwartz dejo de devanarse los sesos.

Y cuando el otono se hizo verdaderamente dorado todo volvio a estar claro, y Schwartz salio a trabajar al campo. La forma en que aprendia resultaba realmente desconcertante, y otra sorpresa era que nunca se equivocaba. Por ejemplo, habia maquinas muy complicadas que manejaba sin dificultad despues de haber oido solo una vez la explicacion de como funcionaban.

Espero la estacion fria, pero esta nunca acabo de llegar. Pasaron el invierno limpiando los campos y fertilizandolos en una docena de formas distintas para la siembra de la primavera.

Interrogo a Grew e intento explicarle que era la nieve, pero el anciano se limito a contemplarle con los ojos muy abiertos.

—Agua helada que cae del cielo como si fuese lluvia, ?eh? —comento por fin—. ?Oh, si, la palabra para eso es nieve! Tengo entendido que ocurre en otros planetas, pero no en la Tierra.

A partir de entonces Schwartz fue fijandose en la temperatura, Y descubrio que variaba muy poco de un dia para otro; pero los dias se iban acortando poco a poco, tal y como correspondia a una zona tan septentrional como Chicago. Schwartz se pregunto si estaba en la Tierra o en otro planeta.

Intento leer algunos de los libros en microfilme de Grew, pero no tardo en desistir. La gente seguia siendo gente, pero los detalles de la vida diaria y el conocimiento de lo que se daba por sabido o las alusiones historicas y sociologicas que no significaban nada para el acabaron desanimandole.

Los enigmas subsistian. Estaban las lluvias uniformemente calidas, y las absurdas instrucciones que recibia de vez en cuando prohibiendole que se acercara a ciertas areas. Por ejemplo, una noche se habia sentido tan intrigado por el horizonte resplandeciente y el brillo azul que se veia hacia el sur que no pudo contenerse por mas tiempo.

Salio de la casa despues de cenar, y aun no llevaba recorrido un kilometro de distancia cuando oyo a su espalda el casi imperceptible zumbido del motor del vehiculo birrueda, y el grito colerico de Arbin resono en el silencio de la noche. Schwartz se detuvo y fue llevado de regreso a la granja.

—No debe acercarse a ningun lugar que brille durante la noche —dijo Arbin paseandose nerviosamente delante de el.

—?Por que? —pregunto ingenuamente Schwartz.

—Porque esta prohibido —fue la seca respuesta que obtuvo—. Schwartz, ?es que realmente no sabe lo que hay alli? —pregunto Arbin despues de un prolongado silencio.

Schwartz hizo una mueca de ignorancia.

—?De donde viene? —pregunto Arbin—. ?Es un…, un espacial?

—?Que es un espacial?

Arbin se encogio de hombros y le dejo solo.

Pero aquella noche tuvo una gran importancia para Schwartz, porque mientras recorria ese kilometro escaso hacia la fosforescencia la extrana sensacion de su mente se habia sublimado hasta convertirse en el

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