Contacto Mental. Schwartz lo llamaba asi, y esa fue la ocasion en la que estuvo mas cerca de poder describirlo.
Estaba solo en la oscuridad purpurea, y la extrana blandura del pavimento parecia engullir el sonido de sus pasos. No habia visto a nadie. No habia tocado nada.
O mejor dicho… Si, habia sido algo parecido a un roce, pero no habia estado en su cuerpo. Estaba en su mente. No era exactamente un contacto, sino una presencia indefinible…, algo parecido a un cosquilleo aterciopelado.
Y de repente hubo dos…, dos contactos distintos, separados; y el segundo —?como podia distinguirlos?— fue mas fuerte (no, esa no era la palabra correcta); fue mas claro, mas definido…
Y entonces comprendio que era Arbin. Lo supo por lo menos cinco minutos antes de oir el ruido del motor y diez minutos antes de ver a Arbin.
Despues la experiencia se fue repitiendo con una frecuencia cada vez mayor.
No tardo en descubrir que siempre sabia cuando Arbin, Loa o Grew se encontraban a menos de cien metros de el, aunque no tuviese ningun motivo para saberlo y aunque tuviese motivos para suponer precisamente lo contrario. Era dificil convencerse, y sin embargo no tardo en parecerle natural.
Hizo algunos experimentos y descubrio que siempre sabia exactamente donde se encontraba cualquiera de ellos en cualquier momento. Podia distinguirlos porque el contacto mental variaba de una persona a otra. Nunca les hablo de ello.
Y a veces se preguntaba cual habia sido el significado de aquel primer contacto mental percibido mientras caminaba hacia el resplandor del horizonte. No habia pertenecido a Arbin ni a Loa ni a Grew. Bueno, ?acaso tenia alguna importancia?
Mas tarde la tuvo. Un dia experimento aquel mismo contacto mientras se ocupaba de conducir al ganado, y corrio en busca de Arbin.
—Arbin, ?que sabe sobre esa arboleda que esta mas alla de las colinas del sur? —le pregunto.
—Nada —gruno Arbin—. Son terrenos ministeriales.
—?Que quiere decir?
Arbin parecio irritarse.
—Para usted no tiene ninguna importancia, ?verdad? —replico—. «Terrenos ministeriales» quiere decir que son propiedad del Primer Ministro.
—?Y por que no estan cultivados?
—Porque no es un sitio para cultivar —replico Arbin, pareciendo un poco desconcertado—. En los tiempos antiguos eran un gran Centro… Es un lugar sagrado que no debe ser profanado. Oiga, Schwartz, si quiere vivir sin problemas aqui, controle su curiosidad y ocupese de su trabajo.
—Pero si es un lugar sagrado supongo que nadie podra vivir alli, ?no es cierto?
—Exactamente.
—?Esta seguro de ello?
—Estoy totalmente seguro…, y no debe ir alli. Eso le costaria la vida, ?entiende?
—No lo hare.
Schwartz se alejo sintiendose perplejo y extranamente intranquilo. El contacto mental habia llegado desde aquella arboleda y habia sido muy intenso, y algo nuevo e inexplicable acababa de agregarse a la sensacion anterior. Era un matiz hostil, como un roce amenazador.
?Por que? ?Por que?
Pero aun no se atrevia a hablar. No le habrian creido, y las consecuencias habrian resultado muy desagradables. Schwartz tambien sabia aquello. De hecho, Schwartz sabia demasiadas cosas.
Y ademas ultimamente se sentia mas joven. No tanto fisicamente, desde luego, aunque el estomago se le habia encogido y sus hombros se habian vuelto mas robustos. Sus musculos parecian mas resistentes y flexibles y sus digestiones habian mejorado mucho. Todo aquello era el resultado del trabajo al aire libre, pero habia algo mas de lo que era consciente…, y aquel algo estaba relacionado con su forma de pensar.
Los viejos siempre tienden a olvidar como era el pensamiento en su juventud. Olvidan la velocidad de las reacciones mentales, la audacia de la intuicion juvenil y la agilidad de la introspeccion. Se han acostumbrado a formas mas lentas del razonamiento, y como eso se debe en gran parte a la acumulacion gradual de experiencias los viejos siempre se creen mas inteligentes que los jovenes.
Pero Schwartz conservaba la experiencia, y descubrio con gran satisfaccion que era capaz de comprender las cosas al instante, y gradualmente fue progresando desde seguir las explicaciones de Arbin hasta ser capaz de anticiparlas adelantandose a el. La consecuencia de todo aquello fue que su sensacion de haber rejuvenecido era mucho mas sutil que la que podria haberle producido cualquier incremento de sus capacidades fisicas.
Transcurrieron dos meses…, y de repente todo salio a la luz cuando estaba jugando al ajedrez con Grew en la glorieta.
Resultaba extrano, pero el ajedrez no habia sufrido ningun cambio salvo en el nombre de las piezas. El juego se conservaba tal y como Schwartz lo recordaba, y eso le servia de consuelo; ya que al menos en ese detalle su memoria enferma no le habia jugado una mala pasada.
Grew le explico las distintas variaciones desarrolladas en el ajedrez. Habia un ajedrez a cuatro manos en el que cada jugador tenia un tablero. Los tableros se tocaban en las esquinas, con un quinto tablero considerado como una «tierra de nadie» ocupando el hueco central. Habia un ajedrez tridimensional en el que se colocaban ocho tableros transparentes uno encima de otro, y donde cada pieza se desplazaba en tres dimensiones al igual que antes lo habia hecho en dos. El numero de piezas se habia duplicado, y solo se triunfaba dando jaque mate simultaneamente a los dos reyes enemigos. Incluso habia variaciones populares en las que las posiciones originales se decidian mediante un lanzamiento de dados, otras en las que ciertos cuadrados del tablero conferian ventajas o desventajas a las piezas colocadas sobre ellos o en las que se habian introducido piezas nuevas dotadas de extranas propiedades.
Pero el ajedrez propiamente dicho —el original e inmutable juego de tablero— seguia siendo el mismo, y el torneo entre Schwartz y Grew ya habia completado sus primeras cincuenta partidas.
Cuando empezaron a jugar Schwartz apenas conocia los movimientos, por lo que habia perdido todas las partidas; pero la situacion habia ido cambiando poco a poco y sus derrotas eran cada vez menos frecuentes. En consecuencia, la manera de jugar de Grew se habia ido volviendo mas lenta y cautelosa, se habia acostumbrado a consumir el tabaco de su pipa en los intervalos entre jugada y jugada y, finalmente, el quejumbroso anciano no habia tenido mas remedio que acostumbrarse a que sus derrotas fuesen cada vez mas frecuentes.
Aquel atardecer Grew jugaba con las blancas, e inicio la partida haciendo avanzar dos cuadros su peon de rey.
—Empecemos —dijo con voz malhumorada.
Sus dientes apretaban la pipa, y sus ojos ya estudiaban nerviosamente el tablero.
Schwartz se sento en la penumbra crepuscular y suspiro. Las partidas habian ido perdiendo su interes inicial a medida que habia ido siendo mas capaz de conocer por anticipado los movimientos que Grew iba a efectuar. Era como si Grew tuviera una ventanita en el craneo, y el hecho de conocer casi instintivamente como se iba a desarrollar la partida se sumaba al resto del problema de Schwartz.
Usaban un tablero nocturno que brillaba en la oscuridad con un resplandor de cuadros azules y anarajados. Vistas a la luz del dia las piezas parecian toscas figuras de barro rojizo, pero de noche sufrian una sorprendente metamorfosis. Una mitad quedaba banada por una blancura cremosa que le daba el aspecto liso y gelidamente luminoso de la porcelana, y el resto de la pieza centelleaba emitiendo pequenas chispas rojizas.
Los primeros movimientos se efectuaron con bastante rapidez. El peon de Schwartz hizo frente al avance del enemigo. Grew llevo el caballo de rey a alfil 3, y Schwartz contesto moviendo el caballo de reina a alfil 3. Despues el alfil blanco fue cambiado a caballo de reina 5, y el peon negro de la torre de reina avanzo un cuadro para obligarle a retirarse a torre 4. Despues llevo su otro caballo a alfil 3.
Las piezas resplandecientes se deslizaban sobre el tablero como si tuvieran una siniestra voluntad propia, y los dedos que las movian desaparecian en la oscuridad.
Schwartz estaba asustado. Lo que iba a hacer quiza fuese interpretado como una muestra de locura, pero ya no podia esperar mas, necesitaba saberlo.
—?Donde estoy? —pregunto de repente.
Grew alzo la vista mientras movia el caballo de reina a alfil 3.