Liebre los estaba esperando en el portal.

Encendio una lampara de aceite para iluminar la escalera tenebrosa. La llama diminuta temblaba de continuo proyectando en las paredes grandes sombras furtivas.

Habia conseguido otro jergon de paja para sus visitantes, pero Arren se sento en el suelo desnudo, cerca de la puerta. La puerta se abria desde el exterior, y para custodiarla hubiera tenido que sentarse del lado de afuera; pero la negra boca de lobo de aquel corredor era mas de lo que podia soportar, y por otro lado, no queria perder de vista a Liebre. La atencion de Gavilan, y quiza sus poderes, tendrian que concentrarse en lo que Liebre iba a decirle, o a mostrarle; le correspondia a Arren mantenerse en guardia contra cualquier triquinuela.

Ahora Liebre estaba mas erguido, y temblaba menos; se habia limpiado la boca y los dientes; hablo al principio con bastante sensatez, aunque excitado. A la luz de la lampara sus ojos eran solo unas pupilas negras, sin blanco, como ojos de animales. Discutia seriamente con Gavilan, instandolo a que comiera hazia. —Quiero llevarte, llevarte conmigo. Tenemos que ir por el mismo camino. Dentro de poco yo me ire, quieras o no venir. Para poder seguirme tienes que comer hazia.

—Creo que puedo seguirte.

—No adonde yo voy. Esto no es… como echar un sortilegio. —Parecia incapaz de pronunciar las palabras «hechicero» o «hechiceria»—. Se que puedes ir hasta… el lugar, tu sabes, el muro. Pero no es alli. Es otro el camino.

—Si tu vas, yo podre seguirte.

Liebre meneo la cabeza. El hermoso rostro estragado estaba rojo de excitacion; miraba con frecuencia a Arren, como incluyendolo, pero en realidad solo le hablaba a Gavilan: —Mira: hay dos clases de hombres, ?no? La nuestra, y los otros. Los… los dragones, y los otros. La gente sin poder solo esta viva a medias. Ellos no cuentan. No saben lo que suenan, le tienen miedo a la oscuridad. Pero los otros, los senores entre los hombres, esos no les tienen miedo a la oscuridad. Somos fuertes.

—Siempre y cuando conozcamos los nombres de las cosas.

—Pero es que alli no importan los nombres… eso es lo que quiero decir, ?eso! No es lo que haces, lo que sabes, lo que alli te hace falta. Los sortilegios no te sirven. Tienes que olvidar todo eso, dejarte ir. En eso te ayuda la hazia: olvidas los nombres, te libras de las formas, vas directamente a la realidad. Yo me ire muy pronto, ahora, y si quieres saber a donde, haras lo que te digo. Yo digo lo que dice el. Tienes que ser dueno de los hombres para ser dueno de la vida. Tienes que descubrir el secreto. Yo podria decirte como se llama, pero ?que es un nombre? Un nombre no es verdaderamente real, la realidad eterna. Los dragones no pueden ir alla. Los dragones mueren. Todos mueren. He tomado tanta hazia esta noche que nunca podras alcanzarme. Ni de lejos. Si yo me perdiera tu podrias mostrarme el camino. ?Recuerdas el secreto? ?Lo recuerdas? No la muerte. No la muerte… ?no! No un lecho empapado en sudor y un ataud que se pudre, no, nunca mas. La sangre se seca como el rio seco y desaparece. Nada de miedo. Nada de muerte. Ya no hay nombres, ni palabras, ni miedo, todo se ha ido. Muestrame donde me pierdo yo, muestramelo, senor…

Y asi continuo, en un sofocado arrebato de palabras; era como si echase un encantamiento, un encantamiento que no encantaba, inconcluso, sin sentido. Arren escuchaba, escuchaba, esforzandose por comprender. ?Si pudiera comprender, al menos! Gavilan tendria que hacerle caso al hombre y tomar la droga, siquiera esta vez, para saber de que hablaba Liebre, para descubrir el misterio que Liebre no queria o no podia nombrar. ?Por. que, si no, estaban alli? Pero acaso el mago (la mirada de Arren se aparto del perfil extatico de Liebre y se poso en el otro perfil) habia comprendido ya… Duro como la roca, ese perfil. ?Que habia sido de la nariz respingada, del aire bonachon? Halcon, el mercader viajero, se habia desvanecido, evaporado. El que estaba alli era el mago, el Archimago.

La voz de Liebre era ahora un susurro apenas, un canturreo; y el se balanceaba sentado en el jergon con las piernas cruzadas. El semblante se le habia demacrado, le colgaba la boca. Frente a el, a la luz debil y vacilante de la lampara de aceite puesta en el suelo entre los dos, el mago no decia nada, pero habia extendido la mano y ahora apretaba la de Liebre, sujetandola con firmeza. Arren no lo habia visto hacer ese movimiento. Habia lagunas en la sucesion de acontecimientos, lagunas de nada… accesos de somnolencia, eso tenia que ser. Sin duda habian pasado varias horas y ya era casi medianoche. Si se dormia, ?podria tambien el entrar en el sueno de Liebre y llegar al lugar, al camino secreto? Tal vez si. Parecia muy posible ahora. Pero tenia que vigilar la puerta. El y Gavilan apenas habian hablado, pero los dos sabian que al pedirles que volvieran por la noche Liebre podia haberles tendido una trampa: habia sido pirata, trataba con ladrones. No habian dicho nada, pero Arren sabia que el tenia que vigilar, porque mientras el mago hiciera ese extrano viaje, estaria indefenso. Y el, como un atolondrado, habia dejado la espada en la barca: ?de que le serviria el cuchillo si la puerta se abriese de pronto detras de el? Pero eso no podia ocurrir: el tenia oidos, oiria. Liebre habia dejado de hablar, y los dos hombres estaban en silencio, la casa entera estaba en silencio. Nadie podia subir sin hacer ruido por aquella escalera destartalada. Arren podia hablar, si escuchaba algun ruido; gritar, y el trance se romperia, y Gavilan volveria en si para defenderse y defender a Arren con el rayo vengador de la colera de un mago… Cuando Arren se habia sentado delante de la puerta, Gavilan lo habia mirado, una mirada breve, de aprobacion: de aprobacion y confianza. El era el centinela. Si se mantenia en guardia, no habria ningun peligro. Pero era dificil, dificil mirar constantemente aquellos dos rostros, la pequena perla de la llama de la lampara en el suelo entre los dos, ahora silenciosos, inmoviles, los ojos abiertos pero sin ver la luz ni la estancia polvorienta, sin ver el mundo sino algun otro mundo de sueno o de muerte… contemplarlos, y no sentir la tentacion de seguirlos…

Alli, en aquella oscuridad vasta y seca habia alguien que lo tentaba. Ven, le decia el alto senor de las sombras. Tenia en la mano una llama diminuta, no mas grande que una perla; y la tendia a Arren, ofreciendole la vida. Lentamente, Arren dio un paso hacia el, siguiendolo.

4. Luz de magia

Seca, tenia la boca seca. Y un gusto a polvo en la boca. Y los labios cubiertos de polvo.

Sin levantar la cabeza del suelo, observaba el juego de las sombras. Habia unas sombras grandes, que se movian y agachaban, se hinchaban y encogian, y algunas mas palidas, que corrian rapidamente alrededor de las paredes y del techo, burlandose de las otras. Habia una sombra en el rincon, y otra en el suelo, y ninguna de estas dos sombras se movia.

Empezo a dolerle la nuca. Al mismo tiempo, lo que veia se le aclaro con la celeridad del rayo, en un instante: Liebre derrumbado en un rincon, con la cabeza apoyada en las rodillas, Gavilan tendido boca arriba, un hombre arrodillado junto a Gavilan, otro arrojando piezas de oro en un saco, un tercero de pie, vigilando. El tercer hombre tenia una linterna en una mano y una daga en la otra, la daga de Arren.

Si hablaban, el no los oia. Solo escuchaba sus propios pensamientos que le decian, perentorios, sin vacilaciones, lo que tenia que hacer. Los obedecio en el acto. Muy lentamente avanzo, arrastrandose, un corto trecho, y estirando con rapidez el brazo izquierdo arrebato el saco del botin, se levanto de un salto y con un grito ronco corrio hacia la salida. Se lanzo escaleras abajo en la ciega oscuridad, sin perder pie, sin ni siquiera saber si pisaba los peldanos, como si volara. Desemboco en la calle como una exhalacion y echo a correr hacia las tinieblas de la noche.

Las casas eran enormes cascos negros contra el cielo estrellado. A la derecha la luz de las estrellas rielaba tremula sobre el rio. Si bien no veia hacia donde conducian las calles, podia distinguir los cruces, y doblar en las esquinas, y volver sobre sus pasos para despistar a los otros. Porque lo habian seguido. Corrian descalzos, casi sin hacer ruido, pero los oia jadear, detras de el, no demasiado lejos. Si hubiese tenido tiempo, se habria reido; al fin sabia como era sentirse la presa en lugar del cazador, el venado que encabeza la caceria, la pieza a cobrar. Era estar solo y ser libre. Doblo hacia la derecha y agazapandose atraveso un puente de parapeto elevado, se deslizo por una calle lateral, doblo una esquina, corrio otra vez un trecho a orillas del rio, y cruzo otro puente. El unico ruido en toda la ciudad era el de sus propias pisadas; se detuvo en la cabecera del puente para quitarse los zapatos, pero los cordones estaban fuertemente anudados y los cazadores no lo habian perdido. La linterna chispeo un instante del otro lado del puente; los pasos pesados y blandos se acercaban. No podria librarse de ellos, lo unico que podia hacer era correr y correr, siempre adelante, y alejarlos del cuarto polvoriento… Junto con la daga, le habian quitado el capote, y estaba en mangas de camisa, ligero de ropas y acalorado; la cabeza le daba vueltas y el dolor en la base del craneo era cada vez mas punzante, y el corria y corria… El saco del botin le

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