estorbaba. Lo arrojo bruscamente al suelo, una pieza de oro volo por el aire y golpeo contra la piedra con un tintineo claro.
—?Aqui teneis vuestro dinero! —grito, la voz enronquecida y jadeante.
Reanudo la carrera. Y de pronto la calle se termino. No mas calles transversales, no mas estrellas delante, un callejon sin salida. Sin detenerse, dio media vuelta y corrio hacia sus perseguidores. La linterna se balanceo sacudiendose delante de el; con un grito de desafio los enfrento.
Una linterna se balanceaba de adelante hacia atras, un debil punto de luz en una extension gris y movil. La miro un largo rato. Se hizo mas debil, y por ultimo una sombra le paso por encima, y cuando la sombra se alejo la luz habia desaparecido. Sintio un poco de tristeza por la luz; o acaso por el mismo, pues sabia que ahora tenia que despertarse.
La linterna, muerta, seguia balanceandose contra el mastil. Todo alrededor, el mar se iluminaba con el sol naciente. Un tambor redoblaba. Se oia el crujido pesado, regular de unos remos; el maderamen de la nave chirriaba y crujia con un centenar de voces debiles. Los hombres encadenados con Arren en la cala de popa estaban todos en silencio. Cada uno de ellos llevaba una banda de hierro alrededor de la cintura, y manillas en las munecas, y una cadena corta y pesada unia estas dos prisiones con las del hombre de al lado; el cinto de hierro estaba sujeto a su vez a una argolla del puente, de modo que el hombre podia sentarse o acuclillarse, pero nunca ponerse de pie. Estaban demasiado cerca unos de otros para echarse en el fondo de la pequena cala de carga. Arren estaba en el angulo de la escotilla delantera. Si levantaba la cabeza alcanzaba a ver el puente entre la cala y el cairel, de unos cincuenta centimetros de ancho.
No recordaba mucho de la noche anterior, salvo la caceria y el callejon sin salida. Habia luchado, lo habian derribado y atado de pies y manos, y lo habian llevado a alguna parte. Habia oido una voz extrana, susurrante; hubo un lugar parecido a una herreria, llamas rojas que saltaban de una fragua… no podia recordar. Sabia sin embargo que estaba a bordo de un barco de esclavos y que lo habian capturado para venderlo.
Para Arren, eso no significaba mucho. Era la sed lo que lo atormentaba. Tenia el cuerpo magullado y le dolia la cabeza. Cuando salio el sol, la luz le hirio las pupilas con dardos de dolor.
A media manana les dieron un cuarto de pan y un trago largo de un odre de piel que un hombre de facciones duras y angulosas les sostenia sobre los labios. Llevaba alrededor del cuello una ancha banda de cuero con tachas de oro, como si fuera un perro; cuando Arren lo oyo hablar reconocio la voz debil, extrana, sibilante.
La bebida y la comida le aliviaron por un momento la miseria fisica, y le despejaron la mente. Miro por vez primera los rostros de sus companeros de esclavitud, tres con el en un banco y cuatro en el de atras. Algunos estaban sentados con las piernas levantadas y la cabeza apoyada sobre las rodillas; uno yacia caido en el suelo, enfermo o drogado. El que estaba al lado de Arren era un muchacho de unos veinte anos, con una cara ancha y chata.
—?A donde nos llevan? —le pregunto Arren.
El muchacho lo miro —no habia mas de un palmo de distancia entre ellos— y sonrio, encogiendose de hombros, y Arren supuso que queria decir que no lo sabia; pero luego el otro sacudio los brazos encadenados y abrio grande la boca, siempre sonriente; en lugar de la lengua solo tenia una raiz negra.
—Ha de ser a Showl —dijo alguien a espaldas de Arren, y otro:
—O al Mercado de Amrun —y al instante el hombre del collar, que parecia estar en todas partes a la vez en aquella nave, se inclino por encima de la cala, siseando:
—?Silencio, si no quereis ser cebo de tiburones! —y todos callaron.
Arren trato de imaginarse esos lugares, Showl, el Mercado de Amrun. Alli se vendian esclavos. Los alinearian delante de los compradores, sin duda, como los bueyes o los carneros en el Mercado de Berila. Alli estaria el, encadenado. Alguien lo compraria y se lo llevaria a casa, y luego le daria una orden; y el se negaria a obedecer. O quiza obedeceria. O trataria de escapar. Y de cualquier modo lo matarian. No era que el alma se le rebelase ante la idea de la esclavitud, estaba demasiado enfermo y confundido. Sabia simplemente que no resistiria mas de una o dos semanas, y que al cabo se moriria o lo matarian, y el hecho lo asustaba aunque lo entendiese y lo aceptase, de modo que dejo de pensar. Bajo los ojos y miro el entablado negro e inmundo de la cala, y sintio el calor del sol sobre los hombros desnudos, y la sed que le resecaba la boca y le cerraba otra vez la garganta.
El sol se puso y la noche cayo despejada y fria. Unas estrellas brillantes despuntaron en la oscuridad. El tambor batia como un corazon, lentamente, acompanando el batir de los remos. Ahora, el peor tormento era el frio. La espalda de Arren recibia un poco de calor de las piernas acalambradas del hombre sentado detras y su flanco izquierdo del mudo acurrucado junto a el y que zumbaba un ritmo ronco en una sola nota. Hubo un relevo de remeros, y de nuevo empezo a batir el tambor. Arren habia esperado con impaciencia la oscuridad de la noche. Y le dolian los huesos pero no podia dormirse ni cambiar de posicion. Estaba alli sentado, tembloroso y dolorido, la boca reseca de sed, los ojos fijos en las estrellas que saltaban en el cielo a cada golpe de los remos, volvian quietas a su sitio, saltaban otra vez, volvian, reposaban un momento…
El hombre del collar estaba de pie junto con otro hombre entre la cala y el mastil; la pequena linterna que se balanceaba en el mastil proyectaba algunos rayos de luz entre los dos, destacando las siluetas de las cabezas y los hombros. —?Niebla, por los cuernos del Diablo! —dijo la voz susurrante, abominable, del hombre del collar—. ?Que hace una niebla en el Estrecho Austral en esta epoca del ano? ?Maldita suerte!
Redoblaba el tambor. Las estrellas brincaban, volvian a su sitio, descansaban un momento. Junto a Arren el hombre sin lengua se estremecio de pronto e irguiendo la cabeza lanzo un grito escalofriante, un sonido terrible e informe. —?Silencio, alli! —rugio el segundo hombre cerca del mastil. El mudo se estremecio de nuevo y dejo de zumbar mascando aire.
Furtivas, las estrellas se deslizaron hacia la nada.
El mastil oscilo y se desvanecio. Un manto frio, gris parecio descender sobre la espalda de Arren. El tambor vacilo, y empezo a batir otra vez, a un ritmo mas lento.
—Espesa como leche cuajada —senalo la voz ronca, sibilante—. ?A ver, tu, marca el compas! ?De aqui a veinte millas no hay ningun bajio!
Un pie calloso, cruzado de cicatrices surgio de la niebla, se detuvo un instante cerca de la cara de Arren, dio un paso y desaparecio.
En la niebla no parecia que estuviesen navegando, excepto por el balanceo y los golpes de los remos. Los latidos del tambor sonaban amortiguados. Hacia un frio humedo, entumecedor. La niebla se condensaba en los cabellos de Arren y le caia sobre los ojos; intento atrapar las gotas con la lengua y abrio la boca aspirando el aire humedo, tratando de aliviar la sed. Pero los dientes le castaneteaban. El metal frio de una cadena le golpeaba el muslo, quemandole como si fuese de fuego. El tambor batia, batia, y de pronto dejo de batir.
—?Sigue batiendo, sigue! ?Que es lo que anda mal? —bramo desde la proa la voz bronca, sibilante. Nadie respondio.
La nave rolo ligeramente en la mar tranquila. Mas alla de la apenas visible batayola no habia nada: vacio. Algo raspo el flanco de la nave. El ruido sono casi atronador en aquella quietud de muerte, en la oscuridad espectral. —Hemos encallado —murmuro uno de los prisioneros, y la voz se perdio en el silencio.
La niebla se ilumino, como si de pronto hubiera florecido en luz. Arren vio claramente las cabezas de los hombres encadenados a el, las diminutas gotas de humedad que les brillaban en los cabellos. La nave se balanceo otra vez, y Arren se irguio tanto como se lo permitian las cadenas, estirando el cuello para mirar hacia adelante. La niebla brillaba en lo alto del puente como la luna detras de una nube tenue, radiante y fria. Los remeros estaban inmoviles como estatuas. Los hombres de la tripulacion reunidos en el combes del navio tenian los ojos brillantes. A babor, un hombre estaba solo, de pie, y la luz venia de el; la cara, las manos, y la vara le ardian como plata fundida.
A los pies del hombre luminoso se agazapaba una forma oscura.
Arren intento hablar, y no pudo. Envuelto en aquel esplendor de luz, el hombre se acerco a el y se arrodillo sobre el puente. Arren sintio el contacto de una mano y oyo la voz del Archimago. Sintio que los hierros que le aprisionaban las munecas y la cintura cedian de pronto; el chirrido de las cadenas se oyo en toda la cala. Sin embargo, ningun hombre se movio; solo Arren intento levantarse, pero no pudo, envarado como estaba por la prolongada inmovilidad. El puno firme del Archimago le apreto el brazo, y con esa ayuda Arren se arrastro fuera de la cala y se acurruco en el puente.
El Archimago se alejo —el velado resplandor brillo en los rostros inmoviles de los remeros—, y se detuvo