A eso del mediodia Gavilan desperto, y pidio agua. Cuando hubo bebido pregunto: —?Con que rumbo navegamos? —Porque la vela estaba tensa sobre el, y la barca hendia como una golondrina las largas olas.
—Oeste o noroeste.
—Tengo frio —dijo Gavilan. El sol brillaba incandescente, inundando la barca de calor. Arren no dijo nada.
—Trata de mantener el rumbo hacia el oeste. Wellogy, al oeste de Obehol. Desembarcaremos alli. Necesitamos agua.
El muchacho miraba hacia adelante, sobre el mar vacio.
—?Que pasa, Arren?
Arren no dijo nada.
Gavilan trato en vano de incorporarse; al fin estiro el brazo para recoger la vara que se encontraba en el suelo junto a la caja de herramientas; pero no la alcanzo y cuando intento hablar otra vez las palabras se le detuvieron en los labios secos. La sangre volvio a manar bajo la venda embebida y encostrada, trazandole un hilo de arana purpura sobre la piel oscura del pecho. Inspiro con fuerza y cerro los ojos.
Arren lo miro, pero sin emocion, y solo un momento. Se encamino a la proa, y alli, sentandose otra vez en cuclillas, avizoro el horizonte. Tenia la boca reseca. El viento del este que ahora soplaba persistente a traves del mar abierto era tan seco como un viento del desierto. En el casco quedaban apenas dos o tres pintas de agua; y eran, se decia Arren, para Gavilan, no para el; nunca se le ocurriria beber un solo sorbo de esa agua. Habia tendido varias lineas de pesca, porque habia descubierto, desde que partieran de Lorbaneria, que el pescado crudo sacia a la vez el hambre y la sed; pero nunca habia nada en los anzuelos. No tenia importancia. La barca avanzaba sin cesar por el desierto de las aguas. Y por encima de la barca, lento, pero siempre ganando al fin la carrera por toda la latitud del cielo, tambien el sol viajaba, de este a oeste.
Una vez Arren creyo vislumbrar una eminencia azul en el sur, que acaso fuese tierra, o una nube; durante horas la barca habia estado navegando hacia el noroeste. No intento cambiar de bordada; dejo que la barca siguiera su propio camino. La tierra podia ser o no real; no tenia importancia. Todo aquel esplendor grandioso y salvaje de los vientos, el oceano y la luz, era oro sin brillo para el, oro falso.
Llego la oscuridad, y otra vez la luz, y luego la oscuridad y la luz, como sucesivos golpes de tambor sobre el tenso telon del firmamento.
Paso la mano por encima de la borda y la metio en el agua: por un instante la vio, vivida, palida y verdosa, bajo el agua viva. Se encorvo y chupo el agua de los dedos. Era amarga y le quemaba los labios, pero lo volvio a hacer. Sintio nauseas y se doblo en dos para vomitar, pero solo un poco de bilis le quemo la garganta. Ya no quedaba agua para Gavilan, y Arren tenia miedo de acercarse a el. Se echo en la barca, tiritando a pesar del calor. En torno, todo era silencio, aridez y resplandor: un terrible resplandor. Escondio los ojos para no ver la luz.
Estaban alli, de pie en la barca, y eran tres: flacos como espinas y angulosos, los ojos grandes, parecian tres extranas garzas o grullas negras. Las voces eran debiles, como gorjeos de pajaros. Arren no entendia lo que decian. Uno se arrodillo junto a el, y de una vejiga oscura que llevaba bajo el brazo vertio algo en la boca del muchacho: era agua. Gavilan bebio con avidez, se atraganto y volvio a beber hasta vaciar el odre. Luego miro en torno, y con un penoso esfuerzo se levanto, diciendo: —?Donde esta, donde esta? —Porque solo los tres extranos hombres flacos estaban con el en la barca.
Lo miraron sin comprender.
—El otro hombre —grazno, la garganta en carne viva y los labios resquebrajados, resecos, incapaces de formar las palabras—. Mi amigo…
Uno de los hombres entendio al fin la inquietud de Arren, si no sus palabras, y posando una mano leve sobre el brazo del muchacho, senalo con la otra: —Alli —dijo, tranquilizador.
Arren miro. Y delante de la barca y hacia el norte, vio muchas balsas, algunas agrupadas, muy proximas, y otras en largas sartas que se extendian a lo lejos a traves del mar: tantas balsas que parecian hojas muertas flotando en un estanque. Todas tenian cerca del centro, y no muy elevadas sobre el nivel del agua, una o dos cabinas o cabanas; y algunas estaban provistas de mastiles. Como hojas flotaban, balanceandose suavemente a medida que las grandes olas del oceano occidental pasaban bajo ellas. Entre las olas, las aguas rutilaban como si fueran de plata, y alla arriba, oscureciendo el poniente se cernian grandes nubes de tormenta.
—Alli —dijo el hombre senalando una balsa grande, muy proxima a
—?Vivo?
Todos lo miraron, y al fin uno comprendio.
—Vivo. Esta vivo.
Entonces Arren se echo a llorar, un sollozo seco, y uno de los hombres lo tomo por la muneca con una mano enjuta y vigorosa y lo ayudo a saltar a la balsa a la que estaba amarrada
Tendido de espaldas, los ojos fijos en una rustica techumbre verde salpicada de diminutas motas de luz, creia estar en los huertos de manzanos de Semermine, donde los principes de Enlad pasan los veranos, en las colinas que se alzan detras de Berila; creia estar en Semermine, tendido sobre la hierba espesa, viendo la luz del sol por entre la fronda de los manzanos.
Al cabo de un rato oyo el golpeteo y el empuje del agua en los huecos, bajo la balsa, y las voces apagadas de los balseros hablando una lengua que era hardico comun del Archipielago, pero tan distinto en los sonidos y en los ritmos que le era dificil comprenderlo; y entonces supo donde se hallaba: lejos, mas alla del Archipielago, mas alla de todas las islas, perdido en la Mar Abierta. Pero ni siquiera ese pensamiento lo desazono, tendido como estaba, tan confortablemente como si reposara en la hierba de los prados de la tierra natal.
Penso, al cabo de un rato, que tenia que levantarse, y eso hizo, notando entonces que su cuerpo estaba mucho mas delgado y como quemado, y que las piernas, aunque temblorosas, aun le respondian. Empujo a un lado la cortina y salio a la luz de la tarde. Habia llovido mientras el dormia. Los maderos de la balsa, grandes troncos escuadrados y pulidos, ensamblados y calafateados con precision, estaban oscuros, impregnados de humedad, y los enjutos balseros semidesnudos tenian los cabellos ennegrecidos y aplastados por la lluvia. Pero una mitad del cielo, en el este, estaba despejada, y alli brillaba el sol, y las nubes se deslizaban hacia el lejano nordeste en grandes copos de plata.
Uno de los hombres se acerco a Arren, cauteloso, y se detuvo a pocos pasos de el. Era bajo y menudo, no mas alto que un chiquillo de doce anos, de ojos oscuros, grandes y rasgados. Tenia en la mano una lanza que terminaba en unas puas de marfil.
Arren le dijo: —Os debo la vida, a ti y a tu gente.
El hombre inclino la cabeza.
—?Querrias llevarme adonde esta mi companero?
Volviendose, el balsero alzo la voz en un grito agudo, penetrante como la llamada de un ave marina. Luego se sento en cuclillas, como esperando, y Arren hizo lo mismo.
Todas las balsas tenian un mastil, aunque en la de Arren no lo habian levantado aun. En los mastiles se izaban las velas, pequenas comparadas con la anchura de la balsa, y de un material pardo, no lona ni lino sino una sustancia fibrosa que no parecia tejida sino prensada, como el fieltro. A unas cuatro millas de distancia, una balsa arrio desde la cruceta y por medio de cuerdas la vela parda, y lentamente, y con la ayuda de pertigas y garfios, se abrio paso entre las otras para acercarse a la de Arren. Cuando llego a unos dos o tres pies de distancia, el hombre acuclillado junto a Arren se levanto y salto despreocupadamente hasta ella. Arren lo imito, para aterrizar de mala manera sobre manos y rodillas; no tenia ninguna flexibilidad en las piernas. Se levanto, y pudo ver que el hombre lo observaba, no con una sonrisa ironica, sino con aprobacion: como si respetara la serenidad de Arren.
Esta balsa era mas grande y mas alta de flotacion que todas las demas, construida con troncos de doce metros de largo y uno y medio o mas de ancho, ennegrecidos y pulidos por el desgaste y la intemperie. Unas estatuas de madera curiosamente talladas se alzaban alrededor de las diversas cabanas o recintos, con altas