pertigas coronadas por penachos de plumas de aves marinas en los cuatro angulos. El guia lo condujo a la mas pequena de las cabanas, y alli Arren vio a Gavilan, dormido.

Arren se sento en el interior de la cabana. El guia regreso a la otra balsa, y nadie vino a importunarlo. Al cabo de una hora, una mujer de la otra balsa le trajo la comida: una especie de guiso de pescado, frio, con algunos trocitos de una sustancia verde y transparente, salada pero sabrosa; y un pequeno tazon de agua, rancia y con sabor a brea por el calafateado de la barrica. Viendo la actitud de la mujer al ofrecerle el agua, Arren comprendio que lo que le regalaba era un tesoro, una cosa venerable. Y con respeto la bebio, y no pidio mas, aunque hubiera podido beber diez veces otro tanto.

Unas manos diestras habian vendado el hombro de Gavilan, que ahora dormia con un sueno profundo y tranquilo. Cuando desperto, tenia los ojos limpidos. Miro a Arren y sonrio, con esa sonrisa dulce, alegre, que siempre sorprendia en su rostro duro. Y otra vez Arren tuvo ganas de llorar. Puso una mano sobre la mano de Gavilan y no dijo nada.

Uno de los balseros se aproximo y se sento en cuclillas a la sombra de la gran cabana vecina: una especie de templo, al parecer: un friso de intrincados disenos cuadrados coronaba el dintel, y las jambas de la puerta eran troncos tallados en forma de ballenas grises, prontas a zambullirse. Este hombre era pequeno y delgado como los otros, menudo como un chiquillo, pero tenia un rostro fuerte, curtido por los anos. Solo llevaba un taparrabo, pero se movia con dignidad. —Necesita dormir —dijo, y Arren dejo solo a Gavilan y fue hacia el hombre.

—Tu eres el jefe de este pueblo —dijo, pues sabia reconocer a un principe a primera vista.

—Lo soy —dijo el hombre, con una breve inclinacion de cabeza. Arren estaba frente a el, erguido e inmovil. Al fin el hombre escruto brevemente los ojos de Arren—. Tu tambien eres un jefe —observo.

—Lo soy —le respondio Arren. Le hubiera gustado preguntar como sabia eso el balsero, pero no dijo nada —. Aunque sirvo a mi senor, que esta alli.

El jefe de los balseros dijo algo que Arren no comprendio, ciertas palabras transformadas hasta lo irreconocible, o nombres que el ignoraba; luego dijo: —?A que habeis venido a Balatran?

—En busca…

Pero Arren ignoraba cuanto podia decir, y en verdad que decir. Todo lo acontecido y hasta el motivo mismo del viaje le parecian cosas del pasado que se le confundian en la memoria. Al fin dijo: —Nos dirigiamos a Obehol. Alli nos atacaron en cuanto desembarcamos. Mi senor fue herido.

—?Y tu?

—Yo no —dijo Arren, recurriendo al frio dominio de si mismo que desde nino habia aprendido en la corte—. Pero habia… habia algo alli, una especie de locura. Un hombre que venia con nosotros se ahogo alli voluntariamente. Habia un miedo… —Se interrumpio y quedo en silencio.

El jefe lo observaba, los ojos negros, opacos. Al fin dijo: —Entonces ?habeis venido aqui por azar?

—Si. ?Estamos todavia en el Confin Austral?

—?Confin? No. Las islas… —El jefe movio una mano negra y fina, describiendo un arco, no mas que un cuarto del compas, de norte a este—. Las islas estan alli —dijo—. Todas las islas. —Luego, senalando toda la mar anochecida que se extendia delante de ellos, de norte a sur pasando por el oeste, dijo—: La mar.

—?De que tierra sois vosotros, senor?

—De ninguna tierra. Somos los Hijos de la Mar Abierta.

Arren miro el rostro vivaz del hombre. Miro en torno, la balsa grande, con el templo y los altos idolos, tallados todos en troncos de arboles, grandes deidades que eran una mezcla de delfin, pez, hombre y ave marina; observo a la gente atareada, tejiendo, tallando, pescando, cocinando sobre altas plataformas, cuidando a los ninos pequenos; vio las otras balsas, setenta por lo menos, diseminadas por el agua en un gran circulo de quiza una milla de diametro. Era una pequena ciudad: el humo se elevaba en delgadas volutas de las casas distantes, el viento traia las voces agudas de los ninos. Era una ciudad, y bajo el suelo se extendia el abismo.

—?Nunca vais a tierra? —pregunto el muchacho en voz baja.

—Una vez al ano. Vamos a la Duna Larga. Alli cortamos la madera y reparamos y pertrechamos las balsas. Eso en el otono, y luego seguimos a las ballenas grises hacia el norte. En el invierno nos separamos, y las balsas navegan solas. En la primavera venimos a Balatran, y nos reencontramos. Entonces hay un ir y venir de balsa a balsa, hay casamientos, se celebra la Larga Danza. Estas son las Rutas de Balatran; desde aqui la gran corriente lleva hacia el sur. En verano, a favor de la gran corriente, derivamos rumbo al sur, hasta que vemos a las Grandes, las ballenas grises, virando hacia el norte. Entonces las seguimos, y volvemos al fin a las costas de Emah en la Duna Larga, por una corta temporada.

—Esto es en verdad prodigioso, mi senor —dijo Arren—. Nunca supe que existiera un pueblo como el vuestro. Mi patria esta muy lejos de aqui. Sin embargo tambien alli, en la isla de Enlad, bailamos la Larga Danza en la vispera del solsticio de verano.

—Vosotros pisais la tierra, sobre seguro —dijo el jefe en tono seco—. Nosotros bailamos sobre la mar profunda.

Al cabo de un momento pregunto: —?Como se llama tu senor?

—Gavilan —dijo Arren. El jefe repitio las silabas, pero era evidente que no tenian para el ningun significado. Y eso mas que cualquier otra cosa hizo comprender a Arren que aquella historia era cierta, que ese pueblo vivia ano tras ano en alta mar, lejos de todas las tierras y del olor de la tierra, a donde no llegaban las aves terrestres, ignoradas por los hombres.

—La muerte estaba en el —dijo el jefe—. Necesita dormir. Tu vuelve ahora a la balsa de la Estrella; yo mandare por ti.

Se levanto. Aunque perfectamente seguro de si mismo, no estaba al parecer muy seguro respecto a Arren, no sabia si tratarlo como a un igual o como a un muchacho. Arren, dadas las circunstancias, preferia la segunda alternativa, y acepto que lo despidiese de ese modo; pero en seguida tuvo que enfrentar un problema distinto. Las balsas, flotando a la deriva, habian vuelto a distanciarse, y unos cien metros de agua satinada ondulaban entre ellas.

El jefe de los Hijos de la Mar Abierta le hablo una vez mas, brevemente. —Nada —le dijo.

Arren se descolgo de la balsa con cautela. La frescura del agua era agradable en la espalda escoriada por el sol. Cruzo a nado y se encaramo a la otra balsa. Un grupo de cinco o seis ninos y adolescentes lo observaban con un interes no disimulado. Una nina muy pequena dijo: —Nadas como un pez en un anzuelo.

—?Como quieres que nade? —pregunto Arren, un poco mortificado, pero de buen modo; en verdad, no hubiera podido mostrarse brusco con un ser humano tan pequeno. Era como una estatuilla de caoba pulida, fragil, exquisita.

—?Asi! —grito la nina, y se zambullo como una foca en el espejo limpido y turbulento de las aguas. Solo al cabo de un largo rato, y a una distancia inverosimil, oyo Arren el grito agudo de la nina y vio la cabeza negra, lisa y reluciente que asomaba a la superficie.

—Ven —dijo un muchacho que podia tener la edad de Arren, aunque por su estatura y su talla no representaba mas de doce anos: un adolescente de rostro grave, con un cangrejo azul tatuado en la espalda. Se zambullo y todos se zambulleron, hasta un nino de tres anos; Arren se vio obligado a imitarlos, y asi lo hizo, procurando no salpicar.

—Como una anguila —dijo el muchacho, emergiendo junto al hombro de Arren.

—Como un delfin —dijo una bonita muchacha con una bonita sonrisa y desaparecio en las profundidades.

—?Como yo! —chillo el nino de tres anos, balanceandose como una botella.

Y asi esa tarde, hasta que cayo la noche, y todo el largo y dorado dia siguiente, y los subsiguientes, Arren nado y converso y trabajo con los jovenes de la balsa de la Estrella. Y de todas las peripecias del viaje, desde aquella manana del equinoccio en que el y Gavilan zarparan de Roke, esta le parecia en cierto modo la mas extrana; porque no tenia nada que ver con todo cuanto habia acontecido antes, ni durante el viaje ni en toda su vida; y menos tenia que ver aun con lo que estaba por venir. Por la noche, cuando se acostaba entre los otros para dormir bajo las estrellas, pensaba: «Es como si me hubiese muerto, y esta fuese otra vida, una vida despues de la muerte, a la luz del sol, mas alla de la orilla del mundo, entre los hijos y las hijas de la mar…». Antes de dormirse buscaba al sur, en la lejania, la estrella amarilla y la figura de la Runa del Fin, y siempre veia a Gobardon, y el triangulo menor o el mayor; pero ahora las estrellas salian mas tarde, y no podia mantener los ojos abiertos y ver como la figura entera se desprendia del horizonte. Noche tras noche, dia tras dia, las balsas derivaban hacia el sur, pero nunca habia cambio alguno en el mar, porque lo eternamente cambiante nunca

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