cambia; las lluvias tempestuosas de mayo terminaron y de noche resplandecian las estrellas, y durante el dia el sol.

Sabia que no habrian de vivir toda la vida, para siempre, en esa paz que era como un sueno. Pregunto por el invierno, y ellos le hablaron de las largas lluvias y las violentas marejadas, de las balsas solitarias, aisladas unas de otras, derivando y cabeceando a traves de la grisura y la oscuridad, semana tras semana tras semana. El ultimo invierno, durante una tempestad que habia durado un mes, habian visto olas tan enormes que parecian «nubes de tormenta», decian ellos, porque nunca habian visto una colina; podian verlas llegar, una detras de otra, enormes, a millas de distancia, precipitandose gigantescas hacia ellos. ?Podian las balsas surcar mares semejantes?, pregunto, y ellos dijeron que si, pero no siempre. En la primavera, cuando volvian a reunirse en las Rutas de Balatran, quiza faltaran dos balsas, o tres, o seis…

Se casaban muy jovenes. Cangrejo- Azul, el muchacho que llevaba el nombre tatuado, y la bonita Albatros eran marido y mujer, aunque el tenia apenas diecisiete anos y ella dos menos; habia muchos casamientos como aquel entre las balsas. Numerosos bebes gateaban y hacian pininos por las balsas, atados con largas correas a los cuatro postes del cobertizo central, en el que todos se apinaban a la hora de la canicula para dormir en monton una agitada siesta. Todos se turnaban para recoger las grandes algas marinas de hojas pardas, el nilgu de as Rutas, dentado como el helecho y de veinticinco o treinta metros de largo. Todos participaban en la tarea de machacar y prensar el nilgu con el que hacian los lienzos, y en el trenzado de las fibras mas bastas para confeccionar con ellas cuerdas y redes; todos se ocupaban de pescar, de secar el pescado, de transformar en herramientas el marfil de las ballenas, y de todas las demas tareas necesarias para la vida en las balsas. Pero siempre habia tiempo para nadar y para conversar, y nunca una hora fija para terminar un trabajo. No habia horas: solo dias enteros, noches enteras. Al cabo de algunos de esos dias y noches, Arren tenia la impresion de haber vivido en la balsa un tiempo incalculable, y de que Obehol era un sueno, y que detras de aquel sueno habia otros, mas vagos, y que en algun otro mundo habia vivido en tierra y habia sido un principe en Enlad.

Cuando al fin fue convocado a la balsa del jefe, Gavilan lo miro un momento y dijo: — Te pareces al Arren que conoci en el Patio del Manantial: terso y resplandeciente como una foca dorada. Te sienta la vida aqui, muchacho.

— Si, mi senor.

—?Pero donde es aqui? Hemos dejado atras los lugares. Hemos navegado fuera de los mapas… Hace mucho tiempo oi hablar del pueblo de los Balseros, pero creia que era uno de los tantos cuentos del Confin Austral, una quimera sin sustancia. Sin embargo, hemos sido socorridos por esa quimera, y nuestras vidas han sido salvadas por un mito.

Sonreia al hablar, como si hubiera participado de ese bienestar intemporal a la luz del estio; pero tenia el rostro sombrio y una opaca oscuridad en los ojos. Arren se dio cuenta y lo enfrento.

—Yo he traicionado —dijo, y se detuvo—. He traicionado vuestra confianza en mi.

—?Como es eso, Arren?

—Alla… en Obehol. Cuando por una vez tuvisteis necesidad de mi. Estabais herido y necesitabais mi ayuda. Yo no hice nada. La barca navegaba a la deriva, y yo la deje derivar. Vos sufriais de dolor, y yo no hice nada por vos. Veia la tierra… veia la tierra, y ni siquiera intente cambiar el rumbo de la barca…

—Calmate, hijo —dijo el mago con tanta firmeza que Arren obedecio. Y un momento despues—: Dime en que pensabas en aquel momento.

—En nada, mi senor… ?en nada! Pensaba que cualquier cosa que hiciera seria inutil, que vuestro poder magico os habia abandonado… no, que nunca habia existido. Que me habiais embaucado. —El sudor le perlaba el rostro y tenia que forzar la voz, pero prosiguio—: Tenia miedo de vos. Le tenia miedo a la muerte. Le tenia tanto miedo que no queria miraros, porque quiza estabais muriendo. No podia pensar en nada, salvo en que habia… habia un medio para mi de no morir, si podia encontrarlo. Pero durante todo ese tiempo la vida se me escapaba, como si hubiese una gran herida de donde manaba la sangre… como de la vuestra. Pero esa herida estaba en todas las cosas. Y yo no hacia nada, salvo tratar de sustraerme al horror de la muerte.

Se interrumpio, pues no soportaba decir la verdad de viva voz. No era verguenza lo que le impedia hablar, sino miedo, el miedo mismo. Ahora sabia por que esa existencia apacible en las balsas, en la mar y a la luz del sol le parecia una vida despues de la vida, un sueno, una quimera. Era porque sabia, en su corazon, que la realidad estaba vacia, vacia de vida, de calor, de color, de sonido: vacia de sentido. Todo ese juego maravilloso de la forma y la luz y el color en la mar y en los ojos de los hombres no era nada mas que eso: un juego de ilusiones en un vacio hueco.

Las ilusiones pasaban, y solo lo informe permanecia, lo confuso y lo frio. No habia nada mas.

Gavilan lo estaba mirando, y Arren habia bajado la vista. Pero de improviso una vocecita hablo dentro de el, la voz del coraje o quiza la voz de la ironia. Era arrogante y despiadada, y le decia: ?Cobarde! ?Cobarde! ?Tambien esto vas a tirar por la borda?

Alzo pues los ojos, con un gran esfuerzo de la voluntad, y sostuvo la mirada de su companero.

Gavilan estiro el brazo y tomando la mano de Arren, la apreto con rudeza: ahora los dos se tocaban, se tocaban con los ojos y con la carne.

—Lebannen —dijo. Nunca habia pronunciado el nombre verdadero de Arren, y Arren nunca se lo habia dicho—. Lebannen, esto es. Y tu eres. No hay seguridad. No hay fin. La palabra ha de oirse en silencio. Para que se vean las estrellas es preciso que haya oscuridad. La danza se baila siempre sobre el sitio vacio, sobre el terrible abismo.

Arren hubiera querido soltarse, pero el mago lo retenia. —Os he traicionado —dijo—. Y volvere a traicionaros. ?No tengo suficiente fuerza!

—Tienes suficiente fuerza. —La voz de Gavilan parecia tierna, pero habia en ella la misma dureza que habia asomado en lo mas hondo de la verguenza de Arren—. Lo que amas, amaras. Lo que emprendas, lo llevaras a cabo. Se puede confiar en ti. No es de extranar que no lo hayas aprendido todavia; solo has tenido diecisiete anos para aprenderlo. Pero reflexiona un momento, Lebannen. Rehusar la muerte es rehusar la vida.

—?Pero yo buscaba la muerte! —Arren levanto la cabeza y clavo la mirada en Gavilan—. Como Sopli…

—Sopli no buscaba la muerte. Buscaba acabar con el miedo a la muerte.

—Pero hay un camino. El camino que el buscaba. Sopli. Y Liebre, y los otros. El camino de regreso a la vida, a la vida sin muerte. Vos… vos mas que cualquier otro… vos teneis que conocer ese camino…

—Yo no lo conozco.

—Pero los otros, los hechiceros…

—Se lo que ellos creen buscar. Pero se que moriran, como ha muerto Sopli. Que yo morire. Que tu moriras.

El puno del mago seguia reteniendo a Arren.

—Y valoro ese conocimiento. Es un gran don. Es el don de la identidad. Porque solo perdemos aquello que es nuestro. Esa identidad, nuestro tormento y nuestra gloria, nuestra humanidad, no perdura. Cambia y desaparece. Una ola en el mar. ?Querrias acaso que el mar quedara inmovil, que las mareas cesaran para salvar una sola ola, para salvarte tu? ?Renunciarias a la habilidad de tus manos, a la pasion de tu corazon, a la avidez de tu mente, para comprar seguridad?

—Seguridad —repitio Arren.

—Si —dijo el mago—. Seguridad.

Solto la mano de Arren y aparto de el los ojos, dejandolo solo, aunque seguian estando frente a frente.

—No se —dijo Arren al cabo—. No se lo que busco, ni a donde voy, ni quien soy.

—Yo se quien eres —dijo Gavilan en el mismo tono de voz, bajo y duro—. Eres mi guia. En tu inocencia y tu coraje, en tu insensatez y tu lealtad, eres mi guia, el nino a quien envio delante de mi en la noche oscura. Es tu miedo lo que sigo. Tu has pensado que yo te trataba con dureza. Nunca has sabido hasta que punto. Me sirvo de tu amor como un hombre que enciende una vela para alumbrarse el camino y la deja arder hasta que se consume. Y hay que seguir. Hay que seguir y recorrerlo todo, hasta el ultimo dia. Hasta el lugar donde los manantiales se secan, el lugar al que te arrastra tu miedo mortal.

—?Donde esta ese lugar, mi senor?

—No lo se.

—Yo no puedo llevaros. Pero ire con vos.

La mirada del mago era sombria, insondable.

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