—Mas si yo volviese a fallar, y os traicionara…

—Confiare en ti, hijo de Morred.

Los dos quedaron en silencio.

Por encima de ellos los altos idolos tallados se mecian levemente contra el azul del cielo austral; cuerpos de delfin, alas de gaviota replegadas, rostros humanos con ojos fijos de madreperla.

Gavilan se levanto, penosamente, pues la herida no se le habia curado aun. —Estoy cansado de tanta quietud —dijo—. Terminare por engordar en este ocio. —Empezo a ir y venir nerviosamente a lo largo de la balsa, y Arren se unio a el. Hablaron un poco mientras caminaban; Arren le conto como pasaba los dias, quienes eran sus amigos entre los balseros. El desasosiego de Gavilan era mayor que sus fuerzas, y estas pronto lo abandonaron. Se detuvo junto a una joven que tejia el nilgu detras de la Morada de las Grandes Ballenas y le pidio que buscara al jefe; luego volvio a su cabana. Alli fue a verlo el jefe de los balseros, y lo saludo cortesmente; el mago le devolvio el saludo y los tres se sentaron sobre las alfombras de piel de foca que cubrian el suelo de la cabana.

—He meditado —comenzo el jefe, con lenta y respetuosa solemnidad— acerca de las cosas que me habeis contado. De como los hombres piensan retornar de la muerte y ocupar otra vez sus propios cuerpos, y como olvidan rendir culto a los dioses y pierden la salud y la razon. Esto es malo, y una enorme locura. Tambien he pensado: ?que relacion tiene con nosotros? No tenemos nada que ver con los demas hombres, con sus islas y sus costumbres, lo que hacen y deshacen. Nosotros vivimos en la mar y nuestras vidas pertenecen a la mar. Nosotros no esperamos salvar a esos hombres, no buscamos su perdicion. La locura no llega aqui. No vamos a tierra, ni la gente de tierra viene a nosotros. Cuando yo era joven, hablabamos a veces con hombres que llegaban en navios a la Duna Larga, cuando ibamos alli a talar los troncos para las balsas y a construir los refugios para el invierno. A menudo veiamos veleros de Ohol y Welwai (asi llamaba a Obehol y Wellogy) que iban detras de las ballenas grises, en el otono. Muchas veces seguian de lejos nuestras balsas, porque nosotros conocemos las rutas y los lugares de reunion de las Grandes en el mar. Pero eso es todo cuanto he visto de la gente de tierra, y ahora ya no vienen. Tal vez se han vuelto todos locos y se hayan matado entre ellos. Hace dos anos, en la Duna Larga, mirando al norte, hacia Welwai, vimos durante tres dias el humo de una hoguera inmensa. ?Y que significa eso para nosotros? Somos los Hijos de la Mar Abierta. Vamos a donde nos lleva la mar.

—Sin embargo, viendo a la deriva la barca de un hombre de tierra, acudisteis a auxiliarla —dijo el mago.

—Algunos de los nuestros decian que no era prudente, y hubieran dejado que la barca derivara hasta el confin de la mar —respondio el jefe con su voz aguda, imperturbable.

—Tu no eras uno de ellos.

—No. Yo dije, aunque sea gente de tierra los ayudaremos, y asi se hizo. Pero con vuestras empresas, nada tenemos que ver. Si una locura se ha aduenado de la gente de tierra, es cosa de ellos. Nosotros seguimos la ruta de las Grandes. No podemos ayudaros en vuestra busqueda. Mientras querais quedaros con nosotros, sereis bienvenidos. No faltan muchos dias para la Larga Danza; despues volveremos hacia el norte, siguiendo la corriente del este que hacia el fin del verano nos llevara de nuevo a los mares de la Duna Larga. Si quereis quedaros con nosotros y cuidar aqui de vuestra herida, estara bien. Y si quereis tomar vuestra barca y seguir vuestro camino, tambien eso estara bien.

El mago le dio las gracias, y el jefe se levanto, delgado y tieso como una garza, dejandolos solos.

—En la inocencia no hay ninguna fuerza contra el mal —dijo Gavilan con un dejo de ironia—. Mas hay fuerza en ella para el bien… Nos quedaremos un tiempo, me parece, hasta que me haya curado de esta debilidad.

—Eso es sensato —dijo Arren. La fragilidad fisica de Gavilan lo habia impresionado y conmovido; estaba resuelto a protegerlo de su propia energia e impaciencia, a insistir en que esperasen al menos hasta que le desapareciera el dolor.

El mago lo miro, un poco sorprendido.

—Son bondadosos, aqui —prosiguio Arren, sin darse cuenta—. Al parecer, estan libres de esta enfermedad del alma que encontramos en Hortburgo y en las otras islas. Tal vez no haya ninguna otra isla donde nos hubieran ayudado como lo ha hecho este pueblo perdido.

—Es muy posible que tengas razon.

—Y llevan una vida placentera, en el estio…

—Es verdad. Aunque comer pescado frio toda la vida, y no ver nunca un peral en flor, ni probar jamas el agua fresca de un manantial, ?ha de ser aburrido a la larga!

Arren volvio pues a la balsa de la Estrella, y trabajo y nado y se regodeo al sol con los otros jovenes; y conversaba con Gavilan en la brisa fresca del atardecer, y dormia a la luz de las estrellas. Y los dias se sucedian hacia la Larga Danza de la vispera del solsticio de verano, y las grandes balsas derivaban lentamente hacia el sur arrastradas por las corrientes de la Mar Abierta.

9. Orm Embar

Durante toda la noche, la noche mas corta del ano, las antorchas ardieron sobre las balsas que se habian reunido en un gran circulo bajo el cielo en el que se apretaban las estrellas, de modo que un anillo de fuegos titilaba sobre las aguas del mar. El pueblo de los balseros bailaba, sin tambores ni flautas ni musica alguna, acompanados solo por el golpeteo de los pies desnudos sobre las grandes balsas mecidas por las olas, y las voces agudas de los cantores que resonaban quejumbrosas en la vastedad de aquella morada marina. No habia luna esa noche, y los cuerpos de los bailarines eran figuras borrosas a la claridad de las estrellas y la luz amarilla de las antorchas. De vez en cuando un cuerpo centelleaba como un pez volador, un joven que saltaba con una voltereta de una balsa a otra: saltos largos, y altos; y los jovenes rivalizaban, tratando de circundar todo el anillo de balsas y bailar en cada una de ellas, y dar asi la vuelta entera antes de que despuntara el dia.

Arren bailo con ellos, porque la Larga Danza es conocida en todas las islas del Archipielago, aunque los pasos y los cantos puedan variar. Pero a medida que transcurria la noche, y cuando ya muchos bailarines se retiraban y se sentaban a mirar o dormitar, y las voces de los cantores empezaban a enronquecerse, fue a dar con un grupo de muchachos saltarines a la cabana del jefe, y alli se detuvo, mientras los otros continuaban.

Gavilan estaba sentado con el jefe y las tres esposas del jefe, cerca del templo. Entre las ballenas esculpidas que formaban el vano de la puerta estaba sentado un cantor cuya voz no habia flaqueado en toda la noche. Cantaba, infatigable, golpeando con las manos la cubierta de madera.

—?Que canta? —pregunto Arren al mago, porque no podia seguir las palabras, que la voz del cantor alargaba con tremolos y extranas ligaduras.

—Canta sobre las ballenas grises, y el albatros, y las tempestades… No conocen los cantos de los heroes y los reyes. No conocen el nombre de Erreth-Akbe. Antes canto sobre Segoy, de como creo las tierras en medio de la mar; eso es todo cuanto recuerdan de la historia de los hombres. El resto solo habla de la mar.

Arren escucho; oyo la voz del que imitaba el grito sibilante del delfin, tejiendo el canto alrededor de ese grito. Observo el perfil de Gavilan a la luz de las antorchas, negro y firme como la piedra, y vio el brillo limpido de los ojos de las esposas del jefe que conversaban en voz baja, y sintio la larga y lenta inclinacion de la balsa sobre la mar tranquila, y poco a poco se deslizo en el sueno.

Se desperto de golpe: el trovador habia dejado de cantar. No solo el que estaba cerca de ellos, sino todos los otros, en las balsas proximas y en las mas alejadas. Las voces tenues se habian extinguido como un grito distante de aves marinas.

Arren miro hacia el este por encima del hombro, esperando ver el alba. Pero solo flotaba alli la luna vieja, baja aun, asomando apenas sobre el horizonte, dorada en medio de las estrellas del estio.

Luego miro hacia el sur y vio, muy alta en el cielo, la amarilla Gobardon, y debajo sus ocho companeras, incluso la ultima: la Runa del Fin, clara y resplandeciente por encima del mar. Y al volverse a mirar a Gavilan, vio el rostro oscuro alzado, contemplando esas mismas estrellas.

—?Por que has callado? —le pregunto el jefe al trovador—. Aun no ha despuntado el dia, ni siquiera el alba.

El hombre balbuceo y dijo: —No se.

—?Sigue cantando! La Larga Danza no ha terminado.

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