—Ya no se las palabras —dijo el cantor, y elevo la voz en un grito como de terror—. No puedo cantar. He olvidado la cancion.

—?Canta otra, entonces!

—Ya no hay mas cantos. Todo ha terminado —grito el trovador, e inclino el cuerpo doblandose hacia adelante, y el jefe lo miro, estupefacto.

Las balsas se mecian en silencio bajo el chisporroteo de las antorchas. La quietud del oceano se cerraba alrededor de aquel pequeno aliento de vida y luz, y lo devoraba. Ningun bailarin se movia.

A Arren le parecio que el resplandor de las estrellas empezaba a velarse. Y sin embargo, la luz del alba no asomaba aun en el este. Sintio horror y penso: «No habra amanecer. No habra dia».

En ese momento el mago se levanto. Y mientras se levantaba, una luz tenue, blanca y fugaz, corrio a lo largo de la vara, y ardio en la runa de plata incrustada en la madera. —La danza no ha terminado —dijo—, ni la noche. Arren, canta.

Arren hubiera querido decir: «?No puedo, senor!», pero miro las nueve estrellas en el sur, inspiro profundamente, y canto. La voz le sono velada y ronca al principio, pero fue cobrando fuerza a medida que cantaba, y el canto era el mas antiguo de los cantares, el de la creacion de Ea, y el equilibrio entre la oscuridad y la luz, y la creacion de las tierras verdes por aquel que pronuncio la Primera Palabra, el primer Senor de los Dias Antiguos, Segoy.

Antes que Arren terminase de cantar, el cielo habia palidecido hasta un azul grisaceo, y en el solo la luna y Gobardon brillaban aun debilmente, y las antorchas crepitaban al viento del amanecer. Terminado el canto, Arren callo; y los bailarines que se habian congregado para escucharlo se marcharon en silencio, de balsa en balsa, mientras la claridad se expandia en el levante.

—Es un hermoso canto —dijo el jefe con voz vacilante, aunque trataba de mostrarse impasible—. No hubiera estado bien finalizar la Larga Danza antes de que se completase. Hare azotar con correas de nilgu a esos cantores perezosos.

—Consuelalos, mas bien —dijo Gavilan. Todavia estaba de pie y su tono era grave—. Ningun cantor elige el silencio. Ven conmigo, Arren.

Se volvio para dirigirse a la cabana, y Arren lo siguio. Pero los prodigios de aquel amanecer no habian terminado aun, porque en el mismo instante, y mientras la linde del mar se tenia de blancura en el este, un gran pajaro aparecio volando desde el norte; tan alto se cernia que la luz del sol que aun no habia brillado sobre el mundo le iluminaba las alas; y el pajaro batia el aire con pinceladas de oro. Arren dio un grito, senalandolo. El mago alzo los ojos sorprendido. Y el rostro se le transfiguro, y se le hizo fiero y exultante, y grito:

—?Nam hietha arw Ged Arkvaissa! —que en la Lengua de la Creacion significaba: «Si es a Ged a quien buscas, aqui lo encontraras».

Y como una plomada de oro, las alas en alto y desplegadas, enorme y atronador en el aire, con garras que podrian atrapar un buey como si fuese un raton, con un rizo de humeante llama brotandole de los largos ollares, el dragon se abatio como un halcon sobre la balsa oscilante.

Los balseros gritaban, aterrorizados; unos se tiraban al suelo, otros saltaban al mar, y algunos se quedaron quietos, mirando, con un asombro que sobrepasaba al miedo.

El dragon se cernio sobre la balsa. Treinta metros median, tal vez, de extremo a extremo las enormes alas membranosas, que brillaban a la luz del sol naciente como humo estriado de oro; y no menos largo era el cuerpo, pero enjuto, arqueado como el de un lebrel, con zarpas de lagarto y escamas de serpiente. A lo largo del angosto espinazo corria una hilera de dardos dentados, parecidos a espinas de rosal, pero de un metro de altura en la giba del lomo, y disminuyendo de tal modo que el ultimo, en el extremo de la cola, no era mas largo que la hoja de un cuchillo pequeno. Esas espinas eran grises, y las escamas del dragon parecian de hierro, pero con reflejos de oro. Los ojos eran verdes y rasgados.

Temiendo por la suerte de su pueblo y olvidando su propio miedo, el jefe de los balseros salio de la cabana con un arpon de los que utilizaban para la caza de ballenas: era mas largo que el y remataba en una gran punta barbada de marfil. Blandiendolo con su brazo menudo y musculoso corrio hacia adelante para tomar impulso y lanzarlo contra el vientre angosto y escamoso del dragon que se cernia sobre la balsa. Arren, despertando de su estupor, alcanzo a verlo, y abalanzandose sobre el le sujeto el brazo y cayo al suelo en un monton con el y el arpon.

—?Acaso quieres encolerizarlo con ese ridiculo alfiler? —jadeo—. ?Deja que el Senor de Dragones sea el primero en hablar!

El jefe, a medias sin resuello, clavo entonces una mirada estupida en Arren, y luego en el mago, y en el dragon. Pero no dijo nada. Y entonces el dragon hablo.

Nadie excepto Ged —a quien se dirigia— pudo comprenderlo, porque los dragones solo hablan la Lengua Arcana, la lengua propia de los dragones. La voz era suave y sibilante, casi como la de un gato cuando bufa de rabia, pero enorme, y habia en ella una musica terrible. Quienquiera que oyese esa voz se detendria, y escucharia inmovil.

El mago respondio brevemente, y el dragon hablo otra vez, suspendido sobre el hombre y agitando apenas las alas: como una libelula, penso Arren, suspendida en el aire.

El mago respondio entonces una sola palabra: Memeas, «ire», y levanto la vara de madera de tejo. Las quijadas del dragon se abrieron y una serpentina de humo escapo de ellas en un arabesco largo. Las alas de oro se sacudieron batiendo el aire y levantando un gran viento que olia a incendio; y la enorme criatura dio media vuelta y volo hacia el norte.

Ahora habia silencio en las balsas, solo interrumpido por los debiles gorjeos y lloriqueos de los ninos, y las voces de las mujeres que los tranquilizaban; y los hombres volvian a trepar a bordo desde la mar, un poco abochornados; y las olvidadas antorchas continuaban encendidas a los primeros rayos del sol.

El mago se volvio a Arren. Habia un fulgor en su rostro que podia ser de alegria o de colera, pero hablo con una voz tranquila: —Ahora tenemos que partir, hijo. Di tus adioses y ven. —Se volvio hacia el jefe de los balseros para darle las gracias y despedirse, y luego dejo la balsa grande, y cruzando otras tres (ya que aun seguian todas juntas, como habian sido dispuestas para la danza) llego a la que estaba amarrada Miralejos. Porque la barca habia seguido a la ciudad balsera en aquel largo y lento derivar hacia el sur, meciendose vacia detras de ellos; pero los Hijos de la Mar Abierta habian llenado de agua de lluvia el barril de la barca, y la habian abastecido de provisiones, deseando asi homenajear a sus huespedes; porque muchos de ellos creian que Gavilan era uno de las Grandes, que habia tomado la forma de un hombre en lugar de la forma de una ballena. Cuando Arren se reunio con el, ya habia izado la vela. Arren solto la amarra y salto a la barca, y en el mismo instante Miralejos viro y la vela se tendio como al impulso de un viento de altura, aunque solo soplaba la brisa del amanecer. Escoro por la banda y enfilo veloz hacia el norte, siguiendo el rastro del dragon, ligera como una hoja llevada por el viento.

Cuando Arren volvio la cabeza, vio la ciudad de las balsas, como minusculos y dispersos despojos de un naufragio, varillas y trocitos de madera flotando a la deriva: las cabanas y los postes de las antorchas. Pronto todo eso se perdio en la incandescencia del sol matinal sobre las aguas. Miralejos corria hacia adelante. Cada vez que la roda mordia las olas, la espuma volaba en un fino polvo de cristal, y el viento desplazado echaba hacia atras los cabellos de Arren obligandolo a cerrar los ojos.

Ningun viento de la tierra hubiera podido hacer que una barca tan pequena surcara el mar tan rapidamente, solo una tempestad, y quiza entonces fuera engullida por las olas. No era un viento de la tierra lo que la empujaba sino la palabra y los poderes del mago.

Durante largo rato Gavilan habia estado de pie junto al mastil, los ojos avizores. Al fin se sento en su antiguo sitio junto al timon, y apoyo una mano sobre el, y miro a Arren.

—Era Orm Embar —dijo—, el Dragon de Selidor, descendiente de aquel famoso Orm que mato a Erreth- Akbe y fue muerto por el.

—?Andaba de caza, senor? —pregunto Arren, porque no sabia a ciencia cierta si las palabras que el mago le habia dicho al dragon eran de bienvenida o de amenaza.

—Si, y yo era la presa. Lo que un dragon busca lo encuentra siempre. Ha venido a pedirme ayuda. —Solto una breve carcajada—. Y eso es algo que yo no creeria si me lo contaran: que un dragon le pida ayuda a un hombre. ?Y este, entre todos! No el mas viejo, aunque sea viejisimo, pero si el mas poderoso. No oculta su nombre verdadero como los hombres y los otros dragones. No teme que alguien pueda dominarlo. Tampoco engana, como suelen hacer los de su especie. Hace ya mucho tiempo, en Selidor, me perdono la vida, y me dijo

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