Arren con una leve sonrisa.

Pero el rostro del Archimago era como de hierro a la luz gris de las ventanas.

—Mi senor —le dijo Arren, ahora con voz firme—, es verdad que desciendo de la estirpe de Morred, si una genealogia tan antigua puede rastrearse con alguna certeza. Y si llego a serviros, lo considerare como mi mayor ventura y el mas alto honor de mi vida. Pero temo que me tomeis por mas de lo que soy.

—Tal vez —dijo el Archimago.

—No tengo dotes ni talentos extraordinarios. Manejo la espada corta y la espada noble. Puedo timonear una barca. Conozco las danzas cortesanas y las danzas campesinas. Puedo arreglar una querella entre cortesanos. Se defenderme en la lucha cuerpo a cuerpo, soy un arquero torpe, y habil en el juego de balon-red. Se cantar, y tocar el arpa y el laud. Y eso es todo. No hay mas. ?Que ayuda podre prestaros? El Maestro de Invocaciones tiene razon…

—Ah, notaste eso, ?verdad? Esta celoso. Reclama el privilegio de una lealtad mas antigua.

—Y de una mayor competencia, mi senor.

—?Preferirias, entonces, que fuera el quien me acompanase, y tu el que se quedara?

—?No! Pero temo…

—?Temes que?

En los ojos del muchacho asomaron unas lagrimas. —Temo fallaros —dijo.

El Archimago se volvio de nuevo hacia el fuego. —Sientate, Arren —dijo, y el muchacho fue a sentarse en el rincon del hogar, sobre el banco de piedra—. Yo no te considero un hechicero, ni un guerrero, ni ninguna cosa ya definitiva. No se lo que eres, pero me alegra saber que puedes timonear una barca… Lo que seras, nadie lo sabe. Pero una cosa se: que eres el hijo de Morred y de Serriadh.

Arren guardo silencio. —Eso es verdad, mi senor —dijo al cabo—. Pero… —El Archimago no replico y el tuvo que terminar la frase—: Pero yo no soy Morred. No soy mas que yo mismo.

—?No te sientes orgulloso de tu linaje?

—Si, me siento orgulloso… porque hace de mi un principe; significa una responsabilidad, una mision de la que hay que ser digno…

El Archimago asintio una vez, brevemente.

—Eso era lo que queria decir. Negar el pasado es negar el futuro. El hombre no construye su destino: lo acepta o lo niega. Si las raices del serbal no son profundas, el arbol no tendra corona. —Al oir esto, Arren alzo los ojos, sorprendido, porque su nombre verdadero, Lebannen, significaba serbal. Pero el Archimago no lo habia nombrado—. Tus raices son profundas —prosiguio—. Tienes fuerza, y necesitas espacio, espacio para crecer. Asi pues, yo te ofrezco, en lugar de una travesia sin riesgos de regreso a Enlad, un viaje incierto hacia lo desconocido. No estas obligado a venir. La eleccion depende de ti. Pero yo te la ofrezco. Porque estoy cansado de vivir en sitios seguros, bajo techo, entre paredes. —Callo bruscamente, y miro alrededor con ojos penetrantes, ciegos.

Arren adivino la profunda desazon de aquel hombre, y sintio terror. Pero el miedo afila el animo, y con el corazon sobresaltado respondio al punto: —Mi senor, elijo ir con vos.

Arren salio de la Casa Grande con el corazon y el espiritu embargados de asombro. Se decia que era feliz, pero la palabra no parecia ser la adecuada. Que era fuerte, le habia dicho el Archimago, un hombre llamado a un gran destino, y esas alabanzas, se decia, lo enorgullecian. Pero el no sentia ningun orgullo. ?Por que no? El mago mas poderoso del mundo le habia dicho: «Manana nos haremos a la mar, rumbo a las orillas del Destino», y el habia asentido, e iria: ?no tendria que sentir orgullo? Pero no era asi. Solo sentia extraneza.

Bajo por las sinuosas y empinadas calles de Zuil-burgo, busco en los muelles al capitan de su nave, y le dijo: —Parto manana con el Archimago hacia Wathort y el Confin Austral. Di al Principe, mi padre, que cuando haya cumplido este servicio regresare a Berila.

El capitan puso mala cara. Sabia como podia ser recibido por el Principe de Enlad el portador de semejante nueva. —Tendre que llevar una palabra escrita de vuestro puno y letra, principe —dijo.

Considerando que esto era justo, Arren partio de prisa. Sentia que tenia que hacerlo todo en el momento y encontro una extrana tiendecita en la que compro una piedra de tinta, un pincel y una hoja de papel terso y grueso como el fieltro; luego volvio a paso rapido a los muelles y se sento en el embarcadero para escribir a sus padres. Cuando imagino a su madre con esa misma hoja de papel en la mano, leyendo la carta, lo invadio una profunda tristeza. Ella era una mujer alegre y paciente, pero Arren sabia que el era la fuente de ese contento, y que ella esperaba ansiosa a que el regresara. No habia modo de que olvidara esa larga ausencia. La carta fue seca y breve. Firmo con la runa-espada, sello la carta con un poco de brea para calafatear que encontro en un caldero, y la entrego al capitan del navio. De pronto: —?Espera! —dijo; como si la nave fuese a levar anclas en ese mismo instante, y echo a correr cuesta arriba por el empedrado de las calles escarpadas hacia la extrana tiendecita. Le fue dificil dar con ella porque habia algo raro en las calles de Zuil: era casi como si los recodos y revueltas fuesen distintos cada vez. Dio al fin con la calleja que buscaba, y entro en la tienda como una exhalacion, apartando las sartas de abalorios que adornaban la entrada. Antes, cuando comprara la tinta y el papel, habia visto en un escaparate de broches y prendedores uno de plata que tenia la forma de una rosa silvestre; y su madre se llamaba Rosa—. Llevare este —dijo con un aire de impaciencia principesca.

—Una antigua orfebreria de plata de la Isla de O. Veo que sois buen conocedor de antiguedades —dijo el tendero, mirando no la esplendida vaina, sino la empunadura de la espada de Arren—. Os costara cuatro marfiles.

Arren pago sin protestar el precio mas bien alto; tenia la escarcela repleta de las piezas de marfil que en las Comarcas Interiores se utilizan como dinero. La idea de un regalo para su madre lo complacia; el acto de comprar lo complacia; al salir de la tienda apoyo la mano en el pomo de la espada, con un toque de jactancia.

El Principe le habia dado esa espada cuando Arren iba a dejar Enland, el dia anterior, y el la habia recibido solemnemente; y la habia llevado en el cinto como si fuese un deber, incluso durante la travesia. Sentia con orgullo el peso del arma sobre la cadera, el peso de los anos incontables sobre la mente. Porque aquella era la espada de Serriadh, el hijo de Morred y Elfarran; no habia en el mundo ninguna mas antigua, a no ser la espada de Erreth-Akbe, que estaba clavada en la cumbrera de la Torre de los Reyes, en Havnor. Esta no habia estado guardada jamas, siempre habia sido usada; y sin embargo, los siglos no la habian gastado, ni debilitado, pues la habian forjado con un encantamiento muy poderoso. La historia decia que nunca habia sido desenvainada, y jamas lo seria, excepto al servicio de la vida. Jamas se dejaria esgrimir para saciar la sed de sangre, de codicia o de venganza, ni en guerras de conquista. De ella, el tesoro mas grande del palacio, habia recibido Arren su nombre comun: Arrendek la llamaba de nino: «la pequena Espada».

El nunca la habia utilizado, ni tampoco su padre, ni su abuelo. La paz habia reinado en Enlad durante muchos anos.

Y ahora, en la calle de la extrana ciudad de la Isla de los Magos, la empunadura de la espada le parecia extrana cuando la tocaba. La sentia indocil y fria. Era pesada, le entorpecia la marcha; tironeaba de el. La impresion de maravilla persistia, pero se habia enfriado. Bajo de nuevo al muelle, le dio al capitan de la nave el broche para su madre, y se despidio deseandole un buen viaje de regreso. Al volverse, cubrio con la capa la vaina que guardaba el arma antigua e inflexible, la cosa mortifera que habia heredado. Ya no se sentia con animo jactancioso. «?Que estoy haciendo?», se preguntaba mientras trepaba por los senderos angostos, ahora sin prisa, en direccion a la Casa Grande, maciza como una fortaleza, que se elevaba por encima de la ciudad. «?Como es que no estoy viajando de vuelta a casa? ?Por que voy a partir en busca de algo que no comprendo, con un hombre a quien no conozco?»

Y no encontraba respuesta a estas preguntas.

3. Hortburgo

En la oscuridad que precede al alba, Arren se puso las ropas que le habian dado, una indumentaria marinera muy gastada pero limpia, y por los corredores silenciosos de la Casa Grande se encamino de prisa hacia la puerta del este, tallada en cuerno y diente de dragon. Alli el Portero le abrio la puerta y le indico el camino con una ligera sonrisa. Arren echo a andar por la calle mas alta de la villa y luego por un sendero que descendia hasta las casetas de botes de la Escuela, en la playa de la bahia, al sur de los diques de Zuil. Apenas si veia el camino.

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