ojos se cerraron y se abrieron, contemplando mas alla de ella. Apoyo la mano sobre las manos de Tenar; ella se inclino, acercandosele; el le dijo su nombre, para que despues de su muerte se supiera quien habia sido.

El le apreto la mano y cerro los ojos, y nuevamente empezo a esforzarse por respirar, hasta que ya no pudo hacerlo. Quedo tendido como otra raiz del arbol, mientras las estrellas iban apareciendo y brillaban entre las hojas y las ramas del bosque.

Tenar se quedo sentada junto al hombre muerto en la oscuridad y las sombras. Una linterna brillo como una luciernaga sobre el prado. Tenar habia extendido la manta de lana para que los cubriera a los dos, pero la mano que sostenia la de Ogion se le habia enfriado, como si sostuviese una piedra. Ella apoyo la frente en la mano de Ogion una vez mas. Luego se puso de pie, tensa y tambaleante, como si el cuerpo no le perteneciera, y salio al encuentro de quienquiera que viniese con la luz y a mostrarle el camino.

Esa noche los vecinos de Ogion se quedaron a su lado, y el no les pidio que se marcharan.

La mansion del Senor de Re Albi se elevaba sobre un promontorio rocoso en la ladera de la montana mas arriba del Acantilado. De manana, mucho antes de que el sol iluminara la montana, el hechicero que estaba al servicio del senor llego al lugar despues de atravesar la aldea; y muy poco despues otro hechicero subio dificultosamente por el empinado camino desde el Puerto de Gont, del que habia salido cuando aun estaba oscuro. Habian oido decir que Ogion agonizaba o tenian tal poder que sabian que un gran mago habia muerto.

La aldea de Re Albi no tenia hechicero, solo su propio mago, y una bruja que se ocupaba de las tareas mas ordinarias de encontrar cosas y curar y componer huesos que nadie le habria pedido hacer al mago para no molestarlo. Tia Musgo era una criatura hosca, que no se habia casado nunca, como la mayoria de las brujas, y sucia, con cabellos semi-canos atados en curiosos nudos magicos y de ojos enrojecidos por el humo de las hierbas. Habia sido ella quien habia atravesado el prado con una linterna, y con Tenar y los demas habia velado toda la noche el cuerpo de Ogion. Habia cubierto una vela de cera con una pantalla de vidrio, alli en el bosque, y habia quemado aceites aromaticos en un plato de arcilla; habia dicho las palabras que se debian decir y hecho lo que se debia hacer. Cuando habia llegado el momento de tocar el cuerpo para prepararlo para el entierro, habia mirado una vez a Tenar como pidiendole permiso y luego habia proseguido con su tarea. Las brujas de las aldeas solian ocuparse del regreso a casa de los muertos, como lo llamaban, y generalmente del entierro.

Cuando llego el hechicero que venia de la mansion, un hombre joven y alto con una vara plateada de madera de pino, y llego el otro hechicero desde el Puerto de Gont, un hombre maduro y vigoroso con una pequena vara de tejo, Tia Musgo no los miro con sus ojos sanguinolentos, sino que agacho la cabeza e hizo una reverencia y retrocedio, recogiendo sus pobres amuletos y objetos de brujeria.

Despues de colocar el cuerpo en la posicion debida para ser enterrado, sobre el lado izquierdo y con las rodillas dobladas, le puso un pequeno envoltorio magico en la mano izquierda con la palma vuelta hacia arriba, algo envuelto en blando cuero de cabra y atado con una cuerda de color. El hechicero de Re Albi lo aparto dandole un golpecito con la punta de la vara.

—?Esta cavada la tumba? —pregunto el hechicero del Puerto de Gont.

—Si —dijo el hechicero de Re Albi—. En el cementerio de la casa de mi senor —y senalo la mansion en lo alto de la montana.

—Ya veo —dijo el del Puerto de Gont—. Creia que nuestro mago seria enterrado con todos los honores en la ciudad que salvo del terremoto.

—Mi senor aspira a ese honor —dijo el de Re Albi.

—Pero al parecer… —comenzo a decir el del Puerto de Gont y se detuvo, porque no le gustaba discutir, pero no estaba dispuesto a ceder ante la futil exigencia del joven. Bajo los ojos para mirar el cuerpo del muerto—. Sera enterrado sin su nombre —dijo con dolor y amargura—. Camine toda la noche, pero llegue muy tarde. ?Una gran perdida que se acrecienta!

El joven hechicero no dijo nada.

—Su nombre era Aihal —dijo Tenar—. Su deseo era yacer aqui, donde yace ahora.

Los dos hombres la miraron. Al ver a una aldeana de edad madura, el joven simplemente se dio media vuelta. El hombre del Puerto de Gont le clavo la mirada por un instante y dijo: —?Quien eres?

—Me llaman la viuda de Pedernal, Goha —dijo—. A ti te corresponde saber quien soy, me parece. No me corresponde a mi decirtelo.

Ante eso, el hechicero de Re Albi la considero digna de una rapida mirada. —?Ten cuidado, mujer, cuando hablas con hombres de poder!

—?Espera, espera! —dijo el del Puerto de Gont, haciendo un gesto de ligero palmoteo, tratando de calmar al indignado hechicero de Re Albi y sin dejar de mirar a Tenar—. ?Tu fuiste…, fuiste su pupila en otra epoca?

—Y su amiga —dijo Tenar. Entonces volvio la cabeza y se quedo en silencio. Habia percibido la colera de su propia voz al pronunciar esa palabra, «amiga». Contemplo el cuerpo de su amigo, un cadaver dispuesto para que la tierra lo recibiera, lejano y quieto. Ellos estaban de pie junto al cuerpo, vivos y llenos de poder, sin ofrecer amistad, sino solo desprecio, rivalidad, colera.

—Lo siento —dijo ella—. Fue una larga noche. Estaba con el cuando murio.

—No es… —comenzo a decir el hechicero joven, pero inesperadamente la vieja Tia Musgo lo interrumpio, diciendo en voz alta—: Asi fue. Si, asi fue. Ella fue la unica. El la mando llamar. Mando al joven Townsend, el mercader de ovejas, a decirle que viniera, al otro lado de la montana, y espero a morir hasta que ella llego y ella se quedo con el y entonces murio, y murio donde debian enterrarlo, aqui.

—?Y… —dijo el hombre mayor—, y el te dijo…?

—Su nombre. —Tenar los miro y, pese a todo su esfuerzo, la incredulidad en el rostro del hombre mayor, el desden en el rostro del otro la hicieron responder con igual descortesia.— Ya dije su nombre —dijo—. ?Debo repetiroslo?

Consternada, Tenar advirtio en sus rostros que en realidad no habian escuchado el nombre, el verdadero nombre de Ogion; no le habian prestado atencion.

—?Ay! —dijo—. Esta es una mala epoca…, una epoca en que se puede ignorar incluso un nombre como ese, ?en que puede caer como una piedra! ?El escuchar no es acaso una forma de poder? Escuchad entonces: su nombre era Aihal. Su nombre en la muerte es Aihal. En las canciones sera conocido como Aihal de Gont. Si se siguen haciendo canciones. Era un hombre silencioso. Ahora se ha quedado en profundo silencio. Tal vez no haya mas canciones, solo silencio. No se. Estoy muy cansada. He perdido a mi padre y querido amigo. —Se le quebro la voz; su garganta se cerro en un sollozo. Se dio media vuelta para marcharse. Vio en el sendero del bosque el pequeno amuleto atado que habia hecho Tia Musgo. Lo cogio, se arrodillo junto al cadaver, beso la palma abierta de la mano izquierda y puso en ella el envoltorio. Desde alli, arrodillada, miro una vez mas a los dos hombres. Hablo quedamente.

—?Os ocupareis —dijo— de que se cave aqui la tumba, donde el deseaba que se cavara?

Los dos asintieron, primero el hombre mayor, luego el mas joven.

Tenar se puso de pie, alisandose la falda, y echo a andar por el prado bajo la luz matinal.

4. Kalessin

«Espera», le habia dicho Ogion, que ahora se llamaba Aihal, poco antes de que el halito de la muerte lo hiciera estremecerse y lo liberara de la vida. «Se acabo… ?Todo ha cambiado!», habia musitado, y luego: «Espera, Tenar…». Pero no habia dicho que debia esperar. El cambio que habia visto o que habia sentido, quiza; pero ?que cambio? ?Se referia acaso a su propia muerte, a su propia vida que se acababa? Habia hablado con alegria, jubilosamente. Le habia ordenado que esperara.

—?Que mas tengo que hacer? —se dijo, barriendo el piso de la casa de Ogion—. ?Que mas he hecho en mi vida? —Y, hablando con su recuerdo de Ogion:— ?Debo esperar aqui, en tu casa?

—Si—dijo Aihal el Silencioso, silenciosamente, sonriendo.

Barrio entonces la casa y limpio el hogar y aireo los colchones. Tiro algunas ollas de barro rotas y una cacerola agujereada, pero las tomo con cuidado. Incluso apoyo la mejilla en un plato gastado cuando lo saco de la casa para llevarlo al basurero, porque era un testimonio de la enfermedad del viejo mago durante el ultimo ano. Habia sido un hombre austero, habia vivido con tanta sencillez como un pobre campesino, pero cuando tenia la mirada clara y era un hombre fuerte jamas habria usado un plato roto ni habria dejado de reparar una cacerola.

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