Estas senales de su debilidad la entristecieron, haciendole desear haber estado con el para cuidarlo. «Me habria gustado hacerlo», le dijo al recuerdo de Ogion, pero el no dijo nada. Nunca habia dejado que nadie lo cuidara. ?Le habria dicho a Tenar «Tienes mejores cosas de que ocuparte»? Tenar no lo sabia. El estaba en silencio. Pero estaba segura de que hacia bien quedandose en su casa, ahora.

Shandy y su anciano esposo, Arroyo Claro, que habian vivido en la granja del Valle Central mas que ella, se ocuparian de los rebanos y del huerto; la otra pareja que vivia en la granja, Tiff y Sis, guardarian lo que se cosechara. Lo demas tendria que seguir su propio curso por un tiempo. Los ninos de los vecinos sacarian las frambuesas de las matas. Era una lastima; le encantaban las frambuesas. Alla arriba en el Acantilado, donde el viento soplaba sin cesar, hacia mucho frio para cultivar frambuesas. Pero en el viejo melocotonero de Ogion que estaba en el rincon cubierto del muro de la casa que daba al sur habia dieciocho melocotones, y Therru no dejaba de mirarlos como un gato pendiente de un raton hasta que un dia entro en la casa y dijo en su voz ronca y poco clara: —Dos melocotones estan todos rojos y amarillos.

—?Ah! —dijo Tenar. Fueron juntas hasta el arbol y sacaron los dos primeros melocotones maduros y se los comieron alli mismo, sin pelarlos. El jugo les corria por el menton. Se lamieron los dedos.

—?Puedo plantarla? —dijo Therru, observando la rugosa semilla del melocoton.

—Si. Este es un buen lugar, cerca del viejo arbol. Pero no muy cerca. Asi los dos tendran espacio para sus raices y sus ramas.

La nina escogio un lugar y cavo la minuscula tumba. Coloco la semilla dentro y la cubrio. Tenar la observaba. Sentia que en los pocos dias que llevaban viviendo alli, Therru habia cambiado. Seguia teniendo una actitud indiferente, ni enfadada ni alegre; pero desde que estaban alli, su impresionante actitud vigilante y su inmovilidad se habian suavizado casi imperceptiblemente. Se habia interesado por los melocotones. Se le habia ocurrido plantar la semilla, aumentar el numero de melocotones en el mundo. En la Granja de los Robles habia solo dos personas que no le daban miedo, Tenar y Alondra; pero aqui se habia acostumbrado facilmente a Brezo, la pastora de cabras de Re Albi, una amable muchacha gritona y tontuela de veinte anos que trataba a la nina casi como si fuese otra cabra, una nina lisiada. Eso estaba bien. Y Tia Musgo estaba bien tambien, a pesar de como olia.

Cuando Tenar habia vivido en Re Albi por primera vez, hacia veinticinco anos, Musgo no era una bruja vieja sino una bruja joven. Siempre ocultaba la cabeza y se inclinaba y sonreia forzadamente ante la «joven dama», la «Dama Blanca», la pupila y discipula de Ogion, hablandole siempre con el mayor respeto. Tenar habia sentido entonces que ese respeto era falso, una mascara que ocultaba una envidia y una antipatia y una desconfianza que le eran muy familiares, por parte de las mujeres ante las cuales la habian colocado en una posicion de superioridad, mujeres que se consideraban vulgares y que la consideraban alguien especial, privilegiada. Como sacerdotisa de las Tumbas de Atuan o como pupila forastera del Mago de Gont, habia ocupado una posicion distante, superior. Los hombres le habian dado poder, los hombres habian compartido su poder con ella. Las mujeres la observaban desde fuera, a veces con rivalidad, a menudo con un asomo de mofa.

Ella habia sentido que era la que quedaba fuera, excluida. Habia huido de los Poderes de las tumbas del desierto, y despues habia renunciado a los poderes de conocimiento y maestria que le ofrecia su tutor, Ogion. Le habia dado la espalda a todo aquello, habia atravesado al otro lado, se habia ido al otro cuarto, donde vivian las mujeres, para ser tambien una de ellas. Una esposa, la esposa de un granjero, una madre, una ama de casa que ostentaba el poder para el que nace una mujer, la autoridad que le asignaba el orden impuesto por la humanidad.

Y alli en el Valle Central, Goha, la esposa de Pedernal, habia sido bien recibida, dentro de todo, por las mujeres; indudablemente forastera, de tez blanca y con un acento un tanto extrano, pero una extraordinaria ama de casa, una excelente hiladora, con hijos de buenos modales y bien criados y una granja prospera: respetable. Y para los hombres era la mujer de Pedernal, que hacia lo que debia hacer una mujer: compartir su lecho, criar, hornear, cocinar, limpiar, hilar, coser, servir. Una buena mujer. Le daban su aprobacion. Pedernal habia escogido bien despues de todo, decian. «?Como sera una mujer blanca?, ?tendra todo el cuerpo blanco?», preguntaban con la mirada, observandola, hasta que se hizo mayor y dejaron de verla.

Aqui, ahora, todo habia cambiado, no habia nada de eso. Desde que ella y Musgo habian velado juntas a Ogion, la bruja habia dejado bien en claro que iba a ser su amiga, su acompanante, su sirvienta, lo que Tenar quisiera que fuese. Tenar no estaba en absoluto segura de que queria que fuese Tia Musgo, porque le parecia impredecible, indigna de confianza, incomprensible, apasionada, ignorante, solapada y sucia. Pero Musgo se llevaba bien con la nina quemada. Tal vez era Musgo la que estaba produciendo ese cambio, esa leve serenidad en Therru. Con ella, Therru se comportaba como con cualquier otra persona: inexpresiva, retraida, docil como puede ser docil un objeto inanimado, una piedra. Pero la vieja se habia mostrado persistente con ella, ofreciendole pequenos dulces y tesoros, sobornandola, engatusandola, halagandola. —?Ven con Tia Musgo ahora, queridita! Ven conmigo y Tia Musgo te va a mostrar el lugar mas hermoso que existe…

La nariz de Musgo se curvaba sobre sus mandibulas desdentadas y sus labios finos; en la mejilla tenia una verruga del tamano de una semilla de cereza; sus cabellos eran un amasijo gris y negro de nudos magicos y mechones; y tenia un olor tan fuerte y desagradable y profundo e intrincado como el olor de una guarida de zorros. —?Ven al bosque conmigo, queridita! —decian las brujas viejas en los cuentos que les contaban a los ninos de Gont—. ?Ven conmigo y te mostrare un lugar muy hermoso! —Y entonces la bruja encerraba a la nina en el horno y la asaba bien asada y se la comia, o la arrojaba a un pozo, donde se quedaba brincando y croando melancolicamente por siempre jamas, o la encerraba en una enorme piedra para que durmiera alli durante cien anos, hasta que llegara el Hijo del Rey, el Principe Mago, que hacia anicos la piedra con una sola palabra, despertaba a la doncella y mataba a la bruja malvada…

—?Ven conmigo, queridita! —Y se llevaba a la nina al campo y le mostraba un nido de alondra que habia entre el heno verde, o la llevaba a los pantanos a recoger dictamo blanco, menta silvestre y arandanos. No tenia que meter a la nina en el horno ni convertirla en un monstruo, ni encerrarla en una piedra. Ya lo habian hecho.

Musgo era bondadosa con Therru, pero su bondad era interesada, y cuando salian juntas daba la impresion de que le hablaba mucho a la nina. Tenar no sabia lo que Musgo le decia o le ensenaba, si debia dejar o no que la bruja le llenara la cabeza de ideas a la nina. «Debil como magia de mujer, maligno como magia de mujer», habia oido decir cien veces. Y en realidad habia visto que la brujeria de mujeres como Musgo o Hiedra solia ser debil y que a veces era deliberadamente maligna o resultaba serlo por ignorancia. Aunque conocieran muchos sortilegios y hechizos y supieran algunas de las grandes canciones, las brujas de las aldeas jamas aprendian las Altas Artes o los principios de la magia. Ninguna mujer recibia esos conocimientos. La hechiceria era una tarea de los hombres, algo que los hombres sabian hacer. Nunca habia habido una maga. Aunque unas pocas se hacian llamar hechiceras, su poder era el poder de alguien inexperto, poder sin arte ni saber, semifrivolo, semipeligroso.

Una vulgar bruja de aldea, como Musgo, se ganaba la vida con unas cuantas palabras de la Lengua Verdadera que las brujas mas viejas le transmitian como valiosos tesoros o los hechiceros le vendian a un alto precio, y algunos sortilegios ordinarios para encontrar y arreglar cosas, muchos ritos sin sentido y actos misteriosos y parloteos, y mucha experiencia como partera, ensalmadora, y curandera de enfermedades de los animales y los seres humanos, un buen conocimiento de las hierbas mezclado con un revoltijo de supersticiones… Todo eso basado en cualquier don innato que pudiera tener para curar, cantar, transformar o urdir sortilegios. Esa mezcla podia ser buena o mala. Algunas brujas eran mujeres violentas, desagradables, dispuestas a hacer dano y que no tenian ninguna razon para no hacerlo. La mayoria de ellas eran parteras y curanderas gracias a unas pocas pociones de amor, hechizos de fertilidad y, ademas, sortilegios de vigor y una buena cantidad de sereno cinismo. Unas pocas, sabias pero sin preparacion, usaban su don solo para hacer el bien, aunque no sabian, como sabia cualquier aprendiz de hechicero, por que lo hacian, y parloteaban sobre el Equilibrio y el Camino del Poder para justificar lo que hacian o dejaban de hacer. —Hago lo que me ordena el corazon —le habia dicho a Tenar una de esas mujeres, cuando era pupila y discipula de Ogion—. El Senor Ogion es un gran mago. Te honra enormemente al ensenarte. ?Pero mira y ve, nina, si lo unico que te ha ensenado no es en realidad a hacer lo que te ordena el corazon!

Incluso entonces Tenar habia pensado que la sabia mujer tenia razon y, sin embargo, no estaba del todo en lo cierto; eso dejaba algo de lado. Y seguia pensando lo mismo.

Al ver a Musgo con Therru ahora, pensaba que Musgo estaba haciendo lo que le ordenaba el corazon, pero era un corazon sombrio, indomito, extrano, como un cuervo que seguia su propio camino para ocuparse de lo suyo. Y pensaba que Musgo podia sentirse atraida por Therru no solo por bondad sino por el dolor de Therru, por

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