el dano que le habian hecho: por la violencia, por el fuego.
Sin embargo, nada de lo que Therru hacia o decia demostraba que estuviese aprendiendo algo de Tia Musgo, salvo donde hacia su nido la alondra y donde crecian los arandanos y como hacer figuras con cuerdas con una sola mano. El fuego habia consumido de tal manera la mano derecha de Therru que, al curarse, habia quedado transformada en una especie de maza, con un pulgar que solo se movia como una tenaza, como la pinza de un cangrejo. Pero Tia Musgo tenia una maravillosa variedad de figuras con cuerdas para cuatro dedos y un pulgar, y de versos que las acompanaban…
… y la cuerda se convertia en cuatro triangulos que se transformaban rapidamente en un cuadrado… Therru nunca cantaba en voz alta, pero Tenar la oia musitar la cancion mientras iba haciendo las figuras, sola, sentada en el peldano de la entrada de la casa del mago.
Y Tenar se preguntaba que lazo la unia a esa nina, mas alla de la compasion, mas alla del simple deber para con el desvalido. Alondra se habria quedado con ella si Tenar no se hubiese hecho cargo de la nina. Pero Tenar se la habia llevado sin preguntarse jamas por que. ?Habia hecho lo que le ordenaba el corazon? Ogion no le habia hecho ninguna pregunta sobre la nina, pero habia dicho «… le temeran». Y Tenar habia respondido «Le temen…», y con razon. Tal vez ella misma le temia a la nina, asi como sentia temor ante la crueldad, la violacion y el fuego. ?Era el temor el lazo que las unia?
—Goha —dijo Therru, sentandose sobre los talones bajo el melocotonero, contemplando el sitio donde habia plantado la semilla de melocoton en la tierra dura del verano—, ?que son los dragones?
—Criaturas enormes —dijo Tenar—, como lagartos, pero mas largos que un barco, mas grandes que una casa. Con alas, como los pajaros. Y que lanzan llamaradas.
—?Vienen aqui?
—No —dijo Tenar. Therru no pregunto mas.
—?Tia Musgo te ha estado hablando de los dragones?
Therru nego con la cabeza. —Tu me hablaste —dijo.
—? Ah! —dijo Tenar. Y en seguida—: El melocotonero que plantaste va a necesitar agua para crecer. Una vez al dia, hasta que empiecen las lluvias.
Therru se levanto y desaparecio trotando tras la esquina de la casa, en direccion al pozo. Tenia las piernas y los pies perfectamente sanos, sin heridas. A Tenar le gustaba verla caminar o correr, apoyando los oscuros, polvorientos y hermosos piececitos en la tierra. Therru regreso con la regadera de Ogion, sosteniendola con dificultad, y echo un pequeno chorro de agua sobre la semilla recien plantada.
—Asi que recuerdas esa historia que hablaba de cuando la gente y los dragones eran una sola cosa… Te conte que los seres humanos llegaron aqui, yendo hacia el este, pero que todos los dragones se quedaron en las islas remotas del oeste. Hace mucho, mucho tiempo.
Therru asintio. Parecia no prestar atencion, pero cuando Tenar apunto al mar al decir «las islas remotas», Therru volvio la cara hacia el alto y brillante horizonte que se divisaba entre las plantas de habichuelas afirmadas con estacas y el establo.
Una cabra se asomo en el techo del establo y se puso de perfil, balanceando la cabeza con elegancia; al parecer, se consideraba una cabra montanesa.
—Sippy se volvio a escapar —dijo Tenar.
—?Ea, ea! —grito Therru, imitando a Brezo cuando llamaba a las cabras; y la misma Brezo aparecio junto al cerco del sembrado de habichuelas, gritandole «?Ea!» a la cabra, hacia arriba, pero la cabra la ignoro, contemplando pensativamente las habichuelas.
Tenar las dejo a las tres jugando el juego de atrapar a la cabra. Se echo a andar pasando delante del sembrado de habichuelas, hacia la orilla del precipicio y a lo largo de la orilla. La casa de Ogion estaba alejada de la aldea y mas cerca que todas las demas de la orilla del Acantilado, que alli era una ladera empinada, cubierta de pastos, quebrada por salientes y rebordes rocosos, donde se podia llevar a pastar a las cabras. A medida que se avanzaba hacia el norte, el declive se hacia cada vez mas pronunciado hasta caer abruptamente; y las rocas del ancho reborde se asomaban a traves de la tierra del sendero, hasta que, mas o menos a una milla al norte de la aldea, el Acantilado se convertia en una plataforma de arenisca rojiza suspendida sobre el mar que le roia la base doscientos pies mas abajo.
Lo unico que crecia en ese extremo del Acantilado eran liquenes y hierbas y, aqui y alla, una margarita celeste, aplastada por el viento, como un capullo arrojado sobre la piedra rugosa y carcomida. Al norte y al este de la orilla del precipicio, sobre una angosta faja pantanosa, se alzaba la enorme ladera de la Montana de Gont, cubierta de arboles casi hasta la cumbre. El precipicio estaba a tal altura sobre la bahia que habia que mirar hacia abajo para ver las costas mas lejanas y las difusas tierras bajas de Essary. Mas alla de ellas, hacia el sur y el oeste, lo unico que habia era el cielo sobre el mar.
A Tenar le gustaba ir alli cuando vivia en Re Albi. A Ogion le encantaban los bosques, pero a ella, que habia vivido en un desierto donde los unicos arboles que habia a una distancia de cien millas eran los nudosos melocotoneros y manzanos del huerto, regados a mano en los larguisimos veranos, donde nunca crecia nada verde y fresco y facilmente, donde no habia mas que una montana y una extensa planicie y el cielo…, a ella le gustaba mas la orilla del precipicio que los bosques que rodeaban el lugar. Le gustaba que no hubiese nada sobre su cabeza.
Tambien le gustaban los liquenes, las hierbas grises, las margaritas sin tallos; le eran familiares. Se sento en la plataforma rocosa a unos pocos pies de la orilla y contemplo el mar como solia hacerlo en otra epoca. El sol era calido pero el incesante viento le enfrio el sudor de la cara y los brazos. Se recosto apoyandose en las manos, sin pensar en nada, pictorica de sol y viento y cielo y mar, volviendose transparente al sol, al viento, al cielo, al mar. Pero su mano izquierda le hizo recordar que estaba viva y miro en torno para ver que le aranaba la palma de la mano. Era un cardo diminuto, oculto en una grieta de la arenisca, que elevaba apenas sus puas descoloridas hacia la luz y el viento. El cardo se agitaba sin doblarse ante el embate del viento, resistiendolo, enterrado en la roca. Se quedo contemplandolo por largo rato.
Cuando volvio a mirar hacia el mar vio, azul entre la niebla azul alli donde el mar se unia con el cielo, la silueta de la isla: Granea, la isla mas oriental de todas las Islas Interiores.
Observo esa difusa silueta de ensueno, en una ensonacion, hasta que un pajaro que volaba por sobre el mar desde el oeste atrajo su mirada. No era una gaviota, porque su vuelo era parejo, y volaba muy alto para ser un pelicano. ?Era un ganso salvaje, o un albatros, el enorme y extrano viajero de alta mar, que venia desde las islas? Observo el lento batir de alas, muy lejos y en lo alto del cielo deslumbrante. Entonces se puso en pie, alejandose un poco de la orilla del precipicio, y se quedo inmovil, con el corazon agitado y el aliento aprisionado en la garganta, contemplando la silueta sinuosa, color de hierro, impulsada por las largas alas membranosas rojas como el fuego, las garras abiertas, las espirales de humo que se desvanecian a sus espaldas en el aire.
Volaba derecho hacia Gont, derecho hacia el Acantilado, derecho hacia ella. Vio el brillo de las escamas color herrumbre y el resplandor del ojo rasgado. Vio la lengua roja que era una lengua de fuego. El viento se impregno de olor a quemado cuando el dragon, con un rugido silbante, dandose vuelta para posarse en la plataforma rocosa, lanzo un suspiro de fuego.
Sus patas chocaron contra la roca. La cola filosa se retorcia y se sacudia, y las alas, de color escarlata alli donde el brillo del sol las atravesaba, se agitaron y crujieron al cerrarse contra los flancos escamosos. Dio vuelta lentamente la testa. El dragon miro a la mujer que estaba de pie al alcance de sus garras cortantes como guadanas. La mujer miro al dragon. Sintio el calor de su cuerpo.
Le habian dicho que los hombres no debian mirar a un dragon a los ojos, pero eso no le importaba. El dragon la miro de frente con los ojos amarillos cubiertos por una dura coraza, apartados de la nariz estrecha y de los ollares llameantes y humeantes. Y ella lo miro de frente con su rostro suave, pequeno y sus ojos oscuros.
Ninguno de los dos hablo.
El dragon volvio un poco la testa para no aniquilarla al hablar, o tal vez lanzo una carcajada…, un enorme