intentaria escapar por ella. Ligera y sigilosa como una lechuza que volara en silencio, Arha corrio por los circuitos de la caverna hasta la puerta baja que solo se abria desde el exterior. Alli se agacho, a la entrada del tunel.

Ni un soplo de viento llegaba de afuera. El hombre no habia dejado la puerta abierta, y tampoco la habia asegurado por dentro. Si se encontraba aun en el tunel, estaba atrapado.

Pero no se encontraba en el tunel. Arha estaba segura…Tan cerca, en un espacio tan reducido, tendria que oirlo respirar, sentir el calor de su cuerpo y el pulso mismo de su vida. En el tunel no habia nadie. Se irguio y escucho. ?Donde habria ido?

La oscuridad le oprimia los ojos como una venda. Haber visto la Cripta la desconcertaba; se sentia perpleja. La habia conocido como un espacio que solo el oido, el tacto y las leves corrientes de aire fresco entre las tinieblas, llegaban a delimitar; algo inmenso, un misterio que nunca se develaria. Y ahora lo habia visto, y el misterio se habia resuelto, no en horror, sino en belleza, un misterio aun mas profundo que el de la oscuridad.

Avanzo a pasos lentos, inseguros. Fue a tientas hasta el segundo pasadizo de la izquierda, el que conducia al Laberinto. Alli se detuvo y escucho.

Los oidos no le dijeron mas que los ojos. Pero habia puesto una mano a cada lado del arco de piedra, y advirtio en la roca una minima y recondita vibracion, y en el aire frio, enrarecido, el rastro de un olor que no era de alli: el olor de la salvia silvestre que crecia en las colinas deserticas, arriba, a cielo abierto.

Lenta y silenciosa se movio a lo largo del corredor, guiada por el olfato.

Habia caminado tal vez un centenar de pasos, cuando lo oyo. Iba adelante en el tunel, tan sigiloso como ella, pero menos seguro. Arha oyo un leve ruido, como si el hombre hubiese tropezado un instante en el suelo desparejo. Nada mas. Espero un momento y luego echo a andar otra vez, rozando apenas el muro con los dedos de la mano derecha, hasta dar con una barra redonda de metal. Alli se detuvo y toco la barra estirando el brazo y al fin encontro una tosca palanca de hierro. Bruscamente, tirando con todas sus fuerzas, bajo la palanca.

Se oyo un chirrido horripilante y el estruendo de un golpe. Unas chispas azules saltaron y cayeron. Los ecos se perdieron atropellandose en el corredor de detras. Extendio las manos, y delante de ella, a solo unos centimetros, toco la corroida superficie de una puerta de hierro.

Tomo aliento.

Regresando lentamente por el tunel hacia la Cripta, y siguiendo la pared de la derecha, se encamino a la puerta-trampa del Palacio del Trono. Caminaba sin prisa y en silencio, aunque el silencio ya no era necesario. Habia capturado al ladron. La puerta de hierro era la unica via de acceso al Laberinto. Y solo se abria desde fuera.

Ahora el hombre estaba alla abajo, en la oscuridad subterranea, y nunca saldria.

Muy erguida, paso lentamente al lado del Trono y penetro en la gran nave con columnas. Alli, junto al alto tripode del brasero de bronce, donde flameaba el fulgor rojizo del carbon de lena, dio media vuelta y fue hacia las siete gradas que conducian al Trono.

Se arrodillo en el primer escalon y bajo la frente hasta apoyarla sobre la piedra fria y polvorienta, sembrada con los huesos de rata que se les caian a los buhos cazadores.

—Perdonad que haya visto vuestras tinieblas violadas —dijo, sin pronunciar las palabras en alta voz—. Perdonad que haya visto vuestras tumbas profanadas. Sereis vengados. ?Oh Senores mios, la muerte os lo entregara, y nunca volvera a nacer!

Sin embargo, aun mientras imploraba, imaginaba el esplendor tembloroso de la caverna, la vida en la mansion de la muerte; y en vez de sentirse horrorizada por el sacrilegio, enfurecida contra el ladron, solo pensaba en lo extrano que era todo aquello, muy extrano…

—?Que he de decirle a Kossil? —se pregunto al salir al azote del viento invernal, arrebujandose en la capa —. Nada. Todavia no. Yo soy la duena y senora del Laberinto. Esto no concierne para nada al Dios-Rey. Quiza se lo diga despues, cuando el ladron haya muerto. ?Como debo matarlo? Hare venir a Kossil para que lo vea morir. A ella le gusta la muerte. ?Que estaria buscando? Tiene que estar loco. ?Como pudo entrar? Kossil y yo guardamos las unicas llaves de la puerta de las piedras rojas y de la puerta-trampa. Tiene que haber entrado por la puerta de las piedras. Solo un hechicero podria abrirla. Un hechicero…

Se detuvo, pese a que el viento casi no la dejaba tenerse en pie.

«Es un hechicero, un mago de los Paises del Interior, que busca el amuleto de Erreth-Akbe.»

Y esa idea era tan monstruosa y tan fascinante que sintio que se le acaloraba todo el cuerpo, a pesar del viento helado, y rio a carcajadas. Todo alrededor de ella, el Lugar y el desierto en torno, era silencioso y negro; el viento soplaba; no habia luces en la Casa Grande. Una nieve tenue, invisible, pasaba con el viento.

«Si ha abierto la puerta de las piedras rojas por arte de hechiceria, tambien puede abrir otras. Y puede escapar.»

Este pensamiento la desalento un momento, pero no la convencio. Los Sin Nombre lo habian dejado entrar. ?Por que no? No podia traer ningun dano. ?Que dano hace un ladron que no puede abandonar la escena del robo? Era dueno sin duda de poderes y encantamientos oscuros, fuertes todos, puesto que habia llegado hasta alli; pero no iria mucho mas lejos. Ningun sortilegio echado por un mortal podia ser mas fuerte que la voluntad de los Sin Nombre, las presencias en las Tumbas, los Reyes cuyo Trono estaba vacio.

Echo a correr hacia la Casa Pequena. Manan dormia en el portal, envuelto en la capa y en la andrajosa manta de pieles que eran su lecho de invierno. Arha entro sin hacer ruido, para no despertarlo, y sin encender ninguna lampara. Abrio la puerta de una habitacion diminuta, una especie de cubiculo que habia en el fondo del corredor. Hizo chispear un trocito de pedernal para que alumbrara cierta parte del suelo, y arrodillandose levanto una baldosa. Busco con la mano hasta encontrar un trozo pequeno de tela gruesa y sucia. Lo aparto sin hacer ruido y se echo bruscamente hacia atras; un rayo de luz habia salido desde abajo iluminandole la cara.

Al cabo de un momento, con mucha cautela, miro por la abertura. Se habia olvidado de la luz misteriosa que el intruso llevaba en la vara. Habia llegado a pensar que lo oiria alla abajo, en la oscuridad. Habia olvidado la luz, pero el estaba donde ella lo habia supuesto; justo debajo de la mirilla, delante de la puerta de hierro que le impedia huir del Laberinto. Estaba de pie, con una mano en la cintura y la otra esgrimiendo la vara de madera, tan alta como el, en cuyo extremo ardia el tenue fuego fatuo. La cabeza, que Arha veia desde arriba, a unos dos metros, estaba un poco inclinada hacia un lado. Vestia como los peregrinos o los viajeros en invierno; una capa corta y gruesa, una tunica de cuero, polainas de lana y sandalias de cordones; un morral ligero y una cantimplora le colgaban de la espalda; en la cadera llevaba un cuchillo envainado. Estaba alli inmovil como una estatua, tranquilo y pensativo.

Lentamente levanto la vara del suelo, y volvio el extremo luminoso hacia la puerta, que Arha no alcanzaba a ver. La luz cambio, se hizo mas concentrada y clara, resplandeciente. Y el hombre hablo en voz alta. La lengua que hablaba sonaba extrana a los oidos de Arha, pero aun mas extrana le parecio la voz, profunda y resonante.

La luz de la vara se avivo, fluctuo, y se atenuo. Durante un momento se extinguio del todo y la figura del hombre desaparecio en las sombras.

La fosforescencia malva reaparecio, y Arha vio otra vez al hombre, que se apanaba de la puerta. El sortilegio de apertura le habia fallado. Los poderes que aseguraban aquellos cerrojos eran mas fuertes que cualquier magia.

El hombre miro en torno como si se preguntara: ?Y ahora que?

El tunel o corredor donde estaba tenia unos dos metros de ancho, con el techo a unos cuatro o cinco metros del suelo tosco. Las piedras de las paredes, aunque sin argamasa, estaban dispuestas con tanto cuidado y precision que era dificil introducir la punta de un cuchillo entre las junturas. Las paredes estaban inclinadas hacia dentro y se unian arriba formando una boveda.

No habia nada mas.

El hombre echo a andar. Una zancada, y Arha dejo de verlo. La luz se desvanecio. Arha se disponia a cubrir la mirilla con la tela y la baldosa cuando el haz de luz broto otra vez del suelo. El hombre habia regresado a la puerta. Quizas habia comprendido que si se alejaba y entraba en el Laberinto era improbable que la volviera a encontrar.

Pronuncio una sola palabra, en voz baja.

—Emenn —dijo, y luego otra vez, mas fuerte—: ?Emenn!

Y la puerta de hierro trepido sobre las jambas. Y los ecos retumbaron graves como truenos, rodando por el tunel abovedado, y a Arha le parecio que el suelo temblaba debajo de ella.

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