ahora en linea recta un largo trecho, dando una enganosa seguridad al transeunte. De improviso la mano que seguia tocando y explorando la roca delante de ella, no encontro nada. Habia un reborde de piedra, y mas alla el vacio. Por la derecha, el muro del corredor se precipitaba a plomo en el pozo. A la izquierda habia una cornisa, un bordillo no mucho mayor que la palma de la mano.

—Hay un pozo. Poneos a la izquierda, pegados al muro, y caminad de costado, arrastrando los pies. No sueltes la cadena, Manan… ?Estais en la cornisa? Cada vez es mas estrecha. No piseis con los talones. Bueno, ya he pasado el pozo. Dame la mano. Aqui…

El tunel corria ahora en cortos zigzagues y con muchas aberturas laterales; en algunas de ellas el sonido de las pisadas resonaba con ecos extranos, cavernosos; pero, habia aun algo mas extrano, una corriente de aire muy debil, una especie de succion. Aquellos pasadizos terminaban sin duda en un pozo semejante al que acababan de dejar atras. Tal vez hubiera alli, en esta parte baja del Laberinto, una cavidad, una caverna mucho mas profunda y vasta que la Cripta, un negro e inmenso vacio interior.

Pero por encima de ese abismo, a medida que se internaban en los tuneles oscuros, los pasadizos se iban haciendo cada vez mas estrechos y bajos, tanto que aun Arha tenia que encorvarse. ?Es que aquel camino no tendria fin?

El final llego de repente: una puerta cerrada. Encorvada, pero caminando con mas rapidez que de costumbre, Arha choco contra la puerta, golpeandose la frente y las manos. Busco a tientas la cerradura, luego la llavecita entre las que le colgaban del cinturon, la llave de plata que nunca habia usado, la de la guarda en forma de dragon. La llave entro en la cerradura y giro. Arha abrio la puerta del Gran Tesoro de las Tumbas de Atuan. Un aire seco, acre y rancio broto como un suspiro de la oscuridad.

—Manan, tu no puedes entrar aqui. Espera en la puerta.

—?El si y yo no?

—Si entras en esta camara, Manan, nunca saldras. Es la ley para todos menos para mi. Ningun mortal ha salido con vida de esta camara. ?Quieres entrar?

—Esperare afuera —dijo la voz melancolica en la negrura—. Ama, mi ama, no cierres la puerta…

El miedo de Manan acobardo a Arha, que dejo la puerta entornada. Y en verdad aquel lugar le parecia terrible y hosco, y ademas desconfiaba del prisionero, por muy maniatado que estuviese. Una vez dentro, encendio la luz. Las manos le temblaban. En aquella atmosfera cerrada y muerta la linterna tardo en encenderse. A la luz tremula y amarillenta de la llama, que despues de la larga caminata nocturna parecia resplandeciente, la Camara del Tesoro aparecio alrededor, poblada de sombras movedizas.

Habia seis grandes cofres, todos de piedra, todos cubiertos de fino polvo gris, como el moho del pan; nada mas. Las paredes eran toscas, el techo bajo. Hacia frio, un frio profundo que parecia helar la sangre en las venas. No habia telaranas, solo polvo. Nada vivia alli, absolutamente nada, ni siquiera las escasas aranas blancas del Laberinto. El polvo era espeso, muy espeso, y quiza cada particula de polvo era un dia transcurrido aqui, donde no habia tiempo ni luz: dias, meses, anos, siglos trocados en polvo.

—Este es el sitio que buscabas —dijo Arha, con voz firme—. Este es el Gran Tesoro de las Tumbas. Has llegado al fin. Ahora nunca podras abandonarlo.

El hombre no respondio. Parecia que ahora estuviese tranquilo, pero tenia en los ojos una expresion que turbo a Arha; una desolacion, la mirada de quien se siente traicionado.

—Dijiste que querias seguir viviendo. Este es el unico sitio que conozco donde puedes seguir vivo. Kossil te mataria o me obligaria a matarte, Gavilan; Pero hasta aqui no puede alcanzarte.

El seguia callado.

—De todos modos, nunca hubieras podido salir de las Tumbas. ?No te das cuenta? Aqui pasa lo mismo. Pero al menos has llegado al… al termino de tu viaje. Lo que buscabas esta aqui.

El prisionero se sento en uno de los grandes cofres. Estaba agotado. La cadena que arrastraba rechino asperamente contra la piedra. Miro alrededor los muros grises y las sombras; luego miro a Arha.

Ella aparto los ojos y observo los cofres de piedra. No sentia ningun deseo de abrirlos. Ni le interesaba ver que maravillas se pudrian dentro.

—Aqui no hace falta que lleves la cadena. —Se acerco a el, solto el cenidor de hierro y desengancho el cinturon de cuero de Manan que le sujetaba los brazos.— Tendre que echar el cerrojo, pero cuando venga me fiare de ti. Ya sabes que no puedes salir, que no debes intentarlo. Yo soy la mano vengadora, cumplo la voluntad de los Sin Nombre, pero si los traiciono, si tu traicionas mi confianza, ellos mismos se vengaran. No intentes salir de esta camara, atacandome o enganandome cuando venga. Tienes que confiar en mi.

—Hare lo que tu dices —dijo el con dulzura.

—Te traere agua y comida, cuando pueda. No sera mucho. Bastante agua, pero no demasiada comida, por ahora. Tambien yo empiezo a tener hambre, ?sabes? La suficiente para que sigas vivo. Es posible que no pueda venir en uno o dos dias, o quizas mas. Necesito despistar a Kossil. Pero vendre. Lo prometo. Aqui tienes el frasco. Economiza el agua, porque tardare en volver. Pero volvere.

El alzo el rostro y la miro con expresion extrana.

—Ten cuidado, Tenar —dijo.

8. Nombres

Guio a Manan a oscuras por los sinuosos pasadizos, y a oscuras lo dejo en la Cripta, cavando la fosa que probaria a Kossil que el ladron al fin habia sido castigado. Era tarde y fue directamente a la Casa Pequena, a acostarse.

Desperto a media noche, acordandose de que habia dejado el manto en la Camara Pintada. En aquel sotano malsano el no tendria otro abrigo que la capa corta ni otro lecho que la piedra polvorienta. Una tumba fria, una tumba fria, se dijo con amargura; pero estaba demasiado cansada para acabar de despertar y pronto volvio a dormirse. Y empezo a sonar. Sono con las almas de los muertos que poblaban los muros de la Camara Pintada, esas figuras semejantes a grandes pajaros cubiertos de lodo, con manos y pies y rostros humanos, agazapados en el polvo de los lugares oscuros. No podian volar. Se alimentaban de barro y bebian polvo. Eran las almas de los devorados por los Sin Nombre, las almas de los que no renacen, de los pueblos antiguos y de los infieles. Estaban acurrucadas alrededor, entre las sombras, y de vez en cuando se oia entre ellas un graznido o un chirrido. Una de aquellas figuras se le acercaba mucho y ella se asustaba, y trataba de alejarse, y no se podia mover. La figura tenia cabellos clorados, pero la cara no era humana, sino de pajaro, y decia con voz de mujer: «Tenar», tierna y carinosamente, «Tenar».

Desperto. Tenia la boca tapada con barro. Estaba enterrada en una tumba de piedra. La mortaja le sujetaba los brazos y las piernas; no podia moverse ni hablar.

La desesperacion crecio entonces dentro de ella, hasta que al fin el pecho no resistio y estallo en pedazos; y la desesperacion se abrio paso entre las piedras como un pajaro de fuego e irrumpio a la luz del dia: la palida luz de la alcoba sin ventanas.

Realmente despierta ahora, se incorporo, extenuada por los suenos de la noche, y desconcertada. Se vistio y fue a la cisterna del patio amurallado de la Casa Pequena. Metio los brazos y la cara, la cabeza entera, en el agua helada hasta que tirito de frio y sintio que la sangre le corria por el cuerpo. Luego, echandose a la espalda los cabellos mojados, se irguio y contemplo el cielo de la manana.

No hacia mucho que habia amanecido. Era un hermoso dia de invierno. El cielo estaba amarillento, muy claro. Arriba, tan alto que reflejaba la luz del sol y resplandecia como una brizna de oro, un pajaro volaba en circulos, un halcon o un aguila del desierto.

—Soy Tenar —dijo sin alzar la voz, y se estremecio de frio, de panico y de jubilo bajo el cielo abierto banado por el sol—. He recuperado mi nombre. ?Soy Tenar!

La brizna de oro volo hacia el oeste, hacia las montanas, y desaparecio. El sol naciente doraba los aleros de la Casa Pequena. Abajo, en los apriscos, tintineaban los cencerros de las ovejas. De las chimeneas de la cocina brotaba un humo que olia a lena quemada y a potaje de trigo sarraceno.

—Que hambre tengo… ?Y como lo supo? ?Como supo mi nombre?… He de ir a comer, que hambre tengo…

Se subio la capucha y corrio a desayunar.

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