era imposible que me estuviera acusando, sino que solo estaba rompiendo el hielo antes de tomarme declaracion.

—Tendria que haberme esperado —protesto—. Soy su companero.

—Estabas tomando cafe —replique—. Penso que no debia esperar.

Coulter contemplo la sangre del pavimento y nego con la cabeza.

—Podria haber esperado veinte minutos —insistio—. A su companero. —Me miro—. Es un lazo sagrado.

No tengo experiencia con lo sagrado, porque paso la mayor parte del tiempo jugando en el otro equipo.

—Supongo que tienes razon —me limite a contestar, y eso parecio satisfacerle lo bastante para calmarse y tomarme declaracion, sin echar mas que unos cuantos vistazos a la mancha de sangre dejada por su sagrada companera. Tarde unos largos diez minutos en poder excusarme para ir al hospital.

El Jackson Memorial Hospital es bien conocido por todos los policias, delincuentes y victimas de la zona de Miami, porque todos han pasado por el, ya sea como pacientes o para recoger a un companero de fatigas que si lo era. Es uno de los centros de urgencias mas ajetreados del pais, y si la practica conduce a la perfeccion, la UCI del Jackson ha de ser la mejor en heridas por arma de fuego y por arma blanca, heridas por objetos contundentes, heridas por golpes y otras situaciones clinicas de origen intencionado. El ejercito de Estados Unidos envia a su gente al Jackson a aprender cirugia de campo, porque mas de cinco mil veces al ano alguien acude al centro de urgencias con lo mas cercano que se pueda encontrar a heridas de combate de primera linea en las afueras de Bagdad.

Por lo tanto, yo sabia que Debs estaria en buenas manos si llegaba con vida. Me costaba imaginar que pudiera morir. O sea, era muy consciente de que podia morir. Tarde o temprano, eso nos sucede a casi todos. Pero era incapaz de imaginar un mundo sin una Deborah Morgan deambulando y respirando en el. Seria como uno de esos rompecabezas de mil piezas al que le falta una grande en el centro. Se me antojaria incompleto.

Me desazono tornar conciencia de lo mucho que me habia acostumbrado a ella. Nunca habiamos compartido tiernos sentimientos, ni nos habiamos mirado con ojos de cordero degollado, pero siempre habia estado presente, durante toda mi vida, y mientras conducia hasta el Jackson se me ocurrio que las cosas serian muy diferentes si moria, y muy poco confortables.

No me gustaba pensar en eso. Era una sensacion muy extrana. No recordaba haber experimentado aquello nunca. No solo era tomar conciencia de que podia morir, puesto que de esto tenia una pequena experiencia. Y no era solo el hecho de que fueramos mas o menos familiares, puesto que yo tambien habia pasado por eso. Pero cuando mis padrastros murieron, yo habia sufrido una larga enfermedad y estaba convencido de que iban a morir para prepararme. Esto era muy repentino. Tal vez era la inesperada naturaleza de la conmocion lo que me hacia sentir casi sentimental.

Por suerte para mi, el trayecto no fue muy largo (el hospital se encontraba a tan solo tres kilometros), y entre en el aparcamiento despues de unos pocos minutos de abrirme paso entre el trafico con una mano sobre la bocina, algo que los conductores de Miami suelen ignorar por completo.

Todos los hospitales son iguales por dentro, hasta en el color de las paredes, y en conjunto no son lugares muy agradables. Yo estaba muy contento de tener uno a mano en aquel momento, por supuesto, pero no me embargaba una sensacion de placentera esperanza cuando entre en la unidad de urgencias. Reinaba un aire de resignacion animal en la gente que esperaba, y una sensacion de crisis perpetua y entumecedora en los rostros de todos los medicos y enfermeras que iban de un lado a otro, cuyo unico contrapunto era la actitud parsimoniosa, burocratica y oficiosa de la mujer que me detuvo cuando intente entrar en busca de Deborah.

—Sargento Morgan, herida de arma blanca —dije—. Acaban de ingresarla.

—?Quien es usted? —pregunto.

—Familiar cercano —respondi, con la estupida idea de que me dejaria pasar enseguida. De hecho, la mujer sonrio.

—Estupendo. Muy bien. Justo el hombre con el que necesitaba hablar.

—?Puedo verla?

—No. —Me agarro por el codo y empezo a guiarme con firmeza hacia una oficina minuscula.

—?Puede decirme como se encuentra?

—Sientese aqui, por favor —dijo, y me empujo hacia una silla de plastico moldeado que habia delante de un pequeno escritorio.

—Pero ?como esta? —insisti, negandome a ser chuleado.

—Lo averiguaremos dentro de un momento —me respondio—. En cuanto rellenemos estos papeles. Sientese, por favor, senor… ?Senor Morton?

—Morgan —rectifique.

La mujer fruncio el ceno.

—Aqui pone Morton.

—Es Morgan —dije—. M-O-R-G-A-N.

—?Esta seguro? —me pregunto, y la naturaleza surrealista de toda la experiencia hospitalaria me invadio y propulso hacia la silla, como si un enorme almohadon mojado me hubiera golpeado.

—Muy seguro —conteste sin apenas voz, al tiempo que me derrumbaba en la silla todo cuanto permitia su exiguidad.

—Tendremos que cambiarlo en el ordenador —comento la mujer con el ceno fruncido—. Maldita sea.

Abri y cerre la boca varias veces, como un pez fuera del agua, mientras ella pulsaba las teclas. Era demasiado. Hasta su laconico «maldita sea» era una ofensa a la razon. Estaba en juego la vida de Deborah. ?No deberian brotar ristras de blasfemias perentorias de todas las personas fisicamente capaces de andar y hablar? Tal vez podria arreglar que Hernando Meza viniera y dictara un taller de abordaje linguistico correcto de la muerte inminente.

Tarde mucho mas tiempo del que me parecio posible o humano, pero al fin consegui rellenar todos los formularios y convencer a la mujer de que, como pariente cercano y empleado de la policia, tenia todo el derecho del mundo de ver a mi hermana. Pero, por supuesto, como las cosas son como son en este valle de lagrimas, no consegui verla. Me quede en un pasillo, atisbe por una ventana en forma de portilla y vi lo que parecia una gran multitud en pijama verde lima agrupada alrededor de la mesa, ocupada en hacer cosas terribles e inimaginables a Deborah.

Me quede mirando durante varios siglos, y a veces me encogia cuando una mano o un instrumento ensangrentados aparecian en el aire por encima de mi hermana. El olor a productos quimicos, sangre, sudor y miedo era casi abrumador. Por fin, cuando ya sentia que la tierra se estaba muriendo y se vaciaba de aire, y el sol envejecia y se enfriaba, todos se apartaron de la mesa y varios empezaron a empujarla hacia la puerta. Retrocedi y vi que atravesaban unas puertas y se alejaban por el pasillo, y entonces asi el brazo de uno de los hombres de mayor edad que salieron. Tal vez cometi un error: mi mano toco algo frio, humedo y viscoso, y cuando la aleje vi que estaba manchada de sangre. Por un momento me senti mareado, sucio, y hasta me entro un poco de panico, pero cuando el medico se volvio a mirarme, ya me habia recuperado.

—?Como esta? —le pregunte.

Miro en la direccion del pasillo por la que se estaban llevando a mi hermana, y despues se volvio hacia mi.

—?Quien es usted?

—Su hermano. ?Se pondra bien?

Me dedico la mitad de una sonrisa poco halaguena.

—Es demasiado pronto para saberlo. Ha perdido muchisima sangre. Puede que se recupere, o que surjan complicaciones. Todavia no lo sabemos.

—?Que clase de complicaciones? —Me parecio una pregunta muy razonable, pero el hombre lanzo un suspiro de irritacion y sacudio la cabeza.

—De todo, desde infeccion hasta lesiones cerebrales. No lo sabremos hasta dentro de uno o dos dias, de modo que tendra que esperar hasta que sepamos algo, ?de acuerdo?

Me dedico la otra mitad de la sonrisa y se alejo en direccion opuesta a la que habia tomado Deborah.

Le vi marchar, pensando en las lesiones cerebrales. Despues, me volvi y segui a la camilla que se habia llevado a mi hermana pasillo abajo.

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