– Buenas noches,
– ?De quien es el piso? -pregunto Brunetti, no porque le importara saberlo ahora, sino porque detestaba la falta de claridad.
– Dijo que era en su propio piso. O sea… en el de la muerta. Esta debajo del suyo.
– ?En que sitio de Santa Croce?
– Giacomo dell'Orio, senor. Vive enfrente de la parte posterior de la iglesia. Uno, siete, dos, seis.
– ?Quien ha ido?
– Nadie, senor. Lo he llamado a usted primero.
Brunetti miro su reloj. Eran casi las once. Mucho mas tarde de lo que creia. Esperaba que aquella cena hubiera terminado mucho antes.
– A ver si puede encontrar a Rizzardi y lo manda para alla. Y llame a Vianello; deberia estar en casa. Envie una embarcacion a buscarlo para que lo lleve. Y que formen los dos un equipo para la escena del crimen.
– ?Y usted, senor?
Brunetti ya habia consultado el plano de la ciudad impreso en sus genes.
– Yo llegare antes andando. Me reunire con ellos alli. -Y luego, como si lo hubiera pensado mejor-. Si hay una patrulla por aqui cerca, llamela y digale que tambien se pase por alli. Llame a la mujer y digale que no toque nada en el piso.
– Se fue al suyo para hacer la llamada, senor. Le dije que se quedara alli.
– Bien. ?Como se llama?
– Giusti, senor.
– Si habla con la patrulla, digale que estare alli dentro de diez minutos.
– Si, senor -dijo el oficial, y colgo.
El
– ?Algun problema,
– Si, senor. Han encontrado muerta a una mujer en Santa Croce.
– ?Y lo han llamado a usted? -intervino Scarpa, poniendo en la ultima palabra un indicio de cortes sospecha.
– Griffoni no ha vuelto de su permiso, y yo vivo cerca -respondio Brunetti, con estudiado desanimo.
– Claro -dijo Scarpa, volviendose a un lado para decirle algo al camarero.
Dirigiendose a Patta, Brunetti anuncio:
– Ire a echar un vistazo,
Adopto la expresion del burocrata abrumado, impedido a su pesar de hacer lo que queria. Echo la silla hacia atras y se puso en pie. Dio a Patta la oportunidad de hacer un comentario, pero el momento paso en silencio.
Fuera del restaurante, relego a la memoria el asunto que lo habia llevado alli y saco el
– ?Me llamas en busca de apoyo moral? -pregunto Paola cuando hubo descolgado el aparato.
– Scarpa acaba de decirme que los nortenos no saben hacer vino.
Hubo una pausa antes de que ella dijera:
– Eso es lo que dicen tus palabras, pero suena como si algo mas fuera mal.
– Me han llamado. Hay una mujer muerta en Santa Croce, por donde San Giacomo.
– ?Por que te llamaron a ti?
– Probablemente no quisieron llamar a Patta ni a Scarpa.
– ?Y te llamaron a ti cuando estabas con ellos? Maravilloso.
– No sabian donde estaba yo. Ademas, ha sido una forma de alejarme de ellos. Voy a ver que ha pasado. En cualquier caso, esta cerca de casa.
– ?Quieres que te espere?
– No. No tengo idea de cuanto tiempo me llevara.
– Me levantare cuando vengas. Si no, dame un empujon.
Brunetti sonrio ante la idea, pero se limito a emitir un sonido de conformidad.
– Yo he sabido lo que es no dormir en toda la noche -dijo ella en tono de falsa indignacion, porque su radar capto el matiz preciso de aquel sonido. La ultima vez, recordaba Brunetti, fue la noche del incendio de la Fenice, cuando el ruido del helicoptero pasando repetidamente acabo por sacarla del profundo abismo en el que se sumia todas las noches. En un tono mas conciliador, anadio-: Espero que no sea algo tremendo.
Brunetti le dio las gracias, se despidio y se echo el telefono al bolsillo. Volvio a prestar atencion al lugar por el que transitaba. Las calles estaban intensamente iluminadas: mas generosidad por parte de los derrochadores burocratas de Bruselas. Si hubiera querido, Brunetti podria haber leido un periodico a la luz de las farolas. La luz tambien brotaba de muchos escaparates: penso en las fotos de satelite que habia visto, con el brillo nocturno del planeta, tal como se veia desde arriba. Solo lo mas oscuro de Africa permanecia como tal.
Al final de Scaleter Ca' Bernardo, giro a la izquierda y rebaso la torre de San Boldo, para despues seguir por el puente, la calle del Tintor y dejar atras una pizzeria. Junto a esta, una tienda de bolsos baratos seguia abierta. Tras el mostrador se sentaba una jovencita china leyendo un periodico chino. El no tenia idea de hasta que horas podia permanecer abierta una tienda segun las leyes vigentes, pero alguna voz atavica le susurro algo sobre lo inapropiado de dedicarse a la actividad comercial a aquellas horas.
Pocas semanas antes habia cenado con un mando de la policia de fronteras, el cual le conto, entre otras cosas, que su mejor estimacion sobre el numero de chinos que actualmente vivian en Italia se situaba entre los 500. 000 y los cinco millones. Despues de decir eso, se echo hacia atras a fin de gozar mejor del asombro de Brunetti. Al advertirlo, anadio que «si todos los chinos en Europa llevaran uniforme, nos veriamos obligados a ver el fenomeno como la invasion que en realidad es». Y a continuacion volvio de nuevo su atencion a sus
Dos puertas mas alla encontro otra tienda, tambien con una joven china tras la caja registradora. Mas luz se derramaba sobre la calle procedente de un bar. Enfrente, cuatro o cinco jovenes estaban de pie fumando y bebiendo. Se fijo en que tres de ellos bebian Coca-Cola. Demasiado para la vida nocturna de Venecia.
Llego al
Dirigio la vista a los edificios a su derecha, en el lado opuesto al abside. La forma sombria de una mujer resaltaba a la luz de una ventana del cuarto piso de una de las casas. Resistiendo el impulso de hacerle un gesto con la mano, Brunetti se encamino al edificio. El numero no era visible en ningun lugar de la fachada, pero el nombre de la mujer figuraba en el interfono.
Lo pulso y la puerta se abrio casi inmediatamente con un chasquido, lo que sugeria que ella habia acudido a la puerta de su piso al ver a un hombre caminando por el
Subio la escalera y paso por delante del calzado y de los periodicos. A un veneciano aquella tendencia propia de las amebas, de expandir el propio territorio mas alla del confin de las paredes de un piso, le parecia tan absolutamente natural como irrelevante.
Cuando doblo para tomar el ultimo tramo de escalera, oyo una voz de mujer por encima de el:
– ?Es usted el policia?
– Anna Maria Giusti.