– Brunetti -se presento, estrechandole la mano.

Mostro el carne, al que ella dirigio una minima mirada. Brunetti calculo que estaria al comienzo de la treintena, era alta y delgaducha, con nariz aristocratica y ojos castano oscuro. Su rostro estaba rigido a causa de la tension o de la fatiga. Imagino que en reposo se suavizaria hasta llegar a algo que se aproximaria a la belleza. Lo atrajo hacia ella y en direccion al piso, luego le solto la mano y retrocedio un paso.

– Gracias por venir.

Miro alrededor y detras de el, para comprobar que no habia acudido nadie mas.

– Mi ayudante y otros funcionarios estan en camino, signora -aclaro Brunetti sin intentar adelantarse mas y entrar en el piso-. Mientras los esperamos, ?podria usted contarme que ha pasado?

– No lo se -respondio ella, juntando las manos al nivel de la cintura, en una imagen arquetipica de confusion; el tipo de gesto que las mujeres hacian en las peliculas de los cincuenta para manifestar su angustia-. Regrese a casa despues de unas vacaciones, hara una hora, y cuando fui al piso de las signora Altavilla la encontre alli. Estaba muerta.

– ?Esta segura? -pregunto Brunetti, pensando que esas palabras podrian desagradarla menos si le pedia que describiese lo que habia visto.

– Le toque el dorso de la mano. Estaba fria. -Apreto los labios. Mirando al suelo, prosiguio-: Le puse los dedos en la muneca. Para buscar el pulso. Pero no tenia.

– Signora, cuando llamo dijo que habia sangre.

– En el suelo, cerca de la cabeza. Cuando la vi, vine aqui para llamarlos a ustedes.

– ?Algo mas, signora?

Ella levanto una mano y la movio hacia la escalera situada tras ella, como senalando las cosas pero en la planta inferior.

– La puerta de la escalera estaba abierta. -Al advertir la sorpresa de Brunetti, se apresuro a aclarar ese punto-. Quiero decir sin echar la llave. Cerrada solo de golpe.

– Comprendo. -Brunetti guardo un breve silencio y luego pregunto-: ?Podria decirme cuanto tiempo ha estado usted ausente, signora?

– Cinco dias. Me fui a Palermo el miercoles de la semana pasada y acabo de llegar esta noche.

– Gracias -dijo Brunetti, y luego pregunto solicitamente-: ?Estuvo con amigos, signora?

La mirada que le dirigio demostro lo inteligente que era y lo mucho que la pregunta la ofendia.

– Pretendo descartar posibilidades, signora -informo con su voz normal.

La voz de ella sono un poco mas fuerte y su pronunciacion mas clara cuando dijo:

– Me aloje en un hotel, el Villa Igiea. Puede usted consultar su registro. -Aparto la vista de Brunetti en lo que este interpreto como apuro-. Otra persona pago la factura, pero yo estuve inscrita alli.

Brunetti sabia que eso podia comprobarse facilmente, de modo que se limito a preguntar:

– ?Por que fue al piso de la signora Altavilla…?

– A recoger mi correo.

Se volvio y, seguida de Brunetti, entro en la habitacion. Se trataba de un amplio espacio abierto, con un techo puntiagudo que indicaba que la estancia -?cuantos siglos antes?- habia sido originalmente un desvan. Mientras la seguia, Brunetti levanto la vista hacia las dos claraboyas gemelas, con la esperanza de divisar las estrellas al otro lado, pero todo cuanto vio fue la luz reflejada desde abajo.

La mujer cogio un trozo de papel de una mesa. Brunetti lo tomo a su vez de su mano extendida: reconocio el aviso de color beige para recoger una carta certificada.

– No tenia idea de lo que podia ser, y pense que tal vez se tratara de algo importante. No quise esperar hasta manana para averiguarlo, de modo que fui a ver si la carta estaba alli. -En respuesta a la inquisitiva mirada de Brunetti, continuo-: Cuando estoy fuera ella recoge mi correo, y me lo deja ahi fuera para cuando regreso, o yo bajo y me lo da en mano.

– ?Y si ella no esta cuando usted regresa a casa?

– Me dio las llaves, asi que puedo entrar a buscarlo. -Se volvio de cara a las ventanas, mas alla de las cuales Brunetti veia el abside iluminado de la iglesia-. Asi que baje y entre. Las cartas estaban donde siempre las pone: en una mesa en la entrada. -Se quedo sin nada mas que decir, pero Brunetti aguardaba-. Entonces fui y mire en la sala de estar. Realmente sin ninguna razon, pero la luz estaba encendida y ella siempre la apaga cuando sale de una habitacion, por lo que pense que quiza no me habia oido. Aunque eso no tiene sentido, ?verdad? Y la vi. Y le toque la mano. Y vi la sangre. Y entonces subi aqui y los llame a ustedes.

– ?Quiere usted sentarse, signora? -pregunto Brunetti indicando una silla de madera arrimada a la pared mas cercana.

Ella nego con la cabeza, pero al mismo tiempo dio un paso hacia la silla. Se sento dejandose caer pesadamente, luego se dio por vencida, admitiendo su debilidad, y se apoyo en el respaldo.

– Es terrible. ?Como podria alguien…?

Antes de que pudiera completar su pregunta, sono el timbre. Brunetti se dirigio al interfono y oyo anunciarse a Vianello, quien dijo ir acompanado del dottor Rizzardi. Brunetti pulso el boton para abrir la puerta de la calle y colgo el telefono. Dirigiendose a la mujer, dijo:

– Los otros estan aqui, signora. -Luego, como tenia que preguntarselo, anadio-: ?La puerta esta cerrada?

Ella levanto la vista hacia el, y su rostro reflejo confusion:

– ?Cual?

– La de abajo. ?Esta cerrada con llave?

Nego con la cabeza dos, tres veces, y no parecio advertir el gesto de alivio de Brunetti cuando se detuvo.

– No lo se. Yo tenia las llaves. -Rebusco en el bolsillo de la chaqueta, pero no las encontro. Se lo quedo mirando, confusa-. He debido dejarmelas abajo, encima de la correspondencia. -Cerro los ojos, y luego, al cabo de un momento, dijo-: Pero ustedes pueden entrar. La puerta no se bloquea sola. -Alzo una mano, para captar la atencion de Brunetti-. Era una buena vecina.

Brunetti le dio las gracias y bajo para reunirse con los demas.

3

Brunetti se encontro a Vianello y Rizzardi esperandolo frente a la puerta del piso. Vianello y el intercambiaron inclinaciones de cabeza porque se habian visto aquella misma tarde, y Brunetti estrecho la mano del patologo. Como siempre, el doctor parecia un gentleman ingles que salia de su club. Llevaba un traje azul marino de raya diplomatica, con los evidentes pero invisibles signos de la sastreria a medida. La camisa parecia como si se la hubiera puesto al empezar a subir las escaleras, y su corbata era de las que Brunetti clasificaba vagamente como «de regimiento», aunque no tenia una idea muy clara de lo que eso significaba.

Aunque sabia que el doctor acababa de regresar de unas vacaciones en Cerdena, Brunetti penso que Rizzardi parecia cansado, que se encontraba inquieto. Pero ?como preguntarle a un medico por su salud?

– Me alegro de verlo, Ettore. ?Como… -Brunetti empezo a preguntar, pero cambio rapidamente la pregunta por otra menos impertinente- fueron sus vacaciones?

– Laboriosas. Giovanna y yo habiamos planeado pasar el tiempo en la playa, bajo un parasol, leyendo y mirando el mar. Pero en el ultimo minuto Riccardo nos pidio que nos quedaramos con los nietos, y no pudimos decir que no, asi que tuvimos uno de ocho y otro de seis anos. -Brunetti advirtio que su expresion era la habitual en quien habia sufrido un asalto-. Yo ya habia olvidado lo que era tener ninos alrededor.

– Y doy por supuesto que se sentaron bajo el parasol y leyeron y miraron el mar.

Rizzardi sonrio y no hizo caso.

– Nos gusto, pero me siento mejor si finjo que no. -Luego, agotada la charla ociosa, el doctor cambio de tono y pregunto-: ?Que pasa?

– La mujer del piso de arriba regreso de vacaciones, echo en falta el correo y bajo al piso de abajo a buscarlo, entro y encontro a la otra mujer muerta.

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