– ?Y llamo a la policia y no al hospital? -tercio Vianello.

– Dice que vio sangre; por eso llamo -explico Brunetti.

Brunetti se dio cuenta de que la puerta era de madera, antigua, con una manilla metalica horizontal, el tipo de puerta que raras veces se ve en esta ciudad castigada por los ladrones. Aunque la entrada de la signora Giusti habria danado o destruido las huellas en la manilla, Brunetti la abrio cuidadosamente, presionando con la mano abierta el extremo, hacia abajo.

Al entrar, vio una mesa arrimada a la pared, a su izquierda, con un juego de llaves encima de unos sobres. Salia luz por una puerta abierta, a su derecha, y por otra al final del pasillo, en la parte delantera del piso. Se dirigio a la primera y se asomo a la habitacion, pero todo cuanto vio fue un sencillo dormitorio con una cama individual y una comoda.

La costumbre le hizo abrir la puerta del lado opuesto del pasillo, de nuevo con cuidado de tocar solo el extremo de la manilla. Se filtraba bastante luz para que Brunetti, al pasar, viera una habitacion mas pequena, con otra cama individual, una mesita de noche al lado y una comoda baja. La puerta que daba al cuarto de bano estaba entreabierta.

Se volvio y prosiguio su camino hacia la habitacion al final del pasillo, vagamente consciente de que los otros hombres miraban en las otras estancias como el lo habia hecho. Dentro del cuarto, la mujer yacia sobre el lado derecho, de espaldas a el, bloqueando la puerta con el canto de un pie. Tenia un brazo extendido y el otro bajo su cuerpo. No parecia mas alta que un nino; seguro que no podia pesar mas de cincuenta kilos. Habia una mancha de sangre un poco mayor que un disco compacto, ahora seca y oscura, en el suelo, junto a la mujer, y parcialmente cubierta por su cabeza. Brunetti permanecio observando el cabello corto y blanco, la rebeca azul marino hecha de grueso cachemir, el cuello de una camiseta amarilla y el delgado anillo de oro en su dedo anular.

Brunetti se consideraba el menos supersticioso de los hombres, y se enorgullecia de su intenso respeto por la razon, el buen sentido y todas las virtudes asociadas al adecuado funcionamiento de la mente. Lo cual, sin embargo, no le impedia aceptar la posibilidad de fenomenos menos tangibles: nunca hubiera sido capaz de encontrar una manera mas clara de expresarlo. Algo que, aunque invisible, dejaba vestigios. Esos rastros los notaba alli: se trataba de una muerte problematica. Lo sentia asi, aunque vaga y fugazmente, y en cuanto la sensacion alcanzo el nivel del pensamiento consciente, desaparecio, para ser desestimada como una mera reaccion, mas fuerte de lo usual, ante la vista de una muerte subita.

Dirigio un rapido vistazo a la habitacion y repaso el mobiliario, las lamparas de pie y una hilera de ventanas, pero una intensa conciencia respecto a la mujer a sus pies le hacia dificil concentrarse en cualquier otra cosa.

Regreso al pasillo. No habia rastro de Vianello, pero el patologo aguardaba unos pasos mas alla.

– Esta ahi, Ettore -dijo Brunetti.

Mientras el medico se acercaba, la atencion de Brunetti fue atraida por ruidos de pasos abajo. Oyo voces de hombres, una de ellas profunda, seguida de un tono mas ligero, y a continuacion se cerro una puerta.

Los pasos continuaron hacia el piso, y en la puerta abierta aparecio Marillo, el tecnico del laboratorio. Inmediatamente detras de el, dos hombres provistos de los maletines propios de su funcion. Marillo, un lombardo alto y delgado que parecia incapaz de entender algo que no fuera la sencilla y literal verdad de cualquier afirmacion o situacion, saludo a Brunetti y entro en el piso, adelantandose para permitir a sus hombres entrar detras de el. El ultimo cerro la puerta y Marillo dijo:

– Un tipo, abajo, queria saber a que venia todo este ruido.

Brunetti saludo a los hombres, pero cuando se volvio hacia donde habia estado Rizzardi, advirtio que el patologo habia pasado a la otra habitacion. Comunico a los hombres que Vianello les diria por donde empezar a fotografiar y a buscar huellas. Se encontro con Rizzardi inclinado sobre el cuerpo de la mujer, con las manos cuidadosamente metidas en los bolsillos del pantalon. Se puso en pie cuando se acercaba Brunetti, y dijo:

– Puede haber sido un ataque al corazon. Tal vez un derrame cerebral.

Brunetti senalo silenciosamente el pequeno circulo de sangre, y Rizzardi, que llevaba lo bastante en la habitacion como para haber echado un cuidadoso vistazo alrededor, senalo a su vez el radiador situado bajo la ventana, no lejos de donde yacia la mujer.

– Pudo haberse golpeado con el -dijo Rizzardi-. Tendre una idea mas clara cuando pueda darle la vuelta. -Dio un paso atras, apartandose del cadaver-. Asi que dejemos que hagan las fotos, ?no?

Con cualquier otro medico, Brunetti podria haber perdido la paciencia ante su negativa a interpretar la mancha de sangre como un signo de violencia, pero estaba familiarizado con la insistencia de Rizzardi en que a el solo le importaba la causa fisica de la muerte cuando la viera o pudiera probarla por si mismo. A veces Brunetti conseguia que el medico conjeturase, pero no era una tarea facil.

Brunetti permitio que su atencion se desviara del medico y de la mujer a sus pies. La habitacion parecia en orden, salvo por los dos cojines del sofa, que estaban en el suelo, y un libro encuadernado en piel caido junto a aquellos. Habia un armario ropero, pero sus dos puertas estaban cerradas.

Entro el fotografo, quien anuncio:

– Marillo y Bobbio estan buscando huellas, asi que he venido primero a encargarme de ella.

Paso ante Brunetti, en direccion al cadaver, jugueteando con la mano derecha con un boton de su camara.

Brunetti se aparto. Oia el leve murmullo de la voz de Rizzardi detras de el, pero la ignoro y echo a andar por el pasillo.

En el dormitorio principal, Vianello, con finos guantes de plastico, permanecia de pie ante los cajones abiertos de la comoda. Inclinado, examinaba algunos papeles que habia encima del mueble. Mientras Brunetti lo observaba, Vianello deslizo la hoja de la parte superior a un lado con la punta del dedo, y luego leyo la siguiente antes de apartarla tambien para leer la ultima hoja.

En respuesta a la silenciosa presencia de Brunetti, Vianello dijo:

– Es una carta de una nina de la India. «A Mamma Costanza.» Debe de ser de una de esas organizaciones con las que apadrinar a un nino.

– ?Que dice?

– Esta en ingles -respondio Vianello, senalando las hojas- y manuscrita. Por lo que he podido entender, le agradece el regalo de cumpleanos y le dice que se lo dara a su padre para que pueda comprar arroz para la plantacion de primavera. -Asintiendo a la vista de los papeles, anadio-: Incluye las notas de la escuela y una foto.

Vianello devolvio cuidadosamente las hojas a su sitio y pregunto:

– ?Crees que todas esas ONG son honradas?

– Asi lo espero -respondio Brunetti-. De otro modo un dineral habra ido a parar durante mucho tiempo a lugares indebidos.

– ?Tu mandas?

– Si.

– ?A la India?

– Si -contesto Brunetti, sintiendo algo parecido a la verguenza-. Paola se encarga de eso.

– Nadia tambien lo hace -se apresuro a decir Vianello-. Pero que estemos dando dinero a paises como la India y China es algo que no comprendo. No puedes abrir un periodico sin leer lo poderosos que son economicamente, y que el mundo acabara perteneciendoles dentro de una decada. O dos. Asi pues, ?que estamos haciendo, mantener a sus ninos? -Luego Vianello anadio-: Al menos eso es lo que yo me pregunto.

– De creer a Fazio -dijo Brunetti, refiriendose a su amigo, que trabajaba en la policia de fronteras-, lo que no deberiamos hacer es comprarles ropa, juguetes y equipos electronicos. Pero no hace dano a nadie dar un par de cientos de euros para mandar a un nino a la escuela.

Vianello asintio.

– Alli los ninos todavia tienen que comer, supongo. Y comprar libros.

Se quito los guantes y se los guardo en el bolsillo de la chaqueta.

En aquel momento el fotografo aparecio en la puerta y le dijo a Brunetti que Rizzardi queria ver a Vianello. La fallecida habia sido colocada boca arriba, con los brazos a los lados. Mirandola ahora, Brunetti no pudo recuperar la sensacion que experimento al mirar por primera vez el cadaver. Tenia los ojos cerrados, la boca abierta y su espiritu la habia abandonado. No habia la menor esperanza de que su espiritu perdurase aun cerca de aquel

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