– No lo se -admitio Brunetti, poniendose en pie-. Todo esta muy ordenado.
– ?Y eso no es bueno?
– En teoria si, supongo. Pero…
– Pero no quieres aceptar que ha podido morir de un ataque al corazon o de un derrame, tal como sugirio Rizzardi.
– Ni quiero ni dejo de querer -replico Brunetti secamente-. Pero has tenido que ver la marca en la garganta.
En lugar de responder, Vianello dio un resoplido que podia significar cualquier cosa o, sencillamente, nada. Brunetti se resistia a mencionar la sensacion que habia tenido en el corredor, por temor a que Vianello la rechazase como una tonteria.
– No hay senales de que alguien se introdujera aqui -dijo Vianello. Miro el reloj que colgaba sobre el frigorifico-. Son casi las tres, Guido. ?Podriamos cerrar la puerta, precintarla y continuar esto man…, hoy, mas tarde?
El hecho de nombrar la hora cayo sobre los hombros de Brunetti como una pesada prenda, devolviendole el cansancio que habia sentido incluso antes de su cena con Patta y Scarpa.
Asintio, y los dos hombres recorrieron la casa apagando luces. Optaron por dejar las persianas abiertas, tal como las encontraron: se filtraba suficiente luz del
– La mujer de arriba dijo que estuvo en un hotel de Palermo durante cinco dias. Lo comprobare -dijo Brunetti.
Cuando pasaron frente a la puerta del piso de abajo, Vianello movio la cabeza.
– La gente de ahi nos ha oido ir y venir, de modo que si hubieran tenido algo que decirnos, probablemente nos lo habrian dicho. -Luego, antes de que Brunetti pudiera hacer un comentario, anadio-: Pero volvere mas tarde y preguntare. Nunca se sabe.
Una vez fuera, el inspector telefoneo a la comisaria del Piazzale Roma y pidio que mandaran una embarcacion para recogerlo en la Riva di Biasio. Brunetti sabia que el llegaria antes andando, de modo que estrecho la mano a su ayudante y se volvio para dirigirse a casa.
5
Cuando Brunetti desperto de un sueno intranquilo, todos en la casa se habian marchado, y durante media hora permanecio en un duermevela, recordando la declaracion de la
Al cabo de un rato fue a la cocina, grunendo a proposito del dia, y encontro una nota de Paola. «Deja de grunir. El cafe esta en el fuego. Basta con encenderlo. Panecillo de leche tierno en el marmol.» Vio lo segundo y lo cuarto e hizo lo primero y lo tercero. Mientras el cafe se hacia, fue a la ventana de atras y miro hacia el norte. Los Dolomitas eran claramente visibles; las mismas montanas a las que la
Aunque Brunetti era hijo, nieto, biznieto -y mas- de venecianos, siempre se sintio mas comodo ante la vista de las montanas que del mar. Cada vez que oia que se aproximaba algo que iba a borrar del mapa a la humanidad o leia sobre el numero siempre creciente de barcos llenos de residuos toxicos o radiactivos hundidos por la Mafia frente a las costas de Italia, pensaba en la majestuosa solidez de las montanas, y en ellas encontraba consuelo. No tenia idea de cuantos anos le quedaban al hombre, pero Brunetti estaba seguro de que las montanas sobrevivirian a lo que viniera y a todo lo que siguiera despues. Nunca le habia hablado a nadie, ni siquiera a Paola, de esa idea ni del extrano consuelo que le aportaba. Pensaba que las montanas parecian algo muy permanente, mientras que el mar, siempre cambiante, lo veia claramente alterado por lo que le sucedia. Ademas, era una victima mas obvia del dano y las depredaciones del hombre.
Sus pensamientos lo llevaron a la masa de basura y plastico, de tamano continental, que flotaba en el oceano Pacifico, cuando el sonido del cafe hirviendo lo devolvio a una realidad mas modesta. Vacio la jarra en su taza, la azucaro y saco el panecillo de la bolsa. Con la taza en una mano y el pan en la otra, regreso a la contemplacion de las montanas.
El telefono llamo su atencion. Se dirigio a la sala de estar, con la boca llena, y contesto con su nombre.
– ?Donde esta usted, Brunetti? -grito Patta al otro lado de la linea.
Cuando era mas joven y mas propenso a humoristicos actos de rebeldia, Brunetti hubiera respondido que estaba en su sala de estar, pero los anos le habian ensenado a interpretar el lenguaje de Patta, de modo que reconocio aquellas palabras como una demanda para que explicara su ausencia del despacho.
Trago el resto del panecillo y dijo:
– Siento haberme retrasado, senor, pero el ayudante de Rizzardi dijo que el medico iba a llamarme.
– ?Y no tiene usted un
– Pues claro, senor, pero su ayudante me dijo que el medico podia requerirme para que fuera a hablar con el en el hospital, de modo que estoy esperando su llamada antes de salir de casa. Si voy a la
El propio Brunetti se percato de que estaba hablando demasiado, y Patta lo interrumpio:
– Deje de mentirme, Brunetti.
– Senor -dijo Brunetti, procurando utilizar para la replica el tono con el que Chiara habia respondido al ultimo comentario de Paola sobre un vestido que habia escogido.
– Vengase para aca. Ahora.
– Si, senor -contesto Brunetti, y colgo el aparato.
Duchado y afeitado, y muy recuperado gracias a haberse bebido el equivalente a tres cafes, a los que se anadio la generosa aportacion de azucar de dos pastelitos, Brunetti dejo su piso sintiendose extranamente alegre, un talante que se reflejaba en uno de esos gloriosos dias soleados, cuando el otono y la naturaleza se unen para suprimir todos los obstaculos y brindar a las personas algun motivo de contento. Aunque su espiritu lo impulsaba a caminar, Brunetti solo llego a la parada de Rialto, donde embarco en un Numero Dos, que se dirigia al Lido. Se ahorraba unos pocos minutos, pero el tono de voz de Patta le habia metido prisas.
No tuvo tiempo de comprar un periodico, asi que se contento con leer los titulares que vio a su alrededor. Otro politico sorprendido en un video en compania de un transexual brasileno; mas declaraciones a cargo del ministro de Economia de que todo iba bien y que aun iria mejor, y que las informaciones sobre cierre de fabricas y desempleados eran exageraciones malintencionadas, un intento deliberado por parte de la oposicion de infundir temor y desconfianza en la gente. Otro trabajador en paro se habia pegado fuego en el centro de una ciudad, esta vez en Trieste.
Miro por encima de los titulares cuando pasaron frente a la universidad, pero no vio alli nada nuevo. Que bonito seria que un dia, en el momento preciso en que pasara bajo aquellas ventanas, Paola abriera una de ellas de par en par y le hiciera un gesto de saludo, quiza que lo llamara por su nombre y gritara que lo amaba absolutamente y que siempre lo amaria. Sabia que, en tal caso, el, desde donde estaba, le responderia gritando lo mismo. El hombre que estaba junto a el paso la pagina de su periodico, y Brunetti volvio a dirigir su mirada al