su pension alguien que se presento como inspector de la compania electrica; la carne congelada de un gran supermercado estaba llena de gusanos.

Se apeo en San Zaccaria y camino junto al agua, con el espiritu bien dispuesto a la vista del movimiento que el viento imprimia a las ondas del agua. Giro para entrar en la questura por la puerta principal unos minutos antes de las diez, y subio directamente al despacho de Patta. La secretaria de su superior, la signorina Elettra Zorzi, estaba detras de su ordenador. Se adornaba, corno los lirios del campo, con una blusa que debia ser de seda, pues aquel estampado en oro y blanco habria sido un desperdicio con cualquier tejido de inferior calidad.

– Buenos dias, commissario -dijo educadamente cuando entro-. El vicequestore esta deseando hablar con usted.

– No menos que yo con el, signorina -replico Brunetti, se dirigio a la puerta y llamo con los nudillos.

Un «Avanti!» como un bramido hizo que Brunetti alzara las cejas y que la signorina Elettra levantara las manos del teclado.

– Ay, ay, ay -exclamo la signorina Elettra a modo de advertencia.

– I am just going inside and may be some time -dijo Brunetti en ingles, para consternacion de la secretaria.

Encontro a Patta en su papel de disparatado comandante-en-jefe-de-los-cuerpos-de-seguridad con el que Brunetti estaba ampliamente familiarizado. Modifico su postura en consecuencia y se encamino al asiento que Patta le indico frente a su escritorio.

– ?Por que no se me llamo anoche? ?Por que se me ha tenido en ayunas sobre este asunto?

El tono de voz de Patta era airado pero mantenia la calma, como correspondia a un oficial con una ardua tarea que cumplir y que no cuenta con la ayuda de quienes lo rodean, y desde luego no con la de quien tenia delante.

– Le informe a usted de la muerte de la mujer cuando abandone nuestra cena, dottore. Cuando terminamos nuestra investigacion inicial pasaban de las tres de la madrugada, y no quise molestarlo a esa hora. -Antes de que Patta pudiera decir, como solia hacer al llegar a este punto, que no habia hora, ya fuera de noche o de dia, en que no estuviera preparado para asumir las responsabilidades de su cargo, Brunetti admitio-: Se que debi hacerlo, senor, pero pense que unas pocas horas no suponian una diferencia, y que ambos estariamos en mejor situacion para tratar los asuntos despues de dormir decentemente por la noche.

Patta fue incapaz de privarse de comentar:

– Desde luego parece que usted lo ha hecho.

Brunetti ignoro la observacion o, al menos, no se permitio responder, para mantener la anodina expresion suave que mostraba a su superior.

– Parece no tener idea de quien es la muerta -dijo Patta.

– La del piso de arriba dijo que se llamaba Costanza Altavilla, dottore -respondio Brunetti con una voz que trato que sonara servicial.

Sin poder contener apenas su exasperacion, Patta explico:

– Es la madre del anterior veterinario de mi hijo; eso es lo que es. -Patta hizo una pausa para permitir que Brunetti asimilara el significado de aquello. Luego anadio-: Coincidi con ella una vez.

Raras veces Patta dejaba sin palabras a Brunetti, pero este, con el paso de los anos, habia desarrollado una respuesta defensiva ante semejante eventualidad. Compuso la expresion mas seria, asintio sesudamente varias veces y dejo escapar un prolongado y muy pensativo «Hummmm». No entendio por que, una vez tras otra, Patta se sentia decepcionado por eso, como era el caso ahora, nuevamente. Quiza su superior carecia de memoria, o quiza era incapaz de responder a manifestaciones de maxima deferencia expresadas de otra manera, como un perro alfa es incapaz de atacar a otro perro que se pone panza arriba y le presenta el bajo vientre y la garganta.

Brunetti sabia que no podia decir nada. No podia arriesgarse a decir: «No me di cuenta de eso», sin que Patta percibiera el sarcasmo, ni podia pedirle que le explicara que importancia tenia aquella relacion, que sin duda el consideraba evidente por si misma. Y en la medida en que valoraba su empleo, tampoco podia expresar curiosidad sobre el hecho de que el hijo de Patta tuviera un veterinario y no un medico. Asi que espero, moviendo la cabeza hacia un lado, como un perro muy atento.

– Salvo tenia un husky. Esos perros son muy delicados, especialmente con este clima. Padecia un eczema debido al calor. El doctor Niccolini fue el unico que parecio capaz de hacer algo para ayudarlo.

– ?Y que paso, senor? -pregunto Brunetti con sincera curiosidad.

– Oh, Salvo tuvo que desprenderse del perro. Se convirtio en un gran problema para el. Pero se formo una buena opinion del doctor y, ciertamente, nos habria ayudado de todas las formas posibles.

No cabia duda al respecto: Brunetti habia advertido el tono de una verdadera preocupacion humana en la voz de Patta.

Aun despues de todos aquellos anos, Brunetti no habia aprendido a predecir cuando Patta, en algun momento de descuido, daria pruebas de ser un individuo sensible. Eso siempre lo desarmaba, seducido por la sospecha de que aun podian hallarse trazas de humanidad en el alma de su superior. La reincidencia de Patta en su crueldad habitual no habia apagado en Brunetti su deseo de ser enganado.

– ?Aun esta aqui? -pregunto Brunetti, conjeturando si Patta se habia puesto en contacto con el hijo de la signora Altavilla, pero reticente a preguntarselo.

– No, no. Encontro un trabajo en algun otro lugar. Vicenza. Verona. He olvidado cual.

– Ya veo -dijo Brunetti, asintiendo como si hubiera comprendido-. ?Y cree usted que sigue ejerciendo de veterinario?

Patta levanto la cabeza, como si de repente hubiera percibido un olor extrano.

– ?Por que me lo pregunta?

– Tiene usted que establecer contacto con el. No habia libreta de direcciones en el piso, y no pude ir al piso de arriba a aquellas horas para preguntarle a la mujer que vive alli. Pero si aun es veterinario, debe de estar inscrito en una de esas dos ciudades.

– Por supuesto que deberiamos contactar con el -replico Patta con una brusca irritacion, como si Brunetti se hubiera opuesto a la idea-. Dificilmente hubiera creido que tendria que explicarle algo tan sencillo, Brunetti. - Luego, para evitar que Brunetti se pusiera de pie, continuo-: Quiero que esto se aclare cuanto antes. No podemos permitir que la gente de esta ciudad crea que no esta segura en sus casas.

– Desde luego, vicequestore -se apresuro a decir Brunetti, curioso por saber quien podria haber sugerido a Patta que la muerte de la signora Altavilla podria suscitar la inseguridad ciudadana-. Echare un vistazo y llamare a la signora Giusti…

– ?A quien?

– A la mujer del piso de arriba, senor. Parece que conocia muy bien a la fallecida.

– Entonces deberia saber donde localizar al hijo.

– Eso espero, dottore -concluyo Brunetti, y se dispuso a levantarse.

– ?Que piensa hacer con la prensa? -pregunto Patta en tono cauteloso.

– ?Se ha puesto en contacto con usted, senor? -pregunto a su vez Brunetti, volviendose a sentar en la silla.

– Si -respondio Patta, y dirigio a Brunetti una larga mirada, como si sospechara que el o Vianello o incluso, posiblemente, Rizzardi, hubiera pasado las primeras horas de la manana al telefono, hablando con los reporteros.

– ?Que han preguntado?

– Saben el nombre de la mujer, y han preguntado sobre las circunstancias de su muerte, lo acostumbrado.

– ?Que les ha dicho, senor?

– Que las circunstancias de su muerte ya estan investigandose y que esperamos un informe del medico legale en algun momento entre hoy y manana.

Brunetti asintio, aprobatoriamente.

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