Cuando hubieron terminado, Rizzardi puso el dinero en el mostrador y los tres regresaron al campo. Un nino, que no parecia mas alto que las rodillas de Brunetti, paso como una exhalacion en un patinete, impulsandolo con un pie y chillando con la salvaje emocion de la carrera. Un momento despues, su padre paso tambien, repitiendo a gritos y con voz entrecortada: «Marco, Marco, fermati.»

Rizzardi camino hasta la reja que rodeaba la base de la estatua de Colleoni y se apoyo en ella, dirigiendo la mirada a la Barbaria delle Tole, la basilica a su izquierda. Brunetti y Niccolini se colocaron a ambos lados del medico.

– Su madre fallecio de un ataque al corazon, dottore -dijo Rizzardi sin otras palabras de introduccion, con los ojos mirando directamente al frente-. Debio ser muy rapido. No se lo doloroso que resulto, pero puedo asegurarle que fue muy rapido.

Detras de ellos podian oir los gritos de Marco y su gozo por aquel soleado dia y por el descubrimiento de la velocidad.

Niccolini inspiro profundamente, lo que Brunetti interpreto como una muestra del alivio con el que cual quiera hubiera recibido las palabras del medico. Los tres hombres escuchaban la voz del nino y la cantilena paterna exhortando a la prudencia.

Niccolini se aclaro la garganta y observo con voz indecisa y ronca:

– La signorina Giusti, la vecina de mi madre, me dijo que vio sangre. -Dicho esto, se detuvo, y como Rizzardi no contesto, pregunto-: ?Es eso verdad, dottore?

Brunetti miro las manos de Niccolini y vio que tenia los punos apretados, y que los sacudia a causa de la tension.

El nino paso ante ellos como una exhalacion, gritando, y cuando llego al otro extremo del campo, Rizzardi se volvio a Brunetti, como pidiendole que aportara alguna contribucion, pero Brunetti no ofrecio ayuda alguna, curioso por saber que contestacion le daria el patologo a Niccolini.

Rizzardi echo la mano atras para agarrarse a la parte superior de la verja, descanso su peso contra ella y dijo:

– Si, habia ciertos indicios fisicos coherentes con eso, pero nada que contradiga un ataque al corazon.

En la incursion del medico en la jerga de su profesion, segun observo Brunetti, no hizo mencion alguna de la marca que el habia visto en la signora Altavilla. Excluyo la posibilidad de que el patologo la considerara desprovista de significado. De haber sido este el caso, sin duda Rizzardi la habria mencionado, aunque solo fuera para desecharla.

Brunetti se volvio para ver como respondia Niccolini a aquella no-contestacion, pero se limito a dar su asentimiento a lo que habia oido. Rizzardi continuo:

Si lo desea, podria tratar de explicarle exactamente lo que ocurrio. O sea, en sentido medico.

Viendo la afable sonrisa de Rizzardi, Brunetti se dio cuenta de que el patologo no tenia idea de la profesion de Niccolini ni tampoco de la formacion medica que lo habia preparado para ella, de modo que no calculaba bien el efecto que su condescendencia podia provocar.

Niccolini pregunto, con una voz muy suave:

– ?Podria ser mas concreto acerca de esos «indicios fisicos»?

Su tono, no sus palabras, captaron la atencion de Rizzardi. El patologo dijo:

– Habia signos de traumatismo.

«Ah -se encontro pensando Brunetti-, ahora llegamos a la marca en la garganta.»

Niccolini considero la frase y dijo:

– Hay muchas clases de traumatismos.

Brunetti decidio intervenir antes de que Rizzardi empezara a simplificar el significado del termino y pusiera mas en su contra a Niccolini.

– Creo que deberia saber que el dottor Niccolini es veterinario, Ettore.

Rizzardi se tomo un momento para responder, y cuando lo hizo, resulto evidente que la noticia le complacia.

– Ah, entonces comprendera.

Tanto Rizzardi como Brunetti oyeron jadear a Niccolini. Giro sobre sus talones en direccion al patologo, con el puno cerrado involuntariamente y el rostro palido a causa del impacto.

Rizzardi dio un paso para apartarse de la verja y levanto las manos, en un instintivo gesto de autoproteccion.

– Dottore, dottore, no queria ofenderlo.

Movio repetidamente las manos en el aire, entre el y Niccolini, hasta que este, con aspecto aturdido a causa de su propia conducta, bajo la mano. Rizzardi explico:

– Solo he querido decir que usted comprenderia las implicaciones fisiologicas de lo que he dicho. Nada mas. -Y luego, con mas calma-: Por favor, por favor. No piense siquiera en eso.

?Estaba Niccolini tan alterado que habia entendido la observacion de Rizzardi como una comparacion entre la anatomia animal y la humana? Pero ?como podia esperarse que uno se mantuviera frio y racional en presencia del hombre que acababa de practicar la autopsia a su madre?

Niccolini asintio varias veces, con los ojos cerrados y sonrojado, luego miro a Rizzardi y dijo:

– Por supuesto, dottore. He interpretado mal. Todo es tan…

– Lo se. Todo esto es terrible. He hablado con muchas personas. Nunca resulta facil.

Los hombres volvieron a guardar silencio. Un sabueso salio de una de las tiendas proximas al extremo del campo, se alivio contra un arbol y luego regreso a la tienda.

La voz de Rizzardi aparto la atencion de Brunetti del perro.

– Solo puedo repetir que su madre murio de un ataque al corazon. Eso es indiscutible.

En el pasado, Brunetti habia escuchado al medico suficientes veces como para comprender que Rizzardi estaba diciendo la verdad, pero ahora podia verle la cara, y por eso supo que habia tambien algo que no decia. Rizzardi prosiguio:

– Y para contestar a su pregunta, si, habia sangre en la escena. El commissario Brunetti tambien la vio. - Niccolini se volvio hacia Brunetti en busca de confirmacion, y el asintio. Luego aguardo a que Rizzardi se explicara-. Habia un radiador no lejos de donde fue hallada su madre, y no es contradictorio con las pruebas que se golpeara la cabeza al caer. Como usted sabe, las heridas en la cabeza a menudo sangran mucho, pero como la muerte se produjo muy rapidamente tras el ataque al corazon, no sangro por mucho tiempo, y esto tampoco contradice lo que observamos en la escena.

Con cada frase que pronunciaba, el lenguaje de Rizzardi se aproximaba mas al oficial de los informes impresos y de las actas de las comisiones.

Como un hombre que buscara aire para respirar, Niccolini pregunto:

– Pero ?fue el ataque al corazon lo que la mato?

?Cuantas veces necesitaba oir aquello?, se pregunto Brunetti.

– Sin lugar a dudas -respondio Rizzardi con su voz mas oficial. La leve exclamacion de incomodidad que Brunetti habia percibido en sus anteriores evasivas, se transformo de repente en un bocinazo de duda.

Brunetti no sabia en que estaba mintiendo el medico, pero ahora estaba convencido de que mentia.

Niccolini imito la postura anterior del patologo y se apoyo en la verja.

Un sonido parecido a un grito de guerra atrajo su atencion. Todos se volvieron y miraron al extremo opuesto del campo, donde Marco giraba en circulos cada vez mas cerrados en torno a uno de los arboles. Brunetti, observando el giro cada mas y mas cenido del nino, se interrogo por el proceder de Niccolini. Hubiera comprendido el abatimiento, la pena o un estallido de llanto. Durante su carrera habia visto tambien lo contrario: fria satisfaccion ante la muerte de un progenitor. Niccolini parecia nervioso y paralizado al mismo tiempo. ?Por que, ademas, forzaba a Rizzardi a repetir que la muerte habia sido natural?

Rizzardi echo atras la manga de su chaqueta y miro el reloj.

– Lo siento, signori, pero tengo una cita.

Tendio la mano a Niccolini y se despidio cortesmente. Le dijo a Brunetti que le enviaria el informe por escrito en cuanto pudiera, y que lo llamara si tenia alguna pregunta que hacerle.

Niccolini y Brunetti observaron en silencio al patologo mientras atravesaba el campo y desaparecia en el interior del hospital.

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