– Entonces me ocupare de contactar con el hijo, senor. La mujer de arriba seguro que sabe como encontrarlo. -Antes de que Patta pudiera preguntar, Brunetti dijo-: Senor, anoche no estaba en condiciones de responder a preguntas. -Como Patta no contesto, Brunetti anadio-: Ire a hablar con ella.

– ?Sobre que?

– Sobre la vida de la muerta, sobre su hijo, sobre cualquier cosa que ella crea que podria darnos razones para preocuparnos.

No hizo mencion alguna de Palermo, ni dijo que Vianello iba a hablar con los vecinos de abajo, por temor a que Patta llegara a la conclusion de que la signora Giusti estaba complicada en la muerte de su vecina.

– ?«Preocuparnos», Brunetti? Creo que seria mas sensato disponer de los resultados de la autopsia antes de que empiece usted a emplear palabras como «preocuparnos», ?no cree?

Brunetti se sintio casi reconfortado por el retorno del Patta que el conocia, el maestro de la evasion, que con tanta habilidad conseguia desviar toda la atencion que no fuera enteramente positiva o laudatoria.

– Si la mujer murio de muerte natural, no tenemos por que preocuparnos; asi pues, me parece que no deberiamos emplear esa palabra.

Al instante, como si temiera que de algun modo la prensa se apropiara de aquella observacion y se cebara en su falta de sensibilidad, Patta corrigio, para aquellos oyentes silenciosos:

– Quiero decir profesionalmente, claro. Desde el punto de vista humano, su muerte, como la de cualquiera, es terrible. -Luego, como si la voz de su hijo le hiciera una advertencia, anadio-: Y por partida doble, dadas las circunstancias.

– Por supuesto -afirmo Brunetti, resistiendo el impulso de inclinar la cabeza respetuosamente ante la sibilina opacidad de las palabras de su superior, y dejo pasar un instante en silencio-. Creo que por el momento no hay nada que podamos decir a la prensa, senor; al menos hasta que Rizzardi nos diga que ha encontrado.

Patta se lanzo vorazmente sobre la incertidumbre de Brunetti.

– Entonces, ?cree usted que fue una muerte natural?

– No lo se, senor -respondio Brunetti, recordando la senal cerca de la clavicula de la mujer. Si el resultado de la autopsia apuntara a un delito, seria preciso que Patta revelara la noticia, reafirmando asi su papel de jefe protector de la seguridad ciudadana-. Cuando tengamos los resultados, deberia ser usted el unico que hablara con la prensa, senor. Seguro que los periodistas prestaran mas atencion a cualquier cosa que provenga de usted.

Brunetti doblo los dedos de la mano derecha y cerro el puno. Fatigado de pronto con su papel, se dijo que ni siquiera un perro beta tenia que continuar tumbado tripa arriba durante tanto tiempo.

– De acuerdo -convino Patta, que recupero su buen humor-. Que me entere cuanto antes de lo que le diga Rizzardi cuando lo vea. -Y luego, como si recordara algo-: Y encuentre al hijo de esa mujer. Se llama Claudio Niccolini.

Brunetti dio los buenos dias al vicequestore y salio al antedespacho a hablar con la signorina Elettra, convencido de que ella encontraria facilmente en algun lugar del Veneto a un veterinario llamado Claudio Niccolini.

6

Aquello resulto mucho mas facil de lo que habia imaginado: la signorina Elettra se limito a introducir «Veterinario» y buscar en las paginas amarillas de ambas ciudades. No tardo en encontrar el numero del consultorio del Dott. Claudio Niccolini, en Vicenza.

Brunetti regreso a su despacho para hacer la llamada, solo para enterarse de que el doctor no estaba aquel dia en el consultorio. Cuando dio su nombre y cargo, y explico que tenia que hablar con el doctor acerca de la muerte de su madre, la mujer con quien hablaba dijo que el doctor Niccolini ya habia sido informado y que se dirigia a Venecia; que, de hecho, era probable que ya estuviera alli. El reproche en su voz era inequivoco. Brunetti no dio explicacion alguna por el retraso en llamar y, en cambio, pregunto por el numero de telefonino del doctor. La mujer se lo dio y colgo sin mas comentarios.

Brunetti marco el numero. A la cuarta llamada un hombre contesto:

– Si?

– ?Dottor Niccolini?

– Si. Chi parla?

– Soy el commissario Guido Brunetti, dottore. En primer lugar, deseo manifestarle mis condolencias por la perdida que ha sufrido. -Hizo una pausa y anadio-: Quisiera hablar con usted sobre su madre, si es posible.

Brunetti no tenia idea de cual era su autoridad, puesto que habia acudido a casa de la mujer casi por eliminacion, y ciertamente no se le habia dado ningun encargo oficial para investigar las circunstancias de su muerte.

El otro se tomo mucho tiempo para contestar, y cuando lo hizo, espeto:

– ?Por que…? -y se detuvo. Tras otra pausa que parecio interminable, dijo, pugnando por controlar su incomodidad-: No sabia que la policia hubiera intervenido.

Si era eso lo que pensaba, Brunetti decidio que era mejor dejar que lo siguiera creyendo.

– La primera llamada la recibimos nosotros, dottore. -dijo Brunetti en su tono mas anodinamente burocratico. Luego, cambiando de registro para adoptar el papel de funcionario desbordado, anadio-: Generalmente el hospital envia un equipo, pero como la persona que informo de la muerte nos llamo a nosotros, nos vimos obligados a acudir.

– Comprendo -asintio Niccolini con una voz mas calmada.

– ?Puedo preguntarle donde esta, dottore?

– Estoy en el hospital, esperando hablar con el patologo.

– Yo ya voy para ahi -mintio Brunetti sin esfuerzo-. Quedan algunas formalidades; de este modo podre atenderlas y de paso hablar con usted. -Sin molestarse en esperar la replica de Niccolini, dijo-: Estare ahi dentro de diez minutos. -Y colgo.

No se molesto en comprobar si Vianello estaba en el cuarto de oficiales, pero dejo rapidamente la questura y se encamino al hospital. Mientras iba andando, reflexiono sobre el tono de Niccolini y sus palabras. Comprendio que el temor a una intervencion de la policia era una respuesta normal de cualquier ciudadano, de modo que quiza el nerviosismo que habia percibido en la voz de aquel hombre era lo que cabia esperar. A lo cual se anadia que el dottor Niccolini estaba hablando desde el hospital, donde reposaba el cuerpo de su madre muerta.

La belleza del dia interrumpio sus reflexiones. Todo lo que necesitaba era el olor penetrante de las hojas quemadas para recrear en su memoria aquellos dias perdidos de libertad en el otono tardio, cuando el y su hermano, de ninos, vagaban a su aire por las islas de la laguna, en ocasiones ayudando a los campesinos en las ultimas cosechas del ano, y tremendamente orgullosos de poder llevar a casa bolsas llenas de las frutas o las verduras con que les habian pagado.

Cruzo Campo SS. Giovanni e Paolo, consciente de lo perfecta que seria hoy la luz para contemplar las vidrieras de la basilica. Entro en el ospedale. El amplio vestibulo devoraba la mayor parte de la luz, y aunque paso por patios y espacios abiertos camino del obitorio, las paredes en que aquellos estaban encajados destruian la sensacion que tenia al aire libre.

En la sala de espera del deposito habia un hombre de pie. Era alto, corpulento, con la complexion de un luchador al final de su carrera, su musculatura ya empezaba a perder el tono, pero aun no se habia convertido en grasa. Levanto la vista cuando entro Brunetti y lo miro, pero sin ser consciente de la llegada de otra persona.

– ?Dottor Niccolini? -pregunto Brunetti, tendiendo la mano.

El doctor tardo en reaccionar ante Brunetti, como si tuviera que limpiar la mente de otros pensamientos antes de poder aceptar la presencia de otra persona.

– ?Es usted el policia? Lo siento, pero no recuerdo su nombre.

– Brunetti.

Le estrecho la mano, mas por costumbre que por ganas. Su mano era firme, pero el apreton fue fugaz.

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