personas como usted y Vianello les corresponde interpretar el resultado.

Aquello podia entenderse como oposicion u obstruccion. En el caso de Marillo, equivalia a una simple declaracion sobre cual era su cometido y cual deberia ser el de ellos.

– ?Oh, por el amor de Dios! -dijo con brusquedad el otro tecnico, todavia de rodillas junto a la cama-. Hemos estado en un centenar de sitios, Stefano, y ambos sabemos que aqui no hay nada sospechoso.

Parecio que se disponia a continuar, pero Marillo le impuso silencio con una mirada. Ya habia pasado algun tiempo desde que a Brunetti le impresionara la vision del cadaver, y la observacion de aquel hombre se anadia a su deseo de ver e interpretar hechos, no sensaciones. Alli no habia actuado ningun ladron, al menos no de la clase de ladrones que irrumpian en las casas venecianas. Cualquiera que buscara oro, joyas o dinero hubiera abierto los cajones y esparcido su contenido por el suelo, y luego lo hubiera apartado todo a puntapies con el fin de separarlo y verlo. Pero el cajon inferior, advirtio Brunetti, no tenia peor aspecto que el de su hija despues de haber ido a la caza de un sueter en concreto. O el de su hijo.

El tecnico junto a la cama rompio el silencio al arrastrarse por el suelo para desenchufar su lampara. Lentamente, se puso de pie, enrollo ruidosamente el cordon en torno al mango, y luego introdujo el enchufe bajo la ultima vuelta del cordon para mantenerlo sujeto.

– Yo ya he acabado aqui, Stefano -dijo en tono brusco.

– Entonces ya esta -concluyo Marillo con visible alivio-. Le dare a Bocchese las fotos y podra dar un repaso a las copias. Hay un monton, algunas perfectamente claras. Le enviare un informe, senor.

– Gracias, Marillo.

Marillo miro a Brunetti e hizo un movimiento de cabeza para expresar que se daba por enterado del agradecimiento de su superior, y de su propia contrariedad por no haberle sido mas util. El otro tecnico lo siguio camino de la puerta, donde el tercer hombre esperaba, guardando ya la camara y el flash en su maletin. Los tres juntos reunieron rapidamente su equipo, y cuando hubieron terminado Marillo se limito a dar las buenas noches. En silencio, sus companeros lo siguieron y salieron todos del piso.

– Voy a terminar aqui -dijo Brunetti, volviendo hacia el dormitorio pequeno.

En su vistazo anterior se habia dado cuenta de lo sencilla que era la habitacion, pero ahora que tenia tiempo de observarla, comprobo que era incluso mas modesta de lo que al principio le parecio. El suelo de madera no estaba cubierto por ninguna alfombra. No se trataba de parque, sino de estrechos listones instalados durante una restauracion -y no de las caras- que debia haberse llevado a cabo unos cincuenta anos antes. Una comoda baja, de patas gruesas, estaba situada junto a la cama, y sobre ella habia una lamparita con una pantalla de tela amarilla de cuyo borde inferior pendia un circulo de anticuadas borlas tambien amarillas. Aquella podia haber sido una habitacion de la casa de la abuela de Brunetti, que sintio como si lo hicieran retroceder en una maquina del tiempo.

El cajon superior de la comoda, medio abierto, contenia prendas interiores femeninas envueltas en plastico. Tres piezas en cada envoltorio: sencillas bragas blancas de algodon y de tres tallas diferentes. Nunca habia visto que Paola llevara algo asi. Eran bragas funcionales que supuso que la mujer compraba en el supermercado, no en una corseteria, pensadas para ser utiles, no para marcar estilo y, ciertamente, no con el proposito de atraer la atencion. Mezclados con esos envoltorios habia otros con camisetas de algodon, tambien de tres tallas. Estaban dispuestos cuidadosamente en el cajon, en montones separados, divididos por una pila de panuelos blancos, tambien de algodon y planchados.

Cerro el cajon, sin tomar ya precauciones al tocar las cosas. El cajon siguiente contenia unos pocos leotardos y seis o siete pares de medias, todos en envoltorios sin abrir. Las medias eran grises o negras y de nuevo de diferentes tallas y ordenadas con precision militar. En el cajon inferior habia sueteres, los de algodon a un lado y los de lana a otro, aunque aqui los dos montones estaban mezclados. Al menos los colores eran, en este caso, un poco mas vistosos: uno rojo, otro naranja y otro mas, verde claro, y aunque todos habian sido llevados, presentaban el aspecto de las prendas que se han lavado y planchado antes de guardarse en el cajon. A la derecha de los sueteres habia un par de pijamas azules de franela, recien lavados y planchados, y detras de ellos, un paquete con saquitos de espliego para perfumar.

Brunetti cerro el ultimo cajon. Se acerco a la cama e hinco una rodilla para mirar debajo, pero el espacio estaba vacio.

Oyo a Vianello entrar en la habitacion, detras de el.

– ?Has encontrado algo mas en su dormitorio? -pregunto Brunetti.

– No. No gran cosa. Excepto que le gustaban la ropa interior recatada y los sueteres caros. -Se puso de pie y regreso junto a la comoda. Abrio el cajon superior y senalo los envoltorios de celofan-. Todas las prendas son de diferente talla y ningun envoltorio ha sido abierto. -Vianello se coloco junto a el y miro dentro del cajon. Brunetti continuo-: Lo mismo puede decirse de los leotardos. Y hay sueteres, aunque no de cachemir, y un par de pijamas en el cajon de abajo, y todo parece recien lavado.

– ?Y tu que deduces de eso? -Se encogio de hombros y admitio-: Yo no tengo ni idea.

– Las huespedes se traian su propia ropa -concluyo Brunetti. Vianello guardo silencio-. En concreto, su ropa interior.

Brunetti y Vianello regresaron a la habitacion donde habia estado el cadaver de la mujer. Desde la puerta, Brunetti vio que la mancha de sangre no se habia borrado y penso en lo que significaria para la familia cuando llegaran, entraran en la habitacion y la vieran. En todos aquellos anos de moverse entre senales dejadas por la muerte, se habia preguntado con frecuencia que se sentiria al limpiar los ultimos vestigios de una vida que ya habia acabado y como podia una persona soportar semejante tarea.

Una vez retirado el cadaver, Brunetti pudo concentrarse lo suficiente para estudiar la habitacion por primera vez. Era mayor de lo que al principio habia pensado. A la derecha vio una puerta corredera y, tras ella, una cocinita con mobiliario de madera, lo que parecian platos marroquies y azulejos en las paredes.

La cocina era demasiado pequena para albergar una mesa, de modo que esta se habia colocado en la habitacion mas grande: un rectangulo utilitario con cuatro sillas de madera. Brunetti necesito un momento para darse cuenta de que aquella habitacion estaba practicamente desprovista de decoracion. En el suelo habia una alfombra de color beige, de fibra, pero la unica decoracion en las paredes consistia en un crucifijo de mediano tamano que parecia como si hubiera sido fabricado en serie en algun pais no cristiano: sin duda a Cristo no le correspondian aquellos labios y aquellas mejillas tan sonrosadas ni habia nada que justificara su sonrisa.

Habia un sofa marron oscuro al otro lado de la habitacion, con el respaldo contra las ventanas que daban al campo y al abside iluminado de la iglesia. En otro tiempo debio de haber una puerta en la pared a la derecha del sofa, pero durante una de las restauraciones que se habian efectuado en el edificio a lo largo de los siglos, alguien decidio condenarla. El responsable de la ultima restauracion retiro algunos ladrillos y revoco el fondo de la abertura, anadio unas repisas y la convirtio en una libreria empotrada.

No lejos del sofa habia un escritorio, tambien de espaldas a la ventana, con una maquina de escribir. Brunetti se la quedo mirando para asegurarse de que veia lo que creia estar viendo. Si, una antigua Olympia portatil, la clase de objeto que sus amigos llevaban a la universidad decadas atras. Su familia no habia podido proporcionarle a el una. Se sento al escritorio y acerco los dedos al teclado, procurando no tocarlo. Tenia que forzar la postura para volver la cabeza y mirar por la ventana, y despues de orientarse tomando como referencia el campanario de la iglesia, advirtio que a la luz del dia la vista desde aquel tercer piso debia extenderse hacia el norte, hasta las montanas.

Detras de el oyo los ruidos que hacia Vianello abriendo y cerrando cajones en la cocina, y luego el zumbido al abrir el frigorifico. Percibio el rumor del agua al correr y el tintinear de un vaso. Brunetti encontraba reconfortantes esos ruidos.

Aunque parecia que en el escritorio se habian buscado huellas, por costumbre se puso los guantes de plastico y abrio el unico cajon, en el centro, buscando no sabia que. Se sintio aliviado al ver el desorden: lapices despuntados, algunos clips revueltos en el fondo, una pluma sin la parte superior, un unico gemelo, dos botones y un cuaderno azul, del tipo usado por los estudiantes y, como los cuadernos de tantos estudiantes, en blanco.

Saco el cajon y lo coloco junto a la maquina. Se inclino y miro en el hueco, pero no habia nada escondido ni tampoco, cuando levanto el cajon, pudo ver nada adherido al fondo. Sintiendose un poco torpe, y convencido de que los hombres de Marillo ya habrian hecho todo aquello, Brunetti se arrodillo e introdujo la cabeza bajo el escritorio, pero alli tampoco habia nada pegado.

– ?Que estas buscando? -pregunto Vianello detras de el.

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