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Hacia mucho calor no ya para pensar en atravesar la ciudad a fin de ir a casa a almorzar sino, incluso, para pensar siquiera en comer. Brunetti regreso a la questura con Vianello, diciendo que hablaria con la signorina Elettra del programa de las clases de capacitacion que impartia Scarpa; pero, cuando llego a su despacho, ella se habia marchado. Brunetti subio al suyo y llamo a Paola, que casi parecio alegrarse al oir que el no iria a casa.

– No puedo ni pensar en comer hasta que se ponga el sol -dijo ella.

– ?Ramadan? -bromeo Brunetti.

Ella se rio.

– No; es este calor. Por la tarde entra el sol en la sala, y tengo que pasar la mayor parte del dia escondida en el estudio. Hace calor para salir, y lo unico que puedo hacer es quedarme aqui sentada, leyendo.

Durante la mayor parte del curso academico, Paola hablaba con ansia de las vacaciones de verano, en que podria quedarse en su estudio, leyendo.

– Pobrecita -dijo Brunetti como si realmente la compadeciera.

– Guido -empezo ella con su mas dulce acento-, nadie como un embustero para descubrir a un embustero. De todos modos, gracias por tu compasion.

– Llegare despues de la puesta del sol -dijo el como si no la hubiera oido, y colgo.

Hablar de comida le hizo sentir algo parecido al hambre, aunque la sensacion no era tan intensa como para hacerle arriesgarse a salir en busca de alimento. Abrio, uno a uno, los cajones de la mesa, pero solo encontro media bolsa de pistachos que no recordaba haber dejado alli, un paquete de cortezas de maiz y una tableta de chocolate con avellanas que habia traido al despacho el invierno anterior.

Abrio un pistacho, se lo metio en la boca pero lo que mordio parecia caucho. Lo escupio en la palma de la mano y lo arrojo a la papelera, con el resto de la bolsa. En comparacion, las cortezas de maiz estaban excelentes, y las saboreo. Era muy saludable, se dijo, ingerir mucha sal con este calor. Estaba seguro de que la sal le protegeria hasta en el Ecuador.

Al romper el envoltorio de la tableta de chocolate, observo que la cubria esa fina capa blanca, que viene a ser el verdin del chocolate. Saco el panuelo y estuvo frotando vigorosamente la tableta hasta que esta recupero el aspecto de chocolate oscuro con avellanas. Su favorito.

– El postre -susurro y dio un mordisco. Estaba exquisito, tan suave y cremoso como lo habria estado seis meses antes. Brunetti se admiraba de ello mientras terminaba la tableta y se inclinaba para mirar al fondo del cajon, con la esperanza de que hubiera otra, pero no la habia.

Miro el reloj y descubrio que aun era la hora del almuerzo. Ello significaba que el ordenador de la oficina de los agentes estaria disponible. Al entrar, vio a Riverre que se ponia la chaqueta frente a la mesa que compartia con Alvise.

– ?Sale a almorzar, Riverre? -pregunto Brunetti.

– Si, senor -dijo el agente, esbozando un torpe saludo con el brazo atascado en la manga.

Brunetti, siguiendo su costumbre, hizo caso omiso del saludo.

– A la vuelta, ?podria entrar en el bar de Sergio y traerme unos tramezzinfi-Por supuesto, comisario -sonrio Riverre-. ?Desea algo en especial? -Al ver titubear a Brunetti sugirio-: ?Cangrejo? ?Ensaladilla?

Con semejante calor, estas variedades serian las mas solicitadas, probablemente, pero Brunetti dijo:

– No; quiza mejor tomate y prosciutto.

– ?Cuantos, comisario? ?Cuatro? ?Cinco?

Por todos los santos, ?por quien le tomaba Riverre?

– No, muchas gracias, Riverre. Dos bastaran.

Echo mano al bolsillo en busca de la billetera, pero el agente levanto las manos como las levantaria un cristiano al ver al diablo.

– No, senor; ni pensarlo. Eso me ofenderia. -Riverre echo a andar hacia la puerta, diciendo por encima del hombro-: Tambien le traere agua mineral. Hay que beber mucho, con este calor.

Brunetti profirio un «gracias» hacia la espalda de Riverre y musito entre dientes, en ingles, a pesar de que no estaba seguro del contexto en el que debia usarse la frase:

– From the mouths of babes.

El ordenador ya estaba conectado a Internet, por lo que Brunetti no tuvo mas que teclear «Horoscopo», sirviendose de cuatro dedos.

Cuando, al cabo de mas de una hora, Riverre volvio, Brunetti seguia sentado frente al ordenador, y era un hombre mucho mejor informado. Una cosa habia llevado a otra, una referencia le habia sugerido otra asociacion, de manera que, en aquel corto periodo de tiempo, habia hecho una gira por un mundo de fe y de sugestion y de la mas descarada forma de engano, que le habia dejado impresionado. «Horoscopo» le habia conducido a «Prediccion», que, a su vez, le habia llevado a «Cartomancia», de donde habia pasado a «Consultorio psiquico», «Quiromancia» y una interminable lista de consejeros especializados en distintas necesidades. Encontro tambien multitud de paginas interactivas que, por un precio, abrian portales para contactos en tiempo real con «Consultores astrales».

Unos se dedicaban a resolver problemas empresariales o financieros: otros muchos, asuntos amorosos y sentimentales; otros se encargaban de conflictos laborales y desavenencias con los companeros de trabajo, mientras otros prometian ayuda para contactar con parientes y amigos fallecidos. O con mascotas. Estaban los que ofrecian un metodo astral para perder peso, para dejar de fumar o para evitar enamorarse de la persona inadecuada. Era curioso que, por mas que buscara, Brunetti no encontrara a nadie que brindara ayuda astral para curar la drogadiccion, aunque si encontro la afirmacion de que las estrellas podian indicar a los padres cual de sus hijos tenia mayor riesgo de ser drogodependiente: todo estaba escrito en las estrellas.

Brunetti se habia licenciado en derecho y, aunque no se habia presentado al examen de estado ni habia ejercido, desde hacia decadas, prestaba gran atencion al lenguaje, sus usos y abusos. En su profesion habia encontrado infinidad de ejemplos de declaraciones y contratos deliberadamente enganosos, por lo que habia desarrollado la habilidad de detectar una mentira, por bien disfrazada que estuviera, con un lenguaje ambiguo que eximiera a su autor de responsabilidad por falsas afirmaciones o promesas.

La informacion contenida en aquellas paginas habia sido redactada por gente experta: creaban expectativas sin adquirir compromisos que una persona rigurosa pudiera considerar legalmente vinculantes; fomentaban la confianza sin hacer promesas; ofrecian paz y sosiego a cambio de un acto de fe.

?Simple afan de lucro? ?Exigir ellos a la gente un pago por su ayuda? La sola idea era absurda, hasta insultante, para las personas que brindaban sus servicios para el bien de una humanidad dolorida. ?Que eran noventa centimos por minuto para el que necesitaba ayuda y podia encontrarla en el otro extremo del hilo telefonico? ?Acaso no los valia el poder hablar directamente con un profesional que estaba capacitado para comprender los problemas y padecimientos de una persona que estaba gruesa/delgada/divorciada / soltera / enamorada / desenamorada /solitaria / atrapada en una relacion desgraciada? Ademas, existia la posibilidad de que tu caso figurase entre los que eran televisados en directo, de manera que tu nombre y tu problema serian conocidos por el publico y esto solo podia reportaros a ti y a tu sufrimiento una mas amplia conmiseracion y comprension.

Brunetti no podia menos que admirar tanto ingenio. Hizo un calculo rapido. A noventa centimos por minuto, diez minutos de conversacion costaban nueve euros; y una hora, cincuenta y cuatro euros. ?Suponiendo que hubiera diez personas contestando las llamadas, o veinte, o cien, y que las lineas estuvieran abiertas las veinticuatro horas? ?Una llamada de diez minutos? ?Estaba loco? Era la oportunidad de hablar a un oyente compasivo, de revelar los dolorosos detalles de tu pobre corazon ultrajado y desdenado. Ademas, los anuncios decian que las personas que respondian a las llamadas eran «profesionales cualificados». Sin duda, estaban entrenados para escuchar, aunque Brunetti presumia que la finalidad de su escucha no era precisamente la de prestar ayuda y socorro a los pobres de espiritu y debiles de corazon. ?Quien puede resistirse al placer de hablar de un tema tan fascinante como es la propia persona? ?Como no agradecer con toda el alma esa compasiva pregunta que te permite desahogar tus penas?

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