En la questura, Brunetti tenia fama de interrogador habil, porque casi siempre conseguia entrar en conversacion hasta con el facineroso mas duro de pelar. El no decia que, en realidad, casi nunca buscaba la conversacion sino el monologo. La clave consistia en sentarse, mostrar interes, hacer alguna que otra pregunta, pero hablar lo menos posible y mostrarse comprensivo tanto respecto a lo que te dicen como de quien te lo dice, y pocos eran los detenidos o sospechosos que podian resistirse al instinto de llenar el silencio con sus propias palabras. Algunos colegas suyos poseian la misma habilidad, especialmente Vianello.

Cuanto mas comprensivo parecia el interrogador, mas deseaba el interrogado ganarse su buena voluntad, y esto se conseguia facilmente, segun pensaban muchos sospechosos, exponiendo sus motivos, lo que, naturalmente, exigia una buena explicacion. Durante la mayoria de los interrogatorios, el principal objetivo de Brunetti era el de descubrir que habia hecho el otro y conseguir que lo reconociera, en tanto que el mayor afan de este ultimo era despertar la comprension y la conmiseracion de Brunetti.

Los que hablaban al comisario rara vez pensaban en las consecuencias que sus palabras tendrian en el terreno judicial, como las personas que llamaban a los consultorios tampoco veian las implicaciones economicas de su locuacidad.

– Aqui tiene los tramezzini, comisario -oyo decir a Riverre. Brunetti se volvio para darle las gracias, pero el agente, al ver la pantalla, exclamo, sin darle tiempo para hablar-: Oh, ?tambien usted los consulta, comisario?

Antes de decidirse a responder, Brunetti tomo la bolsa que contenia los bocadillos y dos botellas de medio litro de agua mineral, y la puso al lado del ordenador.

– Oh, consultarlos no -respondio vagamente dando a entender que si lo hacia-; pero de vez en cuando me gusta ver si hay algo nuevo. -En aquel momento, decidio almorzar en la oficina de los agentes. Abrio la bolsa y saco uno de los bocadillos. Tomate y prosciutto. Quito la servilleta que lo envolvia y mordio.

Mientras masticaba, pregunto, senalando a la pantalla con el bocadillo:

– ?Tiene algun favorito, Riverre?

El agente se quito la chaqueta, fue hasta su mesa para colgar la prenda del respaldo de la silla y luego volvio junto a Brunetti.

– Bueno, yo no diria favorita, pero esta esa mujer…, me parece que en Turin…, que habla de los ninos y de los problemas que pueden tener. O que los padres pueden tener con ellos.

– Con los chicos de hoy en dia, toda ayuda es poca -afirmo Brunetti con seriedad.

– Es lo que digo yo, senor. Mi mujer la ha llamado varias veces a proposito de Gianpaolo.

– Ya debe de tener por lo menos doce anos, ?no? -calculo Brunetti.

– Catorce. Recien cumplidos. Ya no es un nino, y no podemos tratarlo como si lo fuera.

– ?Eso dice la mujer de Turin? -pregunto Brunetti dando el ultimo bocado al tramezzino y sacando una de las botellas de agua. Con gas. Bien. La destapo y la ofrecio a Riverre, pero el agente rehuso con un movimiento de la cabeza.

– No, senor. Eso lo dice mi madre.

– ?Y la mujer de Turin? ?Que dice ella?

– Da unos cursillos. Diez lecciones que mi mujer y yo podemos tomar juntos.

– ?En Turin? -pregunto Brunetti sin poder disimular la sorpresa.

– Oh, no, senor -dijo Riverre con una risita-. Mi mujer y yo vamos con los tiempos modernos. Estamos conectados a la red. No tendriamos mas que inscribirnos para que nuestro ordenador entrase en la clase. Asi seguiriamos las lecciones y hariamos los ejercicios. Todo, cuestionarios, pruebas y lecciones te lo mandan a tu direccion de correo electronico, tu lo devuelves y ellos te envian las calificaciones y los comentarios.

– Comprendo -dijo Brunetti tomando un sorbo de agua-. Esta muy bien pensado.

Riverre no pudo menos que sonreir al comentario de Brunetti.

– Lo malo, comisario, es que no vamos a poder inscribirnos ahora mismo, porque tenemos el gasto de las vacaciones. La semana proxima nos vamos a Elba, de camping, pero aun asi, tres personas, es dinero.

– Ah -dijo Brunetti con escaso interes-. ?Cuanto cuesta el cursillo?

– Trescientos euros -contesto Riverre, y miro a su superior, para ver su reaccion al precio. Cuando el comisario alzo las cejas por toda respuesta, Riverre explico-: Estan las pruebas y los ejercicios, ?comprende?

– Hmm. -Brunetti movio la cabeza de arriba abajo y saco de la bolsa el otro bocadillo-. Barato no es.

– No, senor -convino Riverre moviendo la cabeza con resignacion-. Pero es nuestro unico hijo, y deseamos lo mejor para el. Es natural, ?no le parece?

– Si; me parece natural -dijo Brunetti dando un mordisco-. Es buen chico, ?verdad?

Riverre sonrio, fruncio el entrecejo un momento, cavilando, y volvio a sonreir.

– Creo que si, senor. Y va bien en la escuela. No causa problemas.

– En tal caso, quiza ese cursillo pueda esperar. -Termino el segundo bocadillo, sintio haber pedido a Riverre solo dos y se bebio el agua. Miro en derredor y pregunto-: ?Donde pongo la botella?

– Ahi, al lado de la puerta. En el cubo azul.

Brunetti se acerco a los cubos de plastico, puso la botella en el azul, y la bolsa y las servilletas en el amarillo.

– Veo aqui la mano de la signorina Elettra -comento.

Riverre se rio.

– Cuando nos hablo de ese sistema, crei que tendria que usar la fuerza, pero ya nos hemos acostumbrado. - Y, como si expresara una idea que habia estado madurando durante algun tiempo, anadio-: Realmente, es una pena que ella no este al mando, ?no le parece, comisario?

– ?Al mando de la questura? ?De todo esto?

– Si, senor. No me diga que nunca lo ha pensado.

Brunetti abrio la segunda botella de agua y tomo varios tragos.

– Mi hija tiene una companera de clase irani, una nina encantadora -dijo, desconcertando a Riverre, que esperaba otra respuesta-. Siempre que quiere decir que algo le gusta usa esta expresion: «Muy mucho, mucho.»-No se si le sigo, comisario -dijo Riverre, y en su cara se leia la duda que expresaban estas palabras.

– Es todo lo que se me ocurre decir en respuesta a su idea de que la signorina Elettra estuviera al mando: «Muy mucho, mucho.» -Enrosco el tapon a la botella, dio las gracias a Riverre por el almuerzo y fue a ver a la signorina Elettra para pedirle que modificara el plan de servicios disenado por Scarpa.

7

Durante varios dias parecio que un poder cosmico habia escuchado el deseo de Brunetti de que se estableciera un pacto con las fuerzas del desorden, porque el delito parecio tomarse un asueto en Venecia. Los trileros rumanos de los puentes se habrian ido a casa de vacaciones o habrian trasladado la empresa a las playas. El numero de robos con escalo disminuyo. Los mendigos, en respuesta a una ordenanza municipal que prohibia la mendicidad so pena de fuertes sanciones, desaparecieron, por lo menos, durante un dia o dos antes de volver al trabajo. Los carteristas siguieron actuando, desde luego: ellos solo podian permitirse unas vacaciones en noviembre y en febrero, los meses de vacio turistico. Si bien el calor suele inducir a la violencia, este verano no era asi. Seria que, a partir de cierto grado de calor y humedad, resultaba excesivo el esfuerzo que se requiere para golpear o estrangular.

Sea cual fuere la causa, Brunetti se alegraba de la calma. Dedico parte del tiempo libre a visitar paginas que ofrecian ayuda espiritual o ultraterrena a los afligidos. El, tan adicto a los historiadores griegos y romanos, no encontraba extrano el deseo de consultar a oraculos o indagar en los mensajes de los dioses. Ya fuera el higado de un pollo recien muerto o las formas dibujadas en el aire por una bandada de pajaros, las senales estaban ahi para quienes supieran interpretarlas. Lo unico que se necesitaba era una persona que se creyera la interpretacion, y asunto concluido. Cumas o Lourdes, Diana de Efeso o la Virgen de Fatima: los labios de la estatua se movian y de ellos salia la verdad.

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