– Numero dos mil novecientos ochenta y nueve -dijo Brunetti con naturalidad.

La muchacha lo miro como si el fuera uno de aquellos magos de Internet cuyas paginas habia visitado el. Pucetti sonrio y dijo:

– Esto se lo contare a mis nietos, comisario.

Brunetti no sabia si la observacion llevaba la intencion de acrecentar o de minar su satisfaccion por el deber cumplido, y dijo modestamente:

– Ha sido casualidad.

Pucetti asintio, pero la muchacha seguia mirando al comisario sin pestanear.

– ?Y ahora que hacemos, senor?

– Ustedes dos tomen un refresco en el campo. Yo ire a San Toma y me pondre delante de la agencia inmobiliaria, buscando apartamento.

– Una tarea poco refrescante, comisario -le compadecio la muchacha.

Brunetti asintio, agradeciendo su comprension.

Afortunadamente, hoy llevaba el telefonino, lo que les permitiria mantenerse en contacto. El volvio al campo y se aposto frente al escaparate de la agencia inmobiliaria. A aquella hora de la tarde, el sol ya estaba a su espalda y, lentamente, le iba tostando la ropa. Eran tan potentes sus rayos que el se volvia exponiendo primero un hombro y despues el otro, como san Lorenzo en la parrilla.

Pero el angulo de la luz convertia el escaparate de la agencia en un espejo gigante, en el que Brunetti no tardo en ver el reflejo de una anciana con un bolso marron en bandolera. Ahora la mujer ya no agarraba el asa con las dos manos sino que parecia no prestar atencion al bolso que le colgaba del hombro mientras caminaba hacia el comisario, que contemplaba la foto de una mansarda de Santa Croce: nada mas que medio millon de euros por sesenta metros cuadrados.

– Demencial -murmuro.

La mujer torcio a la derecha y luego a la izquierda por la calle que llevaba al embarcadero. Brunetti marco el numero de Pucetti y dijo:

– Ahora vuelve a la parada del barco. Usted y su amiga podrian pararse en la puerta del dos mil novecientos ochenta y nueve a darse un largo abrazo.

– Ahora mismo, comisario -dijo Pucetti, y colgo. Brunetti se aparto del escaparate y entro en la calle que conducia a la casa de Goldoni, donde, por lo menos, podria estar a la sombra. A los pocos minutos, aparecieron Pucetti y la mujer, que ya no se daban las manos.

– S. Gorini, senor -dijo Pucetti-. Solo hay un nombre en ese numero.

– ?Volvemos a la questura7. -sugirio Brunetti.

– Nosotros aun estamos de servicio, comisario -respondio Pucetti.

– Me parece, agentes, que por hoy, y con este calor, ya podemos dar por terminadas las practicas en seguimiento. -El alivio de ambos se tradujo en un ligero suspiro. Brunetti sonrio a la muchacha por primera vez y dijo-: Ahora veamos si pueden seguir a un comisario de policia hasta la questura sin ser detectados.

8

Quiza incentivado por la deferencia que la joven agente -cuyo nombre completo era Bettina Trevisoi- habia mostrado por su sagacidad, Brunetti decidio ver que podia descubrir por si mismo sobre S. Gorini. Lo primero que averiguo -aunque para ello no tuvo mas que consultar la guia telefonica- fue que la S era de Stefano. Pero, ni aun con el nombre completo, Google le proporciono mas que una amplia variedad de productos y contactos con senoras. Como ya tenia una senora en casa, Brunetti no necesitaba mas, y desecho las ciberofertas que quiza habrian tentado a otros.

Puesto que Google le habia fallado, Brunetti tuvo que ponerse a pensar en que otros sitios podria encontrar informacion de una persona. Debia de haber un medio de averiguar si el apartamento era de alquiler o de propiedad; sin duda, el dato figuraria en alguna oficina de la Commune. Si su ocupante era el dueno, probablemente tendria una hipoteca y, una vez averiguado el banco, se podria tener una idea del estado de sus finanzas. Debia de haber un medio de descubrir si la ciudad le habia concedido alguna licencia y si tenia pasaporte. En los archivos de las companias aereas habria constancia de si viajaba por Italia o a otros paises y con que frecuencia. Si poseia alguno de los abonos especiales que ofrecia el ferrocarril, habria una lista de los billetes que compraba. Las facturas del telefono, tanto del fijo de su casa como del telefonino, revelarian quienes eran sus amigos y asociados. Tambien indicarian si desde aquella direccion se gestionaba una empresa comercial. Finalmente, estaban las tarjetas de credito, que suelen ser verdaderas minas de informacion.

Brunetti permanecia sentado frente al ordenador mientras por su cabeza desfilaban estas posibilidades. Se admiraba de la facilidad con que los servicios basicos de la vida moderna pueden retratar a una persona e invadir su vida privada.

Pero, y esto era lo mas importante, se admiraba de su propia incapacidad para averiguar ni siquiera la primera de estas cosas. El sabia que toda esta informacion tenia que estar escondida en su ordenador, pero carecia de la habilidad para encontrarla. Miro a Pucetti: a su lado estaba la aspirante Trevisoi.

– Tratar de investigarlo nosotros seria perder el tiempo -dijo Brunetti, empleando deliberadamente el plural.

Observo como Pucetti reprimia el impulso de contradecirle. Durante los ultimos anos, el joven agente habia aprendido de la signorina Elettra algunas de las tacticas utiles para saltar las barreras de la autopista de la informacion. Pucetti dirigio una rapida mirada a la muchacha que estaba a su lado, y Brunetti casi pudo oir como chirriaba el orgullo varonil de su subordinado al asentir este a pesar suyo:

– Quiza sea lo mejor pedir a la signorina Elettra que eche un vistazo -convino Pucetti finalmente.

Satisfecho con la respuesta del agente y tomando en consideracion que Trevisoi era joven, atractiva y mujer, Brunetti se levanto para ceder la silla a Pucetti.

– Cuatro ojos siempre veran mas que dos -dijo Brunetti y, dirigiendose a Trevisoi, anadio-: Pucetti es uno de nuestros especialistas en recuperacion de datos.

– ?Recuperacion de datos, senor? -dijo ella con un aire de inocencia que hizo sospechar a Brunetti que quiza detras de aquel par de ojos oscuros habia algo mas de lo que el pensara en un principio.

– Espionaje -aclaro el comisario-. Pucetti es muy habil en eso, pero la signorina Elettra lo es todavia mas.

– La signorina Elettra es la mejor -dijo Pucetti dando vida a la pantalla con unas pulsaciones.

Camino del despacho de la aludida, Brunetti decidio abstenerse de repetir el elogio de Pucetti. Cuando el entro, la signorina Elettra salia del despacho del vicequestore Patta, su superior. Hoy vestia camiseta negra y pantalon holgado de lino negro por cuyo borde inferior asomaban unas bambas Converse amarillas, sin calcetines. Ella le dedico un risueno saludo.

– Mire -dijo acercandose a su silla y senalando a la pantalla del ordenador. Quiza como concesion al calor, se habia recogido el pelo en la nuca con una cinta verde.

Brunetti se situo detras de ella mirando a la pantalla. Vio lo que parecia la pagina de un catalogo de ordenadores, presentados en simetricas hileras, todos ellos, a los ojos de Brunetti, perfectamente identicos. El se pregunto si, finalmente, irian a comprar uno para su despacho: no existia otra razon por la que ella tuviera que mostrarselos. Tanta consideracion lo conmovio.

– Muy bonitos -dijo con voz neutra, procurando reprimir todo asomo de codicia.

– Si que lo son. Los hay casi tan buenos como el mio. -Ella senalo la imagen de uno de los ordenadores que aparecian en la pantalla y dijo de el numeros y palabras ininteligibles para Brunetti, como: «2.33», «1333», «megahercios» y «gigabites»-. Ahora mire esto -dijo ella haciendo avanzar la imagen hasta la lista de los precios correspondientes a cada uno de los modelos-. ?Ve el precio de este? -pregunto senalando el tercer numero.

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