– Mil cuatrocientos euros -leyo Brunetti. Ella lanzo un leve grunido de asentimiento, pero no dijo nada, y el pregunto-: ?Es buen precio? -Lo halagaba que el Ministerio de Justicia estuviera dispuesto a invertir en el semejante cantidad, pero la modestia le impidio manifestarlo.

– Es muy buen precio -dijo ella. Pulso varias teclas, y la imagen de la pantalla fue sustituida por una larga lista de nombres y numeros-. Ahora mire esto -dijo senalando una de las partidas.

– ?Es el mismo ordenador? -pregunto el despues de leer el nombre y numero del modelo.

– Si.

Brunetti vio el importe que aparecia a la derecha.

– ?Dos mil doscientos? -pregunto.

Ella asintio, pero no hizo comentario.

– ?De donde ha salido el primer precio?

– De una empresa on-line de Alemania. Los ordenadores vienen programados en italiano, con teclado italiano.

– ?Y los otros?

– Los otros ya han sido encargados y pagados -dijo ella-. Lo que ha visto es la orden de compra.

– Pero esto es un disparate -dijo Brunetti, empleando inconscientemente la misma expresion y el mismo tono con los que su madre solia referirse al precio del pescado.

Sin decir palabra, la signorina Elettra retrocedio hasta el inicio del documento, donde aparecio el membrete «Ministro del Interno».

– ?Pagan ochocientos euros mas? -pregunto el sin saber si tenia que asombrarse o indignarse, o las dos cosas.

Ella asintio.

– ?Cuantos han comprado?

– Cuatrocientos.

El calculo le llevo solo segundos.

– Son trescientos veinte mil euros mas. -Ella no dijo nada-. ?Es que esa gente no sabe lo que es el descuento por cantidad? El precio disminuye, no aumenta.

– Cuando el comprador es el Gobierno rigen otras reglas, comisario -respondio ella.

Brunetti dio un paso atras para alejarse del ordenador y se situo al otro lado de la mesa.

– En estos casos, ?quien hace la compra? Me refiero a la persona.

– Supongo que algun burocrata de Roma.

– ?Y nadie controla lo que hace? ?No compara precios y ofertas?

– Oh -respondio ella con audible displicencia-, pues claro que tiene que haber alguien que controla, estoy segura.

Transcurrio mucho tiempo durante el cual Brunetti sopeso posibilidades. El hecho de que una persona pudiera adquirir un objeto por ochocientos euros mas de lo que costaba otro objeto identico significaba que la persona encargada de supervisar la operacion no pondria objeciones, dado que se trataba de dinero del Gobierno y, muy especialmente, dado que solo esas dos personas intervenian en el proceso de seleccion de ofertas.

– ?Y a nadie le preocupa esto? -pregunto Brunetti maquinalmente.

– A alguien tiene que preocupar, comisario -respondio ella. A continuacion, con una vivacidad casi beligerante, pregunto-: ?Por que queria verme, comisario?

Rapidamente, el le explico el caso de la tia de Vianello, le hablo de las retiradas de fondos que hacia, le dio el nombre y la direccion de Stefano Gorini y le pidio que, si tenia tiempo, averiguara algo sobre el.

Ella tomo nota del nombre y la direccion, y pregunto:

– ?Es la tia casada con el electricista?

– Ex electricista -rectifico Brunetti, y respondio-: Si.

La joven lo miro muy seria y movio la cabeza.

– Yo diria que es como ser cura o medico -dijo.

– ?A que se refiere?

– A lo de ser electricista, comisario. Creo que, una vez empiezas, tienes una especie de obligacion moral de seguir. -Le dejo un tiempo para reflexionar y, como el no hiciera comentario, anadio-: Nada es peor que la oscuridad.

Por su experiencia de residente en una ciudad en la que muchas casas aun tenian cables que habian sido instalados cincuenta o sesenta anos atras, Brunetti comprendio inmediatamente lo que ella queria decir y tuvo que responder:

– Si. Nada es peor.

La pronta anuencia del comisario parecio satisfacerla, y pregunto:

– ?Es urgente?

Habida cuenta de que, probablemente, tampoco era legal, Brunetti respondio:

– En realidad, no.

– Entonces lo dejare para manana, comisario.

Antes de salir del despacho, el dijo senalando el ordenador con el menton:

– De paso, ?podria ver lo que encuentra sobre un ujier del Tribunale que se llama Araldo Fontana?

Brunetti no le dio el nombre de la jueza Coltellini, no por escrupulo de revelar informacion policial a una empleada civil -ya hacia tiempo que habia dejado a un lado los infantilismos- sino porque no deseaba atosigarla con un tercer nombre. Solo la aparente inclinacion de Brusca a defender a aquel hombre le habia despertado curiosidad.

Aun hizo otra pregunta antes de marcharse:

– ?Donde ha encontrado esa informacion sobre los ordenadores, signorina?

– Oh, todo esta en los archivos publicos, senor. Solo hay que saber donde mirar.

– Y usted se dedica a ir de pesca, a ver que sale de las carpetas.

– Si, senor -sonrio ella-. Me parece que podriamos llamarlo ir de pesca. Me gusta la expresion.

– Y usted nunca sabe lo que pescara, imagino.

– Nunca -dijo ella y, senalando el papel en el que habia anotado los nombres que el le habia dado, ana-dio-: Ademas, eso me mantiene en forma para cuando se presentan cosas interesantes.

– ?No es interesante el resto de su trabajo, signorina?

– Siento decirle, dottore, que la mayor parte no lo es. -Apoyo la barbilla en la palma de la mano y apreto los labios en una mueca de resignacion-. Es triste que la mayoria de las personas para las que trabajo sean tan aburridas.

– Es una desgracia muy extendida, signorina -dijo Brunetti y salio del despacho.

9

Cuando, al dia siguiente, Brunetti llego a su despacho, ya se habia resignado a la idea de no poder disponer en breve de ordenador propio. Mas le costo resignarse a la circunstancia de que, durante la noche, el despacho se habia caldeado excesivamente. La noche antes, la familia habia deliberado acerca de adonde ir de vacaciones este verano. Brunetti dijo lamentar que los imponderables del trabajo le hubieran impedido hasta ahora prever cuando iba a estar libre y a continuacion rechazo la propuesta de ir a la playa: en agosto, con millones de personas en el agua, en las carreteras y en los restaurantes, ?ni hablar!

– Yo no voy a Puglia, donde tienen cuarenta grados a la sombra y te dan un aceite de oliva falso -recordaba haber dicho.

Ahora, a posteriori, Brunetti admitia que tal vez se habia mostrado demasiado intransigente. Quiza, al imponer sus deseos, se habia sentido envalentonado por la actitud de Paola, a quien no importaba demasiado adonde fueran: a ella solo le preocupaba que libros se llevaria y si podria disponer de un lugar tranquilo en el que tumbarse a la sombra, a leer.

Otros hombres tenian esposas que pedian ir al baile, salir de viaje, trasnochar o hacer extravagancias.

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