Las mujeres de la familia de Brunetti rezaban el rosario, y de nino al volver de la escuela el viernes por la tarde, las encontraba arrodilladas en el suelo de la sala, recitando sus conjuros. Aquella practica, y la fe que la inspiraba, le parecian -y ahora, dos generaciones despues, seguian pareciendoselo-, una parte normal y comprensible de la vida humana. Por ello, trasladar la confianza en el poder benefico de la Madonna al poder de una persona para establecer contacto con el espiritu de los difuntos parecia, por lo menos a los ojos de Brunetti, un paso muy pequeno por el camino de la fe.
Como el nunca habia intervenido en un caso que implicara manipulacion de la fe -si tal era la causa de la extrana conducta de la tia de Vianello-, Brunetti no estaba seguro de la existencia de leyes al respecto. Italia es un pais confesional; por lo tanto, la ley tiende a adoptar una actitud tolerante hacia la Iglesia y la conducta de sus funcionarios. Las acusaciones de usura, connivencia con la Mafia, abusos a menores, fraude y extorsion solian desaparecer, como ahuyentados por el equivalente judicial del hisopo y el incensario.
Ahora bien, las actividades reflejadas en estas paginas hacian la competencia a la religion del Estado, por lo que la ley podia contemplarlas con menos tolerancia.
Y si las promesas que se hacian en las iglesias eran tan validas como las de las paginas web, ?donde estaba la verdad? El telefono interrumpio sus especulaciones.
Contento de la interrupcion, Brunetti contesto con su apellido.
– Soy yo, Guido -dijo Vianello-. Acaba de llamarme Loredano. El director del banco le ha avisado de que tiene alli a mi tia. Ha retirado tres mil euros. El le ha pedido que suba un momento a su despacho, a firmar unos papeles.
– ?Quien esta de patrulla?
– Pucetti y una agente nueva que ya van camino de Via Garibaldi.
Brunetti bajo mentalmente por un lado de Via Garibaldi y subio por el otro.
– ?Banco di Padova?
– Si. Al lado de la farmacia.
– ?Cuanto tiempo cree que podra retenerla?
– Diez minutos. Me ha dicho que le preguntara por la familia. Esto la tendra hablando un rato.
– ?Tu donde estas?
– En Murano. Un individuo ha tratado de robar el bolso a una mujer, y la gente se le ha echado encima y lo ha arrojado a un canal. Hemos tenido que venir a sacarlo.
– Echare un vistazo -dijo Brunetti, colgando el telefono, pero no antes de oir decir a Vianello:
– Lleva una blusa verde.
Estaba tan absorto pensando en la llamada de Vianello que el calor que lo embistio al salir de la
Habia sido tan brutal el asalto del calor y la luz que Brunetti tardo un momento en recordar por que salia; y otro, en orientarse hacia la Via Garibaldi.
– Esto es demencial -musito al cruzar el puente. Tenia que mantener baja la mirada para proteger los ojos del sol, dejando que los pies encontraran el camino. Torcia a izquierda y derecha maquinalmente, sin pensar adonde iba. Sus pies lo condujeron por otro puente, luego giraron a la derecha y Brunetti salio a Via Garibaldi. Y deseo no haber salido. Las losas del pavimento llevaban horas cociendose y el calor que despedian parecia una especie de protesta por su indefension. Atrapado entre el sol implacable y el calor que irradiaba el suelo, Brunetti no encontraba la manera de protegerse. Paso rozandolo una mujer que dijo
Al cabo de un momento, Brunetti consiguio reunir el valor suficiente para sumergirse en el calor de Via Garibaldi. El banco estaba a mano derecha; un poco mas abajo, delante de la pequena terraza de un bar cuyas mesas se guarecian bajo unos parasoles. En una de ellas estaban Pucetti y una muchacha que se reia de lo que estaba diciendo el joven agente. Ella tenia el cabello claro, corto, como el de un chico, impresion que desmentia la ajustada camiseta blanca. Los dos llevaban gafas de sol, y Pucetti, una camiseta negra, tan cenida como la de ella, pero sin el mismo efecto.
Brunetti retrocedio a la calle y espero lo que calculaba que seria un minuto, pero sabia que era menos, y volvio a avanzar. Pucetti y la muchacha se levantaban. Brunetti observo que ella llevaba una falda muy corta que revelaba unas piernas bronceadas y muy atractivas. Los dos calzaban sandalias. Delante del banco, entre el y los dos jovenes agentes estaba una mujer mayor, en ese momento de reflexion tan veneciano, en el que se calcula el itinerario mas corto para ir de un lugar a otro. La mujer miro al cielo, como si creyera que alli estaria escrita la temperatura exacta. Vestia pantalon holgado de algodon y blusa verde palido de manga larga. Calzaba comodos zapatos salon de medio tacon color marron y tenia el cuerpo robusto de las mujeres que han tenido varios hijos y una vida muy activa. Llevaba un bolso marron en bandolera sujetando bien el asa con las dos manos. Fue hacia la izquierda, en direccion al embarcadero y la Riva degli Schiavoni. Caminaba un poco encorvada apoyandose mas en el pie izquierdo.
En el momento en que la mujer empezo a andar, la atractiva pareja que estaba un poco mas alla tomo la misma direccion, caminando delante de ella. Pucetti rodeo con el brazo los hombros de su companera, pero hacia tanto calor que enseguida optaron por cogerse de la mano. Se pararon frente al escaparate de una tienda de articulos de deporte y la anciana paso sin reparar en ellos. Lentamente, ellos la siguieron y Brunetti siguio a los tres.
Al extremo de Via Garibaldi la mujer entro en el embarcadero y se sento de cara al agua. Los jovenes se pararon en la
La anciana se habia sentado en primera fila, al lado del pasillo, buscando el aire que pudiera colarse por la puerta. Pucetti, con la revista abierta en la repisa situada detras de la cabina del piloto, senalaba una chaqueta de lino gris y preguntaba a su companera que le parecia. El estaba de espaldas a los pasajeros pero ella, situada frente a el, podria ver a la mujer cuando se levantara.
Brunetti se puso al lado de Pucetti, mirando al frente. La joven levanto la cabeza e irguio ligeramente el cuerpo, pero Pucetti, sin dejar de mirar la chaqueta, dijo:
– Ya me figuraba que Vianello le llamaria, senor.
– En efecto.
– ?Continuamos como hasta ahora: nosotros la seguimos a ella y usted nos sigue a nosotros?
– Sera lo mejor.
El barco se acerco a la parada de San Zaccharia y Pucetti paso varias paginas de la revista. Extendio el brazo atrayendo hacia si a su companera para mostrarle algo. Varias paginas despues, pasaron por debajo del puente de Accademia, luego San Samuele, y entonces Brunetti oyo decir a la joven:
– Se ha levantado.
Pucetti cerro la revista y se inclino ladeando el cuerpo, para darle un beso en la sien. Ella bajo la cabeza acercandole la cara y dijo algo, luego se apartaron y desembarcaron en San Toma, varios pasajeros por detras de la anciana del bolso marron y otros tantos por delante del hombre de la chaqueta de algodon azul.
Al llegar al extremo de la calle, la anciana torcio a la derecha, luego a la izquierda y salio al
Cuando iba a entrar en la calle Passion, Brunetti vio ante si a la anciana, que se detenia frente a una casa del lado derecho y levantaba la mano hacia el timbre. El siguio andando por la calle adyacente, se paro y volvio sobre sus pasos. Cuando llego a la esquina vio desaparecer por una puerta lo que podia ser un pie. Entro en la calle y, al pasar por delante de la puerta, mentalmente tomo nota del numero.
Cuando Brunetti salia a Campo dei Frari, la pareja se disponia a entrar en la calle.