como iba en la escuela, esas cosas. -Y, pensando sin duda que ello exigia una explicacion, anadio-: Es lo que a todas las madres les gusta contarte de sus hijos.

Brunetti, que tambien habia incurrido en esta costumbre, pensaba que eso lo hacian todos los progenitores, no solo las madres, pero opto por callar.

– Cada vez que me apartaba del tema o le preguntaba que hacia el en los ultimos anos, por ejemplo, si tenia exito profesional, ella siempre volvia al pasado y hablaba de cuando era nino o estudiante.

– De ayer por la noche no queria hablar, desde luego -dijo Griffoni.

Vianello saco un sobre blanco del bolsillo de la camisa y lo abrio. Extrajo una fotografia pequena, de las que se usan para el pasaporte o la carta d'identita y la mostro a los comisarios. Un hombre de mediana edad, frente ancha y manchas de higado en la mejilla izquierda los contemplaba con expresion grave. Un rostro vulgar que inmediatamente te haria suponer que se trataba de un funcionario con muchos anos de servicio en la misma plaza, y gesto inexpresivo, como si el hombre se hubiera cansado de esperar a que le hicieran la foto y se hubiera olvidado de sonreir.

– Que hombre tan triste -dijo Griffoni con sincera compasion-. Ser tan triste y morir asi. ?Dios, es terrible! - anadio con vehemencia.

– No sabemos si era triste -objeto Brunetti.

Ella puso la yema del dedo en el puente de la nariz de Fontana y dijo:

– Mirelo. Mire esos ojos. Y ha vivido cincuenta y dos anos con esa mujer. -Se encogio de hombros con un movimiento que era casi un escalofrio-. Pobre hombre.

Brunetti recordo entonces lo que la signorina Elettra habia dicho de el. «Pobrecillo.» Brunetti se pregunto si se le estaria ofreciendo una muestra de la intuicion femenina de algo que el era muy obtuso para observar.

– Ha dicho algo que debemos comprobar -dijo Brunetti.

– ?Que es?

– La familia. ?Recuerdan que ha dicho que estaba segura de que su lado de la familia no daria una foto a la prensa?

Ambos asintieron.

– Me gustaria saber algo de la familia de su marido, quienes son y que tienen que decir de Araldo y de su madre. No creo que sea dificil encontrarlos.

Vianello asintio.

– Vere que puedo hacer.

– Zucchero -grito Brunetti por encima del hombro.

– ?Si, comisario? -dijo el agente acercandose.

– ?Hasta cuando estara aqui?

– Hasta que acabe mi turno, a las seis, senor.

– No es necesario que se quede -decidio Brunetti-. Prefiero que pregunte a las personas que viven cerca de aqui si anoche oyeron algo. Despues de las doce.

Y, cuando vuelva a la questura, busque a Alvise. Averigue si tienen los nombres de las personas que estaban aqui cuando han llegado ellos.

El joven asintio.

– Pero procure que el no se de cuenta de que quiere saber eso.

Esta vez, el agente asintio y sonrio.

– ?Asi que conoce a Alvise? -no pudo menos que preguntar Brunetti.

– El formaba parte del equipo de orientacion al que fui asignado, comisario -respondio Zucchero con voz neutra.

– Comprendo -dijo Brunetti en el mismo tono. Y, volviendose hacia Griffoni y Vianello, anadio-: Vamos a comer alguna cosa.

Entraron en el primer bar que encontraron y pidieron una fuente de tramezzini. Al hincar el diente en el primero, Vianello dijo mirando el reloj:

– Seguramente, Nadia estara empezando a pelar los langostinos. -Como los otros estaban muy ocupados comiendo, anadio-: Los hemos comprado esta manana en la playa, cuando volvian las barcas. Dos kilos. Diez euros y aun estaban vivos.

– Como en los folletos turisticos -dijo Griffoni, bebiendo varios tragos de agua mineral-. ?Hacen bailes con trajes tipicos?

Vianello rio.

– Mas o menos. En un pueblo turistico que esta a unos tres kilometros mas al norte de la costa, tienen de todo eso.

– ?Pero no donde ellos estan?

– No -dijo el con sorprendente aspereza.

– ?Donde es? -pregunto Griffoni con curiosidad.

– En un pueblo pequeno, al norte de Split.

– ?Como lo descubrio?

– Un amigo. -Dicho esto, Vianello se levanto y fue a la barra a buscar otros tres vasos de agua.

Brunetti aprovecho la oportunidad para decir en voz baja:

– Por lo que el me ha dicho, podria tratarse de un pariente que… que le da informacion. Se caso con una croata y alquilan la casa a las amistades.

Al volver, Vianello dijo con voz grave:

– Todos nos hemos olvidado de mi tia.

Brunetti iba a protestar que ahora tenian que ocuparse de un asesinato, pero tuvo que reconocer que Vianello llevaba razon: se habian olvidado de su tia ya antes de marchar de vacaciones. Podian atribuirlo a falta de personal, a la dificultad de vigilar la casa de Gorini y hasta a la discutible legalidad de lo que hacian, pero serian simples excusas, y Brunetti lo sabia.

– ?Que pensaba hacer tu primo mientras tu estabas de vacaciones? -pregunto a Vianello.

– Llevara a su madre a Lignano dos semanas.

– Bien. Entonces tenemos dos semanas para ver que podemos averiguar de las actividades de ese Stefano Gorini.

– ?Incluso con esto en marcha? -pregunto Vianello en tono casi de contricion, senalando con un vago ademan el palazzo del que acababan de salir.

– Si. Pero necesitamos a una mujer.

– ?Como dice? -interrumpio Griffoni dejando en el plato su bocadillo a medio comer.

– Para que vaya a hacerle una consulta -dijo Brunetti-. O como se llame eso.

– ?Porque las mujeres somos mas credulas? -pregunto ella con voz atona.

Brunetti se arriesgo a decir:

– No empecemos, Claudia. -Confiaba en que ella comprendiera.

Asi fue, porque ella sonrio:

– Perdon. A veces se me olvida con quien estoy hablando.

– El sospechara menos de una mujer.

– ?Una celada? -sugirio Vianello, advirtiendo a ambos del efecto que semejante accion podria tener en una denuncia que mas adelante se formulara contra Gorini.

– Necesitamos a una mujer que no este oficialmente relacionada con la policia -dijo Brunetti.

– Una mujer mayor -anadio Vianello.

– Desde luego -convino Griffoni.

– ?Tienes alguna idea? -pregunto Vianello.

No habia nubes en el firmamento pero, de haberlas, se habrian abierto, para que los rayos de la Iluminacion descendieran sobre Brunetti y pusieran una aureola en su cabeza mientras decia:

– Mi suegra.

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