Vianello irguio el tronco y se volvio hacia Brunetti.

– La signora Fontana ya ha recibido la oferta de una revista. Para contar su historia. Y la de su hijo.

– Comprendo -dijo Brunetti volviendose hacia la mujer-. ?Y usted que les ha dicho?

– El ispettore ha hablado con ellos en mi nombre -respondio ella-. Les ha dicho que no me interesa su oferta, y es la verdad. -Apreto los labios en gesto de repulsa, mientras sus ojos espiaban la reaccion de Brunetti.

El asintio con franca aprobacion, dandole lo que creia que ella deseaba.

– Eso no les impedira escribir su historia -tercio Vianello-, pero por lo menos no podran utilizar fotos de la familia.

– Por lo menos, de mi lado de la familia -dijo la signora Fontana con un deje de aspereza.

Brunetti hizo como si no lo hubiera oido y pregunto:

– ?Sabe de alguien que pudiera querer mal a su hijo, signora?

Ella denego con la cabeza furiosamente, sin que se moviera ni un solo rizo de su permanente.

– ?Quien podia querer mal a Araldo? Era muy buen muchacho. Siempre lo fue. Su padre lo educo bien y, cuando el murio, yo procure hacer lo mismo.

Griffoni puso la mano en el antebrazo de la signora Fontana y musito unas palabras que Brunetti no pudo oir, pero que no calmaron a la mujer, si acaso, la enardecieron:

– Araldo era trabajador, honrado, y amaba su trabajo. Y a mi. -Puso la cara entre las manos y movio los hombros convulsamente, pero, sin saber por que, Brunetti no se convencio de la sinceridad de su dolor hasta que ella retiro las manos y el vio las lagrimas. Entonces, al igual que santo Tomas, creyo y se convencio de que ella lloraba realmente a su hijo. De todos modos, la manera en que exteriorizaba su dolor inducia a la reserva, como si la parte de cara redonda de su personalidad recibiera, de aquellos ojos perspicaces, instrucciones de comportarse de un modo convincente.

Cuando la mujer dejo de llorar y se quedo inmovil, apretando el panuelo con la mano izquierda, Brunetti dijo:

– Signora, ?era frecuente que su hijo no volviera a casa por la noche?

Ella lo miro, ofendida, como si pensara que sus lagrimas deberian haberla eximido de la necesidad de responder a tales preguntas.

– Yo nunca sabia a que hora volvia el a casa, signo re -dijo, olvidando, quiza deliberadamente, el rango de Brunetti-. Recuerde, por favor, que mi hijo tenia cincuenta y dos anos. El vivia su vida, tenia sus amigos y yo procuraba interferir lo menos posible.

Griffoni musito unas palabras acerca de los sufrimientos que comporta la maternidad y Vianello asintio reconociendo su abnegacion.

– Entiendo -dijo Brunetti, y pregunto-: ?Habitualmente se veian por la manana, antes de que el se fuera a trabajar?

– Desde luego -respondio ella-. No iba a dejar que mi chico saliera de casa sin su caffe latte y su pan con mermelada.

– ?Pero esta manana, signora…? -pregunto Vianello.

– Esta manana me ha despertado el signor Marsa-no, que golpeaba la puerta y decia que habia ocurrido una desgracia. Yo estaba en camison, no podia salir; y, cuando me he vestido, ya estaba aqui la policia y no me han dejado bajar. -Miro el circulo de rostros compasivos y dijo-: No han dejado que una madre se acercara a su unico hijo. -Una vez mas, Brunetti tuvo la impresion de que habia artificio en sus palabras, que aquella mujer estaba representando un papel, con una finalidad que el no comprendia.

Cuando parecio que la signora Fontana se habia calmado un poco, Griffoni pregunto:

– ?Le dijo el anoche adonde iba, signora?

La mujer se volvio hacia Brunetti, desentendiendose de la pregunta y de quien la habia formulado, y dijo:

– Yo me acuesto temprano, signore. Araldo estaba aqui cuando me fui a la cama. Habiamos cenado juntos. -Como ninguno de los policias hablaba, ella sugirio-: Debio de salir a dar un paseo. Quiza, con este calor, no podia dormir. -Los miro uno a uno, como para averiguar cual de ellos la creia.

– ?Le oyo usted salir? -pregunto Griffoni.

La signora Fontana tuvo un gesto de impaciencia.

– ?Por que me preguntan todas esas cosas? Ya se lo he dicho: Araldo tenia su propia vida. Yo no se que hacia. ?Que mas quieren que les diga?

Su voz tenia ya aquel tono que Brunetti, y quiza tambien los otros dos policias, conocian bien, el tono que denota que la persona que es interrogada empieza a sentirse acosada. De aqui a la colera y de la colera a la truculenta negativa a seguir contestando preguntas no habia mas que un paso.

Volviendose hacia Griffoni y con cierto tono de amonestacion en la voz, Brunetti dijo:

– La signora ya le ha respondido a suficientes preguntas, comisaria. Este es un momento de insoportable dolor, y creo que deberiamos ahorrarle mas preguntas.

Griffoni, que no era tonta, inclino la cabeza y murmuro unas palabras de disculpa.

Entonces, rapidamente, antes de que la signora Fontana pudiera reaccionar, Brunetti se dirigio a ella directamente.

– Si desea tener a su lado a alguien de su familia, diganoslo, signora, y le avisaremos.

La anciana movio la cabeza negativamente, sin que tampoco ahora se agitaran sus rizos. Como si apenas pudiera articular las palabras, dijo:

– No; a nadie. Creo que lo que deseo es estar sola.

Brunetti se levanto rapidamente, y Vianello y Griffoni le imitaron.

– Si podemos serle de ayuda, signora, no tiene mas que llamar a la questura. Y hablando a titulo personal, dire que uno mis oraciones a las suyas para que il Signore la ayude a soportar este doloroso trance.

Seguido de sus dos colegas -que, con muy buen acuerdo, guardaron silencio-, Brunetti cruzo la habitacion y salio al pasillo.

16

– Ha faltado poco -dijo Vianello cuando bajaban la escalera. Brunetti se alegro de que hubiera hablado el inspector; de haberlo hecho el, podia dar la impresion de que iba en serio su reproche a Griffoni-. Muy habil de su parte mostrarse penitente, Claudia.

– Una tactica de supervivencia adquirida en el desempeno de mis funciones, seguramente -dijo ella.

Cuando salieron al patio, a Brunetti se le ensancho el pecho al encontrarse a la luz del sol, a pesar del calor residual de ultima hora de la tarde.

– ?Que impresion ha sacado de sus respuestas? -pregunto a Griffoni.

Ella tardo un momento en contestar.

– Creo que esa mujer sufre terriblemente. Pero tambien creo que sabe mas acerca de la muerte de su hijo de lo que ha reconocido ante nosotros.

– Y de lo que reconoce ante si misma -interrumpio Vianello.

– ?A que te refieres? -pregunto Brunetti, recordando que el inspector habia estado a solas con la mujer antes de que llegaran ellos.

– No me cabe duda de que lo queria -dijo el inspector-. Pero me parece que sabe algo que no nos ha contado, y que es algo que la hace sentirse culpable.

– ?Pero no lo bastante como para confesarlo? -pregunto Brunetti.

– Al contrario -respondio Vianello inmediatamente-. Tengo la sensacion de que sabe algo de el que nos interesaria. -Reflexiono un momento y prosiguio-: La he dejado explayarse, le he preguntado como era el de nino,

Вы читаете Cuestion de fe
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату