Vianello irguio el tronco y se volvio hacia Brunetti.
– La
– Comprendo -dijo Brunetti volviendose hacia la mujer-. ?Y usted que les ha dicho?
– El
El asintio con franca aprobacion, dandole lo que creia que ella deseaba.
– Eso no les impedira escribir su historia -tercio Vianello-, pero por lo menos no podran utilizar fotos de la familia.
– Por lo menos, de mi lado de la familia -dijo la
Brunetti hizo como si no lo hubiera oido y pregunto:
– ?Sabe de alguien que pudiera querer mal a su hijo,
Ella denego con la cabeza furiosamente, sin que se moviera ni un solo rizo de su permanente.
– ?Quien podia querer mal a Araldo? Era muy buen muchacho. Siempre lo fue. Su padre lo educo bien y, cuando el murio, yo procure hacer lo mismo.
Griffoni puso la mano en el antebrazo de la
– Araldo era trabajador, honrado, y amaba su trabajo. Y a mi. -Puso la cara entre las manos y movio los hombros convulsamente, pero, sin saber por que, Brunetti no se convencio de la sinceridad de su dolor hasta que ella retiro las manos y el vio las lagrimas. Entonces, al igual que santo Tomas, creyo y se convencio de que ella lloraba realmente a su hijo. De todos modos, la manera en que exteriorizaba su dolor inducia a la reserva, como si la parte de cara redonda de su personalidad recibiera, de aquellos ojos perspicaces, instrucciones de comportarse de un modo convincente.
Cuando la mujer dejo de llorar y se quedo inmovil, apretando el panuelo con la mano izquierda, Brunetti dijo:
–
Ella lo miro, ofendida, como si pensara que sus lagrimas deberian haberla eximido de la necesidad de responder a tales preguntas.
– Yo nunca sabia a que hora volvia el a casa,
Griffoni musito unas palabras acerca de los sufrimientos que comporta la maternidad y Vianello asintio reconociendo su abnegacion.
– Entiendo -dijo Brunetti, y pregunto-: ?Habitualmente se veian por la manana, antes de que el se fuera a trabajar?
– Desde luego -respondio ella-. No iba a dejar que mi chico saliera de casa sin su
– ?Pero esta manana,
– Esta manana me ha despertado el
Cuando parecio que la
– ?Le dijo el anoche adonde iba,
La mujer se volvio hacia Brunetti, desentendiendose de la pregunta y de quien la habia formulado, y dijo:
– Yo me acuesto temprano,
– ?Le oyo usted salir? -pregunto Griffoni.
La
– ?Por que me preguntan todas esas cosas? Ya se lo he dicho: Araldo tenia su propia vida. Yo no se que hacia. ?Que mas quieren que les diga?
Su voz tenia ya aquel tono que Brunetti, y quiza tambien los otros dos policias, conocian bien, el tono que denota que la persona que es interrogada empieza a sentirse acosada. De aqui a la colera y de la colera a la truculenta negativa a seguir contestando preguntas no habia mas que un paso.
Volviendose hacia Griffoni y con cierto tono de amonestacion en la voz, Brunetti dijo:
– La
Griffoni, que no era tonta, inclino la cabeza y murmuro unas palabras de disculpa.
Entonces, rapidamente, antes de que la
– Si desea tener a su lado a alguien de su familia, diganoslo,
La anciana movio la cabeza negativamente, sin que tampoco ahora se agitaran sus rizos. Como si apenas pudiera articular las palabras, dijo:
– No; a nadie. Creo que lo que deseo es estar sola.
Brunetti se levanto rapidamente, y Vianello y Griffoni le imitaron.
– Si podemos serle de ayuda,
Seguido de sus dos colegas -que, con muy buen acuerdo, guardaron silencio-, Brunetti cruzo la habitacion y salio al pasillo.
16
– Ha faltado poco -dijo Vianello cuando bajaban la escalera. Brunetti se alegro de que hubiera hablado el inspector; de haberlo hecho el, podia dar la impresion de que iba en serio su reproche a Griffoni-. Muy habil de su parte mostrarse penitente, Claudia.
– Una tactica de supervivencia adquirida en el desempeno de mis funciones, seguramente -dijo ella.
Cuando salieron al patio, a Brunetti se le ensancho el pecho al encontrarse a la luz del sol, a pesar del calor residual de ultima hora de la tarde.
– ?Que impresion ha sacado de sus respuestas? -pregunto a Griffoni.
Ella tardo un momento en contestar.
– Creo que esa mujer sufre terriblemente. Pero tambien creo que sabe mas acerca de la muerte de su hijo de lo que ha reconocido ante nosotros.
– Y de lo que reconoce ante si misma -interrumpio Vianello.
– ?A que te refieres? -pregunto Brunetti, recordando que el inspector habia estado a solas con la mujer antes de que llegaran ellos.
– No me cabe duda de que lo queria -dijo el inspector-. Pero me parece que sabe algo que no nos ha contado, y que es algo que la hace sentirse culpable.
– ?Pero no lo bastante como para confesarlo? -pregunto Brunetti.
– Al contrario -respondio Vianello inmediatamente-. Tengo la sensacion de que sabe algo de el que nos interesaria. -Reflexiono un momento y prosiguio-: La he dejado explayarse, le he preguntado como era el de nino,