En el tren que lo llevaba de vuelta a Venecia, Brunetti pensaba que la naturaleza humana aun podia sorprenderlo: los dos jovenes habian insistido en ayudarles a llevar el equipaje al otro tren, despues de que un revisor se acercara a decir a Brunetti que el tren con destino a Venecia traia otros diez minutos de retraso. Una vez su familia estuvo a bordo, los dos jovenes desaparecieron, sin hacer preguntas acerca de la misteriosa razon que le obligaba a regresar a Venecia con tanta urgencia. Brunetti beso a Paola y a los chicos, prometio reunirse con ellos lo antes posible y vio partir el tren que los llevaba a Merano, a las montanas, al goce de dormir con edredon a mediados de agosto.
En el tren que regresaba a Venecia tambien hacia fresco, pero con intermitencias, porque la refrigeracion funcionaba solo cuando le apetecia, alternando el soplo artico con la brisa tropical. Las ventanas de los trenes modernos no se abren, por lo que el y los otros tres pasajeros que ocupaban el compartimento de primera clase al que lo habia conducido el revisor, tenian la sensacion de utilizar un medio de transporte que tanto podia parar en Calcuta como en Ulan Bator. Brunetti habia dejado su maleta -y sus jerseis- con la familia, por lo que, cada vez que el tren se acercaba a Ulan Bator, tenia que refugiarse en el pasillo, donde la temperatura era alta, si, pero, por lo menos, se mantenia constante.
Esta anomalia impedia a Brunetti leer en paz y pensar con calma acerca de la situacion que encontraria en Venecia y lo haria cuando llegara. Al fin, decidio refugiarse en el vagon restaurante, donde la refrigeracion funcionaba correctamente, y se sento a leer el periodico mientras se tomaba dos cafes y una botella de agua mineral.
Cuando el tren entro en Mestre, Brunetti marco el numero de Griffoni y se alegro de oir que ella lo esperaria en la estacion con una lancha.
– ?Vianello? -pregunto el, sabiendo que su amigo estaba de vacaciones, pero confiando en que Griffoni hubiera pensado en llamarle.
– Le llame despues de hablar con usted. Conoce a alguien de la Guardia Costiera que ha conseguido permiso para entrar en aguas de Croacia a recogerlo.
– ?A quien conoce? -pregunto Brunetti.
– Solo ha dicho que es alguien con quien habia ido a la escuela -explico ella.
– Bien. Gracias.
El tren empezaba a salir de la estacion y Brunetti corto. Cuando cruzaban el puente, le llamo la atencion las enormes masas de algas que se acumulaban a uno y otro lado. Por la manana, la marea alta las disimulaba, pero ahora estaban bien a la vista. Circularon durante varios minutos y las algas no se acababan. Botellas de plastico se mecian sobre la capa verde que se extendia a uno y otro lado, y sin duda tambien debajo del puente, sin solucion de continuidad. Las embarcaciones la evitaban. Las aves acuaticas se mantenian alejadas. La capa verde se iba extendiendo como un eczema mal cuidado.
Brunetti vio la lancha de la policia amarrada delante de la estacion y bajo rapidamente la escalera en direccion a ella. Se estaba tan comodo en el vagon restaurante que tardo un momento en reconocer la sensacion de sofoco de aquel calor. Antes de llegar a la lancha, ya sentia la camisa pegada a la espalda, y entonces advirtio con disgusto que sus nuevas gafas de sol se habian quedado en la maleta que, a estas horas, ya habria llegado a una altitud de 1.450 metros en el monte que se alzaba sobre Glorenza.
Brunetti saludo con un movimiento de la cabeza a Foa, el piloto; subio a bordo y estrecho la mano de Griffoni. La faldita que ella llevaba dejaba al descubierto una gran extension de pierna morena. El bronceado hacia que la melena de la mujer pareciera aun mas rubia. Por el aspecto, podia ser todo menos una comisaria de policia de servicio. Foa solto la amarra, entro en la cabina y puso en marcha el motor.
– ?Vianello? -pregunto el.
– Ya ha vuelto. Nos espera en casa de la victima. Ha tardado menos de tres horas.
Brunetti sonrio. Tener que volver a Venecia podia haber desbaratado los planes de Vianello para las vacaciones, pero hacer la travesia del Adriatico en una patrullera de Guardacostas, a toda velocidad, era una buena compensacion.
– Imagino que habra disfrutado.
– ?Y quien no? -pregunto ella con envidia en la voz.
La embarcacion viro a la izquierda por el Canale di Cannareggio, paso a velocidad moderada bajo los dos puentes y salio a la laguna. Griffoni explico que habia hablado con el
Griffoni no habia visto el cadaver, que habia sido trasladado al deposito antes de que Scarpa la llamara para informarla del crimen. Brunetti, con cautela, pregunto cual habia sido la reaccion de Scarpa al enterarse de que el y Vianello regresaban para hacerse cargo del caso.
– No se lo he dicho.
– ?El piensa entonces que el caso es suyo? -pregunto Brunetti.
– Suyo y mio. Pero, como solo soy una mujer, evidentemente no cuento. -Se habian quedado en cubierta para captar el viento de la marcha, que se llevaba algunas palabras. Brunetti miro a su colega: era una mujer, indiscutiblemente, pero el nunca antepondria a la definicion el adverbio «solo».
– Entonces mi llegada sera una sorpresa para el -dijo Brunetti, no sin satisfaccion.
– Y espero que tambien motivo de disgusto -dijo ella con la inquina que solia provocar el teniente en todo el mundo, por breve que fuera el trato.
En esta parte de la laguna, el agua estaba insolitamente rizada, y tenian que agarrarse a la borda para no tambalearse. Foa, no obstante, puso la lancha a toda maquina al salir al agua abierta, y el ruido del motor ahogo sus voces e hizo imposible la conversacion. Brunetti se volvio hacia la izquierda y su mirada fue de Murano a Burano y al campanario de Torcello, apenas visible en la bruma.
Viraron a la derecha, pasaron frente a un canal y entraron en el siguiente. Brunetti vio al hombre que conduce el camello y pregunto:
– ?Que hacemos en la Misericordia?
– La casa esta ahi delante, a la izquierda.
–
– Le di el nombre por telefono -dijo ella.
Brunetti recordo las interrupciones y los parasitos de la comunicacion.
– Si, por supuesto -dijo.
– ?Le conoce? -pregunto ella con interes.
– No; solo de referencias.
– Trabajaba en el Tribunale, ?verdad?
Al notar que la lancha aminoraba la marcha, Brunetti dijo unicamente:
– Si. -Se adelanto y asio la amarra.
Foa detuvo la lancha a la derecha del canal y Brunetti salto a la orilla y ato la amarra a un aro. Alargo el brazo para ayudar a desembarcar a Griffoni. Foa dijo que buscaria un bar para refugiarse del sol y que lo llamaran al movil cuando terminaran.
Ella abrio la marcha: bajo hasta el primer puente, lo cruzo, subio por la calle y torcio a la derecha. La tercera casa de la derecha: un gran
Griffoni tenia llave y entraron en lo que resulto ser un gran patio lleno de tiestos con palmeras y otras plantas. En el fondo ya empezaba a extenderse la sombra del atardecer. Alli se produjo un movimiento que capto la atencion de Brunetti. Un joven agente, uno de los recien incorporados, se habia puesto en pie y saludaba a los comisarios. Brunetti observo entonces que la cinta de la policia dividia el patio en dos zonas y que el joven estaba en la mas alejada. El y Griffoni pasaron por debajo de la cinta y se acercaron.
– ?Donde estaba? -pregunto Brunetti.
– Alli, comisario -dijo el agente senalando a su derecha, hacia el fondo, donde arrancaba la escalera.
Brunetti y Griffoni fueron hacia el lugar indicado. Atrajo la mirada de Brunetti una mancha de sangre en forma de triangulo rectangulo que habia quedado en el suelo. De la mancha partia el dibujo en tiza de la silueta de un hombre, cuyos pies apuntaban hacia ellos. Desde el angulo de Brunetti, la figura parecia muy pequena.
– ?Donde esta la estatua? -pregunto.
– Bocchese la mando al laboratorio -respondio Griffoni-. Era solo una copia en marmol del siglo diecinueve, de