cajas y se ha puesto a agitarlo diciendo que salieramos. Que salieramos todos. Cuando he tratado de hablarle, ha levantado el cutter.
– ?La ha amenazado,
– No, no -dijo la mujer en tonos que se entristecian gradualmente-. Lo sostenia sobre la muneca y decia que se la cortaria si no nos ibamos. -Aspiro profundamente, dos veces-. Todos hemos salido al pasillo. Yo he llamado a Seguridad y alguien ha bajado a avisar al
– ?Va a venir?
– Si.
Brunetti miro a Vianello, y dijo a las cinco personas que se quedaran donde estaban. Los dos policias entraron en el pasillo y la puerta se cerro tras ellos, con suavidad, atrapandolos en un ambiente sofocante y viscoso. Del laboratorio salia un sonido leve, como el zumbido de una maquina que hubiera quedado en marcha en una sala lejana.
– ?Esperamos a Rizzardi? -pregunto Vianello.
Brunetti senalo a la puerta del laboratorio, blanca y lisa, con un ojo de buey.
– Antes quiero echar un vistazo, ver que hace.
Avanzaron por el pasillo sigilosamente, pero, a medida que se acercaban a la puerta del laboratorio, el zumbido iba acentuandose y ya ahogaba el ruido de sus pasos. Brunetti se aproximo lentamente al cristal, consciente de que desde dentro podria verse cualquier movimiento brusco. Un paso, otro, y ya podia ver claramente el interior de la sala.
Vio el ordenado despliegue del material de un laboratorio: formaciones de tubos de ensayo en sus soportes de madera, oscuras jarras de farmacia alineadas contra la pared, balanzas y ordenadores en cada puesto de trabajo, libros y libretas a la izquierda de los ordenadores. Una mesa situada en el centro de la sala estaba vacia y, en el suelo, alrededor de ella, cual restos de un naufragio, se veia una pantalla de ordenador, cristales rotos y papeles en pequenos charcos de sangre.
Brunetti busco con la mirada el origen del sonido. Una mujer con bata blanca estaba frente a una pila honda, de espaldas a el. El ruido procedia de un chorro de agua que caia sobre algo que ella sostenia, entre una nube de vapor. Brunetti penso en sus hijos, la Policia del Agua, y en como condenarian aquel derroche de agua y de la energia necesaria para su distribucion.
El senalo hacia la derecha y se hizo a un lado, para que Vianello ocupara su puesto. Aunque el ruido del agua permitia hablar en tono normal, Vianello pregunto en un susurro:
– ?Por que se lava las manos?
Lo mismo que los nobles romanos, penso Brunetti apartando a Vianello y empujando la puerta. Al pasar junto a una de las mesas, levanto un telefono y arranco el cable. Cuando llegaba junto a la mujer, ella se desplomo sobre el borde de la pila y el vio el agua tenida de rojo, o mas bien de rosa, que giraba en torno al desague.
Brunetti la sujeto y la tendio en el suelo y, con el cable del telefono, le hizo un torniquete en el brazo derecho. Vianello estaba de rodillas a su lado con otro trozo de cable que uso para atarle el izquierdo.
La mujer estaba palida, tenia una melena hasta los hombros, mas gris que castana, y no llevaba maquillaje, aunque no mucho habria podido hacer el maquillaje por unas facciones tan poco agraciadas y un cutis tan aspero.
– Pide ayuda -dijo Brunetti, y Vianello desaparecio. Examino las munecas de la mujer: los cortes eran profundos, pero no verticales sino horizontales, lo que dejaba cierto margen para la esperanza. Los torniquetes habian detenido la hemorragia, pero habia sangre en el suelo.
Ella abrio los ojos. Tenia las pestanas y las cejas ralas y los ojos de un castano turbio.
– Yo no queria hacerlo -dijo. El ruido del agua ahogaba sus palabras.
Brunetti asintio, como si la entendiera.
– Todos hacemos cosas que lamentamos,
– Pero el me lo pedia -prosiguio ella, y cerro los ojos durante mucho rato, tanto que Brunetti temio que hubiera muerto. Pero entonces los abrio y dijo-: Y yo temia que… que me dejara si no lo hacia.
– No piense ahora en eso,
Brunetti oyo pasos, levanto la cabeza y vio a Rizzardi. El medico se arrodillo al otro lado de la mujer. Lanzo un suspiro que era casi un gemido al verla alli.
– Elvira, ?que has hecho? -Brunetti observo que la tuteaba. Su tono era el de un padre que esta decepcionado por la conducta de su hijo.
–
Rizzardi se inclino y puso una mano sobre la de ella.
– Tu nunca has causado problemas, Elvira. Al contrario. Si yo aun confio en este laboratorio es porque tu estas aqui.
Ella cerro los ojos y por el borde exterior de los parpados escaparon unas lagrimas que impulsaron a Rizzardi a decir:
– No llores, Elvira. No pasara nada. Te pondras bien.
– El me dejara -dijo ella, sin abrir los ojos, mientras las lagrimas se le metian en los oidos.
– No; cuando sepa lo que has hecho, el querra ayudarte -dijo Rizzardi, y miro a Brunetti, como preguntando si decia las frases adecuadas.
– Ahora no podra utilizar los resultados del laboratorio -dijo ella-. La gente ya no creera que los ayuda. -Cerro los ojos un momento y luego miro a Rizzardi-. Pero es verdad,
Brunetti oyo un estrepito a su espalda, levanto la cabeza y vio a tres auxiliares con bata verde detras de una camilla que se habia encallado en la puerta. La hacian chocar contra el marco hasta que uno se situo al otro lado y los guio. Dos de ellos se acercaron rapidamente a la mujer que estaba en el suelo, apartando con la presion de sus cuerpos a los hombres que estaban arrodillados junto a ella.
Brunetti y Rizzardi se levantaron. Exasperado por el ruido del agua, Brunetti dio dos pasos hacia la pila y cerro el grifo. Vianello, que habia venido con los auxiliares, se quedo al lado de Rizzardi. El tercer auxiliar acerco la camilla. Acciono una palanca y la camilla descendio hasta casi el nivel del suelo, luego se situo al lado de sus companeros y, entre los tres, pusieron en ella a la mujer. Otro movimiento de la palanca elevo lentamente la camilla hasta la altura del pecho. El primer auxiliar tomo un tubo conectado a un frasco de liquido transparente que colgaba sobre la camilla e inserto la aguja en una vena del brazo de la mujer.
Rizzardi se adelanto y rodeo con los dedos la muneca de la mujer, para tomarle el pulso o, quiza, para transmitirle consuelo.
– Llevenla a Urgencias -dijo.
Uno de los auxiliares fue a decir algo, pero el primero, que parecia estar al mando, dijo:
– Es medico.
Rizzardi empezo a abrir los dedos que sostenian la muneca de la mujer cuando ella volvio a abrir los ojos y dijo:
– ?Vendra conmigo,
Rizzardi le sonrio, y entonces Brunetti penso cuan pocas veces habia visto sonreir al medico en tantos anos.
– Claro que si -dijo, y los auxiliares echaron a andar hacia la puerta.
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El primer pensamiento de Brunetti fue para la