El sacerdote dio la vuelta al feretro, rociandolo con el
Tambien Puntera se habia adaptado al nuevo orden de cosas: nada de lo que hacia se salia de la tonica actual, y era poco probable que pudiera demostrarse que la jueza Coltellini habia maniobrado a su favor. Brunetti tuvo que reconocer, con amargo cinismo, que las revelaciones que Fontana pudiera haberse decidido a hacer no suponian peligro alguno para ninguno de los dos. Quiza existia el riesgo de que Puntera y Coltellini fueran puestos en entredicho, pero si el ser puesto en entredicho fuera un obstaculo para el progreso de una persona, no habria Gobierno ni habria Iglesia.
El organo volvio a retumbar al termino de la misa, poniendo fin a las reflexiones de Brunetti. Los dos policias se levantaron y se volvieron de cara al pasillo.
Los cuatro hombres, lentamente, empujaron el carrito con el feretro hacia la puerta de la iglesia; seguia, en primer lugar, la
Detras de ellos salieron un hombre y una mujer mas bien jovenes, cogidos del brazo, seguidos de la
Al ver a la siguiente pareja, Brunetti comprendio que se habia equivocado al pensar que el calor habia mantenido alejados a los habituales de los entierros. El
La lentitud de movimiento que imponia la solemnidad del momento, hizo que tardaran en llegar a la puerta. Desde el interior de la iglesia, Brunetti vio como empujaban la carretilla, sin acompanamiento de toque de campanas, hacia un barco amarrado a la
Con otro tiron, Brunetti consiguio sacar las gafas del bolsillo. Se las puso y volvio a mirar a la
– «Y la venda se le cayo de los ojos» -susurro Brunetti, preguntandose, mientras lo decia, por que siempre tenia que ser tan pedante.
– ?Que? -pregunto Vianello volviendose hacia el.
– Parta, bromeando, dijo que el asesino siempre va al entierro -respondio Brunetti.
Vianello, desconcertado, con los ojos bien protegidos por las gafas, miro a la explanada de delante de la iglesia y a las personas agrupadas frente al barco que llevaria el feretro de Fontana a San Michele. Vio lo que veia Brunetti: a la madre del difunto que subia al barco que se llevaba de su lado a su hijo; vio la estrecha figura de Penzo al lado de la forma cilindrica y achaparrada de Zinka; vio al
Observando el desconcierto del inspector, Brunetti dijo tan solo:
– Espera a que se den la vuelta.
Brunetti y Vianello acechaban. De pronto, los dos habian dejado de sentir el sol y el calor. El acompanante de la
Penzo, segun observo Brunetti, se encamino en direccion opuesta a la de la senora Zinka, que seguia a la pareja joven hacia la Misericordia.
La
Era un hombre, lo cual no tenia nada de particular. Ella dijo algo y el se paro y la miro. Intercambiaron unas palabras, al parecer poco agradables, y entonces el solto el brazo de la mujer y agito una mano, como para ahuyentarla. ?Fue el movimiento de su muneca, que acabo en un angulo acusado, con los dedos apuntando hacia abajo, lo que abrio los ojos a Vianello? ?Fue el brusco giro de la mano en un gesto inconsciente de arrebatada parodia de colera?
– «Mi marido es director de banco» -dijo Vianello.
El sol caia a plomo sobre ellos, clavandolos al suelo, y ahora volvian a sentir su peso. Brunetti miro el reloj en el momento en que las campanadas de alguna otra iglesia resonaban sobre ellos y sobre toda la ciudad. Sorprendido, Brunetti levanto la mirada hacia el campanario de la Madonna dell'Orto y vio que las campanas colgaban inmoviles, sin vida.
– Las campanas no doblan -dijo con asombro.
29
Tal como Brunetti preveia, y temia, Patta se mostro contrario a autorizar que se interrogara al
Brunetti aun hacia una mueca de dolor al recordar la respuesta de Patta a su explicacion de por que queria interrogar a los Fulgoni.
«?Pretende usted que yo ponga en peligro mi posicion porque 'piensa' que el puede ser gay? -A pesar de que el
Estos eran los resortes que movian a Patta. No menos caprichosos que los que movian las campanas de la