abrio el vientre. Sus amigos trataron de salvarlo y el se arranco las visceras, porque preferia la muerte a una vida sin honor.

– Me voy a casa -dijo Rizzardi-. No la hare yo -anadio, y se fue.

La dottoressa Zeno se aparto de los policias y fue a hablar con los tecnicos.

– ?No hara que? -pregunto Vianello.

– La autopsia, supongo -dijo Brunetti, deseando que Vianello no hubiera hecho la pregunta.

La respuesta hizo callar a Vianello.

– Esto significa que el caso esta… -empezo Brunetti, pero no pudo usar la palabra «muerto»-. Se acabo - dijo.

Sin el testimonio de la signorina Montini -y nada permitia pensar que ella habria querido testificar- no habia pruebas contra Gorini. Las equivocaciones ocurren, en los hospitales abundan los errores y a consecuencia de ellos la gente sufre y muere.

– No sabemos si solo habra cambiado los indices del colesterol.

– ?Crees que habra puesto a gente en peligro?

No; Brunetti creia que no, pero su opinion no era suficiente garantia para las personas cuyos analisis habian pasado por las manos de aquella mujer.

– Tendran que repetir todo el trabajo que haya hecho ella -dijo Brunetti, pensando que la orden solo podia darla Patta o, quiza, el director del hospital. En cuanto a tomar medidas contra Gorini, imposible. La muerte de la signorina Montini lo ponia a salvo, y no era probable que ella hubiera dejado constancia por escrito de lo que hacia. Desde luego, no habria guardado tales notas en la vivienda que compartia con Gorini, ni en su lugar de trabajo, en el que estaba arruinando su integridad.

– Lo unico que podemos hacer es llamar a la policia de Aversa y de Napoles -dijo Brunetti con resignacion-, y decirles que el esta aqui.

28

Tal como Brunetti presumia y temia, fue imposible convencer al vicequestore Patta de que los analisis hechos por la signorina Montini debian repetirse. Su superior ya habia descartado la idea de investigar al signor Gorini y sus actividades. El hombre -y esto a Patta le constaba- habia tratado con exito las dolencias de la esposa de un concejal, por lo que la idea de incomodarlo -sin prueba alguna- era impensable.

Como Brunetti insistiera, Patta le espeto:

– ?Tiene usted idea del dinero que pierde la Seguridad Social al cabo del ano? -En vista de que Brunetti no respondia, prosiguio-: ?Y quiere usted aumentar el deficit por la descabellada teoria de que un sanador corrompio a esa mujer para hacerle falsificar informes medicos?

– Un sanador con un largo historial delictivo, dottore.

– Un largo historial de acusaciones -rectifico Patta-. No creo necesario recordarle, precisamente a usted, comisario, que no son una misma cosa. -Aqui Patta esbozo una amigable sonrisa, como el que se permite hacer un chiste con un viejo amigo que nunca hubiera distinguido tal diferencia.

Brunetti no cejaba.

– Si esa mujer falseaba los resultados de las pruebas, vicequestore, las pruebas deben repetirse.

Patta sonrio de nuevo, pero no habia humor en su voz al decir:

– A falta de pruebas de que esa mujer estaba involucrada en una actividad criminal, independientemente de lo que usted sospeche, comisario, creo que seria irresponsable de nuestra parte causar una alarma innecesaria entre las personas cuyas pruebas haya realizado. -Hizo una pausa para la reflexion y anadio-: O debilitar la confianza del publico en las instituciones del Gobierno.

Como solia ocurrir en sus conversaciones con Patta, Brunetti no pudo menos que admirar la habilidad de su superior para dar a sus peores defectos -en este caso, una ambicion ciega y la total oposicion a adoptar cualquier medida que no le beneficiara directamente- la apariencia de virtudes civicas.

Sin molestarse en preparar, ni explicar, el cambio de tema, Brunetti dijo:

– Manana pienso ir al funeral de Fontana, senor.

Patta no pudo resistir la tentacion de preguntar:

– ?Con la esperanza de ver alli al asesino? -sonrio, invitando a Brunetti a compartir el chiste.

– No, senor -respondio Brunetti sobriamente-. Para que su muerte no sea tratada como un hecho sin importancia. -La prudencia y el instinto de supervivencia le impidieron anadir «tambien». Se levanto, dijo una frase de cortesia al vicequestore, subio a su despacho e hizo dos infructuosas llamadas telefonicas a sus colegas de Aversa y Napoles. Luego, se fue a casa y paso el resto de la tarde leyendo las Meditaciones de Marco Aurelio, placer que no se permitia desde hacia anos.

El funeral se celebro en la iglesia de la Madonna dell'Orto, la parroquia en la que la madre de Fontana habia sido bautizada y que siempre fue el centro de su vida espiritual. Brunetti y Vianello llegaron diez minutos antes de que empezara la misa y se sentaron en la duodecima fila. Vianello vestia de azul marino y Brunetti de lino gris oscuro. Agradecio la chaqueta durante la misa, porque este era el primer lugar en el que sentia fresco desde que salio del apartamento en el que estuvo hablando con Lucia y con Zinka.

El calor habia mantenido alejados a los adictos al morbo y a los habituales de los funerales, por lo que en la iglesia no habia mas que unas cincuenta personas, desperdigadas delante de ellos dos, en desolado aislamiento. Despues de hacer un recuento aproximado de los presentes, Brunetti se dijo que habia acudido al funeral tan solo una persona por ano de vida de Fontana.

Brunetti y Vianello estaban muy atras para distinguir quienes ocupaban los primeros bancos, reservados para la familia y los intimos, pero ya los verian cuando salieran detras del feretro.

Empezo la musica, un funebre tema al organo, apto para el ascensor de un vecindario respetable aunque no necesariamente adinerado. Bajo las notas del organo se oyo un ruido procedente de la puerta: Brunetti y Vianello se pusieron en pie y se volvieron hacia alli.

Por el pasillo se acercaba un ataud cubierto de flores, colocado sobre un carrito que empujaban cuatro hombres vestidos de negro, quienes parecian inmunes a la carga emotiva del momento. Brunetti se pregunto si la madre habria contratado a sordomudos, de haber estado disponibles. Cuando el feretro llego al pie del altar, la concurrencia se sento hasta que empezo la misa.

Brunetti la siguio con atencion durante los primeros minutos, pero no tardo en empezar a divagar, porque la ceremonia era ahora mas aburrida que cuando, de nino, el habia asistido a los funerales de sus abuelos y de sus tios. Ademas, la misa se decia en italiano, y el echaba de menos el magico encanto del latin. De pronto, advirtio el silencio y se pregunto si tambien la omision del toque de difuntos, el sonido que habia acompanado a tantos de sus familiares y, ultimamente, a su madre, a su lugar de reposo, obedecia a un plan preconcebido en este moderno -y banal- oficio de difuntos.

Mientras se sentaba, se levantaba, se arrodillaba un momento y volvia a levantarse, Brunetti, impulsado por la marea del recuerdo, reflexionaba sobre aquella extrana muerte. La signorina Elettra habia accedido -segun su propia expresion- a los archivos del Tribunale y habia podido repasar el historial judicial del signor Puntera. Tanto el caso de la demanda por arrendamiento irregular de los almacenes como el del trabajador accidentado habian sido asignados a la jueza Coltellini, y en ambos se habian producido largas demoras por extravio de documentos del sumario. Otros casos que tambien figuraban en la agenda de la jueza habian sufrido aplazamientos similares. En todos ellos, segun se desprendia de las pesquisas de la signorina Elettra, la demora beneficiaba a una de las partes del contencioso. Ahora bien, la jueza vivia en una casa de su propiedad, adquirida tres anos atras, y no al signor Puntera.

Por otra parte, el banco del que era director el signor Fulgoni habia concedido un prestamo al signor Puntera en condiciones muy ventajosas, y el signor Marsano era abogado de una firma que habia representado a un hombre que habia demandado al

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