– Su esposa ha dicho que, al volver de su paseo, usted se dio cuenta de que habia perdido un jersey verde. Tambien me ha dicho que la prenda es muy importante para usted, creo que ha usado la palabra «talisman» al referirse a ella, y que salio a buscarlo.

– ?Le ha dicho si lo encontre?

– Si, y que usted le dijo que lo llevaba consigo al volver.

– ?Y despues?

– Y despues me ha dicho que se durmio.

– ?Le ha dicho cuanto tiempo estuve fuera buscando el jersey?

– Una media hora, pero no estaba segura.

– Ya -dijo Fulgoni. Se echo hacia atras, irguiendo el tronco. Sostuvo la mirada de Brunetti un momento y luego se puso a contemplar la pared del fondo. Brunetti no interrumpio sus reflexiones ni se revolvio en el sillon. Transcurrio un minuto antes de que Fulgoni dijera-: Me ha dicho mi esposa que ustedes, la policia, encontraron huellas mias y del signor Fontana en el patio. En el mismo sitio del patio, para ser exactos.

– Cierto.

– ?Que huellas? -pregunto, carraspeo y anadio-: ?Y donde?

Brunetti, cogido en renuncio, no respondio enseguida. Fulgoni le lanzo una mirada y volvio la cara, y Brunetti decidio arriesgarse:

– Creo que usted ya conoce la respuesta a esas dos preguntas, dottore.

Solo un hombre que tuviera el habito de la honradez o que fuera tan ingenuo como para dejarse enganar por el aplomo de Brunetti se habria dado por satisfecho con esta respuesta.

– Ah. -De los labios de Fulgoni escapo un largo suspiro, el sonido que hace un nadador cuando sale de la piscina despues de la carrera-. ?Querria usted repetir lo que le ha dicho mi mujer? -pregunto, esforzandose por mantener serena la voz.

– Que ustedes salieron a dar un paseo para escapar del calor del apartamento y que, al volver, usted se dio cuenta de que se le habia caido el jersey, que salio a buscarlo y que volvio con el al cabo de media hora.

– Entendido -dijo Fulgoni. Mirando a Brunetti a los ojos, pregunto-: ?Y usted piensa que tambien tuve tiempo de matar a Fontana? ?De golpearle la cabeza contra la estatua?

Brunetti dijo, escuetamente:

– Si. -Y luego anadio-: Tuvo tiempo.

– ?Pero eso no significa que yo lo hiciera? -pregunto Fulgoni.

– Mientras no aparezca un movil, no tiene sentido que usted lo matara -respondio Brunetti.

– Desde luego -convino Fulgoni-. Y es muy sporting, como dirian los ingleses, muy «deportivo» de su parte decirmelo.

Sorprendio a Brunetti, mas que el empleo de la palabra por Fulgoni, el talante que revelaba.

– ?Esas huellas que dice usted que encontraron podrian aportar un motivo? -pregunto Fulgoni.

– Podrian, si -respondio Brunetti, consciente de la expresion «dice usted que encontraron».

Fulgoni se puso en pie bruscamente, para sorpresa de Brunetti.

– Creo que preferiria salir del banco, comisario.

Brunetti se levanto, pero guardo silencio.

– ?Quiere que vayamos a mi casa a echar una ojeada? -propuso Fulgoni.

– Si usted cree que eso ha de servir para aclarar las cosas -respondio Brunetti, aunque en realidad no tenia ni idea de lo que queria decir con ello.

Fulgoni no contesto pero alargo la mano hacia el telefono y pidio que llamaran a un taxi.

Los dos hombres iban de pie en la cubierta del taxi que los llevaba Gran Canal arriba. Pasaron bajo el puente de Rialto. El dia era soleado, pero a ras de agua la brisa impedia sentir el calor. Los dos callaban. Brunetti sabia por experiencia que a la mayoria de las personas la tension les hace hablar, y la tension de Fulgoni era evidente por como le blanqueaban los nudillos al agarrarse a la borda del taxi. Pero la colera hace enmudecer a muchos, que concentran la energia en rememorar su pasado, buscando, quiza, el lugar o el momento en que las cosas se torcieron, se les fueron de las manos.

El taxi los dejo en el mismo sitio en el que habia parado Foa el dia en que se descubrio el cadaver. Fulgoni pago al conductor anadiendo una generosa propina y salto a la orilla. Se volvio para ver si Brunetti necesitaba ayuda, pero el comisario ya estaba en tierra. Sin hablar, bajaron por la ribera y cruzaron el puente. Frente al portone, Brunetti espero mientras Fulgoni sacaba las llaves y abria.

Fulgoni se dirigio al trastero en el que estaban las jaulas y se paro frente a la cadena y el candado.

– ?Supongo que fue ahi dentro donde encontraron esas huellas? -pregunto senalando al interior.

Brunetti habia tenido la prevision de sacar del almacen de pruebas las llaves de los candados, y fue pro- bandolas hasta encontrar la que correspondia a aquel, lo saco, retiro la cadena y abrio la puerta. Faltaba poco para mediodia; el sol, casi en el cenit, no entraba en el trastero. Fulgoni, que estaba a la derecha de la puerta, extendio el brazo y acciono el interruptor de la luz.

Entro y fue directamente hacia las cajas apiladas al lado de las jaulas. Brunetti le vio leer las etiquetas, que el no podia distinguir porque el cuerpo del otro hombre se lo impedia. Al fin, Fulgoni extendio los brazos y tiro de una de las cajas de abajo, provocando una pequena avalancha al bajar a llenar el hueco las que estaban encima. Fulgoni puso la caja en una mesita redonda llena de aranazos que Brunetti no habia visto hasta aquel momento, levanto con la una la cinta adhesiva, seca y rebelde, que sellaba la caja y la arranco de un tiron. Volviendose hacia Brunetti, dijo:

– Quiza prefiera abrirla usted, comisario.

El comisario se adelanto y levanto dos pestanas de la caja, y despues las otras dos. Encima de todo aparecio un jersey gris de cuello vuelto.

– Creo que tendra que buscar mas abajo, comisario -dijo Fulgoni y solto una risa seca y sin humor.

Brunetti doblo el jersey; debajo habia una chaqueta gruesa color azul con cremallera. Y, mas abajo, un jersey verde manzana con escote en pico.

– Si, mire la etiqueta -dijo Fulgoni en el mismo instante en que Brunetti leia la marca Jaeger.

Brunetti dejo caer los otros jerseis y cerro las pestanas de la caja. Se volvio hacia Fulgoni y dijo:

– ?Esto significa que usted no salio a buscar su jersey?

– Estos jerseis se guardaron en la caja al finalizar el invierno. Es decir: ni yo lo llevaba ni se me cayo. Ni sali a buscarlo. -Lanzo el jersey encima del monton de cajas y se agacho a recoger del suelo la cinta adhesiva. Mirando la cinta marron mientras la enrollaba alrededor de dos dedos, dijo-: A mi esposa no le gusta el desorden. -Se guardo el pequeno cilindro en el bolsillo y miro a Brunetti-: Yo siempre he procurado respetar sus deseos. -Senalo a las jaulas con un movimiento de la cabeza-. Eso lo demuestra, supongo. No hemos tenido hijos y un dia ella decidio criar pajaros. Lleno la casa de pajaros. -Senalo las jaulas con ademan de prestidigitador-. Pero los pajaros se morian o enfermaban, y los regalamos. Los que no estaban enfermos, se entiende.

– ?Y los que estaban enfermos? -pregunto Brunetti, porque le parecio que era lo que se esperaba de el.

– Cuando se morian, mi esposa los tiraba. -Fulgoni miro al comisario-. Yo he sido siempre mucho mas sentimental que ella, y queria enterrarlos al otro lado del patio, al pie de las palmeras. -Hizo un vago ademan hacia el exterior del trastero-. Ella, en cambio, los metia en bolsas de plastico y se los daba al basurero.

– ?Pero conservaron las jaulas? -pregunto Brunetti.

Fulgoni miro el monton de jaulas y dijo, con perplejidad:

– Si, es curioso, ?no? No se por que.

Brunetti comprendio que esta interrogacion no esperaba respuesta, y no dijo nada.

– Sera que a mi mujer le gustan las jaulas -dijo Fulgoni con una sonrisa desolada-. Nunca lo habia visto de este modo. -Cruzo junto a Brunetti y tiro de la verja del trastero hasta cerrarla y se quedo un momento asido a los barrotes, mirando al patio. Luego se volvio de cara a Brunetti y pregunto-: Pero, ?que lado de la jaula es dentro, comisario, este de aqui o el de ahi?

Brunetti era un hombre de infinita paciencia, por lo que no dijo nada sino que se quedo esperando a que Fulgoni siguiera hablando. Habia presenciado esta escena muchas veces: el momento en el que se hace la luz, en el que una persona decide que es hora de explicar las cosas, aunque solo sea a si misma.

Fulgoni se puso en los labios las yemas de los dedos de la mano derecha, como para dar a entender que meditaba profundamente. Al retirar los dedos, tenia en los labios una mancha oscura. Brunetti le miro las manos,

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