explico el vicequestore-. Probablemente, madre e hijo, al llegar a casa y ver el balcon de la terraza abierto, pensaron que se habrian olvidado de cerrarlo; son cosas que ocurren con frecuencia. Desgraciadamente, mientras ellos estaban fuera, entro la nina. -Patta, que se paseaba por el despacho mientras exponia su hipotesis, se detuvo y dio media vuelta con brusquedad, como el sagaz fiscal de las peliculas americanas-: ?No dijo que llevaba una sandalia de plastico?

– Si.

– Pues ahi esta -dijo Patta abriendo las manos como el que acaba de presentar la prueba definitiva que hace innecesario seguir con el debate.

– ?Esta que? -se aventuro a preguntar Brunetti.

La expresion de Patta dejaba claro que Brunetti se la estaba jugando. Con una voz impregnada de sensatez, el vicequestore explico:

– Plastico. En un tejado inclinado. Tejas de terracota. -Hizo una pausa y pregunto-: ?Es que tendre que hacerle un dibujo, comisario? -El empleo por Patta del titulo de Brunetti solia suponer un aviso.

– No, senor. Comprendo.

– Asi pues, la tal signora Vivarini y su hijo regresan a casa, ella encuentra la vidriera abierta, pero no sospecha nada. -Patta, convertido ahora en el simpatico abogado defensor, hizo una pausa, para sonreir en direccion a Brunetti-. Eso no puede ser motivo de preocupacion, ?verdad, comisario?

– No, senor.

– Usted dijo que le parecio que la signora Vivarini se sorprendio al enterarse del robo, ?no?

– Si, senor.

– Entonces no se a que vienen las dudas.

– Ya le dije lo de la hija, como se puso a toser cuando mencione el titulo de Vianello. -Al oirse decirlo, Brunetti se dio cuenta de lo banal, casi patetico, del incidente-. Hasta entonces, todo habia sido perfectamente normal: ella entro, se presento como Ludovica Fornari, me dio la mano, pero cuando yo dije…

– ?Que? -le interrumpio Patta, repentinamente alerta.

– ?Perdon?

– ?Como ha dicho que se llama la muchacha?

– Ludovica Fornari. ?Por que? -Y entonces se acordo de anadir-: Senor.

– Usted ha hablado siempre de una signora Vivarini -dijo Patta.

– Esta en el informe, senor. Fornari es el apellido del marido.

Patta hizo un brusco ademan de impaciencia, como si hiciera ya mucho tiempo que habia superado el punto en el que debia prestar atencion a los informes por escrito.

– ?Por que no me lo dijo antes? -inquirio.

– No me parecio importante, senor.

– Pues claro que es importante -dijo Patta, hablando como si se dirigiera a un alumno muy torpe.

– ?Podria decirme por que, senor?

– ?No es usted veneciano?

Sorprendido, lo mas que Brunetti pudo decir fue:

– Si.

– ?Y no sabe quien es ella?

Brunetti sabia quienes eran los padres, pero, por la forma de hablar de Patta, comprendio que no sabia nada.

– No, senor.

– Es la fidanzata del hijo del ministro del Interior. Eso es.

Si esto hubiera sido una pelicula de tribunales convencional, y Brunetti, el abogado cuya unica funcion en la escena fuera la de ser derrotado por el brillante coup de theatre de su oponente, este habria sido el momento en el que debia darse una palmada en la frente y exclamar: «Debi suponerlo» o «No tenia ni la mas remota idea».

Brunetti guardo silencio, aparentemente, para permitir a Patta ampliar la informacion pero, en realidad, para darse tiempo de encajar las piezas.

– Me sorprende usted, Brunetti, en serio -prosiguio Patta-. Mi hijo conoce a los dos hermanos, pertenece al mismo club de remo que el chico, pero yo no imaginaba de quienes estaba usted hablando. La chica Fornari. Desde luego.

Brunetti escuchaba con una expresion de viva atencion pintada en la cara, como siguiendo el guion de la pelicula de la serie B.

El ministro del Interior. Entre cuyas atribuciones figuraba la del mando de las fuerzas del orden, incluida la policia. La prensa rosa adoraba a la familia: la esposa, heredera de un magnate de la industria; el hijo mayor, antropologo, desaparecido, presuntamente muerto, en Nueva Caledonia; una hija, famosa por sus idas y venidas entre Roma y Los Angeles, en pos de una carrera cinematografica que no acababa de fraguar; otra hija, casada con un medico espanol y afincada discretamente en Madrid; y el ahora heredero, un joven de genio imprevisible que habia estado implicado en mas de una rina de discoteca y respecto al que circulaban entre la policia rumores de faltas mas graves, sin que hasta el momento se hubiera instruido caso alguno. La madre, Brunetti lo sabia, era veneciana; y el ministro, romano.

– …idea totalmente insostenible -decia Patta, hacia el final de su perorata-. Por lo tanto, ni que decir tiene que la sola idea de involucrarlo ni remotamente en semejante episodio es inconcebible, y no vamos a contemplarla ni un momento. -El vicequestore callo, esperando la respuesta de su subordinado, que no llegaba porque Brunetti estaba absorto pensando en que podria averiguar acerca del chico y como.

Al fin, el comisario movio la cabeza de arriba abajo, como si hubiera seguido cada una de las palabras que habia pronunciado su superior. Sentia curiosidad, entre otras cosas, por saber a quien se referia Patta al decir «nosotros» ni a quien no podian involucrar. Este ultimo tanto podia ser el ministro como su hijo. Y «nosotros» debia de ser la policia, pero tambien podia ser toda la clase politica.

– ?Esta lo bastante claro, comisario? -pregunto Patta, imprimiendo ahora en su voz la torva amenaza que suele reservarse para el villano del melodrama.

– Si, senor -respondio Brunetti. Se puso en pie-: Sin duda su analisis de la situacion es correcto, y debemos extremar las precauciones para no implicar a persona tan importante en nuestra investigacion sin plena justificacion.

– No cabe justificacion alguna -sentencio Patta, sin disimular la irritacion-. En absoluto.

– No, senor -dijo Brunetti-. Evidentemente. -Dio unos pasos hacia la puerta, esperando la advertencia final de Patta, pero el vicequestore no dijo mas. Brunetti dio cortesmente los buenos dias a su superior y salio del despacho.

La signorina Elettra le pregunto al verlo salir:

– Desagradable, ?eh?

– Por lo visto, la chica Fornari es la novia del hijo del ministro del Interior -dijo el. La vio abrir mucho los ojos y empezar a considerar los hechos con otra perspectiva. Entonces, por si el teniente Scarpa andaba rondando por los alrededores, anadio-: Desde luego, no podemos intentar siquiera averiguar el historial del chico ni si se han formulado acusaciones contra el.

Ella movio la cabeza negativamente, descartando semejante posibilidad.

– Siendo hijo de un ministro, seguro que las indagaciones no darian resultado -dijo muy seria, extendiendo la mano derecha hacia el teclado que estaba a un lado de la mesa: el arroyo de montana que discurria por la pantalla del ordenador desaparecio, sustituido por una panoplia de programas-. Seria perder el tiempo -anadio, volviendo la silla de cara a la pantalla.

– Completamente de acuerdo, signorina -dijo Brunetti, y subio a su despacho, a esperar los resultados de la busqueda.

– Mamma mia -dijo ella entrando en el despacho del comisario dos horas despues-. Es un chico muy activo. -Se acerco a la mesa con varios papeles en la mano. Se detuvo y, uno a uno, fue levantandolos y dejandolos caer aleteando en la mesa, mientras decia-: Tenencia de drogas. -Aleteo, aleteo-. Archivado por falta de pruebas. Agresion con agravantes. -Aleteo, aleteo-. Archivado porque la victima retiro la denuncia. Otra agresion. -Aleteo, aleteo. Levanto un papel un poco mas que los otros y dijo-: He puesto los cuatro

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