El la agarro de las munecas y la inmovilizo como si de una tenaza se tratara. Pequenos trocitos blancos del cheque cayeron desperdigados en el suelo de parquet. Ella se dio cuenta de que sus grandes dedos de unas arregladas podian partirle los huesos por la mitad como si fueran cerillas

– Cuidado con esas manitas-dijo el acariciandole la cicatriz sobre la palma de su mano

Ella giro la cabeza en direccion a la camara instalada en la moldura de escayola

– Adelante. La camara de seguridad nos esta grabando mientras hablamos

Una sonrisa extrana le surco el rostro y entonces la solto

Al instante salio de la oficina y se dirigio a grandes zancadas a la puerta de cristal del portal

– Pienselo con detenimiento. Yo en su lugar lo haria-dijo

Saco la Glock, pero el ya habia desaparecido. En el aire solo quedaba un cierto tufillo a lima

Temblaba tanto que no podia mantener las manos quietas. Se obligo a respirar profundamente y volvio a deslizar el seguro a su posicion original ?Hasta donde se habria metido? Y, en todo caso, ?de que problema se trataba?

Las marcas blancas de los dedos de Herve Vitold sobre sus munecas eran aun visibles. Rebobino la cinta de video e imprimio su fotografia. Recordo una expresion tejana “No vales ni para dar de comer a los perros” y la escribio en rojo sobre la imagen de Vitold

Cuando se tranquilizo lo suficiente como para trabajar, y volvio a sentarse delante de su ordenador. Sabia que los codigos de acceso del departamento de seguridad de La Defense se cambiaban todos los dias. Al cabo de diez minutos, habia conseguido sortear el sistema “seguro” del Gobierno, habia accedido a su base de datos y habia encontrado el Grupo Especial de Operaciones de Bourget.

Los mandos de Bourget, responsables de la lucha antiterrorista, unicamente cruzaban las lineas de la policia de la ciudad en el caso de atentados. Nada de frios cuerpos de ancianas con esvasticas grabadas sobre la frente.

Comprobo luego las fichas de la BII, pero no aparecio ningun Herve Vitold. Paso dos horas entrando en todos los departamentos gubernamentales, con su correspondiente seguridad.

Si Vitold era el que pretendia ser, entonces Aimee era madame Charles de Gaulle, descanse en paz. No encontro a nadie que se llamara Herve Vitold en ninguna de las bases de datos existente.

Viernes por la noche

Su grave voz no parecia feliz

– Consideralo una orden, Hartmuth. El canciller insiste mucho en el asunto de la agenda comercial

Hartmuth no elevo el tono de voz

– Jawohl. He dicho que repasare la propuesta adjunta de renuncia antes de tomar una decision

Colgo. Por un momento se pregunto por la reaccion de Bonn si el no firmaba el acuerdo

Sin demasiadas ganas, Hartmuth puso su maletin sobre la alfombra Aubusson y al hacerlo se desplomo contra el brocado recamier. Todas las habitaciones estaban amuebladas con antiguedades autenticas y, a pesar de ello, eran muy comodas. Un cojin tejido con hilo de plata y seda le resultaba familiar, era como la seda que su madre bordaba hacia mucho tiempo durante las noches de invierno.

Pero ese mundo se habia desmoronado hasta dejar de existir. Piso los pies cubiertos por los calcetines sobre el cojin, se tumbo exhausto y cerro los ojos.

Sin embargo, no pudo dormir. Revivio el viaje, aquel en el que regresaba a la casa de su padre en las afueras de Hamburgo. De los noventa y un mil prisioneros capturados tras la derrota de Stalingrado, el habia sido uno de los cinco mil alemanes que regresaron a casa, cojeando tras pasar por los campos de trabajo siberianos.

Al final de la embarrada carretera, surcada por crateres hechos por las bombas, reconocio la desconchada pintura y las ventanas reventadas. Al penetrar en el armazon carente de puerta, ahora vacio y desierto, vio que se habian llevado incluso los ladrillos de la chimenea- Camino arrastrando los pies hasta la parte trasera y busco a su prometida, Grete. Su familia habia concertado su compromiso cuando ambos estaban en el instituto, antes de la guerra.

De un edificio de exterior ruinoso le llego, en medio de aire cortante, el ritmico sonido de los hachazos y luego el de la madera que salia despedida. Con el rostro enrojecido y el aliento helado en una fresca tarde de marzo. Grete cortaba con un hacha oxidada en el cobertizo del jardin trasero, para conseguir madera para el fuego. Se tapo la boca con la mano agrietada, cubierta de sangre para asi ahogar los gritos y lo abrazo.

– ?Estas vivo!-consiguio decir finalmente con la voz quebrada por la emocion-. Katia, ha venido papi. ?Tu papi!-dijo Grete, estremeciendose por el helador viento.

Sobre una carretilla se sentaba una nina envuelta en unos sacos de arpillera. Por extrano que pudiera parecer, no sentia ningun afecto por esa criatura de mejillas hundidas a la que le goteaba la nariz y de cuyos ojos rezumaba algo amarillo. La pequena habia esta jugando con un deformado album de fotografias y con el arco de violin de su padre, todo lo que le quedaba de su familia. Grete le aseguro con orgullo que Katia era hija suya, nacida de su encuentro durante su ultimo permiso en 1942. Si, se acordaba de eso. Se habia sentido ansioso, despues del desesperado abrazo de su prometida de carnosas piernas, por regresar a Paris, a Sarah.

Sabia que Katia era suya y eso le molestaba. Desearia que no fuera asi. Le invadio la culpa por no querer a su propia hija.

Debido a la presencia de Katia, supo que tendria que quedarse y cuidar de ellas, casarse con Grete y mantener asi su promesa. Ella se lo merecia, por engendrar a su hija y proteger la casa. Ella misma le conto lo que les habia ocurrido a sus padres.

– Helmut, en abril aun no se habia derretido la nieve, y mama y papi no podian soportar ver como temblaba Katia. Decidieron investigar un rumor sobre mantas procedentes del mercado negro en Hamburgo. Solo funcionaba un tranvia pintado de blanco y rojo para que pareciera transporte medico-dijo-.Lo siento-Grete inclino la cabeza-. Estoy segura de que no se enteraron de nada, Helmut. Vimos una luz amarilla- Senalo mas alla de la embarrada carretera surcada por los boquetes-. Tras la explosion, una columna de humo se elevo hacia el cielo y una lluvia de pequenas astillas cayo sobre el campo nevado.

Se pregunto si le estaba diciendo la verdad o si la verdad seria demasiado dolorosa. Parecian las explosiones en el yacimiento petrolifero de Siberia en el que habia estado como prisionero de guerra. Trabajando en el campo de la helada tundra, los hombres habian sido abrasados y convertidos en cenizas por erupciones de fuego sobre el hilo, delante de sus ojos. Llevaba guantes para cubrir los injertos de piel que entrecruzaban las quemaduras en sus manos.

Se sento, sintiendo un sudor frio. La fiel e inquebrantable Grete. No se merecia el regalo de su corazon vacio. Pero no habia forma de que volviera a Francia: el, un antiguo nazi que acababa de salir de un campo de prisioneros y que buscaba a una chica judia, a una colaboradora.

La Alemania de la posguerra carecia de servicios y de comisa. Grete cocinaba las raices y tuberculos que encontraba rastreando con las manos bajo la nieve. Mientras hurgaba en el bosque en busca de comida, pensaba en Sarah y veia su rostro en las catacumbas mientras compartian latas de pate del mercado negro.

Pero a su alrededor, la gente hervia y comia la piel de sus zapatos, si es que los tenian. Vendio las perlas de su madre por un saco de patatas medio podridas que mantuvieron el hambre bajo control. Bandadas de ninos corrian tras los pocos trenes que funcionaban y se peleaban por trozos de carbon quemado que caian a las vias, a la espera de encontrar alguno que solo se hubiera quemado a medias. No se les permitia regresar a los sotanos hasta que lo hicieran con algo para quemar o para comer.

Aturdido y hambriento la mayoria del tiempo, sobrevivio gracias a su ingenio y a la busqueda de comida. Por las noches, acurrucado entre Grete y Katia en busqueda de calor, veia las curvas de los blancos muslos de Sarah, sentia su aterciopelada piel e imaginaba sus ojos azules.

Grete supo desde el primer momento que no la amaba, que habia alguien mas. Pero se casaron sin lamentaciones. Nadie tenia tiempo para quejarse en la Alemania de la posguerra, y Grete y el trabajaban bien juntos. Constituian un equipo de dos que arrastraba con ellos a Katia. Sus ojos no parecian sanar nunca. Un ojo permanecia cerrado y supuraba continuamente. No habia ni penicilina, ni dinero para e mercado negro.

Un dia, Grete aparecio con los bolsillos de su estrecho abrigo de invierno llenos de tubos y paquetes. Saco un grueso tubo con un unguento con un olor metalico.

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