Sinta le habia dicho que Lili sentia que los fantasmas la acosaban. Pero el fax amenazante de Rachel la habia advertido de que dejara en paz a los fantasmas.

Domingo por la noche

– Reserveme un billete en el vuelo de la noche a Hamburgo, por favor.-Hartmuth tamborileo con los dedos sobre el elegante secreter de nogal que hacia las veces de mostrador en la recepcion del hotel.

Esa tarde se habia dado cuenta de que ya habia aguantado suficiente. Habia aplacado los humos de Cazaux al firmar el tratado, y habia hecho felices a los Hombres Lobo. El acuerdo de la Union Europea sancionaba los cambos de concentracion, pero queiza era eso lo que Cazaux quiso decir cuando habia prometido que se eliminarian las clausulas racistas posteriormente.

Hartmut pensaba que podria detenerlo. Ahora se daba cuenta de lo futil que era eso: nadie podia detener a los Hombres Lobo. Ahora solo deseaba acatar la disciplina de partido y volver a Alemania. Los Hombres Lobo ganarian, daba igual; sus garras se extendian por todas partes.

– Por supuesto, monsieur. Le informare cuando se haya completado la reserva-dijo el empleado.

Al darle las gracias amablemente, Hartmuth penso que asi se podria librar del fantasma de Sarah que habitaba en su mente. ?Que idiota habia sido al pensar que podria haber sobrevivido! Pero en lo profundo de su ser, se habia encendido la llama de una diminuta esperanza. Tampoco existirian informes sobre ella: el mismo se habia ocupado de eso en 1943. Hartmuth miro tristemente la place des Vosgues a sus pies.

– Perdone, monsieur Griffe-dijo el recepcionista con una inclinacion de cabeza a modo de disculpa-. Casi se me olvida: ha llegado esto para usted.-Le entrego a Hartmuth un sobre blanco grande.

Hartmuth le dio las gracias distraidamente y se dirigio al ascensor. Al entrar y saludar con la cabeza a los otros ocupantes, se fijo en su nombre sobre el sobre. Estaba garabateado en la caligrafia cursiva caracteristica de su epoca, no con la letra de hoy en dia, redonda y uniforme. El sistema cambio despues de la guerra, como tantas otras cosas. Cuando el ascensor se detuvo y dejo salir a una pareja, tuvo ganas de que llegara la noche y despegara su avion. Por fin estaria a salvo. Conseguiria escapar de Paris.

Hartmuth percibio un bulto en el sobre. Y entonces le entro el panico. ?Habria recogido, confiado, una carta bomba? Despues de todo, esto era Paris. ?Continuamente ocurrian atentados terroristas! Le comenzaron a temblar tanto las manos que se le cayo el sobre. Pero lo unico que sucedio fue que un trozo de marfil envuelto en una descolorida tela amarilla salio rodando sin hacer ruido sobre el suelo enmoquetado del ascensor.

Se arrodillo y desdoblo con cuidado la ajada estrella amarilla, la “J” bordada de manera infantil con hilos negros rotos que se obligo a llevar a todos los judios. ?Podria ser de Sarah? Llevaba tantos anos viendola en suenos que se acordaba de ella. Sostuvo el marfil entre las manos. No habia nada mas en el sobre. ?Estaria viva despues de todos estos anos? ?Habria sobrevivido?

Ese hueso habia sido su senal. Ella dejaba el hueso sobre una repisa en el exterior de las catacumbas. Queria decir “Nos venos esta noche”. ?Quien mas le mandaria un mensaje asi? Las lagrimas pugnaban por salir de sus ojos

Iria a encontrarse con ella donde siempre lo habia hecho. Cuando cayera la noche y las luces se escondieran tras la salamandra de marmol sobre el arco. Hartmuth volvio a bajar en el ascensor y se dirigio a la recepcion

Sonrio

– Perdone de nuevo. Ha habido otro cambio de ultima hora. Canceleme el vuelo de esta noche. ?Quien entrego el mensaje para mi?

– Lo siento, herr Griffe. Acabo de empezar el turno a las dos y el mensaje ya estaba aqui

– Claro, gracias-dijo Hartmuth. Sentia que el recepcionista podia oir los latidos de su corazon. Dentro de unas horas estaria oscuro. Siempre se habian encontrado justo despues de la puesta del sol, la hora mas segura, ya que a los judios se les prohibia permanecer en las calles despues de las ocho de la tarde.

Salio del vestibulo, a traves del patio rebosante de geranios rojos a la place des Vosgues banada por el sol. Cruzo la verja, la cerro a sus espaldas y dejo que los pies y la mente vagaran. El deber. Hartmuth lo sabia todo sobre ello ya que la mayoria de su vida estaba basada en el: su vida politica, su matrimonio y ser un recto aleman

Los platanos aun mantenian algo de su follaje, pero las hojas amarillas caian y danzaban en las burbujeantes fuentes. Ninos pequenos envueltos en calidas chaquetas perseguian a las palomas y se tiraban al cesped entre gritos de regocijo. Como lo habia hecho una vez su hija, Katia. Antes de que se hubiera puesto a ciegas ante un camion del ejercito americano en las afueras de Hamburgo para morir en los brazos de Grete. Solo tenia seis anos.

Pero no podia olvidar la primera vez en la que vio a Sarah. Podrian haber salido directamente de la balda de figuritas de porcelana de la pared de la casita de campo de su abuela en Bremerhaven.

Cuando era un nino, pasaba los veranos en la casita jugando con sus primos cerca del mar. Se quedaba mirando la coleccion de su abuela, a veces durante horas, y se inventaba historias sobre cada figurita. La abuela nunca le permitia tocarlas, eso estaba prohibido, pero se sentia satisfecho con poder mirar

Su favorita, aunque se habia tratado de una dificil decision, era la pastora, con su pelo ondulado negro como el carbon, los ojos azul celeste con pintas de un azul mas oscuro y piel de porcelana blanca. Sostenia una vara y llamaba a su suave y sedosa oveja, cuyas pezunas quedaron para siempre suspendidas en el aire.

Por supuesto, ya todo habia desaparecido. La casita de su abuela, al igual que kilometros de extension de otras casitas suburbanas, habian sido bombardeadas durante los primeros ataques aereos sobre el puerto de Bremerhaven.

Pero Hartmuth habia visto a su pastora en carne y hueso ese dia de 1942. Habia estado vigilando el Marais mas cerca del edificio de la salamandra. Una figura se inclinaba en el patio de las adormecidas ventanas del mediodia con las persianas bajadas y acariciaba a un gato de color naranja como la mermelada.

Una chica de ondulado cabello negro habia elevado la vista y le habia sonreido al acercarse. Tenia los ojos de un azul increible y la piel como el alabastro. Su expresion cambio al ver el uniforme negro con el simbolo de las SS y sus pesadas botas militares. El habia ignorado su expresion de terror cuando ella se levanto con voz entrecortada. Hartmuth siempre la recordaba como la unica chica francesa que lo habia saludado con una sonrisa. Penso que el amor a primera vista puede ocurrir cuando se tienen dieciocho anos. Habia durado toda su vida

Ella habia retrocedido con miedo, pero el le habia puesto su dedo sobre los labios y se habia arrodillado para acariciar al gato. Tenia el pelo desigual, y escamosos brotes de sarna, lo cual probablemente explicaba el hecho de que no se lo hubieran comido. Le abrio su corazon y sonrio. Entonces ella asintio y se arrodillo al lado del gato y junto a el

Sus libros de la escuela sobresalian de la gastada cartera sobre los adoquines. Habia algo en ella tan indefenso que el decidio ignorar la estrella amarilla bordada sobre su bata de la escuela. Se turnaron para acariciar al gato, que ahora ronroneaba con fuerza y esperaba que le dieran algo de comer. Tenia los ojos azules mas grandes que habia visto jamas. Hartmuth no podia dejar de mirarlos. Cuando ella levanto su mirada hacia el, el saco de su bolsillo un trocito de tiza. Dibujo un gato con patillas y los dos sonrieron. Su frances era tan escaso y sus ganas de comunicarse tan desesperadas que hizo lo unico que se le ocurrio.

– Guau, guau- ladro.

La mirada incredula dio paso a ahogadas risitas y a una decidida carcajada cuando el se levanto y comenzo a rascarse como un mono y a saltar de un lado a otro. A Hartmuth no le importaba si estaba haciendo el ridiculo, solo queria hacerla reir. Era tan hermosa. Recordo algo que decia su tio, soltero y con muchas amantes: una vez que las haces reir, ya son tuyas.

Para el tambien era importante que ella lo quisiera, que no fuera solo su captor. Suavemente le puso la mano en el hombro, sintio sus huesos y su delgadez, e hizo un gesto con la otra mano. Temblando, ella saco de su cartera de la escuela el carne escolar con un documento de identidad (ausweis), pegado en la parte de atras. El reconocio la direccion. Sus hombres habian efectuado alli una batida durante la llamada redada del Velodrome d’Hiver en el mes de julio. El senalo hacia delante con su brazo y la condujo a traves del patio para subir una escalera de sinuosa barandilla de metal.

– Ja. Cest bien, kein problem.-Sonrio y le dio unas palmaditas en el hombro para que se sintiera mas tranquila

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